Daniel Orsanic, el capitán de bajo perfil
Logró cohesionar individualidades para armar el grupo que le dio al tenis argentino la alegría más grande de su historia: la conquista de la Copa Davis. “Miraba la tribuna y me daban ganas de quitarme la remera y empezar a revolearla”
El tiro de Ivo Karlovic se va afuera de la cancha. Apenas pica la pelota, Federico Delbonis se tira al piso, de cara al cielo. En la silla, el hombre que lo acompañó durante todo el partido, su capitán, se pone de pie y gira sobre sí mismo. De espaldas a la cancha, Orsanic ve a los hinchas argentinos bramar y abrazarse torpemente. Despacio, como quien mide baldosas, da uno, dos, tres pasos, pero hacia atrás. El abrazo de un colaborador, que llega como un toro embravecido, interrumpe la caminata en reversa. Sólo entonces Orsanic se funde en la algarabía y es uno más: Argentina acaba de ganar la Copa Davis por primera vez, de la mano de este hombre que parece vivir en velocidad crucero.
Hijo de Branko Orsanic, un croata que llegó a Buenos Aires a los 19 años escapando de la Segunda Guerra Mundial, Daniel empezó a jugar tenis a los 9, en el club Arquitectura, donde su papá era profesor. Aunque como jugador no fue muy conocido porque se destacó en dobles, a la sombra del pibe lindo, el single, alcanzó el puesto número 24 del ranking. Llegó a semifinales de Roland Garros en dos oportunidades, en pareja con el brasileño Jaime Oncins y con Lucas Arnold. Con éste jugó su único partido de Davis, en 1999, frente a Ecuador. Entrenó al uruguayo Pablo Cuevas, al chileno Luis Horna y a José Acassuso y fue parte del equipo Davis que capitaneó Gustavo Luza en 2004 (en el que Del Potro fue sparring).
Por seguridad, escapando de la guerra, tu familia cambió el apellido a Orlovich. En tu primer DNI, ¿cómo figurabas?
Siempre figuré como Orsanic, pero en algunos torneos donde conocían a mi padre a veces me anotaban como Orsanic Orlovich, con los dos apellidos. O sólo Orlovich y ahí se generaba una confusión.
¿Qué confusión?
Me pasó un año que quedé afuera de un torneo al que yo pensaba que debería haber entrado y revisé el tema de los puntos y era porque alguno de esos puntos se lo habían puesto a Daniel Orlovich.
¿Reclamaste?
Sí, pero ni recuerdo si se pudo corregir o se corrigió a partir de ahí. Tendría 16 años, era uno de los torneos metropolitanos, acá en Buenos Aires.
¿Pensás qué hubiese pasado si…?
No habría cambiado absolutamente nada.
En mayo de 2014 la Asociación Argentina de Tenis (AAT) nombró a Daniel Orsanic director de Desarrollo. Siete meses después, en diciembre, lo anunciaron como capitán de Copa Davis. A diferencia de los capitanes recientes (Tito Vázquez y Martín Jaite), que firmaron por tres años, Orsanic firmó sólo por uno.
Argentina acababa de salvarse del descenso. Jaite había dejado el cargo y se hablaba de la necesidad de bajar el perfil. Te eligieron. ¿Qué significa tener bajo perfil?
Dentro del tenis tener bajo perfil es no ser tan conocido. También es una forma de ser. El perfil del jugador que ha sido famoso, que ha sido muy exitoso, sube. A mí me conocen dentro del ambiente del tenis, pero no llegué a ser un jugador conocido. No fui lo bueno que fueron muchos otros jugadores.
¿Por qué creés que se buscaba esa cualidad?
Creo que pensaron que quienes tenían que sobresalir eran los jugadores y no un capitán o parte del cuerpo técnico. Quisieron darle al jugador el lugar que realmente le corresponde. Son ellos quienes entran en la cancha, son ellos los protagonistas.
