Vivía en Misiones, no tenía pasaporte europeo, y cruzó el océano para vivir con alguien que conoció por internet: “Era mi sueño desde los 8 años”
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“Siempre quise irme de Argentina y salir al mundo”, asegura Adriana Márquez Navas. Ella lo recuerda de manera nítida, su deseo comenzó a gestarse cuando apenas tenía 8 años, no tenía idea de cómo iba a lograrlo, pero sabía que, tarde o temprano, sucedería. A los adultos solía decirles que iba a vivir en Inglaterra y en sus sueños fantaseaba con paisajes desconocidos para una niña de Misiones, perteneciente a una familia de origen humilde, aunque muy trabajadora. A pesar de la lejanía, las dificultades, su corazón no lo dudaba, algún día ella empacaría sus valijas y volaría hacia nuevos horizontes.
Los años pasaron en su provincia natal y fue a los 24, tras épocas focalizadas en el estudio y donde el inglés se transformó en su prioridad, que finalmente la primera oportunidad llamó a su puerta: irse a Estados Unidos por una temporada para trabajar con una visa Work and Travel en un parque de diversiones de Orlando, Florida.
Adriana jamás había estado tan lejos de casa, nunca se había subido a un avión, su pulso tomó velocidad cuando los motores del aparato rugieron y el gran tubo metálico comenzó a carretear para ascender a los cielos en aquel día del 2017: “Fue una experiencia de solo tres meses, pero con ella empecé a preparar a mis padres para lo que se vendría. Mi madre me confesó más tarde que, cuando vio al avión despegar, sintió que le habían arrancado el útero”.
Vivir en Buenos Aires para abrir portales y cumplir un sueño
A su regreso, ya en 2018, Adriana decidió acercarse por otro camino a un nuevo portal de salida. Buscó trabajo allí donde los aviones iban y venían y, para su fortuna, la emplearon en Aeroparque, a fin de atender a los pasajeros de Norwegian, lo que la llevó a mudarse a Buenos Aires, un impacto fuerte para una chica del norte, que solía ir con calma por la vida, sin sensaciones de inseguridad ni caos constante.
2019 ya había arribado y, mientras las horas pasaban entre valijas y pasajeros, la joven misionera decidió enviar su CV a compañías de cruceros, tal vez allí habría una mejor oportunidad para ella y sus sueños: “Siempre me apasionó la fotografía y mi idea era trabajar como fotógrafa en un crucero”, cuenta. “También tenía experiencia con niños, llevaba seis años dando clases de inglés a chicos de todas las edades, así que también tenía la esperanza de que pudiera surgir algo por ese lado, como parte del staff para actividades infantiles en cruceros”.
Algo muy extraño sucedió cuando Adriana envió su CV a la persona que reclutaba personal para cruceros. Le respondieron que su nivel de inglés no era bueno, cuando claramente en su hoja de vida figuraba que ella contaba con estudios y una vasta experiencia con el idioma. Tampoco le pidieron una entrevista para corroborar si su nivel era bueno o no. La joven se desanimó en extremo mientras el 2019 llegaba a su ocaso y la antesala del desastre -como suele decir Adriana- ya podía respirarse en la atmósfera: “Ahora entiendo por qué me respondían tanto que no, al enviar los CV”.
Una pandemia, una pareja rota, un sueño lejano y días oscuros: “Yo solo quería estar con mi mamá y mi papá”
Marzo de 2020 arribó extraño, incierto. “No vengan a trabajar porque no hay vuelos”, fue el aviso para todos los empleados de Aeroparque. Adriana no le tenía miedo al virus en sí, pero de todos modos permaneció durante los siguientes meses encerrada, en especial para no preocupar a su madre. La joven estaba sola, muy lejos de sus padres, su entorno, y si enfermaba nadie podría viajar para suprimir la distancia y acompañarla con amor.
Mayo llegó y con el otoño la angustia se instaló en el espíritu de Adriana, que no había sido desvinculada de su empleo, pero recibía un sueldo muy inferior al usual, insuficiente para cubrir sus necesidades. Había, por otro lado, formado una pareja, pero la relación pendía de un hilo, ya nada parecía salirle bien. Los días oscurecían antes, su alma cayó a pedazos cuando supo de la muerte de su abuela y el corazón de la joven no aguantó más.
