Vera Miles no quiso convertirse en musa del rey del “suspense” y rechazó un protagónico consagratorio
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Pudo haber sido una de las “rubias” de Alfred Hitchcock y conquistado el mundo como la sucesora de Ingrid Bergman y Grace Kelly, pero cuando por fin se sintió a salvo de la peligrosa sujeción al enorme director británico, la actriz Vera Miles confesó con gran discreción: “Hitchcock nunca me felicitó por mi trabajo, ni siquiera me dijo por qué me contrató… A lo largo de los años él ha tenido un único tipo de mujer en sus películas, como Madeleine Carroll, Ingrid Bergman o Grace Kelly. Yo intenté complacerlo, pero no pude porque era demasiado tozuda y él quería alguien a quien pudiera moldear”.
Que Hitchcok era un tipo brillante pero muy difícil no es un secreto para nadie. Y la bella Vera Miles, que el miércoles pasado cumplió 94 años y vive todavía bella, feliz y retirada de la vida pública, no pudo con eso. Recuerda esos tiempos con algo de nostalgia y mucho de espanto, tanto que en un momento clave de su carrera decidió embarazarse y decir no al protagónico de una de las cumbres de Hitchcock, considerada por muchos como la mejor película de todos los tiempos: Vértigo.
Ser una rubia de Hitchcock implicaba vestirse y hasta “ser” de una manera determinada, no sólo en el set sino las 24 horas del día. También soportar los cambios de humor y los destratos del maestro, que amaba y odiaba al mismo tiempo a sus musas y las sometía a su presencia intimidante y a una presión casi inhumana. Vera no quiso, o no pudo, y cambió su historia.
Un “no” a tiempo
Hitchcock había pensado el protagónico de Vértigo especialmente para ella, convencido de que la convertiría en una gran estrella, y la deserción de la Miles fue un golpe casi tan duro como el que le había provocado Ingrid Bergman, cuando lo dejó para viajar a filmar en Italia tras los pasos de su amor Roberto Rossellini, o el de Grace Kelly, que también lo abandonó para transformarse en la princesa de Mónaco. Dicen que nunca se recuperó de esta tercera “traición” y que ese fue uno de los motivos de la relación conflictiva que mantuvo luego con Kim Novak, que fue quien reemplazó a Vera en la película.
El director de joyas del cine como Psicosis, Los pájaros y La ventana indiscreta descubrió a Vera Miles en 1955, cuando la vio en un episodio del programa de televisión The Pepsi-Cola Playhouse, y quedó subyugado. Ella era divina. Para esa misma época, Hitchcock viajó a la Riviera francesa para rodar la película Para atrapar al ladrón, y he aquí que la que era entonces su musa adorada, una Grace Kelly hermosa, sofisticada, sexi, increíble, conoció allí a quien sería su futuro esposo, el príncipe Raniero de Mónaco, y comenzó un romance de cuento de hadas. Un año después Grace se casó con su príncipe y Hitchcock eligió a Vera Miles como su sucesora.
Hubo una campaña publicitaria, Vera apareció en el primer episodio de la serie Alfred Hitchcock presenta y, en 1957, firmaron un contrato de cinco años y tres películas. “Vera tiene las mismas cualidades de Grace –decía el director-, tiene estilo y mucha inteligencia”.
En 1956, Vera Miles debutó con Hitchcock en Falso culpable, acompañada por Henry Fonda, pero ya se veía que no iba a funcionar como otra “rubia”; de hecho era bellísima pero menos llamativa, más parecida a una mujer común, y sobre todo tenía poca afinidad con el director: no congeniaba con su estilo controlador y no le gustaba tanta intensidad en el control de su vestuario y su estilo de vida. Frente a tantos recelos, y ante la noticia de su embarazo, en 1958 Vera no dudó en plantar a Hitchcock justo antes de comenzar el rodaje de Vértigo. Hitchcock se molestó bastante, y hasta declaró que Miles se había perdido la oportunidad de ser una gran estrella, pero sin embargo dos años después volvió a darle un papel en otra de sus obras maestras, Psicosis. Vera Miles no fue la protagonista sino su juiciosa hermana (recordemos a una magnífica Janet Leight en la escena de la ducha) pero aun así demostró ser mucho más que una rubia bonita.
Radiografía de las “rubias”
Muchas de las controvertidas actitudes de Hitchcock con sus musas pueden explicarse por aquello de la obsesión enfermiza del genio. Lo cierto es que, más allá de su inconmensurable legado al arte universal, hay muchas pruebas de que el director no hacía gala de ningún tipo de “corrección” en el trato con sus actores, sobre todo con las mujeres.
