Cura versus Cura
Es cantante y director. Clásico y rebelde. Artista y empresario. Retrato íntimo del tenor argentino que fascina al mundo
Producción: Dolores Saavedra
Cuenta que cuando cumplió 40 años su madre le regaló una carta que había recibido de su maestra de grado en la escuela de Rosario. En esa carta –que la madre había conservado por tres décadas a la espera de verlo convertido en un hombre–, la maestra escribió: Señora, no sé lo que el destino le deparará a José. Su hijo tiene cualidades de líder y muy probablemente llegue a hacer algo importante en su vida. El pronóstico estaba lejos de la música, que todavía no había despertado esa vocación exuberante, casi salvaje por el impulso y por la fuerza, pero poco importaba la forma en que ese liderazgo llegaría a expresarse. Se vislumbraba una personalidad, la capacidad y el temperamento.
Fue en gran parte esa personalidad, rebelde e inquieta, el fundamento sobre el que José Cura construyó una de las más singulares y exitosas carreras operísticas de la actualidad. Esa personalidad inconformista y multifacética, con la que se abrió paso en un mundo signado por tradiciones, la que lo destacó entre sus colegas, más allá de las cualidades de una voz excepcional (un tenor oscuro con buenos agudos, apto para el repertorio dramático más pesado, con roles como Sansón y Otello, por ejemplo). Fue también su temperamento, vehemente y audaz, pero sobre todo el coraje de romper los moldes, de arriesgar lo seguro e imponer, con un grito a los cuatro vientos, su modo personal de entender el arte, aquel principio de una trayectoria de más de veinte ascendentes años en el más luminoso candelero internacional.
Cantante de ópera, director de orquesta, empresario, régisseur y compositor. José Cura, argentino talentoso y obstinado, nació en Rosario hace cincuenta años. Es uno de los tenores más requeridos del mundo y una de las figuras más populares del medio clásico. Entre los secretos mejor guardados de su prestigio cuenta con una impactante individualidad. Pero, ¿cuál es la historia de esa fama y cómo es el hombre detrás del personaje?
En diálogo con la Revista, en Buenos Aires, adonde está de vuelta para una nueva producción de la ópera Otello, de Verdi, para el Teatro Colón –escenario en el que no cantaba desde 1999 y al que hoy regresa como solista y director escénico–, José Cura fue corriendo algunos de los velos que cubren con glamour las grandes vidrieras de la lírica, contando con franqueza el sacrificio, el trabajo y la soledad del otro lado del telón; la verdad detrás de los cuentos de hadas y la mágica varita de la perseverancia, la convicción y una ciega fe en sí mismo. Habla de su vida menos conocida y de todo aquello de la profesión que ya no es lo que le cuentan, sino lo que él mismo ha vivido para contar.
La historia antes de la fama
"Creo que la música es como la fe –reflexiona–. No la elegís, sino que ella te elige a vos. Sin embargo nunca imaginé que las cosas iban a ir por donde fueron. Ni que un día iba a llegar adónde llegué."
Empezaba la década del 80 cuando José terminaba la escuela secundaria y se planteaba hacia dónde ir. Existía un talento para la música, unos primeros aprendizajes con maestros de barrio y algo de guitarra acompañando canciones de los Beatles. Pero existían también los deportes, el rugby, el fisicoculturismo y el cinturón negro de kung fu; hasta la mecánica y algunos experimentos de construcción. Hacia dónde ir. Esa era la cuestión en un momento crucial de la Argentina.
"A mi generación le tocó la Guerra de Malvinas. No me afectó de manera directa porque en el sorteo de la colimba me había salvado por número bajo. Nunca olvidaré ese 093", vuelve a situarse en aquella época. "Sí me llegó, en cambio, la noción de que repentinamente el destino podía cambiar nuestras vidas. Recuerdo la sensación de vernos reflejados en la cara de esos compañeros de colegio que habían sido convocados a los cuarteles. En el fondo todos contábamos con la posibilidad de ir a combate, algo de lo que tal vez sólo nos salvamos porque la guerra no fue más larga."
1983. Vuelta a la democracia. Decisión por la música. En ese año, luego de los estudios musicales en su ciudad, hizo su primera audición para el Instituto Superior de Arte del Colón (ISA). El profesor Carlos Gantus, director del conservatorio de Rosario, le había aconsejado que con semejante voz estudiara canto lírico. Lo ayudó con sus contactos y en 1984 ingresó al ISA con una beca, mientras en paralelo cantaba en el coro del instituto y encontraba el sustento en esa actividad.
