Diario de una cuarentena ilustre del siglo XIX: la de Máximo Terrero, el marido de Manuelita Rosas, cuando en 1877, por temor a la fiebre amarilla, tuvo que recluirse 15 días frente al puerto de Buenos Aires.
"La facilidad y la rapidez de las comunicaciones han hecho que las distancias entre los pueblos desaparezcan y que todos se encuentren cerca". La aseveración es anterior al Whatsapp y las telecomunicaciones. No se refiere a la inmediatez de las redes sociales, puesto que fue postulada por Manuel Bilbao, en Tradiciones y Recuerdos de Buenos Aires, publicado en 1934.
En su artículo "Las cuarentenas" Bilbao se lamenta de que los adelantos de la modernidad facilitan la propagación de las pestes. "Antes –evoca–, cuando la navegación era lenta, esta misma venía sirviendo de observación sanitaria del buque, el que si tenía novedad a bordo se le ponía por cierto número de días en cuarentena, al cabo de los cuales se le ponían en libre plática".
Buenos Aires padeció un brote de fiebre amarilla muy fuerte en 1871, que acabó con el 8% de la población. Se cobró unas 14.000 vidas, con picos, en sus momentos más graves, de hasta 250 personas por día.
La prevención era vital, y la cuarentena fue, durante mucho tiempo, una medida imprescindible y muy usual ante el ingreso de nuevas embarcaciones. Máximo Terrero, yerno del general Rosas tuvo que hacerla cuando viajó desde Southampton, en 1877, para recobrar las propiedades de su esposa Manuelita y de su suegro, confiscadas tras la derrota en la Batalla de Caseros.
Se embarcó el 24 de febrero en el vapor Minho de la Royal Mail Company. Era la primera vez que volvía a la Argentina desde que tuvo que exiliarse en 1852, y a poco de haber salido, el 14 de marzo de 1877, su suegro, el ex gobernador Juan Manuel de Rosas, falleció en Southampton.
El siguiente es un extracto del diario de Terrero, publicado por Bilbao en su crónica.
14 de Marzo. Hoy de madrugada pasó el Monde en su regreso para England. Parece indudable que pasaremos cuarentena en el Río de la Plata –desagradable fin de viaje.
18 de marzo. El tiempo hermoso y ya enfrentamos a Río, voy a ver la entrada que es espléndida. (…) 12.55 de tarde. Llega la noticia del fallecimiento del general Rozas, comunicada por telegrama de Buenos Aires, que llegó a ésta. Tenga el Señor piedad con su hija y con nosotros todos.
24 de marzo. Hoy llegamos a Montevideo a las seis de la mañana, 3 días y 18 horas de Río de Janeiro. Quedaremos en cuarentena. Saldremos para Buenos Aires, donde completaremos los quince días desde el 20 que salimos de Río de Janeiro.
Marzo 25. Día para mí memorable. 25 años después de salir de Buenos Aires, llego hoy de vuelta y es un día de recuerdos para Manuelita y para mí. Día de la encarnación. Entrando en cuarentena solo pude ver de un buque a otro a mis hermanos Federico, Antonio, Joaquín, a mi hermano político Pedro Gill, acompañados por el niño hijo de Antonio –Juan Antonio–. Esta visita se me figura un sueño y es dolorosa la separación que aún me espera algunos días.
Marzo 26. Día segundo de cuarentena y sexto desde Río de Janeiro. Esta cuarentena tiene origen por temor de fiebre amarilla en la dicha ciudad de Río de Janeiro, donde, sin embargo, salvo casos aislados, no existe tal epidemia.
Marzo 30. Día de gran recuerdo. El 30 de marzo de 1793 nació mi padre político don Juan Manuel de Rozas y lo llamo mi padre con el mismo cariño con que el mío natural y su amigo infalible, don Juan Nepomuceno Terrero, quien nació el 16 de mayo de 1791. Hoy he escrito para Manuelita y continúo a bordo del Minho, haciendo cuarentena frente a Buenos Aires, siendo el décimo día de los 15 impuestos desde Río de Janeiro por temor de infección de fiebre amarilla. Nos faltan, pues, cinco días para terminarla.
Continúo a bordo del Minho, haciendo cuarentena frente a Buenos Aires, siendo el décimo día de los 15 impuestos por temor de infección de fiebre amarilla. Nos faltan, pues, cinco días para terminarla
Marzo 31. Salimos del Minho como a la una y media de la tarde embarcados en una embarcación pequeña y remolcada por un vaporcito de la Capitanía del Puerto. (…)
Abril 1. Domingo, Pascua de Resurrección (…). Por descuido llevé un buen porrazo, alimento abundante y no mal cocinado, aunque extraño para los acostumbrados a cosas tan diferentes, pero, en otro caso, lo menos malo, es dar gracias a Dios. Se prepara noche lluviosa y ventosa, pero sin riesgo para el buque amarrado a la costa. Escribo con lápiz a falta de tinta en mi pequeño tintero.
Abril 2. Hoy lunes amanece muy lluvioso. Ha diluviado y la cámara se llueve como afuera. El techo con vidrios quebrados y las tapas inferiores –veremos cómo pasa este segundo día en el pontón, donde nos falta aún para salir dos días y medio, que se cumple el día 4.
Abril 3. El tiempo se serena en la tarde (..). A las doce del día de hoy, 14 días de Río de Janeiro y mañana término de la cuarentena.
La cuarentena que Terrero cumplió frente a las costas de Buenos Aires en 1877 fue preventiva, por temor a la fiebre amarilla en Río de Janeiro, donde, sin embargo, sólo había casos aislados.
Abril 4. Salimos de cuarentena y dejamos el pontón como a las once del día, llegando al Tigre, donde encontré a dos hermanos, pues Joaquín sólo fue hasta las Tres Bocas acompañado de José María Terrero. Visité allí al coronel Seguí, comandante del puerto, y luego vinimos por tren bajando de la estación Recoleta Federico, Juan Manuel, Rodrigo y yo, de donde nos dirigimos al Cementerio del Norte, para visitar el sepulcro de nuestros padres. Cumplido ese primer deber al pisar el suelo de la patria, me dirigí a casa de Joaquín, donde me alojan y allí encontré a las hermanas Juanita y Nicolasa, Mercedes Fuentes y Juan Manuel Rozas, Camaña, Alvaro Alzogaray y varios más. Comida con los hermanos y a la prima noche vinieron María Gertrudis y Carolina. Día de recuerdos y emociones.
Sigue Bilbao: "Esto es lo que se refiere a la agradable y amena forma en que se hacían las cuarentenas en esos tiempos. (…) Posteriormente se estableció un lazareto en Martín García, donde se cumplían las cuarentenas. Actualmente estas se realizan con toda clase de comodidades, ya sea a bordo de los mismos buques, o de transportes de la armada".
Agradecimientos: a Carlos G. Vertanessian, autor del libro El retrato imposible sobre la iconografía de Juan Manuel de Rosas, y Museo Histórico Cornelio Saavedra que custodia la colección de retratos que Antonino Reyes, edecán de Rosas, intercambió con su hija y amiga, Manuelita.