De un auto-avión a una máscara terrorífica: cuatro inventos “geniales” que terminaron en fracaso
La creatividad humana genera invenciones que sirven para mejorar la vida de las personas, pero a veces las mejores ideas pueden terminar en grandes fiascos
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El 21 de abril se celebra el Día Mundial de la Innovación y la Creatividad: dos atributos que posee el ser humano y que, bien utilizados, pueden ayudar a lograr que las civilizaciones progresen y el mundo avance. La conmemoración fue establecida por la ONU para fomentar las ideas originales y el pensamiento diferente. A lo largo de la historia, innovación y creatividad se dieron la mano para generar grandes inventos que, entre otras cosas, lograron mejorar la vida de la gente.
Pero también, en el camino de crear e innovar, y aún con las mejores intenciones, ha habido grandes fracasos. En esa lista podemos anotar muchos inventos fallidos, pero aquí se dará cuenta de cuatro de ellos, los cuales exponen lo que sería el “lado B” de la inventiva humana.
Un auto-avión que apenas logró despegar y produjo una tragedia; una máscara eléctrica para rejuvenecer el rostro que provocaba algo de pavor; una bicicleta ecológica que se desarmaba al andar; y un smartphone solamente dedicado a Twitter son algunos de estos casos en los que la historia carece de un final feliz.
El coche volador que apenas despegó
Hasta el momento -a excepción de algunos prototipos de prueba-, la imagen de un auto que puede despegar de la tierra y navegar por los aires solamente se ve en películas o relatos de ciencia ficción. Pero, en el año 1971, dos ingenieros aeronáuticos estadounidenses, Harry Smolinsky y Harold Blake, fundaron la empresa Advanced Vehicle Engineers (AVE) con el objetivo de crear un vehículo con alas capaz de remontar vuelo.
Para cumplir los objetivos, los ingenieros decidieron hacer un vehículo híbrido entre un auto Ford Pinto y un avioneta Cessna Skymaster. De este modo, construyeron el innovador auto-avión que fue bautizado como Ave Mizar o, también, como el Ford Pinto volador.
Los ingenieros eliminaron la cabina de la Skyamaster, colocaron las alas sobre el techo del Ford y el motor, en la parte trasera del coche, arriba del baúl. En el interior, además, tenía un doble instrumental, diseñado para el viaje por tierra y por aire.
Se suponía que el Ave Mizar podía volar a una altura de 150 metros y alcanzar una velocidad crucero de 210 kilómetros por hora, según consigna la página Ford Performance.
Además, en el armado del avión, la AVE había gastado una suma de dos millones de dólares y la idea era vender cada modelo a unos 15.000 dólares.
Pero eso nunca ocurrió. En 1973, el piloto Charles Janisse comandó la nave por primera vez. Despegó, pero -a poco de remontar el vuelo- tuvo que retornar a la pista por un desperfecto en el ala derecha, que amenazaba con desprenderse del Ford Pinto. Finalmente, el 11 de septiembre de 1973, en el condado californiano de Ventura, y ante la ausencia de Janisse, Smolinsky y Blake decidieron pilotear ellos su propio invento, convencidos de que el AVE Mizar estaba listo para surcar los cielos.
Los ingenieros despegaron, volaron alrededor de dos minutos, hasta que el ala derecha del Ford Pinto Volador se desprendió y el avión se vino a pique. La aeronave se incendió tras impactar en tierra contra un árbol, primero; y una camioneta, después. Ambos tripulantes murieron en el accidente. Las investigaciones posteriores señalaron que el vehículo era demasiado pesado para volar y que el ensamble entre las alas y el techo del auto tenía severos problemas.
Máscara facial eléctrica: ¿rejuvenece o aterra?
Este producto para la belleza del rostro salió a la luz con toda la pompa en el año 1999, a través de un infomercial que contaba con la presencia de la actriz estadounidense y estrella de Dinastía, Linda Evans.
Rejuvenique Electric Facial Mask era, tal como se desprende de su nombre, una mascarilla tonificante y rejuvenecedora para la cara, que actuaba a partir de estimulación eléctrica en 12 “zonas faciales”, según lo que informaba la publicidad.
La apariencia de la máscara -de un color espectral, con agujeros para los ojos- podría parecer un tanto tétrico, y recordaba la usada por el personaje de El fantasma de la ópera. Pero, además, tenía en el lado interno unos 26 electrodos chapados en oro que eran los encargados de emitir las descargas eléctricas sobre el cutis de la portadora del producto.