Cerca del final de la década comenzaron las dificultades. "La inflación era enorme, la gente se quedaba sin trabajo, las orquestas y los coros se cerraban, y cada vez había menos posibilidad de desarrollar una carrera", recuerda. El coro no pudo sostenerse y así perdió su principal ingreso. Audiciones e infructuosas entrevistas de trabajo aumentaban su desazón y falta de perspectiva, porque un puesto en la música se veía cada vez más distante y la idea de una carrera artística, a esa altura –ya casado con Silvia Ibarra, su mujer hasta el día de hoy–, era casi una utopía. "Haber sido fisicoculturista y practicado deportes me sirvió para mantenerme en ese momento desesperante. Me convertí en instructor de un gimnasio y, sabia la vida, por algo me puso en ese lugar." Allí, uno de sus compañeros era el hijo del tenor del Colón Aldo Moroni.
El tiempo pasó. Entretanto nació José Ben, el primero de sus tres hijos, y la situación apremiante empeoraba cada día. Con ella también las ilusiones de hacer fructífero el talento para la música. Había dejado el gimnasio y seguía estudiando técnica vocal y repertorio con Horacio Amauri, pero a los 28 años no encontraba modo de encaminarse en el país. Fue entonces que pensó en una salida drástica: Europa. Partir al Viejo Continente sin más divisa que el coraje, con la sola idea de entrar a un coro profesional –La Scala o la Arena– donde ganar un buen sueldo y sentirse a salvo en un reducto de la música.
Para poder comprar los pasajes y llevarse algún dinero, puso en venta su casa, un departamento en Palermo Viejo que valía menos de lo que hoy cobra por cantar una función. La decisión fue súbita y cuando pasó a despedirse de sus viejos amigos del gimnasio, el hijo de Moroni llamó a su padre, que le dio el teléfono de un maestro en Italia. Un número que llevó anotado en un papelito por si en algún momento necesitaba el contacto de un amigo.
El milagro del abuelo
"Con pasaporte argentino y sin posibilidad de hacernos ciudadanos italianos, llegamos con Silvia y mi hijo de 2 años a Santo Stefano Belbo, el terruño de mis antepasados, un pueblo perdido en las montañas del Piamonte. Era 1991. Vivimos 45 días en el convento de las Siervas de Jesús. Las monjas nos recibieron con hospitalidad en retribución a mi padre que había llevado la contabilidad de la congregación en Rosario sin jamás cobrarles un peso", cuenta el tenor. Su esposa colaboraba con los quehaceres domésticos y él embotellaba y etiquetaba el vino moscato que producían para las misas.
Más de medio año vivió en Europa sin conseguir trabajo, consumiéndose los ahorros de su departamento y buscando incansablemente la oportunidad de ser escuchado, postulándose para audiciones, haciendo llamadas, escribiendo cartas, presentando antecedentes y tocando, sin ninguna chance, las caprichosas puertas que eventualmente podrían conducirlo al éxito.
"Luego llegamos a Verona en medio de un tremendo diluvio, conduciendo un Bianchi usado, un coche al estilo del Fiat 600 que había comprado para recorrer Italia como en una expedición al desierto. Nada podía ser peor. La secretaria del coro me explicó que sin papeles italianos era imposible audicionar y que sólo podría cantar en la Arena si me contrataban como solista. Me fui abatido con el rabo entre las patas. Pero cuando uno tiene la responsabilidad de darle de comer a un hijo, lo único que siente es desesperación… Ya no tenía recursos, nos habíamos comido los ahorros y me quedaba lo equivalente a 200 euros en el bolsillo. Había pasado medio año sin conseguir absolutamente nada. Le dije a Silvia en ese momento: En unos días se nos vence el pasaje. Si no ocurre un milagro, debo olvidarme de todo."
Al borde del abismo quedaba aún por jugar, a todo o nada, la carta de aquel número telefónico ofrecido por Moroni, el tenor del Colón. José necesitaba tener la conciencia tranquila, saber que, al menos de una de todas esas puertas que había golpeado, alguien iba a asomarse, más no fuera por curiosidad. El maestro Bandera lo citó en Milán y allá fue, con su pequeño Bianchi entre los camiones por la autopista, otra vez bajo el diluvio, como una hoja en el viento. "Entraba a Milán por primera vez y me perdí. Llegué media hora más tarde." Cuando se presentó ante Bandera, ya poco predispuesto el maestro por el retraso, José le rogó por una oportunidad, tres minutos de su tiempo.
–Se los concedo –dijo finalmente–. ¿Qué quiere cantar?
–L’improvviso, de Chenier –propuso José.
–Eso es para grandes tenores. Demasiado difícil…
–Mire: tengo sólo dos minutos para mostrarle si sirvo para algo, no voy a cantar el Arroz con leche... No lo haré perfecto, pero le servirá para evaluar el material.
