Mientras se encontraba internada en Terapia Intensiva a Nori le contaron lo que había ocurrido para que no bajara los brazos. Las cartas que les escribió a su familia fueron lo primero que la aferró a la vida. Cuidar a su abuela la ayudó a comenzar a ver esa luz al final del túnel.
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“Mi padre (Fernando) era un conductor muy responsable y recuerdo que cenamos temprano en un restaurante algo muy liviano. Se acostó temprano para estar fresco para manejar. Mi hermana (Laura) y yo nos quedamos despiertas con amigos que aún conservo, hasta que se hizo la hora de partir. Calculo que a las tres o cuatro de la mañana iniciamos el viaje de regreso a casa. Luego, recuerdo despertar como en un mal sueño en una ambulancia y ver mis brazos tratando de tocar el techo y la cara del enfermero a mi lado. Más adelante desperté en un lugar blanco donde un viejito con barba me preguntaba mi nombre y yo le pedía agua, mientras me llevaron a varios hospitales hasta que llegué al que me podía recibir ya que estaba en estado crítico”.
Hasta el 8 de febrero de 1991 a las 6.50hs, cuando un auto chocó al suyo de frente a la altura de Dolores volviendo de Mar del Plata con sus padres y su hermana mayor, Nora Kriegshaber tenía una vida muy feliz siendo parte de una familia que destilaba amor donde su sonrisa mágica y contagiosa siempre estaba presente. Aunque reconoce que era bastante tímida se ponía a bailar por cualquier espacio de la casa motivo por el cual sus padres le decían una y otra vez que era la alegría de la casa.
“Todos decían que nunca habían visto a una nena tan feliz”
“Nos dieron todo lo que pudieron. Primero vivíamos en Liniers en una de esas casitas mágicas de los pasajes angostos y unos años después mi padre se enamoró de una casa enorme con gran jardín, piscina, arboles, pinos, un chalet en Villa Adelina de 22 metros de frente, muchos tilos en la entrada y finalmente nos mudamos, realmente fue un sueño vivir en esa casa. Todos decían que nunca habían visto a una nena tan feliz disfrutando la primavera, la Santa Rita florecida de la glorieta donde comíamos en verano, los frutales, las flores de la magnolia, los rosales, estaba maravillada”, recuerda.
Muy poco antes del accidente Nori había tenido su hermosa fiesta de 15 con sus compañeros del colegio donde cursaba el Tercer Año de la secundaria. También estudiaba folklore, dibujo, pintura, patín artístico, iba al gimnasio y cocinaba. Su sueño era ser modelo, cantante, bailarina y actriz. Pero, confiesa, principalmente cuando le preguntaban qué quería ser de grande ella respondía: “Quiero ser feliz”.
La dieron por muerta hasta que alguien descubrió que estaba viva
Sin embargo, esa trágica mañana de febrero de 1991 cuando Nori abrió los ojos se enteró que se encontraba en el hospital de Berisso a punto de ingresar al quirófano. “Aún recuerdo cada palabra que les dije a los doctores, el sonido de los pájaros en el campo, el brillo del sol de la mañana y ese fresco de las mañanas de verano. Aún recuerdo todo, cada sensación, como si fuera hoy. Hasta el jean que tenía puesto, como me lo cortaron y que hasta me quejaba porque me lo estaban rompiendo y era mi favorito”. Luego, pasó a Terapia Intensiva donde estaba atada en la cama, con sueros, sangre y vendajes.
“Me declararon muerta hasta que alguien en la morgue de Chascomús descubrió que estaba viva. Cuando nos encontraron, imagino los bomberos, nos llevaron a todos a la morgue de Chascomús donde mi tía Rebeca tuvo que reconocer los cuerpos y fue terrible. Allí notaron mis signos vitales y empezó mi recorrido para encontrar un lugar para que me salvaran la vida. Por eso recién a las 13hs me atendieron. En las noticias dijeron que habíamos muerto todos y así se enteró mi abuela”.
