Una pareja creó el emprendimiento hace cuatro años, y ya a nadie, en el Barrio Güemes, sorprenden las largas filas.
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CORDOBA.- La disputa por cuál es la ciudad de los alfajores más tradicionales en la Argentina está abierta, aunque Córdoba siempre está en el podio. En medio de la cantidad de propuestas que existen, hay una que picó en punta hace unos años y cada vez suma más fanáticos. Culpa de los dos es la meca del chocolate, el dulce de leche y las golosinas adentro de los alfajores.
En su local del barrio Guemes -una suerte de Palermo Soho cordobés-, suele haber filas de compradores y son varios los días en que se quedan directamente sin productos. Los “culpables” del fenómeno son la pareja Agustina Alegre, de 35 años, y Ezequiel Beltramino, de 31. Empezaron hace poco más de cuatro años, cuando Santos estaba en la panza de su mamá y se expandieron cuando Diógenes, de un año y medio venía en camino.
Entrar al local es una revolución para la vista y, para los golosos, a los segundos comienzan a sentir cómo se les hace “agua la boca”. Alfajores de chocolate blanco y negro, con Oreo, con Kinder, con merengue, con Ferrero Rocher, con Bon Bon, de masa de almendras, de masa de nuez. Conos de dulce de leche; cucuruchos rellenos de dulce de leche y golosinas. Y, la incorporación más reciente, una pavlova individual.
Un amor a primera vista y los siempre culposos
El nombre del negocio tiene raíz en el emprendimiento que hace muchos años tenía Alegre también en Guemes, la venta de ropa vintage en Culpa de tu madre. La mamá fue cambiada por su “amor” y así quedaron los dos.
“Nos iba bien, pero hacía falta más -cuenta Alegre a LA NACION-. Es cierto que hay que poner amor y buena onda, pero hace falta más. Hay que profesionalizarse. Ahora yo me dedico a las ventas, al marketing y Ezequiel, que es chef y pastelero a la cocina”. Eso sí, ella que se define como “súper golosa” es la creadora de muchos de los productos.
Beltramino trabajaba en la cocina de un bar en la galería donde ella tenía el negocio, así se conocieron. Fue “amor a primera vista”, asevera Alegre. “Lo vi y supe que iba a ser el padre de mis bebés -añade-. No nos tenían mucha fe; los dos teníamos fama de no concretar. Somos el agua y el aceite, somos los opuestos - complementos”. El noviazgo fue de un año; hace casi seis que están juntos.
Cuando quedó embarazada buscaron una manera de tener “una entrada extra” y empezaron a hacer alfajores de maicena, de chocolate negro y conitos de dulce de leche en su departamento.
“El es pastelero profesional pero incapaz de vender un alfajor y yo soy incapaz de hacer un huevo frito -ríe Alegre-. La explosión se dio por tirar los dos para el mismo lado. Le propuse ‘hagamos algo juntos, algo propio’”. Empezaron a vender por Instagram, siempre por encargo. Empezaron entregando cuatro o cinco cajas por semana hasta que en un momento empezó a haber fila de gente en la puerta del edificio.
Alegre recuerda que la administradora le planteó que “debían hacer algo” por la cantidad de personas que se juntaban a buscar alfajores: “Vendíamos un montón pero no nos alcanzaba para dejar el departamento hasta que tuvimos un encargo muy importante y eso nos dio un resto. Todo siempre fue de boca en boca y por las redes”.
Aunque venían buscando local, no encontraban pero un día la casualidad hizo que se encontrara con el dueño de uno que recién se había desocupado en Guemes: “Era imperioso tener un espacio porque los clientes ya no querían pactar entregas. Decíamos ‘valemos la espera’ pero muchos nos respondían ‘yo quiero comer ahora’. Era un tiempo loco, hasta nos ‘coimeaban’ para esperar menos”.
“Si el dulce de leche no fuese mío me moriría de celos, quisiera hacer algo así”
Alegre se caratula como la “amante número 1 del dulce de leche” y sostiene que no encontraba algo “tan rico como lo que hacemos; si no fuese mío me moriría de celos, quisiera hacer algo así”.
Los alfajores no quiebran el concepto tradicional. “No revolucionamos ni inventamos nada. Solo nos hicimos conocidos por ponerle más dulce de leche, más chocolate”. Los “culpables” armaron una comunidad en las redes a punto tal que hace unos días anunciaron que no tenían luz y los clientes empezaron a llegar igual, a esperar que pudieran producir.
“Ahora somos 12 trabajando, es otra responsabilidad -agrega-. A los seis meses cubrimos la inversión, estamos muy agradecidos, la gente nos es muy fiel y también nosotros lo somos, somos honestos”.
La pareja todavía tiene la idea de casarse “formalmente” y de tener el auto que todavía no tienen, pero los ahorros que estaban reuniendo para esos objetivos terminaron en el local y en los proveedores. “Ya nos casaremos”, apunta.
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