En la Islandia de Björk, la geografía es vasta y deslumbrante. En poco más de 100 mil kilómetros cuadrados se descubren cataratas escalonadas, glaciares –entre ellos el más grande de Europa, el Vatnajökull-, pozos de barro bullentes, playas de arena negra, volcanes de agua congelada y géiseres activos. En esta fascinante cartografía, los árboles son una rareza. Por eso, los lugareños han tenido que utilizar los recursos posibles -y el ingenio- para dar vida a sus viviendas.
Un ejemplo pintoresco se encuentra al sudeste del país, a unos 20 km del Parque Nacional Skaftafell, en un entorno rural donde la niebla suele recostarse sobre las colinas, otorgando al paisaje un aura espectral. Como escondidas entre el paisaje, las casitas lucen sus techos cubiertos de césped, o más precisamente de turba. En palabras de los locales: "Hace tanto frío que se abrigan de verde". Y así parece. Estas viviendas son un maravilloso ejemplo de la antigua arquitectura islandesa, y han sido propuestas para ser declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Verdes, térmicos y resistentes
Fue hacia finales de la Era de Hierro, que los colonos comenzaron a utilizar el pasto para protegerse y proteger a su ganado. Hacia el final del siglo XIX, ya podía hablarse de un estilo local: se utilizaba madera para los laterales de las viviendas; para los techos, una primera capa de madera y luego la turba. Aún hoy, muchas de estas construcciones siguen en pie. Uno de los últimos en construirse fue la iglesia Hofskirkja, erigida en 1884, con gruesos muros de roca ensamblada, que otorgaban estabilidad, y losas de piedra también en los techos luego revestidos en césped. De un rojo brillante, es mantenida por el museo nacional, y sirve como iglesia parroquial. Si bien durante mucho tiempo fueron abandonadas y aprovechadas por su interés turístico, hoy estas edificaciones recuperan su vigencia.
¿Qué es la turba?
La identidad volcánica de Islandia limita sus materiales de construcción. Tal es así que durante muchos años se utilizaba "madera flotante", que llegaba por el mar desde la desembocadura de los ríos siberianos y de Canadá, para dar vida a las casas. Sin embargo, la turba ha probado ser un material sumamente rendidor. Este tipo de musgo, y fase temprana del carbón mineral, se desarrolla sobre la antigua lava de los volcanes. Cualquier turista se sorprenderá de su color verde brillante: esto se debe a que los inviernos no son tan fríos como en Escandinavia, y también gracias a las corrientes de agua cálidas que llegan de latitudes tropicales, y permiten desarrollo de este bioma en un suelo particular. La turba es además fácil de extraer y manipular, y así, previo un proceso de secado ya puede cortarse en tramos del grosor necesario.
Piedra, roca, pasto
El recurso de la turba en los techados es ecológico y sostenible: pero no funciona sola. Por un lado, las piedras son las que mejor hacen de base a la estructura, y las que absorben el calor durante el día, para luego liberarlo durante la noche. A su vez, la tierra es uno de los mejores aislantes naturales, de modo que la temperatura se mantiene constante. Y finalmente está el césped en sí mismo, de alta inercia térmica, y es el que sostiene la tierra para que no se desmorone. Hoy en día, familias jóvenes utilizan este recurso natural construir sus viviendas y los arquitectos se inspiran en estas técnicas para sus proyectos sustentables.
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