Cuando volvemos a ser chicos: desayuno, bicicleta y La novicia rebelde
Para mí, amanecer es la gloria del día, horas en las que festejo haber despertado y tener otro día limpio para hacerle el amor a la vida, la luz, los colores, las palabras, los sabores y, sobre todo, a la hermosa introspección de mi soledad y silencio.
Seguramente lo mas complejo que he hecho en mi vida es educar a mis hijos. Somos los padres quienes buscamos un consenso para marcar un camino. Cada día un interrogante nos lleva a las cornisas de la incertidumbre e indefectiblemente vamos dejando nuestras huellas en sus vidas.
En Mendoza, muchas mañanas regreso a la niñez. Es muy fácil hacerlo con mi pequeña hija Alba, que tiene un año, apenas pasado. El día comienza con un desayuno a las 6 y media, que me ocupo de preparar con prístino cuidado. El derecho a la autodeterminación de los niños comienza a mostrarse en ella, que come naranjas cortadas a vivo con arándanos: al comer una con voracidad y disparar otra por el aire a modo de festejo o enojo. A Heloisa (7) a veces le hago dos huevos pasados por agua, les corto la cascara y los pongo parados dentro de las hueveras sobre un plato, con un pedacito de manteca adentro, todo rodeado de soldaditos: que son palitos largos tostados hechos con pan. Ella los zambulle una y otra vez dentro de los huevos para comérselos. Lo que mas le gusta es agregarles sal de mar. Nosotros comemos tostadas de pan negro con palta y tomate. Así empieza el día. La llevo a Heloisa al colegio en bicicleta; a la ida el camino es todo bajada y ella va cantando o hablando con amigos imaginarios. Yo, al comando de la bicicleta, siento transitar un templo de flores, escuchando su voz llena de augurios, esperanza y optimismo. ¿Hay otra forma mejor de empezar el día?
A mi regreso paso un par de horas con Alba, a quien le encanta la música, especialmente las canciones de la novicia rebelde, película que fue estrenada en 1965 cuando yo tenía nueve años. En aquellas épocas, en Bariloche, el cine Coliseo era para nosotros un palacio de sueños y a veces de terror, estaba sobre la calle Mitre, adonde concurríamos asiduamente. Tiempo después, en la adolescencia, los títulos fueron cambiando hasta llegar a los largometrajes de Visconti, Pasolini, Lelouch, o títulos como La hija de Ryan, Historia de amor, Patton, El conformista o Tarde de Perros. Son algunas de las que recuerdo.
En nuestra niñez, La novicia rebelde fue importante, ya que con algunos de mis hermanos cantábamos en un coro y vivíamos en las montañas, quizás mas salvajemente que estos niños tiroleses regidos por disciplina y orden abrumador. Yo también de niño me sentí representado por sus canciones, que aúnan el mas puro cariño de la niñez.
Ella, al escuchar las melodías, mueve su cabeza y sus hombros a modo de celebración y pone una cara de ilusión que sobrepasa las medidas de mis sueños, contiene una pureza exacta, de tal emoción, que serena. Sus ojos evanescentes parecen cuidar de una inocencia transparente y conmovedora. Por instantes, el solo mirarla crecer, dentro de ese vano amplio de mágica lumbre, me regresa a las fuentes mas prístinas de la memoria.
Dicen que crecemos y que a poco llegamos a los años de pelos blancos, lentamente volvemos a ser chicos. Siempre recuerdo que Carl Jung, psiquiatra formado con Freud, esotérico y alquimista ya en la vejez, se iba a la costa del lago a realizar todo tipo de juegos solo. Espero yo también poder recuperar algún día esas bellas cualidades. Debemos siempre cuidar el regreso del niño que nos habita.