Valeria Knust recibe cientos de pedidos y es muy popular en Instagram. La artista recrea a la perfección el aspecto de bebés recién nacidos y despierta el amor y el odio de los usuarios. La creación de figuras que de tan cercanas a la vida, llegan al valle inquietante
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Ponerle un pañal en la cabeza a un bebé y ajustárselo al cuello es una tarea solitaria. Cuando Valeria Knust lo hace en la cafetería en la que trabaja para luego entregarlo, su compañera se va a la otra punta del local porque “le da impresión” y no quiere ver la escena. Después lo envuelve en una mantita y un aislante para que no se arruine. Y no, no llora. Porque a pesar de sus rasgos demasiado humanos, en realidad el bebé es un muñeco.
Antes del empaque, ambas lo sostuvieron como si no importara que fuera un objeto. Lo arroparon, lo hamacaron y lo miraron con ternura. Su piel tiene un aspecto tan terso que es un poco rosa y se traslucen las pequeñas venitas y texturas de un recién nacido. Entre los pliegues de su rostro hay algunos signos brillantes del proceso constante de un cuerpo vital, como el de la saliva apenas saliendo de la boca o las lágrimas de un llanto reciente. Parece un nene dormido. Y quien lo toma en brazos tiene el instinto inmediato de agarrarlo con cuidado, sostenerle la cabeza y hablar en un tono más bajo. Así son los reborn, figuras hiperrealistas de niños que apenas han llegado al mundo. Y Valeria, la artista que los hace, perfecciona su técnica hasta la obsesión.
Pero la recreación de una humanidad artificial no es gratuita. Las redes sociales que usa para promocionar su trabajo son el blanco de cientos de comentarios cargados de rechazo y hasta odio. Por un lado, están sus compradores y fans: personas que halagan su trabajo, que la consideran una artista admirable y la defienden de los ataques. Y por otro lado están quienes la critican con comentarios que cuestionan tanto sus posteos como la existencia misma de su producción. La acusan de macabra y morbosa con malicia. Pero no siempre la expresión es violenta, si consideramos violencia a todo aquello que solo busca herir. También están quienes no depositan esta incomodidad en ella, sino que manifiestan una sensación que los invade: los encuentran escabrosos y espeluznantes.
La fábrica de bebés
El emprendimiento extra de Valeria nació en 2021, cuando Mía y Sol -sus hijas- le insistieron con que querían unos “bebés de verdad” que habían visto en videos de YouTube. Luego de varios regalos que no las satisfacían, se dio cuenta de que se referían a los reborn: muñecos intervenidos de manera tal que, en apariencia, casi no se percibía su diferencia con uno real. Sin antecedentes del ejercicio artístico, se lanzó a fabricarlos con materiales que creó ella misma luego de contactarse con una artista española que la ayudó a dar los primeros pasos.
Su método autodidacta dio frutos. Hoy, su cuenta de Instagram -elsuenodemiaysol- cuenta con más de 88 mil seguidores y toma pedidos cada tres meses. En septiembre de 2024, cada uno cuesta alrededor de $355 mil y alardea con haberles vendido piezas a superestrellas como Leandro Paredes y Ángel Di María, quienes compraron para sus hijas. Jorgelina, la esposa de Di María, comentó en uno de los posteos que el bebé que le compró a sus hijas “ya es uno más de la familia”. También la contactó Antonela Roccuzzo, con quien no se concretó la venta y queda la incógnita de para quién buscaba comprar uno.
Los bebés reborn se fabrican en dos partes. El torso es un body -la prenda infantil- relleno de bellón y constituye la parte menos trabajosa del proceso. Y por otro lado, están la cabeza y las extremidades que tienen un molde original de escultura que se compran hechos. Suelen ser de vinilo -como los que usa Valeria- o silicona y se rellenan con marmolina. Gracias a esta diferencia de peso, caen más que el resto del cuerpo y al levantarlo da la sensación de tener a upa a un niño real, sin la suficiente fuerza o coordinación para mantenerse erguido. Pero el verdadero trabajo diferencial comienza a la hora de pintar.
En su taller que también es su casa en Banfield, Valeria le contó a LA NACION cómo es el proceso: “Cada escultura lleva entre 40 y 50 capas de pintura. Entre cada capa se lleva a cabo un horneado para que se sequen y no se mezclen. Las aplico con estas esponjas que tienen distintas formas para darles texturas. A las venas las dibujo una por una y a veces les hago alguna formita distinta a las orejas o los dedos para que sea más real”.
“Al pelo lo injerto uno por uno. Tal vez es el momento que menos disfruto, porque es un proceso largo y minucioso”, cuenta. Una vez listo, une todas las partes y lo mira con satisfacción. Luego encuentra algún detalle que no la convence y muchas veces se introduce en cambios trabajosos con tal de dejarlo a la perfección. Lo toma en brazos, pero esta vez con más cuidado. “Una vez que está armado ya no puedo tratarlo como una cosa”, confiesa.