Cartas que simbolizaban algo de esperanza
Nori permaneció en estado crítico y los médicos no sabían si iba a pasar esa primera noche. Tuvo politraumatismos en todo el cuerpo, cadera y pelvis fisurada en siete partes y cinco costillas fisuradas. Además, perdió el bazo.
“Cuando pude hablar pregunte qué había pasado y me dijeron que nos habían chocado en la ruta, pero que mis padres y mi hermana estaban en otros hospitales porque en ese no había camas, pero que estaban mejor que yo. Entonces, pedí si me dejaban escribirles cartas para que supieran que estaba bien y darles fuerza, para decirles que me iba a recuperar. Les escribía que pronto íbamos a estar juntos, que estuvieran tranquilos, que los extrañaba y necesitaba tanto. Eran diarias y se las entregaba a una prima de mi mamá que era una de las pocas personas que me iban a ver y yo le preguntaba todo el tiempo por ellos. Ella me decía que estaban mejor, que le gustaban, hasta que un día la escuché llorar en el pasillo luego de que le entregara las últimas cartas que les escribí y en ese momento pensé que mi papá estaba mal. Pero yo sentía que nada malo nos podía pasar, jamás imaginé que esas cartas nunca las habían leído, que las escribía a la nada, que nunca se recibieron. Escribí esas cartas para darles fuerza y sin saber me salvaron a mí”, confiesa.
“Norita, no escribas más cartas, todos murieron el día del accidente”
Luego de que la prima de su mamá saliera llorando de la habitación Nori quiso hablar con los doctores y uno de ellos le dijo lo que jamás hubiera querido escuchar. “Norita, no escribas más cartas, todos murieron el día del accidente, lo que te podemos decir es que no sufrieron, fallecieron en el acto”.
“Cuando se fue lloré, lloré y lloré hasta no poder más. No podía ni salir corriendo, solo pensaba que nunca más los iba a volver a ver o a abrazar. Todo lo que me protegía, de mi seguridad, me dejó indefensa en el mundo, en la vida. Solo me tenía a mí, destruida, y a mi abuelita en la casa, nada más, el resto de la familia que quedo fue una pesadilla aparte. Miedo, soledad, desesperación, angustia, tristeza, vacío total y la certeza de que estaba sola en el mundo”, llora.
¿De qué manera siguió adelante?
De esa manera Nori se quedó en su casa viviendo junto a su abuela materna, Victoria, quien la había cuidado desde que había nacido. De esa forma las dos comenzaron a transitar el duelo estando juntas, una al lado de la otra. Y eso les dio fuerzas a ambas para afrontar la tristeza y la desesperanza tras lo que había sucedido. Entonces, decidieron unirse, amarse y protegerse más que nunca. Y en parte eso fue lo que las salvó.
“La relación era hermosa porque era mi segunda mamá. Yo la cuidaba y era feliz de poder hacerlo, como ella lo había hecho conmigo, como lo hubieran hecho mis padres. Dentro de lo que yo podía, volvía del colegio y le cocinaba, la llevaba al médico, la trataba de hacer reír. Como le teníamos miedo a la noche, muchos años dormimos juntas en la cama de mis padres. Tratamos de seguir adelante apoyándonos una en la otra”.
“Soy una guerrera que quiere paz”
Nori cuenta que lo primero que la ayudó a sobrevivir fueron las cartas que les escribió a su familia tras el accidente y más adelante pensar en no dejar sola a su abuela. “Fui sobreviviendo de un día a la vez hasta que decidí vivir y no sobrevivir. Me hacía daño ver mal a mi abuela y me esforcé cada día por hacerla reír, por cocinarle rico, por cuidarla, eso me hacía bien a mí también. Me dio fuerzas creer en Dios, me volqué a la religión católica ya que mi abuela me había criado así. Rezaba, agradecía que para mí era una desgracia con suerte porque estaba intacta, no tenía que ver sufrir a mis padres ni ellos verme sufrir a mí. Tenía mi casa, mi abuelita y un futuro. Kriegshaber significa guerrera y eso soy, una guerrera que quiere paz. Mi cabeza funciona en positivo naturalmente, tener pensamientos positivos ayuda, calma y da fuerza”, dice. Y agrega: “Siempre elegí creer y confiar que todo iba a estar bien, aún lo hago. Me da fuerzas permitirme llorar donde sea, sentir dolor en el alma, vivirlo porque es parte de la vida”.
