Cuando el retail se opone a la desidia
Hace no mucho, en un viaje a Miami, conocí Babalú. Es un diminuto rincón, escondido, sin puertas ni ventanas, ubicado en la planta baja de un estacionamiento. Corbatas, anteojos, perfumes, libros o ceniceros, de diseñadores o firmas emergentes, se enciman allí de una manera particular, como desprolijamente pero a conciencia, gritando un solo mensaje: "Adquiérame ahora o nunca".
La sensación es algo así como que si un producto está en Babalú, seguramente no se consiga en ningún otro lado. El proceso de selección de cada artículo es, a las claras, artesanal e intuitivo. Lo que vuelve a la experiencia de compra, cuando menos, inédita. Pero cuidado, que no es algo que se replique en todas las boutiques multimarcas. Sólo en las que los anglosajones han convenido en denominar concept stores. O tiendas con un concepto. Hay dos nombres clave en el origen de los concept stores: Sarah Lerfel y Carla Sozzani.
La primera carga con la creación de Colette, en la rue Saint-Honoré, en la ciudad de París. Allí puede uno encontrar desde zapatillas deportivas hasta una edición especial de un Aston Martin. La segunda abrió hace más de 20 años: 10 Corso Como, un espacio en un antiguo garaje, en un barrio impensado de Milán, que cuenta con galería de arte, tienda, librería y restaurante. Luego vinieron The Webster, Merci, Dover Street Market y tantos más alrededor del globo.
En Buenos Aires, la tendencia no tardó en llegar. Aunque tiene aún mucho camino por andar. La semana pasada, por poner un caso, posé mis ojos en La Onion.
"Nació en el año 2014, después de hacer un buzo con la estampa de una obra mía y ver que tuvo muy buena aceptación", me explicó la artista Cynthia Cohen. "Siempre me interesó el tema de producto/obra como desprendimiento del arte contemporáneo. Al mismo tiempo, encontré este local y lo vi como una oportunidad para ampliar el concepto de los productos de artistas y llevar a cabo una idea comercial diferente", añadió.
Así, en la calle Rodríguez Peña, casi en la intersección con Guido, La Onion se hunde un piso para abajo, con una personalidad "hormonal", como su dueña lo definió. El nombre refiere a las capas de la cebolla, como un guiño a la variedad de rubros que ahí se entremezclan: producciones de diseñadores, autores, chefs, músicos, artesanos y artistas argentinos de todo tipo. "Lleva en su seno mi edición, algo caprichosa. Y también la de las arquitectas Belén García Pinto y Magdalena Bengolea", siguió Cohen. ¿Es acaso un formato escalable? Ante mi pregunta, Cohen no dudó: "Requiere de mucha más creatividad y trabajo que cualquier negocio tradicional. A veces eso no es tan rentable. La Onion es una obra viva. Hace diez días, por ejemplo, pusimos una mesa en la vereda en la que 10 autores firmaban sus libros, y en el subsuelo se leían poesías. Para San Valentín, la protagonista será la artista Zoe Di Rienzo, quien instalará "Cartas de Desamor", una serie de obras en formato de cartas, que estarán a la venta. Editamos el espacio quincenalmente". A veces, como ven, el retail se opone a la desidia.
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