“Yo solo quería estar con mi mamá y mi papá, en casa de ellos, que mi mamá me cocine, mi papá me cocine, estar con mis perros, con mis hermanas. No sé cómo, porque todo estaba muy confuso, conseguí un permiso y logré irme. Estaba feliz de la vida, solo quería estar con ellos”.
Un neerlandés inesperado
Todas las pertenencias de Adriana quedaron en Buenos Aires, en la casa de un amigo. Como muchos, ella creyó que en unos dos meses todo se normalizaría y podría regresar a su trabajo y su vida en la gran ciudad. Nada de eso sucedió y, mientras tanto, la joven decidió terminar su relación definitivamente.
Mientras los días pasaban su angustia escalaba. A veces se sumergía en la red social Reddit para menguar su tristeza. Fue allí que Adriana supo de una aplicación para conversar y practicar idiomas con gente de todas partes del mundo. Siempre había disfrutado el hecho de mantener charlas con personas de culturas diferentes, con realidades distintas a la propia.
“Utilicé la aplicación durante unas tres semanas, y siempre me encontraba con gente muy rara, hasta que un día me llegó una solicitud de un neerlandés proveniente de La Haya con el que, de pronto, el intercambio fluyó muy bien y con quien me sentía muy cómoda”, rememora.
La atracción entre ellos fue casi inmediata y las conversaciones acerca de la vida y sus búsquedas, sinceras. Adriana ya no deseaba jugar a los noviecitos, ni imaginaba relaciones a distancia y, del otro lado, Eric, el neerlandés, parecía querer lo mismo: “Fue así que comencé a buscar las maneras de llegar a Holanda”.
Tras muchos meses de intentos frustrados y el apoyo incondicional de Eric, finalmente, Adriana encontró una familia anfitriona para trabajar como Au Pair, justo en La Haya y apenas unos meses antes de que Países Bajos decidiera bajar la edad para postularse a ese tipo de empleo. Antes era desde los 18 hasta los 30. Semanas después de ser aceptada, redujeron el máximo a 25. Adriana ya había cumplido 28 años.
Un deseo cumplido: “Me había cruzado todo un océano para ir hacia mi sueño desde hacía veinte años y compartir una vida con alguien que había conocido por internet”
La joven dejó atrás a un entorno sorprendido, algunos amigos un tanto preocupados, y a una madre que lloró como pocas veces en su vida al despedirla. “Me estoy yendo a Europa”, se repetía Adriana mientras el avión sobrevolaba el Atlántico en aquel agosto del 2021. Su sueño tan anhelado por fin había arribado y simplemente no lo pudo creer.
Solo cuando pisó su nueva tierra tomó mayor dimensión de los últimos sucesos de su vida. A su alrededor todo le pareció irreal y a aquella irrealidad se le sumó el hecho de ver a su novio por primera vez, una persona con la que todo podía salir muy bien o, por el contrario, enfrentarse a un desengaño: “Me había cruzado todo un océano para ir hacia mi sueño desde hacía veinte años y compartir una vida con alguien que había conocido por internet”.
Arribó en pleno verano y pronto Adriana perdió la noción del tiempo. El calor en su cuerpo se sentía intenso, aunque agradable, muy lejano a esas altas temperaturas húmedas, inaguantables de su provincia argentina. Observaba el cielo bien claro, como si al día le quedaran aún muchas horas y, sorprendida, caía en la cuenta de que ya eran las diez de la noche y el sol aún brillaba. Y mientras recorría los barrios se maravillaba al comprobar que no había rejas ni portones, tan solo a veces cercos bajos, muy fáciles de sobrepasar. Tampoco encontraba a personas deambulando sin techo, o perros vagabundos, algo que creyó que acompañaba a toda ciudad.
“Sí está inundado de bicicletas, que incluso en ocasiones se caen por los canales y que reciben multas si están mal estacionadas, y se la llevan”, observa. “No me gusta que esté permitido que las motos chicas anden también en la bicisenda; la bici, en esos casos, está en desventaja”.
Calidad de vida en Países Bajos: “No se experimenta inseguridad como en Buenos Aires, digo en Buenos Aires porque yo vengo de Misiones y allí siempre me sentí tranquila”
Enamorada y dispuesta a quedarse a vivir junto a su amor en un suelo donde todo le era desconocido, Adriana –que no contaba con pasaporte de la Unión Europea- tramitó una visa de pareja, a fin de trabajar y permanecer allí. “Él será tu sponsor”, le dijeron, y la mujer argentina quedó extrañada e incómoda con la expresión. Le explicaron que, más allá de que ella trabaje, su novio debía ampararla para asegurar que no sería una carga para el gobierno; la joven comprendió, pero aún así sintió cierta molestia: su intención siempre había sido mantenerse por sus propios medios y sabía que, si la pareja no funcionaba, debía dejar aquella tierra.
