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Mientras terminaba de ultimar detalles sobre su nuevo puesto en El Impenetrable, en Chaco, Gerardo Cerón todavía estaba viviendo en Bariloche. De modo que ese cambio -que tanto había buscado- se sintió como “pasar del freezer al horno”. Llegó al campamento una tarde que no olvidaría más. “Los días anteriores habían sido de lluvias intensas, así que había mucho barro ¿El resultado? A pesar de la doble tracción de la camioneta, nos quedamos atascados y tuvimos que caminar 8 km por el barro bajo una garúa persistente. Llegamos al campamento cansados, con frío, mojados y muy embarrados. Ahí aprendí algo que sería una constante en los siguientes años: El Impenetrable siempre te devuelve mucho más de lo que te exige”.
En el campamento lo estaban esperando sus futuros compañeros de trabajo, un fogón para calentarse y un guiso de campo. “Cuando ya nos dábamos por hechos, escuchamos que se movía la hojarasca bajo unos arbustos cercanos y… ¡Es difícil de explicar la felicidad y asombro que sentí cuando descubrimos que se trataba de un tatú carreta, un armadillo gigante, que puede llegar a pesar hasta 50 kg! Una especie casi imposible de ver en estos días. Esa noche, mi primera noche en el Impenetrable, me dormí con una sonrisa”.
“Tenía que meter mano”
Nacido y criado en Lanús, en la provincia de Buenos Aires, Gerardo Cerón tuvo un temprano acercamiento a lo que sería su pasión de adulto cuando descubrió, cerca de su casa, una serie de terrenos baldíos donde se pasaba tardes enteras investigando y coleccionado insectos, ranas y víboras que le llevaba con orgullo a su madre.
Cuando cumplió diez años se mudó con su familia a Dina Huapi, un pueblo en el sur del país cerca de Bariloche. “Allí mi terreno baldío se convirtió en un espacio inagotable para exploraciones y nuevos descubrimientos. En ese entonces vi en un documental de la televisión, a biólogos capturando leones en África, colocándoles un radiocollar y siguiéndolos para estudiarlos. En ese instante abandoné la idea de la veterinaria (que había sido mi primer amor) y dije esto quiero ser cuando sea grande”. Nunca más se arrepintió.
Estudió biología en la Universidad del Comahue, en Bariloche, donde continuó además con un doctorado y posdoctorado como becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET). Cerca de la etapa final de su formación, comenzó una etapa de reflexión. Si bien se sentía atraído por la investigación científica, sabía que necesitaba buscar una forma que se ajustara a sus verdaderos deseos. Necesitaba tener la certeza de que esos descubrimientos para ayudar a la conservación no terminaran en meros artículos científicos leídos por otros científicos.
“Tenía que meter mano. Veía que la conservación necesitaba más manejo activo. El daño hecho por nuestra especie al planeta era demasiado profundo, ya no alcanzaba con cuidar lo que teníamos, había que recuperar lo perdido”. En la Fundación Rewilding Argentina, encontró la posibilidad de plasmar ese objetivo para dirigir el proyecto de creación de un Parque Nacional en El Impenetrable chaqueño.
Agua “fresca” a 40°C y un baño custodiado por mosquitos
Durante los dos primeros años, hasta que estuvo finalizada la estación de campo El Teuco, Gerardo y sus compañeros vivieron en carpas iglú armadas en el suelo del bosque. Cocinaban todo al fuego, bajo una lona que protegía “la cocina” de las lluvias. Además, habían montado una carpa más grande que hacía las veces de taller, depósito, despensa, secadero de ropa y donde también estaba el freezer. Era viejo, a gas y durante unos seis meses al año se abría una sola vez al día, ya que el gran calor no permitía que se inspeccionara más sin que se malograra la carne y otros alimentos que guardaban.
Era un trabajo de dos personas: se pensaba bien qué se iba a cocinar al medio día y a la noche, uno abría y el otro sacaba todo lo más rápido posible para luego cerrarlo y cubrirlo con una manta mojada, que ayudaba a conservar la temperatura. El agua, que llegaba en tachos de 250 litros tres veces al mes junto con otros alimentos, se tomaba “al natural” y eso en el Chaco puede ser a ¡40°C! Por entonces, el único método de contacto que tenía el grupo con el exterior era un comunicador satelital, con el que se podían mandar mensajes de texto.
El baño consistía en una letrina a unos 300 metros del campamento, que al principio sólo tenía una capa de media sombra alrededor para la privacidad del usuario. Se trataba de un pozo con tapa de madera, sobre el que estaba montado un tronco ahuecado con una tapa plástica de inodoro clavada en él. La distancia a la que se encontraba la letrina en sí ya requería algo de planificación para su uso y a ciertos horarios había tantos mosquitos que era preferible aguantarse que pasar un rato ahí dentro porque la persona se convertía en un blanco fácil.
Entre risas y en soledad, esos hechos lo llevaban a recordar sus épocas en el sur del país. ”En la Patagonia cordillerana, que te pique un mosquito es un tema digno de ser contado en una sobremesa familiar. Al comienzo de vivir en carpa en El Impenetrable chaqueño durante la estación húmeda, sentía que por poco los mosquitos no me llevaban a upa. Estos pequeños (y algunos no tan pequeños) demonios fueron algo a lo que me costó acostumbrarme”.