En su libro Las damas de Hitchcock, Donald Spoto no sólo relata con precisión la obsesión del director por moldear a sus actrices (todo estaba bajo su control, vestuario, peinado, maquillaje, todo), sino también su famosa obsesión por las “rubias”. Dice Spoto que una primera explicación es que las rubias “eran más fáciles de fotografiar en blanco y negro, y por otro lado su frivolidad y elegancia marcaban un apropiado contraste para la clase de pasiones que él deseaba mostrar bajo la superficie”. Sin embargo, llegó el color al cine y las rubias continuaron en Hitchcock, ya fueran reales o transformadas para responder al ideal de heroína de su imaginación, como mínimo aceptando platinarse el pelo o usar peluca…
Pero él no buscaba cualquier rubia, sino aquéllas que destilaban esa rara mezcla de frivolidad altanera y sexualidad extrema: “Cuando abordo cuestiones sexuales en la pantalla –confesaba en una conversación con el director François Truffaut-, no olvido que, también ahí, el suspense lo es todo. Si el sexo es demasiado llamativo y evidente, no hay suspense. ¿Por qué elijo actrices rubias y sofisticadas? Busco mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio. La pobre Marilyn tenía el sexo inscripto en todos los rasgos de su persona, como Brigitte Bardot, lo que no resulta muy delicado”, y agregaba además que en el cine “las rubias son las mejores víctimas”.
Spoto cuenta en su libro varias historias que revelan esa especie de sadismo con el que Hitchcock trataba a las mujeres, tanto en el argumento de sus films (casi siempre las mujeres terminan muy mal) como también en el plató y fuera de escena. Su particular método de dirección de actores incluía bromas de pésimo gusto, falta de cuidado en escenas de exposición física y una obsesión por controlar todo que muchas veces derivaba en una franca manipulación psicológica.
Todos sus biógrafos cuentan anécdotas tremendas. Es cierto que Hitchcock veneró a algunas de sus actrices como Ingrid Bergman o Grace Kelly (ellas nunca le prodigaron otra cosa que elogios), pero con otras no parece haber sido tan amable. A Joan Fontaine, por ejemplo, al parecer ha llegado a abofetearla para conseguir que derramara algunas lágrimas en el rodaje de Rebecca. Dicen que a Kim Novak la maltrató sistemáticamente desde que ella osó objetar el emblemático trajecito gris que debía usar en Vértigo, y él mismo confesaba que disfrutó muchísimo al verla repetir infinidad de veces la secuencia en la que cae en las heladas aguas frente al Golden Gate de San Francisco. Parece haber sido especialmente cruel con la actriz Tippi Hedren, quien declaró que Hitchcock la agredió sexualmente y la intimidó en el rodaje de Los pájaros. Tippi (madre de Melanie Griffith) reveló años después que él se obsesionó con ella, que se le abalanzó en la parte trasera de una limusina, que la obligaba a vestirse en su día a día igual que como aparece en la película, que no dejaba que nadie se le acercara en el set y que, aunque la idea original era usar pájaros mecánicos, Hitchcock decidió sustituirlos por pájaros reales y cubrir el cuerpo de ella con cintas de goma para sujetar las patas de los bichos que, en un momento, casi le arrancan un ojo. Hedren terminó de filmar esa escena lastimada y confesando que había sido la peor semana de su vida.
Vidas privadas
¿Qué la habrá llevado íntimamente a Vera Miles a decir que no a una de las películas más extraordinarias de la historia del cine? Su embarazo, claro, aunque seguramente había algo más, ese algo que la hizo no ser una rubia más en la filmografía de Hitchcock. Después se destacaría por su formidable Lila Crane en Psicosis y por sus roles en el cine de otro grande, John Ford, que la dirigió en películas como Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Valance.
Vera Miles se llama en realidad Vera June Ralston y nació el 23 de agosto de 1929 en Boise City, Oklahoma, pero creció en Kansas entre las poblaciones de Wichita y Pratt. Siempre fue preciosa: fue Miss Wichita, luego ganó el concurso de belleza Miss Kansas y salió tercera en Miss Estados Unidos 1948. Rápidamente empezó a trabajar en televisión y en películas de bajo presupuesto, se mudó a Los Ángeles y adoptó como apellido artístico el de su primer esposo, Bob Miles, con quien se casó en 1948 y tuvo dos hijas.
A mediados de los 50, mientras vivía su primer divorcio, comenzó a ser tomada en cuenta por los grandes estudios, sobre todo a partir de su interpretación de “Jane” en la película Tarzán en la selva escondida de 1955. El “Tarzán” de ese filme no era otro que el musculoso Gordon Scott, su segundo marido y padre de su tercer hijo. Fue su época más gloriosa: participó en numerosos largometrajes y comenzaron a llegar sus primeros papeles con los nombres más importantes del cine, como Alfred Hitchcock y John Ford.
En 1960, ya había rechazado Vértigo y se había separado de Scott, se casó con otro actor: Keith Larsen, con quien tuvo a su cuarto hijo y de quien se divorció en 1971. Volvió a trabajar con Hitchcock, en Psicosis, y con Ford, en El hombre que mató a Liberty Balance, pero a partir de aquí sus apariciones cinematográficas fueron decreciendo, aunque comenzó a actuar en los elencos o como estrella invitada en numerosas series de televisión, donde se mantuvo hasta 1995. En 1973 se casó por cuarta y última vez, con el técnico de sonido Bob Jones.
Hoy, a los 94, casi no concede entrevistas ni hace apariciones públicas. Vive una vejez tranquila y feliz en Palm Desert, California, muy lejos ya de las rubias doradas de Hollywood.
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