Si preguntan qué hace un periodista, puedo detallar mi trabajo. ¿Qué hace un capitán de Davis?
Te puedo decir lo que hago yo, porque cada uno puede tener distintas prioridades. Se presenta una idea, un propósito, para qué uno quiere conformar un grupo, para qué quiere hacerse cargo de esa función. Estar en buena comunicación con los posibles integrantes del equipo, estar al servicio de los jugadores, generar un ambiente donde cada uno de los jugadores y sus cuerpos técnicos se sientan contenidos, a gusto para, a partir de ahí, poder empujar hacia ese propósito.
Eso requiere de mucha conciliación.
Lleva mucha confianza en lo que uno hace, lleva mucha simpleza y que las cosas se digan de frente. Pero que se digan. Que uno exprese lo que quiere hacer y la manera en que lo quiere hacer, sabiendo que va a haber quienes estarán de acuerdo y quienes no tanto, pero lo importante es que discutamos y podamos opinar distinto, pero que no sea la falta de comunicación lo que lleve a una tensión o una diferencia.
Si está hablado, pero hay desacuerdo, ¿cómo dirimís eso?
Cada uno tiene su opinión: nosotros siempre nos dirijimos con respeto a todos y exigimos lo mismo. A partir de ahí es hablar y explicar el punto de vista. Todo eso se discute. Al final del día hay que hacer lo que uno cree que debe, seguir las convicciones. La función del cuerpo técnico es tomar esas decisiones.
Decís que un punto importante de la labor de un capitán es presentar qué quiere lograr. ¿Qué querías lograr?
Que cada uno tratara con respeto al otro, que aceptara al de al lado tal cual es. Eso era en lo que me enfocaba. A partir de ahí podíamos empezar a hablar del propósito, a ordenarnos. No concibo tanto en el tenis como en la vida una relación sin respeto.
¿Cuánto de eso tuvo que ver para que ahora sí lograran la Davis?
Mucho. El respeto es uno de los pilares más importantes, es el punto de partida. Una vez que conseguimos eso era ver cómo estaba cada jugador, cómo estaba cada equipo de trabajo, ver cómo encarar cada serie, cómo estar en contacto con los que les tocaba quedar afuera, qué mensaje dar. Nos encontramos con un muy buen grupo, quizás con nuestro mejor jugador distanciado de la institución, distanciado de la Davis también. Escuchando los motivos, las diferencias y buscando solucionar y achicar esas diferencias se fue generando un buen ambiente.
¿Encontrás una explicación no racional a un éxito deportivo? El jugador sin piernas que sigue jugando…
Sí, nos ha pasado en varios momentos. Desde Juan Martín en la final, que jugó acalambrado durante muchos games, hasta Leonardo (Mayer) en su partido histórico contra Brasil, en el que a partir del tercer set sentía calambres y jugó como tres horas y media más. Se agarraba de distintas cosas, de la responsabilidad que era jugar en Argentina, de ver a tres hinchas que estaban en silla de ruedas alentándolo en cada punto. Él decía: “Yo me quejo de que me duelen las piernas y estos hinchas no pueden caminar”.
¿Eso lo hablaban en los cambios de lado?
Sí. Son cosas de las que uno se agarra en momentos críticos, de mucha presión y necesidad. En muchas ocasiones estos jugadores han dado más de lo que tenían y estoy convencido de que fue porque sentían que atrás había mucha gente que los respaldaba. Que sin importar si ganaban o perdían, estaban respaldados por el grupo. Da más ánimo, contención. Eso potencia.
Está acalambrado, no da más, ¿hasta dónde tirás?
En esos momentos en que el jugador está acalambrado, nervioso, lo mejor es darle tranqulidad. Uno tiene que mostrarse tranquilo. Es contraproducente recordarle dónde está y que tiene que dejarlo todo, porque posiblemente haya llegado a esa situación de tensión muscular, de estar acalambrándose por ser demasiado consciente del lugar en el que está. Hay que alivianarle el pensamiento.