Con el sendero legal encaminado, Países Bajos surgió como una nación llena de oportunidades para todo aquel que esté dispuesto a trabajar, en especial en el mundo de la hospitalidad, en restaurantes, hoteles o cafés: “Encontrar empleo es fácil”, asegura Adriana, quien tiene experiencia con niños y hoy está empleada en una guardería.
“El tema es tener el permiso de trabajo. Lo cierto es que sin pasaporte europeo es muy complicado. Existen otras vías legales para poder quedarse y trabajar, pero el camino es muy difícil. Aparte del `sponsoreo´, está la visa para el highly skilled immigrant, pero que solo la obtienen aquellos con profesiones altamente calificadas y que no se encuentran en el propio país, por ello buscan el capital humano en el extranjero”, explica. “Por último está la beca universitaria o que uno pueda pagar por sus estudios, ¡pero es caro! Eso es algo que no me gusta de acá, que estudiar tenga siempre un costo”.
En el día a día y a medida que las semanas llegaban a su fin, Adriana comenzó a habituarse de a poco a la vida estable, predecible económicamente, con un costo de vida muy alto, aunque con sueldos acordes a los precios. El bienestar, sin dudas, podía sentirse en la atmósfera de su nuevo hogar, así como la seguridad en sus calles, donde pronto se habituó a salir en su bicicleta a toda hora, incluso a las once de la noche: “No se experimenta inseguridad como en Buenos Aires, digo en Buenos Aires porque yo vengo de Misiones y allí siempre me sentí tranquila, a diferencia del tiempo que viví en CABA, donde la pasé mal, me robaron, incluso entraron en mi departamento en Constitución estando en él, me sentía pésimo, vivía con miedo”.
“En relación a la calidad humana, sinceramente no tengo mucho contacto con los neerlandeses, aunque sí los tratos han sido amables; mis nuevas amistades son personas de Latinoamérica. Con ellos hay mucha hermandad; todos vinimos por lo mismo, por el deseo de progresar. En mi caso llegué por amor, pero no voy a mentir, no fue solo eso lo que me atrajo, sino la idea de mejorar. Sabemos cuál es la situación de la Argentina. Personalmente, en Argentina los progresos me estaban costando el cuádruple”.
“Toda la estabilidad del mundo no se compara con el calor del hogar”
Un año ha pasado desde su partida. Para Adriana, el duro invierno no fue un problema, aunque sí pudo observar angustia en el semblante de varios rostros a su alrededor. Para muchos, los incontables días grises en el suelo neerlandés significan un reto por mantener en alto el sistema inmune y la alegría.
Con 29 años, ella observa el recorrido de su vida y siente orgullo: de alguna u otra forma siempre luchó por conquistar el sueño que la acompaña desde niña. Hoy, sin embargo, comprende que las fantasías no se replican en la rutina de una nueva vida. Todo tiene sus claroscuros, todo requiere de grandes esfuerzos e intensas nostalgias. Sin dudas, agradece el lugar en el que se encuentra, (disfrutó enormemente su viaje a Inglaterra, el país original de sus sueños), pero aprendió a querer a sus raíces como nunca antes en su existencia.
“Desde que llegué aprendí que todo es paso a paso. Hay demasiada romantización con el hecho de emigrar. En mi caso, por ejemplo, en la guardería trabajo muchísimas horas, se trabaja tan duro como en Argentina y nada es gratis. Para integrarme tengo que aprender el idioma, tanto si quiero estudiar o sacar el pasaporte”.
“El esfuerzo, por supuesto, tiene sus grandes beneficios. ¡Puedo pedir tantas cosas por Amazon y todo llega rápido, entero y sin trabas!, pero lo cierto es que a mi familia no la puedo pedir para compartir un rato conmigo. Mi novio es una gran contención y la experiencia es enriquecedora, pero siento que no pertenezco, mi gente está en la Argentina. Lo que sin dudas aprendí es que toda la estabilidad del mundo no se compara con el calor del hogar”, concluye conmovida.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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