A 50 años del secuestro que cambió su vida, la heredera Patty Hearst cultiva el bajo perfil, intentando dejar atrás sus tiempos de guerrilla y un caso que puso el Síndrome de Estocolmo en boca de todos
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Patricia Campbell Hearst tenía 19 años cuando fue secuestrada por el Ejército de Liberación Simbionés, un grupo extremista de izquierda integrado por una docena de estudiantes de San Francisco.
El SLA, según sus siglas en inglés, fue uno de los grupos armados más singulares e infames del siglo XX. Sus revolucionarios vivían en comunidad, practicaban el sexo libre y, por sobre todas las cosas, se rebelaban contra lo que ellos llamaron “la dictadura corporativa”.
La organización terrorista se presentaba como la vanguardia, la punta del iceberg, de un proceso revolucionario socialista que lideraría el Tercer Mundo.
El grupo estuvo activo dos años, entre 1974 y 1975, tiempo suficiente para concretar una curiosa y sanguinaria serie de crímenes: robo de bancos y comercios, asesinato de un maestro de escuelas, detonaciones de bombas en distintas instituciones públicas y el secuestro de Patricia Campbell Hearst, que resultó su movimiento más publicitado, que llamó la atención de todo el mundo.
El 4 de febrero de 1974, Patty -así la llamaban- fue secuestrada a punta de pistola del departamento que compartía con su novio. No tenía compromiso político, llevaba una vida de bajísimo perfil, estudiaba Historia del Arte en la prestigiosa Universidad de Berkeley, en California.
Patty no fue elegida al azar: era hija de Randolph Apperson Hearst y nieta de magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst, quien inspiró al personaje central de la película “Ciudadano Kane”, de Orson Welles. Integraba una de las familias más adineradas e influyentes del país. Estaba a punto de casarse con su novio, Steven Weed, un profesor graduado en Filosofía de Berkeley.
Aquella noche del lunes 4 de febrero dos personas engañaron a la pareja e ingresaron en su departamento de la Avenida Benvenue al 2300. Redujeron a Weed y se llevaron a Patty atada y amordazada.
La noticia del secuestro de la heredera de los Hearst se imprimió en portada en todo el mundo. Allí comenzó una avalancha informativa, ya que los secuestradores exigían que sus demandas fueran difundidas por la prensa, motor del imperio familiar de Patty.
La primera demanda del SLA fue que los Hearst usaran su fortuna para brindar alimentos a los pobres de California (gobernados por entonces por Ronald Reagan). En concreto, pedían que distribuyesen comida por un valor de dos millones de dólares.
La familia de Patty cumplió con el pedido. Pero la entrega fue un caos y los camiones con alimentos fueron saqueados. El SLA pidió repetir la operación, pero redobló la apuesta: la segunda entrega de comida debía hacerse por un valor de cuatro millones de dólares. Allí fue cuando las negociaciones se estancaron. Patty jamás fue liberada. Su familia temía seriamente por su estado en cautiverio y por su efectiva devolución con vida.
De secuestrada a guerrillera
El SLA hacía llegar sus peticiones a los Hearst a través de cintas grabadas que dejaban en distintos puntos de la ciudad. Patty participaba en algunas grabaciones. Pero el caso dio un giro inesperado el 3 de abril de 1974 cuando, a través de una nueva cinta, la heredera anunció que se había unido al grupo guerrillero.
En el mismo comunicado contó que había adoptado el nombre de Tania, que eligió en honor a Tamara Bunke, la activista revolucionaria argentina que combatió junto al Che Guevara en Bolivia.
El cierre de su grabación fue épica: en un español mal pronunciado, repitió “Patria o muerte. Venceremos”, el lema acuñado por Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba. Antes, también se encargó de llamar “cerdo sexista” a quien fuera su prometido, Steven Weed, con quien nunca volvería a hablar.
La cinta, esta vez, estaba acompañada de una imagen reveladora: Patty Hearst con ropa de combate, una metralleta en sus manos y la bandera del SLA (roja, con una cobra de siete cabezas ) detrás.
Diez días después, el SLA atacó el Banco Hibernia en San Francisco. Las cámaras de seguridad captaron a Patty Hearst como un miembro más del SLA, robando el banco de un amigo de su padre. Esas imágenes recorrieron al mundo. El robo dejó un saldo de dos empleados heridos y la sustracción de 20.000 dólares.
Sin amedrentarse, a mediados de mayo, volvió a participar de otra “operación revolucionaria”. A los tiros, Patty ayudó a escapar a dos compañeros que estaban a punto de ser apresados luego de asaltar una tienda en Los Ángeles.
