Con siete países de residencia en su haber y cinco idiomas que habla con fluidez, la economista y autora holandesa Martina Kist está convencida de que el encuentro entre culturas es lo que enciende las chispas de cualquier proceso creativo. Desde hace tres años vive con su familia en esta casa de 1926, que fue el colegio de su marido durante la primaria.
Por su inmaterialidad fugaz, es imposible recordar fielmente el pasado personal. Ahora, ¿qué pasa cuando habitamos una de sus secciones concretas? Hay personas que viven en lo que fue la casa de sus abuelos o en el barrio de la infancia. Pero vivir en lo que fue nuestro colegio es una experiencia que, francamente, muy pocos tienen. Y si fue tan feliz como para Alex Grönberger asistir al Santo Tomás de Olivos, los fantasmas serán risas de recreo que lo asaltarán gratamente. Comprado ante una oportunidad fortuita, fue totalmente renovado por su hermano, el arquitecto Gabriel Grönberger, que pasó por los mismos pupitres de madera.
Alex y Martina son una pareja cosmopolita, acostumbrada a las mudanzas en containers, a enfrentar nuevos climas, idiomas e idiosincrasias. Ambos llevaban esa facilidad en su historia. Él, empezando por una educación trilingüe cuando era toda una novedad; ella, por el trabajo itinerante de su padre, que la signó con el desafío y la bendición de no estar del todo en ningún lado y en todas partes a la vez. Hace ya muchos años que se encontraron en la misma empresa. Y juntos formaron otra, con hijos y aventuras que siguen proyectando por el hábito de la sorpresa.
"Cuando llegamos, quisimos conocer el arte de hoy y de aquí, y nos encantó esta ‘Bañista’ de Adriana Cerviño, siempre lista para zambullirse en una nueva experiencia. Todo lo que hay tiene que ver con nuestro recorrido".
Esta etapa de su viaje los encuentra en el territorio de él. Ella respondió con dos libros escritos en español, inmenso logro: Diez pequeñas teorías sobre los argentinos (Del Nuevo Extremo) y el recientemente publicado No siempre puede ser caviar(Letras del Sur), una autobiografía deliciosa, una cartografía vital que busca desentrañar dónde anida la identidad cuando lo único permanente es el cambio y que subraya el encuentro en la diferencia como piedra de toque para la creatividad. Una lección maravillosa.
Con los cubos alineados, ves a un hombre y a una mujer; al girarlos, se mezclan, pero siguen siendo identificables. Es una metáfora de cómo, al vivir juntos, nos fundimos en una tercera identidad
"Como se podría decir que no tengo raíces, estas obras son mis ‘raíces portátiles’, resumen lo que viví. Por lo general buscamos arte accesible (también solidario) y muebles de segunda mano. Creo que todo eso le da un valor intangible al objeto que me atrae mucho".
"Esta escultura se llama ‘Ventana’. La hizo Aldo Nonis, mi primer jefe, que nació en Túnez de padres italianos, vivió toda su vida en Francia y se jubiló en España. Mirar el mundo a través de una ventana, desde afuera… Me gustó la idea: es un poco lo que a uno le pasa cuando vive en otro país".
"El vajillero modular viene de París, de un negocio de muebles usados en consignación, y nos acompañó en todas nuestras casas. En cada una, lo adaptamos al espacio dado. Que es lo mismo que hacemos nosotros en cada lugar al que llegamos".
Los artefactos y el diseño de iluminación de toda la casa estuvieron a cargo de Boutique de Luz. Acá, el hall distribuidor, que lleva al comedor, la planta alta y el living, es también un espacio de exhibición de obras de arte. Y hoy aloja una bicicleta de los años 60, en que andaba Alex, pero que queda impecable como objeto de diseño. "Hay muchos locales que las usan para la ambientación, y nos divirtió hacer lo mismo". El rincón hexagonal —donde hoy está instalado el escritorio de ella y Alex— fue, en su vida anterior, la oficina del director del colegio Santo Tomás.
La galería y la ampliación del living, con su paño fijo panorámico y persiana sostenida por tensores, son parte de la reforma llevada a cabo por el arquitecto Gabriel Grönberger, que sumó luz y funcionalidad en formas y tonos que respetaron la casa original, pero sin caer en la imitación de estilo.
"Aprendí muchas cosas en el camino, aunque si hay una que la experiencia me permite afirmar convencida es esta: sí, todo el mundo piensa diferente, y sí, ¡cada uno piensa que tiene razón!" .
"El dormitorio principal fue el aula de primer grado de Alex. Él se sentaba al lado de la ventana de la izquierda, mirando al pizarrón, que estaba donde hoy se ubica el respaldo de cama".
Vidrios
Por Martina Kist
Con la uña del pulgar saco una manchita de pintura del vidrio. Hace tres años que vivo en esta casa, y hasta hoy no había registrado esas pequeñas secuelas de la obra. Ahora que estamos en cuarentena y Blanca no viene, la limpieza se ha vuelto mi tarea. Veo minúsculas salpicaduras en todas las ventanas, y detecto gotas de barniz detenidas en los marcos de madera. Como estas imperfecciones me molestan enormemente, desarrollé una técnica para fulminarlas. Primero, limpio el vidrio con una esponja enjabonada; luego, desprendo las salpicaduras con un cuchillo o con la uña y me lanzo al ataque del barniz excedente con quitaesmalte; después, rocío limpiavidrios, y pulo el vidrio con un paño de microfibras, primero su cara interior antes de pasar al exterior. Por último, me alejo de la ventana para localizar las manchas remanentes y doy los toques finales.
Acabo de aplicar mi técnica en la puerta del balcón: quedó impecable y yo, feliz. Sigo con el ventanal del living y, mientras lo froto, imagino los millones de otros humanos confinados en sus casas. Casi la mitad de la población de la Tierra, dicen. Pienso en las fotos de las capitales vacías, en el aire menos contaminado, en la naturaleza que retoma sus derechos. Acciono el gatillo del rociador y pienso en la multitud de artículos -fake y real news- sobre el coronavirus, en la avalancha de mensajes y videos de Whatsapp que recibo cada día anunciando todo y su contrario. Si les hiciera caso a cada uno, estaría en mi teléfono 24/7. A punto de terminar esta ventana, se me ocurre que también podría desarrollar una técnica para purgar y decodificar el derrame de información que me llega sobre de esta crisis humana, sanitaria y económica. Pero ¿cómo sería? ¿Descartaría lo más grueso y ridículo, pasaría el peine fino a lo que queda, estudiando las fuentes, eliminando lo redundante y lo contraproducente? Tendría que definir una serie de criterios propios, simples, justos y objetivos, aunque sé que la imparcialidad absoluta no existe, ciertamente no en los medios. Ojalá lo logre rápido porque me esperan otros campos de batalla —la cocina y los baños— y me está faltando el tiempo. Pero hoy prefiero seguir con las ventanas. Necesito ver con claridad.
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