Cruel asesinato: eran jóvenes, millonarios y superdotados pero un crimen “perfecto” los llevó a la ruina
Richard Loeb y Nathan Leopold pusieron en vilo a los habitantes de Chicago, Estados Unidos, por asesinar a un menor de 14 años en 1924
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Richard Loeb y Nathan Leopold eran dos jóvenes con un futuro realmente prometedor, cuando fueron arrestados en Chicago por asesinato. Venían de familias adineradas y eran superdotados, en el sentido estricto de la palabra. Sin embargo, la necesidad de probar que eran más inteligentes que cualquier otro ser humano fue el talón de Aquiles que hizo que su futuro se viera arruinado.
Los hechos se desarrollan en Chicago, en el año de 1924. Para ese entonces, el ornitólogo Nathan Freudenthal Leopold Jr. estaba convencido de ser un genio, ya que hablaba 15 idiomas y había ingresado a una edad temprana a la universidad. Por su lado, su amigo Richard Loeb era reconocido por ser la persona más joven en graduarse de la Universidad de Michigan, por el hecho de que había obtenido su título como abogado con tan solo 17 años. Ahora bien, ¿por qué fueron tan importantes?, ¿a quién asesinaron y por qué?
Los dos estaban convencidos de que eran los ‘superhombres’ que describe el filósofo Friedrich Nietzsche. Básicamente creían que podían ir encima del bien y del mal al creerse superiores a nivel intelectual, a la vez que sentían gran desprecio por aquellos que veían inferiores. Por esto mismo se propusieron llevar a cabo un asesinato que, estaban seguros, jamás sería descubierto. Pero sucedió todo lo contrario.
Leopold y Loeb fueron reconocidos a nivel mundial por ser los autores del ‘crimen del siglo’. Durante meses planearon el asesinato de Bobby Franks, un niño de 14 años proveniente de una familia adinerada.
Dos amigos cortados con la misma tijera
Leopold y Loeb crecieron en el mundo privilegiado del barrio de Kenwood, un lugar lleno mansiones y canchas de tenis habitado por adineradas familias judías y académicos de la cercana Universidad de Chicago. Por un lado, los Leopold tenían una fortuna de un millón de dólares; mientras que los Loeb, de cuatro millones.
Adicionalmente, ambos tenían ciertas afinidades en cuanto a gustos e ideologías. Leopold fue quien primero se obsesionó con el ‘superhombre’ de Nietzsche y quien le enseñó el concepto a Loeb, su joven amigo que era un aficionado a las historias criminales y fantaseaba con poder adentrarse en ese mundo.
Nathan lo convenció de que eran héroes pensadores, con un poder intelectual, la fortaleza de carácter y voluntad superior. La pareja de amigos había estado junta durante casi dos años, cuando comenzaron a cometer delitos menores por pura emoción. Saqueaban pequeñas tiendas, pero luego comenzaron a incendiar edificios y robar autos.
Aun así, nunca desataron sospechas. No solo por provenir de familias con grandes cantidades de capital en sus manos, sino por la personalidad de la dupla. Richard era un joven agraciado, carismático y con buenos modales. Era extrovertido y manejaba la mayoría de las situaciones en las que se encontraba con Nathan. Él, al contrario de su amigo, era un chico tímido e introvertido que se escondía a su sombra.
El asesinato de Bobby Franks
Después de siete meses de planeamiento, la tarde del 21 de mayo de 1924 alquilaron un auto y recogieron a Robert ‘Bobby’ Franks, el hijo de un famoso relojero de Chicago y primo segundo de Loeb. El chico de 14 años fue abordado en las calles de Kenwood mientras se dirigía a su escuela.
Como el menor conocía a los jóvenes, no vio nada malo en subirse en su automóvil bajo la excusa de ir a dar un paseo. Según sus declaraciones, Leopold era quien manejaba en ese momento, Bobby estaba en el puesto del copiloto y Loeb estaba en el asiento trasero con el arma homicida: un cincel.
Con este, Richard golpeó en repetidas ocasiones la cabeza del pequeño, luego lo amordazó para evitar que pudiese respirar y lo arrastraron al asiento trasero. Todo esto mientras Nathan conducía hacia el lago Hammond en Indiana, lugar donde adicionalmente le desfiguraron el rostro con ácido y ocultaron el cuerpo en una alcantarilla.
A las nueve de la mañana del otro día, Jacob Franks, padre del menor, recibió una carta escrita a máquina. Para ese entonces, Bobby ya estaba muerto, pero los asesinos pedían una suma de 10 mil dólares para su rescate. Pero tan solo unas horas después, antes de que el Sr. Frank pudiera pagar el rescate, la Policía descubrió el cuerpo del niño y un pariente cercano lo había reconocido.
La Policía se lanzó a una investigación intensa, presionada principalmente por los medios que clamaban justicia por este “crimen del siglo”. Durante el cubrimiento, Loeb se ofreció a encontrar al asesino, e incluso le dijo a un periodista que si él llegara a asesinar a un niño, sería “uno engreído y mimado”.
La prueba definitiva
El plan de los dos amigos superdotados se derrumbó más rápido de lo que creían. Nueve días después, la Policía descubrió que las gafas de pasta tenían una bisagra única, provenientes de una prestigiosa tienda en Chicago. Solo se habían comprado tres pares iguales y uno de ellos era de Leopold.
Esa fue la clave para descubrir a los autores del crimen. Una vez bajo custodia, tanto Leopold como Loeb confesaron a las autoridades el crimen. Las versiones coincidían, a excepción de que ambos se culparon mutuamente con respecto a quién utilizó realmente el cincel. Sin embargo, durante el juicio se concluyó que había sido Nathan.
El juicio comenzó el 1 de julio y estuvieron durante 19 días bajo la representación de Clarence Darrow, un reconocido abogado por oponerse a la pena capital. Durante las sesiones argumentó que el crimen tenía que ver con el retraso en la madurez emocional de los acusados, además de ser víctimas de la sociedad y de sus familias.
Con estos, evitó que les aplicaran la pena de muerte, pero no la pena capital. En cambio, recibieron cadena perpetua por asesinato, más 99 años por secuestro.
Sin embargo, esto nunca se cumplió. Richard fue asesinado dos años después por un compañero de celda, quien lo apuñaló con una cuchilla de afeitar. Por su lado, Nathan fue puesto en libertad en 1958, debido a su buen comportamiento en prisión. Creó una fundación para ayudar a exconvictos y se casó con una puertorriqueña en 1961. Diez años después, murió.
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