La heredera del imperio Hearst ya era buscada como víctima de un secuestro, sino como una las criminales más peligrosas de los Estados Unidos.
El FBI dio con el escondite del SLA en Los Ángeles. El enfrentamiento entre policías y guerrilleros fue transmitido en vivo por televisión. Pasó a la historia como el mayor tiroteo interno en la historia de los Estados Unidos. Seis miembros del grupo revolucionario perdieron la vida. Patty no estaba entre ellos, pero sí Cujo, su amante. y a quien ella definiría luego como “el hombre más gentil y hermoso que he conocido”.
El grupo revolucionario quedó desactivado. La heredera guerrillera “Tania” finalmente fue arrestada en San Francisco el 18 de septiembre de 1975, 18 meses después de su secuestro. Tenía 21 años.
Síndrome de Estocolmo
Dos de los secuestradores supervientes, Bill y Emily Harris, explicaron que, a la hora de elegir al target, la banda creyó que Patty Hearst sería “un blanco fácil, una fuente rápida para lograr un rescate de 4 millones de dólares que lograrían impulsar la revolución”.
“Patty Hearst era ideal: una heredera y un símbolo perfecto del control de los medios y la clase dominante. ¿Qué millonario no querría rescatar rápidamente a su hija de manos de una banda de revolucionarios en vísperas de su boda?”, dijeron.
Apresada junto a sus compañeros, la heredera enfrentó lo que los medios llamaron “El Juicio del Siglo”. Los Hearst se encargaron de apoyar a Patty. Le pusieron como abogado a Lee Bailey, una eminencia del Derecho Penal, quien alegó que la joven estudiante había sufrido un auténtico lavado de cerebro. Dijo que durante su cautiverio había sufrido una serie de abusos y tormentos psicológicos. Habló también de Síndrome de Estocolmo, la relación de empatía entre víctima y sus victimarios. Y concluyó que su cliente había participado en los robos del SLA “para poder sobrevivir”.
Su alegato no convenció al jurado, que condenó a Patty Hearst a 35 años de prisión. El tribunal se apoyó en estudios de prestigiosos psicólogos que aseguraron que ella era plenamente “libre y consciente” cuando decidió participar en las acciones guerrilleras.
La pena luego fue reducida a siete años. Sin embargo, la heredera fue liberada el 1° de febrero de 1979, antes de cumplir dos años en la cárcel, por obra del presidente Jimmy Carter, quien conmutó su sentencia.
Tras una fuerte campaña de lobby de los Hearst, en 2001 el presidente Bill Clinton en unos de sus últimos actor oficiales le concedió el indulto total. Dijeron que mucho tuvieron que ver los aportes de Patty Hearst a obras benéficas.
Ya libre, Patty Hearst, se enamoró de uno de sus guardaespaldas, el expolicía Bernard Lee Shaw. Se casaron en abril de 1979 y se instalaron en Connecticut. Tuvieron dos hijos: Gillian y Lydia Marie Hearst-Shaw, modelo y actual pareja del actor Benedict Cumberbatch.
En 1981, cansada de que otros dieran su versión de los hechos, Patricia publicó la biografía Every Secret Thing, donde reveló detalles de sus tiempos como guerrillera. Pero no logró el efecto buscado, que era empatizar con el público. Por el contrario, como muchos de esos actos no habían prescrito, generó que algunas causas se reabrieran.
A principios de los 90 se concentró en su carrera como actriz y rodó media docena de películas de baja circulación, casi siempre bajo las órdenes del director John Waters. También hizo algunas apariciones en televisión, en series que no tuvieron mayor relevancia.
Su padre, Randolph Apperson Hearst -cuarto hijo de William Randolph Hearst- murió en el 2000. Según la revista Forbes, dejó una herencia de 1800 millones de dólares para repartir entre sus seis hijos, de tres matrimonios diferentes.
De revolucionaria a “dama de caridad”
El 20 de febrero último, Patty Hearst cumplió 70 años. Es abuela, vive en Nueva York y se mantiene lejos de los eventos sociales. Dedica parte de su fortuna a la filantropía: trabaja con distintas asociaciones benéficas y dirige su propia fundación, que ayuda a niños con SIDA. Su pasión reconocida son los perros. Tiene criaderos de las razas shih tzu y bulldog francés, con los que participa en las más prestigiosas exposiciones.
Solo hace oír su voz, de alguna manera, cuando detecta que desde algún medio de comunicación intentan frivolizar o romantizar su etapa como guerrillera. “Me violaron mental, física y emocionalmente y me robaron la reputación”, insiste aún hoy.
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