En la silla, ¿qué porcentaje de lo que pensás le decís al jugador?
Es tan o más importante la manera que lo que le decís. Yo puedo dar el mejor consejo, pero si lo digo de mala manera o en el momento equivocado, lo perjudico. En los cambios de lado hay muy poco tiempo para hablar. El jugador viene bastante agitado, a muchas pulsaciones, así que hay que hablar poco y claro; recordar conceptos o dar una opinión. Es necesario que el jugador baje sus pulsaciones y se enfoque en su respiración.
¿Te arrepentiste de haber o no haber dicho algo en esos momentos?
[ríe] Pocas. Ante la duda, me callo. Cuando uno dice algo tiene que estar convencido de que hay que decirlo. Por pedido del jugador o porque la situación lo demanda. No creo en el hablar como para decir estoy cumpliendo mi función.
Ser ampuloso, no.
Ese es un error gravísimo. El que importa ahí, en el cambio de lado, es el jugador, no el entrenador.
Transmitís mucha tranquilidad; hasta festejás los puntos en cámara lenta, lo que supongo que es un esfuerzo. ¿Por dentro cómo va eso?
Obviamente hago un esfuerzo para no ser efusivo de más. Hay veces que me dan ganas de expresarme mucho más pero sería contraproducente. Estoy muy consciente del momento, permanentemente atento a lo que creo que necesita el jugador, no lo que necesito yo. En Zagreb miraba la tribuna y me daban ganas de quitarme la remera y empezar a revolearla, pero cada uno tiene una función: desde el hincha alentando más allá del resultado hasta el cuerpo técnico, de estar en diálogo conmigo por si tengo dudas. El festejo medido es un mensaje hacia el jugador: “Muy bien, pero esto sigue”. Porque el tenis es así: terminó el punto y a los 20 segundos hay que estar jugando otro. Entonces no vale la pena ni festejar demasiado ni quejarse demasiado.
¿Pero en algún momento soltás esa emoción?
Sí, lo hago. En más de una charla de las que tenía con los jugadores tuve que tomar agua para seguir hablando, porque me quebraba. Era un momento muy fuerte para todos.
¿Cómo nació lo de anotar lo que te pasa en cuadernos?
Fue después de mi primer viaje de chico, cuando volví y empecé a trabajar con una psicóloga deportiva, Patricia Wightman. Dentro de los trabajos que me daba estaba el monitorear, escribir sensaciones y lo tomé como costumbre. Me tocó viajar solo mucho tiempo, por un tema económico. Quizás estaba afuera cinco meses seguidos, porque si volvía no viajaba más. Escribir era una buena compañía.
¿Seguís escribiendo?
Sí, pero con el celular eso cambió un poco. Aunque esa planilla no la hice más, me sirvió mucho. Y leía bastante, muchos libros de superación, experiencias de otros atletas y algunos libros como Tus zonas erróneas [de Wayne Dyer], que me ordenaban mucho el pensamiento.
¿Tuviste cuaderno durante la Davis?
Sí. Lo ves y es un cuadernito que no vale nada, pero adentro hay cosas interesantes.
¿Qué fue lo último anotado?
Sobre los jugadores que enfrentábamos en el dobles, por dónde había que jugar. Cómo nos parecía que había que encarar el juego, qué era lo mejor que hacían y qué era lo peor. Y qué buscábamos nosotros.
Diego Giustozzi, técnico de la selección de futsal, tenía como meta ganar el Mundial para hacer visible ese deporte, que creciera y mejorara la liga local. Ganaste la Davis, la Davis sirve para:
Es el logro por equipos más importante de la historia del tenis agentino. Es el vehículo que hemos usado para transmitir una manera de trabajar, un mensaje de simpleza.
¿Por qué el tenis femenino no tiene el desarrollo del masculino?
