
Cumple 55 años. Curiosidades e historia de uno de los edificios de la modernidad porteña que visitó Ray Bradbury y aterrizó en Palermo: el planetario
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Referente de la modernidad porteña, el Planetario Galileo Galilei cumple 55 años desde su aterrizaje en la ciudad, cuando la función inaugural se proyectó un 13 de junio de 1967. Para celebrar el aniversario el gobierno porteño renovó las 350 luminarias leds de su cúpula emblemática, un hito urbano que atesora los secretos del universo. El trabajo se realizó manualmente y demandó 20 días. Las jornadas implicaron cierto riesgo ya que los operarios del equipo de alumbrado público del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana se colgaron de arneses para cambiar las lamparitas una por una.

La cúpula del Planetario tiene 20 metros de diámetro y está recubierta por 960 paneles prefabricados con hormigón. Un mix entre el trabajo manual y la telegestión permitió controlar cada una de las luminarias en forma remota y en tiempo real desde un centro de monitoreo, donde un sistema detecta fallas, las reporta y genera una orden de reparación de forma automática. También, envía frases para campañas de concientización y diseña la paleta de colores para fechas específicas.
Vidrio y hormigón sin ángulos rectos
Enrique Jan, arquitecto y empleado municipal, fue el artífice del edificio de vidrio y hormigón. Sin medianeras ni ángulos rectos, el conjunto posado en los bosques de Palermo atesora mitos y otras rarezas: una cápsula del tiempo que se abrirá en 2210, un meteorito metálico encontrado en Chaco en 1965, una roca lunar traída a la Tierra por la misión Apolo XI, relojes solares, estampillas, billetes de lotería y además, la foto de Ray Bradbury cuando lo visitó hace 25 años. Hoy, la recorrida por el Planetario sumó un guía especial: el robot Galibot le da la bienvenida a los visitantes y cuenta detalles y datos astronómicos curiosos. Entre ellos, el antiguo Planetario Zeiss, el instrumento de observación que durante 44 años protagonizó el corazón de la sala de espectáculos, mostrando 8900 estrellas y proyectando la Luna, el Sol y las constelaciones, hasta su reemplazo por uno digital en 2005.


Triángulos, rombos, hexágonos, círculos y semicírculos fueron las figuras elegidas por Enrique Jan, empleado de la Dirección General de Arquitectura y Urbanismo, arquitecto, artista plástico e hijo de uno de los fundadores de las Academias Pitman. Según el libro Extraordinario Planetario, esta obsesión geométrica convierte al edificio en un objeto que se destaca en el paisaje porteño, una pieza clave del entramado que contribuye al perfil moderno y cultural de Buenos Aires.

Las autoras, diseñadoras gráficas Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky, al frente del estudio ZkySky, resignificaron la impronta del contenedor de estrellas y reflejaron el propósito de su proyección: “Lo concibió como la intersección de dos pirámides invertidas, apoyadas en el piso una sobre la otra: una apuntando hacia el cielo, y la otra bajando en sentido contrario. Hacia arriba, la cúpula redonda con su anillo y el piso colgante del museo y hacia abajo, las oficinas y la sala de máquinas”, revela la investigación. Jan tenía apenas 40 años y ningún antecedente de obras de esta magnitud. Proyectó al edificio como la “síntesis del ser humano”, un ideograma arquitectónico de 200 toneladas de hormigón que transmite un concepto.
En “Claves para entender el Planetario” –publicado después de su muerte—el autor explicaba la simbología del edificio de 5 pisos, 6 escaleras y una sala circular de 20 metros de diámetro. La escalera central que une los distintos niveles representa las vértebras que conectan el sacro y la bóveda craneal, “el canal por donde asciende el conocimiento”. El eje que forma une “lo más profundo con lo más elevado”. Para Jan, el puente por el que se ingresa al Planetario es la “llave entre el afuera y el adentro, la transición entre un paisaje terrenal (un plano de dos dimensiones) y una nave tridimensional en la que se producen y transmiten los conocimientos”, según consignó en el informe. Allí también queda clara la elección de la figura del triángulo equilátero: “Es la primera figura geométrica elemental capaz de encerrar un contenido en dos dimensiones; dos líneas no bastan para contener, tan sólo delimitan, una tercera línea define la frontera entre adentro y afuera”, explica en la publicación “Recuerdos y anécdotas de una época” (Planetario, 1997).
¿Por qué aterrizó en Palermo?
Según consigna la publicación El Planetario de Buenos Aires, de la investigadora Marta García Falcó (Ediciones CPAU), en noviembre de 1958 se había designado una comisión, integrada por representantes de distintas asociaciones científicas para estudiar la adquisición y ubicación de un planetario en la ciudad. “Por su importancia, el proyecto de su construcción fue incorporado en 1959 en el plan de obras a realizarse en Buenos Aires para la celebración del 150º aniversario de la Revolución de Mayo”, consigna la autora que agrega que esa comisión recomendó el emplazamiento de la obra en la Plaza Seeber, frente al ex Jardín Zoológico (hoy Ecoparque BA), sobre la Av. Del Libertador. Pero cuando en 1961 se iniciaron los trabajos de excavación encontraron una cañería de Obras Sanitarias en el lugar. “Según la crónica oficial que difiere de los comentarios periodísticos de la época este fue el motivo que obligó a cambiar el emplazamiento hacia el actual. De acuerdo a publicaciones en distintos medios, la presión de la embajada de los EEUU, que estaba por comenzar el edificio de su Cancillería frente a la plaza Seeber, obligó al cambio de emplazamiento”, detalla el informe.

Así fue que el Planetario posó sus tres patas en Palermo, en el mismo lugar donde se jugó el primer partido de fútbol en la Argentina, disputado el 20 de junio de 1867. Casi un siglo después, la idea de hacer un planetario municipal, iniciativa del Concejal socialista José Luis Pena y del Secretario de Cultura Aldo Cocca, asumía un equilibrio espacial a partir de la cúpula, el anillo , el piso colgante y los dos subsuelos, dedicados exclusivamente a la divulgación científica.
Quien tomó el desafío del cálculo estructural fue el ingeniero Carlos Laucher, especialista en el área que en 1934 había realizado estudios para el edificio Kavanagh, la torre que en su momento fue la más alta de Latinoamérica.
Un edificio audaz e ingenioso
Mística y esotérica, su estructura original convierte al Planetario en un artefacto único en la ciudad. Rodeado de un pulmón verde singular de cinco hectáreas, es un paseo obligado para turistas y familias; y protagonista de selfies diurnas y nocturnas. Quienes lo indaguen por dentro descubrirán una agenda amplia de actividades, entre clases de divulgación, espacios tecnológicos y lúdicos para descifrar las claves astronómicas.
“El Planetario es la embajada del espacio en el planeta Tierra y atiende en la Ciudad de Buenos Aires. Es un edificio-ideograma que no pasa inadvertido. Sorprende siempre, intriga de lejos y fascina de cerca”, apuntan Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky, las diseñadoras que plasmaron su fascinación en un libro homenaje.
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