El arte, un motor que la ayudó a cumplir sueños
Pero fundamentalmente Nori se apoyó en ese arte que desde chiquita le fascinaba. Al año del accidente, cuenta, estudió para mannequin con Delicia Domínguez y a los 18 años ya trabajaba como modelo. “Escuchaba y escucho muchísima música y me hace bien. En el arte podía expresar mis sentimientos, canalizar, bailar, actuar, todo eso sana el alma. Por ejemplo, en la pasarela era otra, lograba visibilidad, todo lo contrario a lo invisible que me sentía en mi realidad. Me aplaudían, me atendían un ratito. Usaba vestidos hermosos y jugaba a ser otra, como en un cuento, cumplía un sueño, algo para mí, por mí. Aunque tenía miedo o me ponía mal que nadie de mi familia estuviera presente para verme, lo hacía igual. Al actuar por un ratito volvía a tener una familia, a tener un amor, a crear otra historia. Jugar de verdad. De más grande mis hijos siempre que pueden me ven y sé que mi familia está viéndome desde algún lugar, ya no estoy sola. Para mí, era un logro enorme pasar de no poder caminar a desfilar para los grandes diseñadores, un logro personal, una alegría para mí misma”.
“Es verdad que el tiempo va sanando, pero está en uno querer salir adelante”
Nori está convencida de que con el paso de los años se aprende a vivir con el dolor, dice que cada vez duele menos y que se empieza a recordar con una sonrisa. “Siempre se extraña o los necesito conmigo, pero los recuerdo de otro modo. Me pregunto cómo hubiera sido esto o aquello, qué hubiera sido de mí, imagino. Muchas veces volvía a lugares que íbamos juntos o pasaba por la casa después que me mudé. Es verdad que el tiempo va sanando, pero está en uno querer salir adelante, no vivir en el pasado, ver las cosas desde el lado bueno. No soy de quejarme, soy de agradecer y valorar. De aprender”.
“Me siento como Rocky en el round 14 que estaba destruido y seguía”
En su vida post accidente y muerte de su familia, Nori estudió para traductora de inglés, actuación, hizo diferentes cursos de estética y artísticos. Se casó, se divorció, enviudó, se enamoró y, lo más importante, tuvo dos hijos: Ian (22) y Nicole (20) que le posibilitaron armar su propia familia.
“Tengo un mundo interno, una tenacidad, una fuerza y una esperanza inagotable que hace que sea capaz de ver una lucecita hasta en los peores momentos y me agarro de eso fuerte para seguir adelante, me retroalimento de eso, recargo energía con lo mínimo bueno que me pasa, no puedo rendirme por más que quiero. Me siento como Rocky en el round 14 que estaba destruido y seguía, no se rendía, así es mi alma, para todo. Lucho hasta que considero que lo di todo, soy fuerte, renazco como el Ave Fénix, pero también soy de cristal. Sigo siendo esa nena que era feliz viendo florecer la magnolia, con detalles chiquitos y al encontrar pequeños instantes simples de felicidad diaria, encuentro la fuerza. El amor es mi fuerza, las ganas de vivir. En todos estos años jamás perdí mi sonrisa”.
Nori, que actualmente tiene 48 años, trabaja como mannequin del Staff de Roberto Piazza. También da clases de make up, hace desfiles, actúa y condujo varios programas en cable. Además, se encuentra en pleno proceso de armado de sus charlas motivacionales sobre resiliencia para poder transmitir su experiencia y transmitir que pese al dolor siempre se puede salir adelante y que nunca es tarde para cumplir un sueño.
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