Por un lado hay muchas menos jugadoras (hoy hay una mujer por cada cinco varones; antes era por cada siete) y hay otro factor muy importante: a los latinos nos cuesta mucho más desprendernos de una hija mujer que de un hijo varón. Ya sea para que se vaya de campamento como para que se vaya a Europa. En otras culturas, la rusa, la china, que la hija se vaya a los doce años a vivir a otro país es moneda corriente. En ese desarraigo se madura mucho más rápido, y ese desarraigo a nosotros nos cuesta. Como toda Sudamérica es así, la competencia más fuerte no está en nuestra región.
¿Es cierto que durante la serie final les prohibiste a los jugadores que miraran el trofeo?
Más que a los jugadores fue al cuerpo técnico. A veces están más distendidos y van y se sacan fotos y las suben a Facebook… y el jugador lo ve. Eso no me gusta. Nos tocó jugar la semifinal contra el campeón, contra Gran Bretaña. Y la tenían ahí, estaba muy a la vista. Y es algo tan deseado por el tenis argentino y tan esquivo que para mí era mejor ni mirarla. Fue un pedido de los jugadores, no mío, tapar una gigantografía que había de la Copa en la sala de jugadores. Me consultaron qué me parecía y les dije que estaba de acuerdo. Uno la ve y se desvive y te tienen que pegar una cachetada para que te despiertes porque todavía no ganaste nada. Esa sensación era mejor esquivarla.
¿Jugás al tenis?
[Se ríe] Últimamente muy poco. Veo mucho, pero jugaba cuando entrenaba a un jugador, algún turno por día lo hacía conmigo. Ahora desde que estoy en la Asociación con los más chicos me meto en la cancha de vez en cuando.
Pico Mónaco sugirió, cuando no fue convocado, que al equipo lo armaba Del Potro. Meses más tarde lo convocaste. ¿Cómo trabajás tu ego?
Entendiendo el momento. Hay situaciones que para determinados jugadores, especialmente cuando son referentes, son muy difíciles de aceptar. Yo lo hablé cara a cara con Juan y le dije cuál era mi manera de pensar. Él no lo aceptó, le dije que únicamente el tiempo me iba a dejar demostrárselo. Si él estaba en buen nivel, se lo iba a poder demostrar. Y tuve la oportunidad de hacerlo, lo quise convocar mucho antes de la serie que él jugó este año. Lo convocamos para Serbia, lo queríamos para la semifinal en Bélgica (2015), donde hubiese sido de una ayuda enorme, pero se terminó de romper la muñeca. Y este año lo convocamos pero se lesionó en Río y no pudo ir a Polonia.
Del rugby se destaca la fraternidad, ¿qué tiene el tenis?
Es un gran formador de carácter. El tenis te hace desarrollar un sentido de la responsabilidad que un deporte de equipo no. Me tengo que hacer cargo de cada punto, de cada situación, buena o mala. No tengo el tiempo físico para quedarme lamentando o festejando: sigue. Para jugar bien al tenis hay que ser muy cabeza dura. Todo esto es clave en la vida. Es uno de los deportes más nobles que hay. Uno juega y si gana, gana y si pierde, pierde. Este deporte en sí no tiene especulación, entra y gana el que mejor hizo las cosas o el que se equivocó menos. Nadie te puede parar, no hay ningún técnico, ningún padre, ni árbitro que vaya a torcer tu carrera: no hay nadie que te pueda detener.
Son campeones de la Davis, ¿y ahora qué?
A seguir trabajando, alimentando el sentido de identidad que se ha generado y que trascendió el deporte. Es mucha más gente la que se nos acerca y nos agradece que la que nos felicita. Es muy fuerte. Cuando dicen te felicito uno dice gracias. Cuando me dicen gracias, no sé qué contestar. No puedo decir de nada.
¿Y qué contestás?
“Gracias a ustedes por el apoyo.” Y me responden: “Gracias por el momento que nos hicieron vivir”. No hay mejor cumplido que ese. No hay. Y eso lo hemos recogido antes de salir campeones.