Tiene tres décadas de experiencia, pero se define como un eterno aprendiz. Silencioso y meticuloso, David Bonomi, enólogo de Bodega Norton, está obsesionado con la búsqueda de la excelencia en cada uno de los terruños donde trabaja. Hoy, inmerso en el estudio de sus viñedos para lograr la mejor expresión posible para cada uno de sus vinos, observa que empiezan a aparecer entre sus manos grandes descubrimientos y desafíos que lo entusiasman.
—Llevás treinta años elaborando vinos para diferentes bodegas. ¿Cómo evolucionó el rol del winemaker?
—Esta es mi vendimia número 33 y el cambio ha sido muy grande. La evolución fue más que importante en estos últimos años y está íntimamente relacionada con la era de la información y la comunicación. Siempre hemos buscado la calidad como motivo máximo en la elaboración de vinos, pero hoy se puede transmitir y contar cómo lo llevamos a cabo, en tiempo real y con todos los detalles que quieras. Además, el cambio vino desde adentro, con una nueva etapa para investigar alternativas de elaboración y probar nuevos lugares donde producir uvas. El rol del enólogo hoy se mezcla con muchas otras áreas de la bodega y del negocio. Somos embajadores de una empresa, pero también de una región y un país y mientras que hace unos años nuestra única misión era hacer un buen vino hoy, además, tenemos que comunicarlo. Al igual que muchas otras profesiones tuvimos que aggiornarnos y aprender a manejar mucho más que las fermentaciones.
Los winemakers, al igual que muchas otras profesiones, tuvimos que aggiornarnos y aprender a manejar mucho más que las fermentaciones.
—¿Cuáles fueron los momentos más importantes de tu carrera?
— Tuve la posibilidad de ser parte en grandes empresas familiares, antes de recibirme trabajé en Patti y Brandi, donde hice mis primeras prácticas; luego solo en tres grandes bodegas argentinas, Gancia (Cepas Argentinas), Doña Paula y desde el año 2014 volví a Bodega Norton. Compartí todos estos años con personas increíbles que me enseñaron y además colaboraron en hacer siempre lo mejor. Otros momentos que son como fotos en mi mente fueron los viajes en los que pude estudiar y aprender de grandes productores que viven la pasión de hacer vino como yo. Gracias a todo este camino recorrido desarrollé mis vinos personales junto a mi familia y mi gran amigo, Edgardo Del Popolo.
—En materia de terruños, ¿cuáles son tus favoritos de Argentina y por qué?
—Están relacionados con el desafío y la dificultad de lograr un vino que transmita cómo se interpreta el lugar. Son muchos. Admiro mi país porque se puede producir en muchas regiones y todas muy diversas, pero el Valle de Uco es mi favorito, al igual que algunos viñedos históricos de Luján de Cuyo. Pero ahora también estoy desarrollando un proyecto en Patagonia y me tiene fascinado, como cuando recién comencé. Todos estos lugares tienen un tremendo imán, un "no sé qué" tan potente que no me canso de admirarlos, contemplarlos y disfrutarlos a través de cada vino que produzco.
—¿Cuál es el potencial del vino argentino en el mundo?
—Es muy grande y está basado en nuestra calidad, consistencia y condiciones naturales. Esto sedujo siempre a inversores locales y extranjeros para apostar por Argentina y sus vinos. Solo nos falta, que no es menor, tener un país estable y previsible en materia político-económica. Hoy estamos listos para seguir escribiendo la historia del vino argentino en el mundo de la mano de la regionalización y el trabajo sobre cada uno de los diferentes terroir del país. En paralelo tenemos grandes vinos blancos para que el mundo descubra además de cepas como Cabernet Franc, que enamoran a todo el que la prueba.
—De todos los que elaborás, ¿cuáles son los que más te entusiasman?
—Hay tres variedades que me desvelan: Sauvignon Blanc, Malbec y Cabernet Franc. Además del conocimiento técnico para producirlos, son vinos en los que -independientemente de las añadas y etiquetas- dejo hasta la última gota de energía para que reflejen el carácter del lugar. En los últimos años en Norton hemos trabajado muy fuerte en encontrar los mejores terruños para cada cepa y así desarrollamos nuevos viñedos en regiones extremas cuyos vinos ahora comienzan a salir a la luz. Hablo de vinos con los que buscamos ser muy precisos en su expresión y armonía entre tipicidad y origen. Es por esto que trabajamos más allá de Luján de Cuyo con nuevos viñedos en San Pablo, Gualtallary y Paraje Altamira, zonas que nos desafían en cada cosecha, pero solo así es posible alcanzar la excelencia.
—¿Qué vinos extranjeros te inspiran? ¿Por qué?
—De Francia me inspiran tres zonas: Borgoña, Jura y el norte de Ródano. Son regiones donde se destacan los productores, con vinos que respetan la esencia del lugar. Vinos sin maquillaje y con mucho carácter propio. Son la clase de emprendedores que admiro desde siempre, porque se esfuerzan en contener dentro de una botella el terroir, la pasión y el orgullo por hacer de esta actividad un medio de vida digno.
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