El creador de esta pieza para la belleza facial, el Doctor George Springer, aseguraba en el infomercial que los pulsos eléctricos sobre la cara equivalían a “ocho sentadillas por segundo”. De esta manera, el producto debía usarse durante 15 minutos, al menos cuatro veces por semana, para obtener “un rostro más tonificado y de aspecto juvenil”.
La propia Linda Evans decía que, si bien al principio era escéptica acerca de la máscara, había notado que se trataba de “una inversión” que producía “resultados sorprendentes” en el rostro o piel. Más allá de esta auspiciosa publicidad, que hoy forma parte de los anales de los recuerdos bizarros de la tele, el producto nunca fue aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), según informa el sitio inglés dedicado a la publicidad The Drum.
Quizás fuera por su aspecto terrorífico o porque las estimulaciones eléctricas no resultaban placenteras -en las críticas, algunas mujeres señalaban que “se siente como si mil hormigas me picaran en la cara”-, lo cierto es que la Rejuvenique Mask no prosperó. Como muestra de ello, vale decir que hoy este producto inventado por Springer se exhibe en el Museo del Fracaso, un establecimiento situado en la ciudad de Helsingborg, en Suecia, donde se muestran algunos de los inventos que, lejos de logar el éxito que se esperaba de ellos, resultaron un fiasco estrepitoso.
A pesar de este fallido intento, hoy en día es posible adquirir una máscara similar para el rostro a través de Amazon. Pero en este caso, la particular pieza no actúa ya con electrodos, sino con luces led.
Bicicleta Itera: innovadora pero inestable
Esta bicicleta, diseñada por ingenieros que trabajaban en la compañía Volvo, se presentó en el año 1981 y salió al mercado en 1982, en Suecia. Su costado innovador era que estaba realizada toda de plástico: algo que cambiaba el paradigma de este vehículo, hasta entonces hecho de metal. Además, otra ventaja era que el plástico no se oxida.
El diseño de esta bicicleta Itera también era innovador respecto de los modelos existentes, y todo daba la sensación de que podría tratarse de un producto que revolucionaría el mundo de los ciclistas. Pero nada de esto pasó. El plástico hizo que la bicicleta fuera demasiado liviana y que su andar se volviera inestable. Además, las piezas se rompían con llamativa facilidad y, con mucho calor en el ambiente, el plástico hasta se podía derretir.
Más allá de las promesas alrededor de este producto, terminó dentro de la historia de los fiascos comerciales y se ganó un lugar en el Museo del Fracaso.
En 1985, tan solo tres años después de su lanzamiento, la producción de la bicicleta Itera se detuvo para siempre.
Twitter Peek
La compañía neoyorkina Peek quiso fabricar un dispositivo portátil en el que se pudiera utilizar exclusivamente Twitter. Sí, era un producto similar a un smartphone, con acceso a internet, pero en el que uno solo podía ingresar a la red social que en estos tiempos intenta comprar Elon Musk.
Si bien la compañía apostó fuerte a ese particular dispositivo, el Twitter Peek fue lanzado en 2009, cuando los teléfonos inteligentes ya tenían funciones bastante avanzadas. En poco tiempo, el invento que solo daba acceso a Twitter terminó siendo poco práctico y obsoleto: poca gente estaba dispuesta a pagar 200 dólares por un producto que ofrecía algo a lo que podía accederse desde otros dispositivos más completos.
Además, el Twitter Peek contaba con otra desventaja. Si algún tuit tenía un enlace a sitios externos o con imágenes, no se podía acceder a ellos ni visualizarlos. Tampoco contaba con una cámara de fotos, por lo que no se podía subir imágenes tomadas por el propio usuario de este producto. Un verdadero incordio.
Los fracasos de estos inventos pueden haber sido grandes, catastróficos y hasta trágicos, pero todo innovador sabe que este tipo de fallas son una parte fundamental en el proceso creativo. Sin intentar, no se llega a nada y todo error constituye un aprendizaje que seguramente será aplicado en una nueva idea innovadora. De modo que, en conclusión, ninguno de los productos que se reseñaron aquí han sido realizados en vano. Seguramente, han dejado una lección de cómo hacer -y cómo no hacer- las cosas y, mal que mal, han quedado en la historia de los inventos humanos.
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