Cuando Christian Dior fulminó la posguerra
El 12 de febrero de 1947, un descarado diseñador de 42 años alborotó el plácido ambiente parisino con su primera colección, Corolle,que fue rebautizada New Look por la prensa. De cómo un creador de estilos hizo sonreír a las mujeres en una ciudad que "se congelaba por la falta de carbón"
Esta mañana la radio ha anunciado que la ración diaria de pan se reduce de 350 gramos a 200. Más de 250.000 personas están en huelga y el termómetro se niega a subir de los 6 grados. Pero, aunque la ciudad no lo sabe, algo está a punto de cambiar. Ni siquiera los que van a presenciar la revelación lo sospechan. Mujeres de ostentosos abrigos de piel que no se indignan por la escasez que la II Guerra Mundial ha dejado en las calles, sino porque un diseñador de moda, que las ha citado para las 10 de la mañana, las hace esperar y las obliga a apretujarse, invitación en mano, para entrar en su desfile. El 12 de febrero de 1947 no se despierta precisamente apacible en París. Qué descaro para un novato. Quién se creerá que es este Dior, murmuran, mientras franquean el portalón del palacete. Está en el número 30 de la avenue Montaigne, lejos del centro tradicional de la alta costura. Cerca de los grandes hoteles donde se alojan esas estadounidenses que ya empiezan a volver a París. Adentro, más sorpresas. Dior, de 42 años, ha decorado los salones con los colores que dominaron su infancia: gris perla y blanco para su propia versión de un estilo Luis XVI que se suponía ya pasado de moda. Y Marcel Boussac, el rico empresario textil que le financia la operación, no ha reparado en gastos. Qué indecentes resultan esos arreglos florales cuando París se congela por la falta de carbón.
“A las 10.30, con los salones llenos a reventar, salió la primera maniquí”, recordaría Dior en sus memorias, Christian Dior et moi, publicadas en 1956. “Marie-Thérèse, medio muerta de miedo, tropezó y rompió a llorar. Fue incapaz de salir de nuevo. Pero muy pronto cada nuevo conjunto fue recibido con aplausos. Me tapé los oídos, atemorizado por confiarme demasiado pronto, pero breves partes procedentes del campo de batalla confirmaron las noticias de que mis tropas –lideradas por mi maniquí favorita, Tania– habían triunfado.” El camerino se llena de mujeres deseosas de abrazar y felicitar al maestro. Entre ellas, se abre paso una americana. Las cejas espesas aún a los 60 años y la autoridad que da ser un árbitro de la elegancia. Carmel Snow, editora de la revista Harper’s Bazaar, exclama: “¡Qué revolución, querido! Tu ropa ha inaugurado un new look”. Poco importa que el nombre oficial de la colección fuera Corolle. A partir de entonces, se llama New Look.
Con la prensa francesa en huelga, son los medios estadounidenses los que dan amplia cobertura al fenómeno. En cabeza, la combativa Snow, que llega a afirmar: “Dior ha salvado la costura como Francia fue salvada en la batalla de Marne”. La escritora británica Nancy Mitford transmite el fenómeno en su correspondencia. Apenas cinco días después del estreno escribe a lady Mosley: “La nueva Casa Dior está hecha para nosotras. Cinturas estrechas y faldas tan largas y pesadas que apenas puedes levantarlas. Incluso con estos precios (no hay nada por menos de 100 libras) parece un sótano de saldos y ¡tienes que pelearte para que te permitan hacer un pedido!”.
No es una exageración literaria. Las mujeres se agolpan en los salones de Dior desde el mismo día 12. Rita Hayworth encarga un vestido de noche para el estreno de Gilda y Olivia de Havilland, un traje de lana en azul marino. La demanda salvaje obliga a abrir día y noche. “Las multitudes nos forzaron a ampliar el espacio y a deshacernos de un encantador y viejo ascensor. Pero seguía sin haber hueco para tanta gente, así que los invasores se desparramaban por las escaleras, se sentaban en los escalones por orden de llegada como si estuvieran en un anfiteatro”, relata Dior en sus memorias.
Claire Wilcox ha debido reproducir muchas veces este relato en su cabeza. Trabaja en el Museo Victoria & Albert de Londres y acaba de aterrizar de su propio viaje al pasado de Dior. Es la comisaria de la exposición La edad dorada de la alta costura, que se inaugurará el 22 de septiembre próximo. “Dior salvó París –explica, sumándose a la tesis defendida 40 años atrás por Carmel Snow–. Cuando la ocupación nazi terminó, París estaba en estado de shock, paralizada. Dior hizo que los americanos volvieran a comprar y contribuyó a la recuperación económica de una industria fundamental. Además, lanzó una idea que la gente deseaba abrazar: su ropa era esperanzadora, femenina y bella, tras años de austeridad y tristeza.”
El New Look, tan nostálgico como refrescante, no se limitó a los vestidos que salían del 30 de avenue Montaigne. En los gélidos apartamentos de cualquier rincón de la ciudad, las mujeres ponían a trabajar sus máquinas Singer y se confeccionaban versiones de los teatrales vestidos que las revistas reproducían.