Dejó la vida. Bandera, acompañándolo al piano, se detuvo para preguntarle de dónde había salido semejante voz. Contó su historia y el hecho que el pasaje de regreso vencía en un par de días. "¡Usted no se va a ninguna parte!", se apresuró el maestro, y llamó a un agente con quien lo mandó de inmediato. Una vez allí, convencido de que tarde o temprano algo conseguiría para Cura, el hombre le pidió paciencia mientras le facilitaba dinero para vivir durante un mes en Italia.
En junio de 1991, después de varias audiciones, lo citaron en Génova. "Sentí que todos los tenores de Italia esperaban ese mismo turno en una fila interminable. Todos tenían buenas voces. Yo tenía el talento y la voz, pero me faltaba mucho trabajo con el canto", confiesa cuando rememora aquellos arduos tiempos, aunque también tenía la garra y la actitud para llegar. Lo llaman, empieza a cantar y a la primera nota escucha que alguien lo interrumpe.
–Disculpe, leo su nombre en la plantilla, usted es argentino… Apellido Cura. No será de Rosario, ¿no?
–Sí, señor. Cura, de Rosario. Mi abuelo era italiano.
–Conozco bien Rosario y lo conocí muy bien a su abuelo. Allí viví parte de mi infancia. En Italia hubo una gran crisis. Mi padre tuvo que hacer las valijas y partir con su familia a la Argentina. Llegó a Rosario siendo un hombre pobre y el primer argentino que le dio un trabajo y lo sacó de la miseria, nunca lo olvidaré, fue su abuelo. Bájese del estrado que ya tiene el contrato.
"Por una de esas cosas milagrosas… Porque uno nunca sabe, cuando está haciendo algo bueno, si la vida se lo devolverá a uno mismo, o tal vez a un hijo o a un nieto. Ese fue mi primer contrato en Europa. Así empecé: con un concierto al aire libre en el recién inaugurado Teatro de Génova. El 25 de julio de 1991, gracias a mi abuelo, empezaba mi carrera como cantante de ópera."
* * *
Ese fue sólo el inicio. Después vinieron agujeros negros, como los llama. Antes de la explosión de su carrera –tres años más tarde– pasaron audiciones, roles pequeños, clases de perfeccionamiento vocal y la lucha diaria por la subsistencia. Pasos que fueron forjando un carácter a fuego que jamás se dejó derrumbar. ¿Y dónde estaba la rebeldía? En la originalidad de su canto, en la extrovertida voluntad de ir contra la corriente, en cierta desobediencia y un modo polémico de entender el arte lírico, llegando al público con un mensaje que funde música y actuación en una intensidad novedosa para la ópera de esos tiempos."Hice una revolución inconsciente, pero no buscaba pelearme con el mundo, sino encontrarme a mí mismo en el camino de la música. Esa rebeldía de entonces hoy es mi credo artístico."
En 1993 tuvo su primer protagónico y al año siguiente, con el trofeo del concurso Operalia de Plácido Domingo, saltó a la portada de los medios. Todo se aceleró. 1995: debut en Londres (Covent Garden) y París (Bastille). Más tarde, dos de los roles emblemáticos que lo posicionaron entre los mejores del mundo: Sansón en Londres y un triunfal Otello con Claudio Abbado en el Regio de Torino. Fue entonces que la Arena de Verona lo convocó para reemplazar de último momento a José Carreras en Carmen y debutó con gloria en el anfiteatro italiano. "Quise saludar a la oficinista que me había dicho allí, en 1991, que sólo podría cantar si me contrataban como solista, pero ya no estaba…", ironiza.
En 1999 se convirtió en el segundo tenor en la historia del Met (después de Enrico Caruso, en 1902) en hacer su debut en la apertura de temporada, y en 2000 cantó una Traviata en París que se transmitió alrededor del mundo. En ese mismo año, parado en una cima a la que unos pocos llegan, decidió patear el tablero, desafiar el sistema de managers y discográficas, rompiendo las normas del business clásico. Quiso manejar su vida y difícilmente se lo perdonaron. "En ese momento pensé en aprovechar mi imagen y posición para intentar una vía nueva: crear mi propia empresa y manejar mi carrera. No había pasado años estudiando para quedarme con la fotito de galán. Necesitaba desafíos y no me equivoqué. Hoy me considero un artista maduro, pero me llevó años de golpes y una publicidad equivocada."
