Daniel Drexler. “La pandemia fue una gran victoria de la ilustración”
En marzo de este año, Daniel Drexler estaba a punto de salir de gira. Tenía disco nuevo, Aire, grabado a finales de 2019, y la maquinaria de promoción, viajes y recitales, lista para arrancar. Pero entonces, como se sabe, estalló la pandemia y todo plan se trastocó. "Fue muy duro al principio", dice. Aunque enseguida, inesperadamente, otra puerta empezó a abrirse.
"Más allá de la posibilidad de no poder ir a abrazar a mi viejo que vive acá en Montevideo a cinco cuadras y del pánico que sentí cuando nos enteramos que Jorge (Drexler, su hermano, que vive en Madrid) se había contagiado de coronavirus, la realidad es que pude salir un poquito de esa ruedita del hámster de presentación y giras constantes que ya me estaba cansando también", reconoce el cantautor, que con Aire –un disco bello y sereno, el octavo desde que a fines de los noventa empezó a mostrar su música– de pronto se encontró hablándole a esta nueva normalidad de confinamientos globales y replanteos existenciales. Pero sin haberlo buscado o previsto.
–Con su abordaje minimalista y calmo, Aire parece hecho a medida de estos tiempos de encierro y neurosis. Sin embargo, fue grabado y compuesto varios meses atrás.
–Tiene algo premonitorio. Ya desde el título parece estar previendo algo. Mucha gente me preguntó si el título tiene que ver con el barbijo. Y no, ya estaba elegido de antes. Y el tema "Salvando la distancia" lo había compuesto para para mis hijas y la distancia que aparece cuando te vas de gira. O sea, otra cosa. Pero la pandemia trastocó el significado. Y ahora mucha gente me escribió para agradecerme cómo la canción los ayudó a lidiar con el distanciamiento.
–En lo cotidiano, ¿qué te cambió?
–Dispuse de mucho tiempo. Pude sentarme a leer, a escribir. ¡Al punto de que ya tengo casi un disco nuevo! Primera vez que me pasa. Viste que los músicos tenemos un fantasma subyacente que es el de la página en blanco...
–Sí.
–Bueno, ahora tengo la tranquilidad de que las canciones para el próximo disco ya están. Algo inédito para mí. Lo que sí me entró a agobiar el último tiempo fue esa sensación de estar en Uruguay como si fuera una isla en mitad del Atlántico Sur. Una sensación de encierro, de techo corto. Sobre todo a partir de que en mi vida adulta me conecté con Buenos aires y empecé a cruzar mucho para allá, a vivir en un mundo ampliado.
–Todo eso se terminó.
–Claro. Y ahora me pasa que estoy desesperado por ir [risas]. Hace dos años que no piso Buenos Aires. Para mí, con Montevideo, son prácticamente la misma ciudad sólo que separadas por un río exagerado que ahora se volvió un océano. Y eso me afecta en muchos sentidos. Primero por la cantidad de amigos y familiares que me quedaron lejos. Y segundo porque Montevideo es hermoso, pero solo si tiene a Buenos Aires cerca. Montevideo es una ciudad súper calma donde podés salir con el termo bajo el brazo, caminar por la rambla, ser feliz. Pero yo necesito por lo menos una vez por mes tomarme el buque, llegar al otro lado y poner el dedo en el enchufe [risas]. Si no, me falta algo.
–En un mundo tan globalizado, el Covid parece haber atacado sobre todo esa conexión y movilidad que dábamos por sentada.
–Yo creo que no nos esperábamos en pleno siglo XXI tener este tipo de distancias medievales. Nos sorprendió. Que apareciera un enemigo atávico, un virus con una secuencia genética muy simple pero que puso a la humanidad de rodillas. Los humanos nos sentíamos omnipotentes y fue un cachetazo a la especie. Igualmente, me sorprendió que ya estemos hablando de una vacuna. Normalmente las vacunas demoraban años
–¿Te sorprende gratamente o te genera alguna preocupación la celeridad?
–Me sorprende muy gratamente. Formo parte del grupo de Whatsapp de los recibidos de medicina a fines de los 80 y recibo información continua de mis compañeros, unos 600 médicos que son los que hoy toman las decisiones. Gente que está desarrollando los tests. Y realmente estoy sorprendido de todos los avances, de todo lo que me entero. Fue una gran respuesta de la humanidad. Hubo una respuesta muy coordinada. Si no, hoy estaríamos contando las muertes en cientos de millones. Eso hay que tenerlo en cuenta. No nos olvidemos que la peste negra en la Edad Media se llevó una tercera parte de la humanidad. Y duró 20 años. Por eso cuando dicen: "Eh, por qué demoran tanto con la vacuna". Al revés: fue increíble que a las dos semanas ya supiéramos el código genético y que antes de fin de año vayamos a tener la vacuna.
–Sos médico, además de músico. ¿Cómo ves el renovado protagonismo que tomó la profesión a partir del Covid?
–Una de las primeras canciones que escribí en la pandemia se llama Y de pronto, porque una de las cosas que más me sorprendió es que los aplausos desaparecieron de los estadios y aparecieron en las calles para personal sanitario y científicos. En ese sentido, la pandemia fue una gran victoria de la ilustración. Trescientos años después del inicio de la ilustración, es la primera respuesta coordinada de la humanidad ante un problema. Y eso es lo que hasta ahora marcó la diferencia.
–El disco arranca preguntándose por la infancia. ¿Qué nos perdemos teniendo una infancia tan corta?
–La sal de la vida. El secretito de una existencia medianamente sana, feliz, es no perder la capacidad de asombro, la inocencia, la creatividad, la dimensión lúdica. Poder reencontrarse con eso. Durante mi infancia no tuve la sensación de que era corta porque el tiempo es claramente una abstracción en muchos sentidos y varía a lo largo de la vida. En la infancia prácticamente vivimos en un presente continuo. Pero cuando la vi desde afuera, con la temporalidad de una persona mayor, me di cuenta de que es muy rápida. Encima, en los últimos 200 años duplicamos la expectativa de vida, así que la infancia no solo no se alargó sino que se acortó. Y a eso sumale que hoy un chico de 11 años ya está con un pie afuera de la niñez.
–¿Muchos estímulos tienden a acelerar la llegada de la adolescencia?
–Exactamente. Hay una especie de aceleramiento de la llegada de la pubertad. no sé sabe bien por qué. No sé si es evolutivo o cultural. Pero me da muchísima bronca. Lo ideal sería que si vamos a vivir 100 años, unos 25 o 30 fueron dedicados a la infancia. Y que recién a los 50, 55, fueras pensando qué hacer. Eso sería lo realmente glorioso. Por eso en un punto es una canción de protesta. Aunque no sé a quién. Si a Darwin, a alguna deidad, a la naturaleza... Porque perder la capacidad de asombro, la capacidad lúdica es una desgracia. La infancia de mis hijas la viví como una oportunidad de volverme a conectar con eso. Traté de jugar y meterme en ese mundo porque realmente me fascina y cuando vi que se terminaba tan rápido (mi hija menor tiene 11, la mayor tiene 13) me dije: ¿por qué tiene que ser tan corta? Ahora que ya casi están en la adolescencia por ahí me pregunto por qué llega tan rápido [risas].
–¿Sirve entonces como llamado de atención, como recordatorio de lo que se va?
–Sí. Pero más que nada como aviso para uno mismo, ¿no? Para no olvidarnos lo importante que es no perder la ilusión. Por ejemplo, en mi caso, tratar de subirme al escenario recordando que, más allá de todo lo profesional que puedas ser, sigue siendo una oportunidad lúdica, de conexión humana.