¿Ahorrar o despilfarrar?
Esta entrega colectiva a la frivolidad también despertó críticas. “El gobierno británico objetó que esta moda crearía graves frustraciones, ya que las existencias de tejido no eran suficientes para satisfacer la demanda –recuerda Wilcox–. En Estados Unidos les parecía muy poco patriótico. Creían que los europeos deberían estar ahorrando y no despilfarrando en faldas.” Los noticiarios mostraban amas de casa lanzando comida y rasgando los vestidos de aquellas que se atrevían a lucir el New Look en el mercado. Y Dior, entre la abundante correspondencia que jamás leía, recibía airadas misivas. Un mecánico de Los Angeles escribió para decirle que había jurado partirlo en dos si alguna vez ponía un pie en París. Lo culpaba de haber convertido a su mujer “en una muñeca disecada de la guerra civil”.
“Es fácil parecer ridículo por insertar reflexiones filosóficas en una discusión sobre sedas y satenes, pero dado que soy el principal responsable de una tendencia social, tal vez esté autorizado a analizar mi propio éxito. Creo que se debe a que traje de vuelta el descuidado arte de agradar”, escribió Dior. Una idea con la que comulgaron ricas, pobres, frívolas e, incluso, Juliette Greco. La musa de una generación de antihéroes, de los existencialistas de Saint-Germain-des-Prés, no dudó en cruzar el Sena para visitar al maestro en la avenue Montaigne.
El camino inverso hay que recorrer hoy para encontrarse con Victoire Doutreleau, que fue la modelo favorita de monsieur Dior a partir de 1953. París, en julio de 2007, celebra el 60° aniversario del New Look con un gran desfile de alta costura en Versalles en el que John Galliano rinde tributo los artistas favoritos del maestro (de Cocteau a Velázquez). Convertida en la joya de la corona del rey del lujo mundial, Bernard Arnault, la marca no sólo ha sobrevivido a su creador, sino que se ha convertido en un gigante que alberga en sus entrañas el mayor conglomerado del sector, LVMH. El Grupo Dior comprende más de 60 marcas de moda, marroquinería y alcohol, y facturó 16.016 millones de euros en 2006. El trayecto que separa la avenue Montaigne de la rue de l’Université, en la que vive Victoire, está salpicado por vallas publicitarias que muestran la nueva campaña de Dior. Sobre un fondo fucsia o verde, el fotógrafo británico Nick Knight ha retratado a una modelo de nebulosa mirada perdida y melena rubia de geometría imposible y aspecto levemente oriental. Es Jessica Stam, una belleza atípica, poco habitual para una etiqueta que últimamente ha confiado en las mucho más célebres y canónicas bellezas de Kate Moss o Gisele Bundchen. Pero, tal vez, a monsieur le hubiera gustado la elección. Después de todo, él fue quien se empeñó en que una chica bajita y desgarbada como Victoire fuera su embajadora.
Resistir las presiones
“Nunca he asistido a una tormenta de críticas dirigida a una maniquí como la que recibió la llegada de Victoire. Apareció en mi oficina la víspera de un desfile –relató Dior en sus memorias–. Nadie en mi equipo pensaba que tuviera la más mínima oportunidad de ser contratada. Era muy baja y, sobre todo, no sabía caminar, decían. Era cierto. Pero decidí incorporarla. Tenía un aire de barrio estudiantil, de Saint-Germain-des-Prés, que me gustó. Cuando las pruebas avanzaron, me di cuenta de que se había convertido en una de mis estrellas.” Pero el público tampoco lo entendió y alguien llegó a afirmar que una modelo tan vulgar era un insulto a la clientela. El diseñador resistió las presiones y la utilizó en una segunda colección. De pronto, todos los crímenes que ella simbolizaba cayeron en el olvido. La gente pensó que Dior la había transformado. “Pero eran ellos los que habían cambiado. Victoire se convirtió en una estrella y justificó el nombre que le había dado.”
Vestida con pantalones y jersey negro, y con los ojos oscurecidos por un grueso lápiz, Victoire Doutreleau, que se llamaba Jeanne antes de ser rebautizada por Dior, conserva, pasados los 60, la modernidad que sedujo a su Pigmalión. En los años cincuenta la relación de un diseñador con sus modelos era muy estrecha; la ropa se confeccionaba sobre ellas. “Tenía 12 o 13 chicas de las que disponía libremente, en su taller, desde las diez de la mañana a veces hasta las tres de la mañana, durante un mes y medio –cuenta Victoire–. Teníamos mucho contacto con él, pero sólo profesional. No era una persona frívola y no le gustaba demasiado salir. Me lo encontraba generalmente en el teatro y no en las cenas mundanas. Solía reunirse en casa con sus amigos, pero yo no formaba parte de ese grupo.”