También a 300 metros, pero del lado opuesto del campamento, estaba "la ducha": una tarima de madera con cuatro postes rodeados por una media sombra. Ahí había un balde de pintura de 20 litros con un caño que salía del fondo y una llave de paso para regular el flujo del agua. Se cargaba un balde en la laguna frente al campamento (se lo calentaba al fuego si hacía frío) y se lo llevaba caminando hasta la ducha. Se vertía el contenido en el otro balde y se subía usando una soga con roldana por encima de la cabeza, se ataba bien ¡Y ya estaba todo listo para bañarse!
“Aprendí a ser parte de la naturaleza”
El Parque Nacional El Impenetrable es uno de los sitios más salvajes de Argentina. La naturaleza manda y el hombre se adapta a su ritmo. La naturaleza se expresa y explota la vida en cada rincón, a cada instante. La biodiversidad es impresionante: aves, reptiles, ranas, mamíferos, plantas e insectos, donde uno mire hay algo nuevo para conocer, para aprender, para maravillarse.
“Aprendí a ser parte de la naturaleza, simplemente uno más del ciclo, aprendí a tener paciencia, a prestar atención a las historias que nos cuentan las huellas en el barro y las marcas en los árboles. Aprendía a moverme en el monte y a pisar sin hacer ruido, a reconocer cantos y especies que ni sabía que existían, aún siendo biólogo”.
Gerardo confiesa que tuvo muchísimos encuentros con animales fascinantes. Tapires, osos hormigueros, pumas, pecaríes y más: en ellos pudo ver cómo dejaban de ser huidizos para tornarse relajados con su presencia, solo era necesario respetar su espacio. “Comprendí que muchas de las necesidades de la ciudad no son tales, sino, más bien, lujos prescindibles. Conocí a mis compañeros de trabajo, mis grandes amigos, pobladores del Impenetrable que fueron mis maestros y guías en estos años. La cultura chaqueña, tan rica en historias y matices, en leyendas y saberes nunca dejó de sorprenderme”.
Actualmente el trabajo del equipo que lidera -compuesto por otros dos biólogos y un técnico de campo- en aquel paraje consiste en hacer las líneas de base de biodiversidad de El Impenetrable, es decir, catalogar las especies de animales, artrópodos, hongos y plantas que viven en el Parque y comenzar a comprender su ecología. Esto va desde hacer herbarios de plantas hasta capturar tapires o un yaguareté y colocarles collares satelitales para investigar su uso del hábitat -algo muy parecido a lo que veía en la televisión de chico-.
La otra parte de su trabajo es la que considera más interesante e importante y es coordinar con la Administración de Parques Nacionales el manejo activo de ambientes y especies dentro del Parque Nacional. "Como la mayoría de las áreas protegidas de la Argentina, este Parque se creó con varias especies localmente extintas y es necesario traerlas de nuevo a través de reintroducciones y recuperar ambientes como pastizales, que han sido degradados por el uso ganadero del pasado. De esta forma se logran ecosistemas complejos y funcionales, que garantizan la salud del medio ambiente a través de una compleja red de interacciones".
Una rana: hallazgo para la ciencia
En El Impenetrable no existen los días típicos. Con la época de calor, se arranca temprano. Cerca de las 4:30 de la mañana, cuando todavía aún está todo oscuro, el equipo se reúne en la cocina y comparte unos mates antes de salir, escuchando los monos aulladores de fondo. Se suben a la camioneta y se dirigen a la zona donde hay un muestreo anual permanente de 30 cámaras trampa, que toman fotos o videos cuando detectan movimiento frente a ellas.
Hay que trabajar temprano, a las 10 de la mañana el calor puede hacer peligroso el simple hecho de caminar al sol. De regreso en la estación registran qué especies salieron y siempre hay animales que son difíciles de ver y escenas bellas captadas por las cámaras. Luego cocinan, generalmente un guiso (¡sí, con 40°C!) y duermen una siesta generosa. En la tarde hay que darle de comer a Tania, una hembra de yaguareté cautiva que es parte de un proyecto para recuperar las poblaciones de la especie en el Parque; recorrer distintas zonas en busca de especies y redactar un nuevo proyecto de reintroducción, para seguir completando el ecosistema de El Impenetrable.
La presencia permanente durante todo el año en el Parque y en una zona tan poco estudiada como El Impenetrable, les brinda muchas oportunidades para realizar grandes hallazgos. "Hemos encontrado nuevas especies para el país de insectos y arañas, muchas especies nunca descriptas para el Chaco y algunas, como una rana que estamos analizando, que podría ser una nueva especie para la ciencia. También el estar presentes en terreno nos permite comprender mejor el funcionamiento del ecosistema y captar escenas nunca antes vistas en el país, como los primeros videos de pecarí quimilero y del yaguareté chaqueño".
Lejos de aquella vida precaria que supieron experimentar, hoy la estación de campo está terminada y es un motivo de orgullo para el equipo chaqueño, que la levantó con sus propias manos. Todo está montado sobre plataformas y pasarelas de madera, elevadas sobre el suelo, para que los animales puedan circular libremente. “Tenemos electricidad generada por paneles solares, agua potable que se filtra desde la laguna, carpas casa con camas y baños individuales, una heladera y un freezer, una verdadera cocina, un laboratorio ¡Y hasta internet! Estar cómodos y conectados nos permite trabajar de forma más eficiente para la conservación. Haber pasado por los inicios del proyecto nos ha dejado muchas experiencias de vida, el valorar lo que hoy tenemos y la pasión y perseverancia que nos impulsa a seguir trabajando para conservar y recuperar uno de los lugares más espectaculares de Argentina”.
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