El valle inquietante
Aunque la relación de Valeria es ambigua respecto del antes y después del armado, está claro que no convive con un conflicto sensitivo ni mucho menos moral con su obra. Al ser consultada sobre si logra entender a quienes no pueden procesarlo dice que sí, pero que lo considera mucho más simple. La idea de la morbosidad, cree, es previa a la observación de sus reborn. Sin embargo, aclara, no le gusta mucho ver a los que tienen los ojos abiertos. “Esos sí me dan un poco de impresión”, dice.
La excepción que menciona es muy interesante, ya que tiene correlación con lo que se ha estudiado hasta el momento sobre la reacción de los humanos frente a figuras antropomorfizadas. El primero en elaborar una idea alrededor de este encuentro fue Masahiro Mori, un experto en robótica de origen japonés. En 1970 planteó la teoría del “Valle inquietante”, que postula que las personas experimentan una sensación placentera de familiaridad cuando los objetos poseen rasgos humanos. Este placer aumenta a medida que se vuelven más y más cercanos a la vida, hasta que el parecido es demasiado cercano. En ese momento, el placer es sustituido por la repulsión y la inquietud. Su postulado se vincula específicamente con el avance en la creación de robots humanoides, pero fue tomado más adelante para desarrollar nuevas posibilidades de explicación de este fenómeno.
Tanta relevancia tomó este asunto que la industria cinematográfica también tuvo su punto de inflexión en el uso de imágenes creadas digitalmente (CGI, por sus siglas en inglés). En la película El expreso polar (2004) se usó la captura de movimientos con actores reales para realizar una pieza animada. Pero la recepción de tal innovación no fue del todo buena. El crítico Joe Morgenstern, de The Wall Street Journal, escribió que “las figuras cuasi humanas habitan una tierra de nadie donde el lenguaje corporal está extrañamente empobrecido y los rostros no expresan sentimientos; no es solo una epidemia de ojos muertos, sino de rasgos apagados que hacen que los niños se vean sombríos, privados de sueño o simplemente tristes”. Por su parte, la revista Rolling Stone publicó que “los ojos de los personajes tienen una mirada vidriosa que es casi espeluznante”.
Una y otra vez los ojos, una y otra vez la insistencia en que estuvieron tan cerca de lograrlo que fue imposible procesarlo. Algunos usuarios de los foros en donde se discutió este asunto a principios del siglo también mencionaron el videojuego Final Fantasy (1987)que, a pesar de su éxito, podría considerarse otro ejemplo de valle inquietante.
Uno de los estudios más citados sobre el tema pertenece a las investigadoras Christine E. Looser y Thalia Wheatley, quienes luego de varias pruebas concluyeron que “la apariencia de los ojos es categóricamente informativa en la transmisión de si algo está vivo”. Las hipótesis alrededor de los motivos de la confusión y rechazo hacia este tipo de imágenes no han llegado a un consenso. Comúnmente se vincula a un mecanismo de defensa que asocia una anomalía facial con un problema de salud física o mental. Pero también a la inquietud que puede aparecer tras la creación de una vida no natural que posee mente y decisiones propias, lo que podría significar eventualmente, un peligro.
Lo soportable, la repulsión y el dolor
No hay una respuesta final para la pregunta de por qué en algunas personas este tipo de figuras las lleva a la evocación de una sensación espeluznante e incómoda. Pero el espacio es liminal y también admite a todas aquellas a las que la extrañeza también les despierta la curiosidad. Hay una diferencia en el público de Valeria Knust -en el que también se ubica ella-, que es bien subjetiva, pero que también se enmarca dentro de un encuentro de percepciones tal vez irreconciliable.
La mayor parte de sus clientes obtienen sus reborn para regalárselos a sus hijas, como los clásicos bebotes -muchas veces le piden que se parezcan a quienes van a jugar a ser sus madres-. Incluso la contactan coleccionistas de muñecas, por su gran calidad. Pero Valeria también relató la historia de una mujer que, tras recibir la noticia de que no podría gestar, estaba conversando con su psiquiatra sobre la posibilidad de comprar uno. Durante el tiempo que había durado su búsqueda había comprado ropita que soñaba con usar aunque sea con un juguete.
Incluso relató aquella historia que llegó a sus mensajes privados y logró impresionarla: una madre había perdido a su niño muy poco después de dar a luz, pero había conservado el pelo que le cortó antes del entierro. En su pedido, y aún atravesando el duelo, solicitó que esa parte de vida que le quedaba fuera injertado en su muñeco reborn.
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