Damián de Santo, elogio de la distancia
Está aquí... y allá. Puede ensayar una obra de teatro en Buenos Aires y, al día siguiente, volar al interior para encontarse con su familia. Este actor talentoso al que todo el mundo señala como "buen tipo" eligió cambiar su vida. Villa Giardino es el lugar. En esta nota, su historia
El camino zigzagueante, la loma, un último giro a la izquierda y la confirmación: lo que Damián de Santo vio, ya lo había visto en sueños. Bajó de la camioneta; ayudó a bajar a Vanina, su mujer, que cargaba en una panza recién crecida a Joaquín; y se apuró a mirar con todos los ojos posibles. Antes de que el ocaso del sol, con sus sombras, se tragara el paisaje. Habían llegado a Villa Giardino, Córdoba, después de pasarla mal en Buenos Aires. El embarazo se había complicado y el ritmo de visitas a la guardia preocupaba. Lo que suceda, va a suceder, acá o allá, les había dicho el médico. Prefirieron que sucediera allá.
Hacía rato que la idea de irse a vivir a las sierras ocupaba las fantasías más inverosímiles de Vanina y Damián. Descubrieron el lugar soñado por insistencia de un amigo. De esos que saben de sueños. "Yo ya sé cuál es el lugar", les había dicho.
De Santo miró el verde prepotente, los árboles añosos y el surco espejado que formaba el río. Miró a su mujer y a la hinchazón que se le insinuaba en el vientre. "Es acá", dijo.
Aturdido, se sacó las ojotas de cuero que llevaba y cumplió un ritual sin saber muy bien por qué lo hacía: las enterró debajo de la primera piedra que encontró. "Este va a ser mi lugar", pensó.
La noche finalmente le ganó al día y en Villa Giardino se puso el sol.
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Damián de Santo es actor porque tiene que serlo. Casi por cuestiones orgánicas. Pero también es alguien tan poco apegado a las mieles del éxito y a los almíbares de la fama que puede elegir correrse a un costado para, tal vez sin saberlo, seguir estando en el centro.
Correrse, por ejemplo, hasta las sierras de Córdoba, donde los De Santo -Vanina, Damián y sus hijos Joaquín y Camilo- se instalaron definitivamente el último diciembre. Hace siete años ya que gestaron un complejo de cabañas turísticas que no hizo más que crecer y asentarse como emprendimiento rentable y como la mejor excusa para tomar envión y alejarse de un mundo sin tiempo para las cosas que ellos valoran.
Pero, aunque se lo ve muy cómodo podando árboles, limpiando la piscina o atendiendo a los huéspedes, sin tener que combinar los colores de la ropa, el cambio de domicilio no significa que De Santo piense alejarse de la actuación. "Es tomar distancia para poder elegir", dirá.
Por lo pronto, a sus 40 años, estrenó con éxito el traje de director montando la obra Dos más dos stress, una comedia de enredos que da pelea en la escandalosamente mediática temporada veraniega de Villa Carlos Paz, y trabaja en el doblaje de una película animada en homenaje a los entrañables Piluso y Coquito (le pondrá la voz al compañero de andanzas de Piluso).
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Le debe su vocación a un gastroenterólogo. La encontró cuando, a los 16 años, le detectaron una úlcera en el duodeno. Después de un estudio que fue "una degradación total", el doctor Pérsico le enumeró con tono de verdugo meticuloso qué cosas podía y qué cosas no. Pero lo importante vino después: el médico lo miró a los ojos y le preguntó: "¿Qué tenés ganas de hacer con tu vida?".
Damiancito pensó que el doctor era un tipo raro. Lo miró y balbuceó algo como que pensaba estudiar biología marina. El médico insistió: "Pero, ¿qué es lo que te gusta? No lo que tenés que hacer. Lo que te gusta".
Damiancito confirmó que el doctor era un tipo raro. "Estudiar teatro", arriesgó.
"Hacelo. Te vas a curar", remató el médico.
"Ya con haberlo dicho me empecé a sentir mejor. Fue como un alivio. Y nunca más tomé una medicación", dice Damián ahora.
Desde ese día siente que si se guarda algo, si no dice algo que le oprime el pecho y los pensamientos, se va a enfermar. "Soy muy orgánico -comenta-. Yo respeto mucho a la medicina, pero para mí las enfermedades vienen de algo que no se pudo decir. Algo que quedó trunco, una bronca no resuelta, una gran desilusión, un disgusto muy grande..."
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La separación y el largo distanciamiento de sus padres fue un disgusto grande para toda la familia.
Sobre todo para Amelia, su mamá, que se quedó sola y a cargo de sus dos hijos.
Ella no vivió la vida que quiso vivir. Vivió la que le tocó.
Amelia peleó contra el cáncer durante dos años y medio. Damián vivió el proceso de la enfermedad con la intensidad de un hijo desesperado. Para convencerse del horror. Para entenderlo. El día que la operaron a su mamá pidió que le dejaran tener en sus manos lo que le habían sacado a ella. Quería ver esa cosa maligna con sus propios ojos.