El precio de la imagen
A mediados de los 90, su sello lo había transformado en un latin lover, una suerte de Sandro de la ópera que arrasaba con la venta de discos y conciertos, y firmaba autógrafos para el público femenino que lo adoraba como a una estrella de rock. "Me vendían como sex symbol y eso era parte del juego, pero me cansé. Cura es un tipo buenmozo…, en un par de años se va a caer, decían. Y así es la fama del cuarto de hora. No podés apostarle todo a ese único caballo que no es más que un capítulo efímero y trivial. Pagué el precio de ir más rápido a costa de la imagen, pasé el filtro del tiempo y aquí estoy: 25 años de carrera demuestran que había algo más detrás de la fachada."
¿Por qué se permitía el lujo de renegar de aquello con lo que todos sueñan? ¿Obedecía esa actitud a un capricho del divo del momento? Que no, responde contundente. Todo lo contrario. Lo hacía por su independencia, por la liberación, para crecer como artista y encontrar un sentido más allá de las apariencias. Y aún más, en contraste, afirma que el divo de la ópera ya no existe, que sólo hay cantantes con personalidad y carisma, y un público aficionado que vive añorando los recuerdos de épocas pasadas, imaginando que tal vez alguien surja para reanimar la fascinación de esas historias que representaban el anhelo de una vida diferente.
"Eso es el folklore del género –dice–. Callas, con toda su genialidad artística, terminó su vida en una gran tragedia. La gente cree que es puro glamour... Sólo es eso cuando hay alguien que está ganando más dinero que vos por esa imagen tuya, pero la mayoría de las veces terminamos solos en nuestra habitación de hotel, haciendo zapping y comiendo algo del roomservice. La soledad no se supera..." Pero su capacidad para trabajar entusiasta y apasionadamente le permitió transformar esos gajes del oficio en una fortaleza para aprovechar el tiempo.
De lo que sí se escapa, en cambio, es de la rutina en la que puede caer el oficio, del aburrimiento y la repetición, del trabajo estable cantando hasta el cansancio la misma obra en una misma casa. "Cuando uno tiene la fuerza que yo tengo, la convicción y la inquietud, además los estudios y la experiencia, mucha gente se asusta porque siente que mi actitud les hace tambalear su pequeño ranchito. Para algunos, la rutina representa seguridad. Para mí es el comienzo de la muerte."
Y si bien reconoce que nunca imaginó que iba a llegar a donde llegó, creyó en la música como una fe y en su propia rebeldía como un manifiesto. "A veces miro hacia atrás y empiezo a evocar recuerdos, me veo hace 25 años y me pregunto, con una mezcla de orgullo y nostalgia, ¿en qué momento llegué hasta aquí? He cambiado mucho desde entonces. La vida ya no es más eso que me cuentan, sino aquello que yo mismo puedo empezar a contar", reflexiona. Sin embargo, en lo más recóndito de su ser, ciertamente sí sabía que ese indómito espíritu que lo anima hasta el día de hoy iba a guiarlo, contra viento y marea, a cualquier cumbre que ambicionara. Y así arremetió, temerario en el mundo de la ópera, con la fuerza ciega e imparable de Sansón en la noria, derribando a su paso los resquebrajados muros de la costumbre y la indiferencia.
La vuelta al teatro colón
Fiel a su estilo y en contra de la más anquilosada crítica musical, José Cura defiende la interpretación de fuertes conceptos personales. "La imitación del pasado es decadente. ¡Qué sería de la historia sin la rebeldía del artista!", y propone -como director escénico y diseñador de escenografía- una estética de tono medieval para el nuevo Otello que estrenó el jueves en el Colón.
La puesta, situada en la Batalla de Lepanto (1571), es su versión luego de décadas estudiando la tragedia del Moro de Venecia, uno de los personajes emblemáticos y exitosos de su carrera. "Antes tenía que pintarme canas para parecer más viejo. Ahora tengo que tapármelas para no parecerlo tanto… En ese arco de tiempo vivido, caben todos los cambios de un ser humano."
Con dirección musical de Massimo Zanetti y dirección de escena del mismo José Cura que protagoniza la obra (Otello), habrá cuatro nuevas funciones en el Colón: esta noche y el 24, 27 y 30 de este mes.
Algo muy personal
- Nació en Rosario en 1962. Está casado con Silvia Ibarra y tiene tres hijos: José Ben (24), Yazmín (19) y Nicolás (17).
- Comenzó con la guitarra. Llegó al canto posteriormente. Inició su carrera de cantante en Italia en 1991.
- Grabó más de 30 álbumes en CD, video y DVD.
- Actúa en los principales teatros del mundo, ya que es uno de los tenores más requeridos de la escena internacional.
- Su imagen de sex symbol fue un fenómeno de popularidad inédito en la ópera.
- También es director de orquesta, compositor, régisseur y empresario.
- Vive en Madrid con su mujer y sus dos hijos menores.