Victorine fue el nombre que Dior le puso al vestido con el que Victoire debutó. Uno de los primeros que se vio en TV, un gesto muy en línea con el afán mediático de Dior. Siete años después de epatar con el New Look, el diseñador se había convertido en uno de los hombres franceses más conocidos del mundo, responsable del 50% de las exportaciones de alta costura y una auténtica celebridad en Estados Unidos. Marie-France Pochna, autora de la mejor biografía sobre Dior, resume su meteórico ascenso: “Sólo entre febrero y septiembre de 1947 la superficie de su negocio se multiplicó por siete. Si Balenciaga era un purista, Dior era un globalizador. En tres años estaba presente en los cinco continentes. Fue un empresario hábil”. No tuvo mucho tiempo, pero aun así creó un imperio de ropa, perfumes y cosméticos. El 24 de octubre de 1957 moría de un ataque al corazón en Italia, en el balneario de Montecatini. Le sucedió su ayudante Yves Saint Laurent, un joven de 21 años, íntimo amigo de Victoire. De hecho, mucho más tarde llegó a afirmar: “De haberme casado con una mujer, me habría casado con ella”.
“Yves había trabajado con Christian Dior dos años. Era muy discreto: estaba detrás del maestro. Evidentemente, a Christian Dior le gustaban los hombres, pero con Yves Saint Laurent nunca hubo nada de eso. Le gustaba el talento de Yves.”, recuerda Victoire acerca de la relación de dos de los mayores genios de la moda del pasado siglo. “Lo maravilloso de esta aventura de Dior es que él la abandonó en 1957, cuando murió, pero se ha mantenido muy bien”, opina, sacudiéndose la nostalgia. Saint Laurent, el aprendiz convertido en maestro, sólo aguantó dos años en el puesto. Le sucedió Marc Bohan, que, con un espíritu muy continuista, se aferró al cargo hasta 1989, cuando un italiano, Gianfranco Ferré, fue llamado para renovar una casa para entonces anclada en el pasado. Un objetivo que sólo se logró por completo con la llegada, en 1997, del histriónico John Galliano. “Creo que a Dior le hubiera gustado mucho su sentido arquitectónico y su uso del color”, apunta Victoire.
Color es, precisamente, lo que derrochan los más de 12 gigantescos ramos de flores que se amontonan en la recepción del cuartel general de Dior. Está comunicado con el mítico palacete de avenue Montaigne, pero el acceso se encuentra a la vuelta de la esquina. Hay uno para cada uno de los departamentos responsables de que el 2 de julio, en el desfile conmemorativo del 60° aniversario, con más de mil invitados, todo saliera bien. Los envía Sidney Toledano, el actual presidente de Christian Dior Couture, quien, así, también rinde su particular tributo al pasado. Siempre amante de las flores, el 11 de febrero de 1947, víspera del gran estreno, Dior hizo que entregaran un regalo en casa de Marcel Boussac. Un original ramo de orquídeas blancas y negras, las flores que el empresario cultivaba en su casa de Chantilly. Boussac, eufórico, le dijo a su mujer: “No te preocupes por mañana. No hay florista en el mundo capaz de crear un ramo tan bello. Estoy convencido de que será un gran éxito”.
Para saber más: www.dior.com
Dior dixit
Fue el creador del New Look (cinturas pequeñas, faldas amplias, faldas largas), y un experto en el uso de los colores Vistió, entre otras, a Ava Gardner y Marlene Dietrich. Hoy, Madonna, Sharon Stone y Penélope Cruz son fanáticas de los diseños que llevan su nombre. Después de la muerte de Dior, la firma continuó con otros diseñadores: Yves Saint Laurent, Marc Bohan, Gianfranco Ferré y John Galliano
Un recorrido a lo Galliano
Nacido Juan Antonio en 1960, en Gibraltar, y criado y educado en Londres, se convirtió hace 10 años en el más improbable sucesor de una de las mayores instituciones de la alta costura francesa. En 2007, el visceral Galliano celebró un doble aniversario: el del New Look y el de su primera colección para Dior. Como homenaje a su segunda ciudad de adopción, revela sus direcciones favoritas en París:
- Para tomar un café o una copa para relajarse, La Perle, en la rue de la Perle (3ème Arrondissement). Para desayunar o comer, aunque sea tarde, Le Café Baci, en la rue de Turenne (también en el 3ème).
- La moda, en L’Elaireur, una cadena de boutiques con 5 espacios en París ( www.leclaireur.com ).
- Las camisas, siempre impecables, en Charvet, en Place Vendôme.
- Para ir a buscar gangas de muebles y antigüedades, Les Puces de St. Ouen o Le Carré Rive Gauche.
- Soy un apasionado de los perfumes y los frascos de Guerlain (68, avenue des Champs Elysées) y Caron.
- Las velas perfumadas, en Diptyque (34, boulevard Saint Germain).
- Y un lujo absoluto, los cosméticos Santa Maria Novella en Amin Kader (2, Rue Guisarde) y los de Aqua di Parma.
- Para tomar una copa por la noche, el Bar Hemingway, en el Hotel Ritz, o el Black Calavados (en la avenue Pierre 1er de Serbie). Aunque nada como recorrer las orillas del Sena o el bosque de Vincennes.
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