Me dieron lo que le habían sacado de hígado y lo vi. Me imaginaba el cáncer como algo fibroso. Enmarañado. Pero no, es blanco.
La madrugada en que Amelia falleció, por culpa de ese tejido blanco, Damián y su papá estaban a los pies de la cama. Cuidándola. Armando de Santo había llegado un día antes desde Córdoba por insistencia de su hijo Damián. Para acortar una distancia de años y despedirse. Para cerrar el círculo.
Algunos años después se cerraría otro círculo: una disputa familiar lejana en el tiempo, cercana en los sentimientos, había distanciado a Armando de su otro hijo. Damián le insistió a su hermano: "A papá le llega a pasar algo y no vas a tener oportunidad de nada. Vas a tener que ir al cementerio". Padre e hijo se encontraron e hicieron las paces en la casa de Damián.
Al día siguiente, en el viaje de regreso a Córdoba, el Renault 12 rojo de Armando de Santo volcó. El papá de Damián falleció. Con las cuentas saldadas.
Es como si hubieran podido cerrar el círculo con mi hermano y lo hubieran venido a buscar.
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Antes de ser el Damián de Santo de la tele, el que las madres quieren para casar a sus hijas, fue varias cosas: fue preceptor, fabricó relojes, manejó camiones de una empresa de transporte, limpió vidrios, vendió medias, perfumes de imitación ("truchísimos") y ropa interior ("la bombacha de un color y el corpiño de otro"). Tuvo una empresa de inyección de siliconas contra la humedad de cimientos y fue jefe de Cuenta Corrientes en el banco Crédito Argentino. Hasta que consiguió su primer trabajo como actor y... siguió siendo otras varias cosas (ver Trayectoria ).
Damián de Santo es más bajo que sus personajes (en jerga televisiva se diría que da más alto en cámara). Es, también, más boca sucia (de allí que algunas palabras de este artículo hayan sido debidamente modificadas), algo más escatológico y menos acomplejado. Saluda hasta a las paredes. Dice por favor, perdón y gracias. Y hace chistes que requieren, siempre, la complicidad del otro.
Es alguien que, como todos, quiere que lo quieran, pero que, como pocos, lo demuestra sin tapujos. Alguien con quien se está a gusto. Fue un hijo ejemplar y es un padre de familia fiel. Tan buen tipo que, por momentos, es válido preguntarse si no lo estará actuando.
"Si veo prendidas las luces de un auto estacionado, toco timbre en las casas y aviso. Cuando manejo, si venís primero te dejo pasar..., vengas por la derecha o por la izquierda... No pongo la trompa. Si hay alguien esperando para cruzar, saco la mano para que el que viene de costado pare, y dejo cruzar... Pongo el guiño cuando voy a doblar, pongo la baliza cuando voy a estacionar. He llegado a correr chorros y me podrían haber matado. Pero lo volvería a hacer. No lo puedo evitar.
-¿Te esforzás para ser así o te sale naturalmente?
-No, me sale naturalmente. Siento que no puedo ser de otra manera. En los laburos genero buen clima de trabajo. Soy contenedor. Escucho. No le pregunto a alguien cómo está y me pongo a hablar yo. En mi barrio (Villa Urquiza) se quedaron angustiados porque me fui. Yo besuqueaba a todos en el barrio. No quiero ser Mahatma Gandhi. No pasa por ahí.
-¿En qué creés que te cambió la fama?
-Y..., en que tengo menos tiempo y en que, en vez de tener un ventilador de techo tengo un aire acondicionado. Me lo gané en La Biblia y el calefón (risas)... En realidad, yo creo que pude mostrarme como soy ante situaciones de fama: soy el mismo. No voy a decir que soy perfecto porque tengo ocho mil millones de errores. Pero tengo amigos de toda la vida con los que puedo ir a comer a cualquier lado o ir a comprar al supermercado. No tengo el deseo de ir con un auto blindado y no bajar la ventanilla para firmar un autógrafo. Al contrario: cuando alguna señora me dice "me encanta cómo laburás", le pego un abrazo y un beso, y ya no me pide más nada.
-¿Qué cosas del mundillo de la fama te molestan más?
-Que la gente que pega un buen laburo un año o dos se cree que eso es la vida. A mi entender, la pifia. Yo me bajo de un escenario y tengo una vida.
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Su vida, la del chico de Villa Urquiza, padre de familia y eterno emprendedor, le da esas seguridades que no puede dar ninguna carrera actoral.
Su vida, la de abajo del escenario, compensa la inestabilidad que genera trabajar de actor. Sobre todo si no se es un actor rubio, alto y de ojos claros.
-En esta profesión premian, antes que nada, la belleza. Lo que ganan Guirao Díaz o Facundo Arana yo no lo gané a la edad de ellos jamás. Me acuerdo de que cuando Gastón Pauls entró a hacer Montaña rusa en Canal 13 ya hacía cinco años que yo laburaba. A los seis meses él tenía un Clio cero kilómetro y yo seguía con mi Fiat 600... Eso es claro: ¡yo no tengo su facha! Igual, yo ahorré más (risas). Y ojo que no lo digo por ellos ¿eh? Si a mí me quieren pagar 50 mil dólares los voy a aceptar. Ellos hacen bien. Lo que digo es que acá no te pagan por talentoso: te pagan por bello. En ese contexto, yo estoy orgulloso de la carrera que hice con esto (se señala). Yo creo que, con mi facha, atender un almacén era lo más apropiado.
-¿Podrías vivir sin actuar?
-Sí, podría hacer cosas paralelas, como ahora, que dirijo una obra de teatro... O ser coach de algún actor amigo.
-¿Pero vivir sin hacer nada que tenga que ver con el mundo de la actuación?
-Sí (piensa), por ahí me armo un monólogo y salgo por el interior.
-Eso tiene que ver con la actuación...
-No, claro... Bueno... Es algo que necesito. Como el músico que por más que no grabe discos toca.
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Este último diciembre la familia De Santo volvió a recorrer el camino zigzagueante, la loma y la curva para llegar a su lugar en Villa Giardino. Pero esta vez un poco más cargados. Después de aquel embarazo complicado, Joaquín nació sano y fuerte. Y cinco años después llegó Camilo. Vanina y Damián se casaron y compraron los lotes en la sierra. Siete años después de la primera revelación, Umbral del Sol es una realidad de tres hectáreas y seis cabañas. Cuando habla de ellas De Santo se enciende y muestra una faceta que por lo general no tiene su personaje mediático.
Tengo las cabañas hechas en una hectárea y media. Me queda media acá (dibuja en el aire). Y después tengo tres lotes en el medio y uno de 6 mil metros cuadrados hacia el río. Entonces, acá voy a hacer mi casa. Además, tengo ganas de hacer seis suites con una pileta climatizada cubierta, chiquita...
-¿Y la gente va porque son del actor de la tele?
Mucha gente las ve por Internet y reserva. Mucha gente se entera de que son mías porque me ven ahí cargando troncos. Otros van porque la mujer les rompe: "Vamos a las cabañas de Damián de Santo", y el tipo viene pensando ver la porquería que tiene Damián de Santo, que, seguramente, te va a estafar. Cuando llegan no lo pueden creer: cama 2 x 2, doble vidrio por todos lados, deck semicubierto, una vista impresionante...
Y así sigue. Es capaz de enumerar obsesivamente tipo de maderas, variedad de tornillos y técnicas aplicadas para que las cabañas estén correctamente climatizadas con un nivel de detalle abrumador. Es más que un actor hablando de su nueva obra o recordando su mejor papel. Es un hombre que encontró, en las sierras, alejado, su lugar en el mundo. Para poder encarar nuevas obras y mejores papeles.
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Un día antes de inaugurar las cabañas, después de haber movido las tres hectáreas de tierra de un lado para el otro, después de haber hecho caminos, cabañas y pileta, Joaquín le pidió a su papá que le levantara una piedra para buscar bichos bolita. Damián de Santo la levantó y la soltó en un mismo rápido movimiento. Debajo de la única piedra que no se había movido, esperando, seis años después, había un par de ojotas de cuero endurecidas.
Trayectoria
Debutó en La tiendita del horror . Hacía de planta. Después vino Drácula . Hacía de espíritu. En ese recordado musical de Cibrián-Mahler actuó, pero también reparó las escenografías y fue jefe de efectos especiales: había manejado tan bien los engranajes (literales) de la planta carnívora de la Tiendita del horror que la gente encargada de los efectos especiales (los pioneros Dellibarda y Parrilla) le ofrecieron trabajo en su nueva empresa. Ahí, mientras hacía ataúdes y estacas para el conde vampiro, se enteró del casting para armar el elenco y se presentó. Pasó una larga etapa de pruebas hasta que le dijeron las mentiras de siempre: que... gracias, que... lo iban a llamar. Pero, esta vez, la mentira fue verdad. Tiempo después lo llamaron y le explicaron que había habido un error. Que la respuesta automática no era para él. Qué él estaba dentro del elenco. Así, gracias a una temporada entre espíritus de mentirita, humo (mucho humo) y complejos artefactos de escenografía, se compró su primer auto y alquiló un departamento.Más adelante llegaría la tele: Princesa, Zona de riesgo II y III, Canto rodado, Alta comedia, Amigovios, El sheik, Mi cuñado, Poliladron, Verdad-Consecuencia, Vulnerables...
Y el cine: Sofía, Tango feroz, El sueño de los héroes, La furia, Alma mía, Cabeza de tigre y Un día de suerte .