Pasaba cuatro horas a diario para ir y volver de su trabajo hasta que una oferta de viaje cambió sus planes y dio un vuelco a su vida
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Fue una decisión improvisada. Esa tarde, mientras navegaba en su celular y vio una oferta de un crucero, supo que no podía dejar pasar la oportunidad. Hizo cuentas, calculó las fechas y, sin demasiado análisis, compró un viaje para tomarse unos días de vacaciones y alejarse -por lo menos unos días- de la tediosa rutina laboral.
Micaela Gómez había estudiado derecho en la Universidad de Buenos Aires y, finalizada la carrera, pudo conseguir trabajo en el rubro. Aunque estaba contenta de poder trabajar en el área que se había formado, la realidad era que esos últimos años la rutina se había vuelto un tanto “pesada”. En ese momento, trabajaba en un estudio en el microcentro porteño. Todos los días tomaba el tren que cubre el recorrido Tigre Retiro. “Vivía con mi familia en General Pacheco, partido de Tigre, en la provincia de Buenos Aires. Lamentablemente, el sueldo no me permitía mudarme sola más cerca de la oficina. Con suerte tenía una hora y media de viaje hasta que llegaba. Eso todos los días, dos veces al día, con lo que pasaba cerca de cuatro horas diarias en el transporte. Y fue en ese contexto que decidí irme de vacaciones”.
Una experiencia distinta
Dispuesta a disfrutar de aquella experiencia, sintió que merecía el descanso y por eso se propuso permanecer abierta a lo nuevo. Fue en ese viaje que conoció a un tripulante que resultó más simpático de lo esperado. “Fue él quien inició la conversación. Me preguntó si conocía Rumania, el país donde él vivía y si por casualidad sabía dónde quedaba. También me contó que luego de que el barco donde navegábamos terminara su recorrido, allí finalizaría su contrato. Hablamos durante unos días. Me llamó un poco la atención, aunque luego pude ver que todos los que trabajan en ese negocio siempre están muy bien predispuestos”.
Continuaron hablando, intercambiaron datos y teléfonos y sintieron que entre ellos había una conexión diferente. Conversaban acerca de sus culturas, el idioma, la política. Pero Micaela tuvo que regresar a Buenos Aires. Prometieron mantenerse en contacto hasta que finalmente acordaron pasar unas vacaciones juntos para conocerse mejor. El destino elegido fue Italia pero también Rumania, para que ella pudiera conocer las costumbres locales y hacerse una idea de todo lo que él le había contado. “Comenzamos una relación, que luego se transformó en un vinculo a distancia por un lapso de dos meses y medio. Más adelante decidimos ir a vivir juntos a Barcelona, España ya que esa era la ciudad en la que la misma empresa de cruceros en la que él trabajaba tenía sucursal”.
Se instalaron en Barcelona. Pero a los pocos meses, como al resto del mundo, la pandemia por el Covid-19 los tomó por sorpresa y tuvieron que armar nuevos planes. Ella estaba trabajando en una compañía como vendedora de telefonía móvil. En cuanto a su novio, como todo el turismo quedó afectado y las empresas de cruceros por supuesto que también, se quedó sin el empleo por el que lo habían contratado.
“Eran muchos los planes que teníamos y que no pudimos concretar porque la pandemia llego a nuestras vidas y nos cambió todo. Teníamos fecha para casarnos en abril del 2020 en Rumania, pero me fue imposible atravesar el océano Atlántico desde Argentina para llegar a Europa y así formalizar mi casamiento como lo había soñado. Juntos en el día a día pero físicamente separados, fueron meses de decepciones y tristezas sobre el aumento de restricciones, pero sobre todo de incertidumbre. Finalmente encontramos la manera de reunirnos, y no separarnos mas. Un amor binacional en tiempos de Covid es complicado, porque el amor no es turismo, el amor es amor y es esencial para la salud mental. Y que tu futuro esposo te esté esperando para casarte lamentablemente no es contemplado por ninguna ley, por ninguna constitución y menos en tiempos de Covid (donde muchos derechos han sido suprimidos). Todo cambió y nadie supo cómo manejarlo (ni consulados, ni gobiernos, ni el ser humano en general). Así quedaron un montón de familias separadas por tiempo indeterminado. Una vez juntos, nos casamos para no separarnos nunca más. No fue en la fecha planeada, ni en el lugar elegido, ni nos pudieron acompañar nuestras familias, pero aun así, fue mágico”.
Mucho más que la historia de Drácula
Se trasladaron a Rumania. Era la mejor opción que encontraron. Micaela obtuvo la residencia y, si bien el trámite fue relativamente rápido, todavía está en la búsqueda de trabajo. “Hablo inglés, pero el idioma oficial es el rumano y esa es una de las principales barreras al momento de la integración social y también laboral. La abogacía, mi profesión en Argentina no puedo usarla acá ya que además de que las leyes son diferentes, necesito hacer casi la carrera de nuevo y en el idioma oficial. Tampoco hay tanta oferta laboral, ya que la pandemia golpeó a todos lados por igual, y acá tampoco fue una excepción”.
Pero se mantiene ocupada. Cuida a sus sobrinos a diario hasta que avance más con el aprendizaje del idioma. “Vivir acá es hermoso. Día a día es un mundo de descubrimientos: no solo por el idioma, sino por la cultura, la tradición y por sus paisajes tan lindos. Todos conocen Rumania por Drácula, pero hay mucho más por explorar. Rumania es Europa, y muchas veces tenemos esa creencia de que los europeos son fríos. Pero en este pías no es el caso, desmiento por completo ese mito al menos con Rumania, porque son personas súper cálidas, amables, atentos, educados y dispuestas a ayudar y además son muy charlatanes como los argentinos- quieren saber todo sobre nosotros y contar todo de su país”. Micaela relata sus experiencias en su cuenta de Instagram @unaargentinaenrumania
Micaela y su esposo viven en Ploiesti, a 60 km de la capital del país, Bucarest. Ella se levanta temprano, cuida a sus sobrinos, y practica el idioma con ellos (que no hablan ni inglés ni español). Actualmente está en training de un trabajo que consiste en redactar textos para una web. Por la tarde sale a caminar - siempre y cuando el calor lo permita- porque ahora es verano y las temperaturas están al rededor de 35 grados. Sin embargo en el invierno vivió -22°, aunque históricamente la temperatura mas baja registrada fue de -38,5°. “Tomo mate siempre aunque no es fácil conseguir yerba acá, así que la cuido mucho y la hago durar. A veces cocino empanadas, panqueques con dulce de leche y le hice probar a mi esposo los alfajores. ¡Lo dulce le encanta! Él come mucha ciorba, una de las comidas típicas acá. Se trata de una sopa con vegetales, pollo, carne de vaca o cerdo y si bien es comida de invierno porque es rica en calorías, también se la toma en verano. De Argentina, además de mi familia y amigas, extraño el asado, ya que acá la carne es distinta. Sin embargo he probado nuevas comidas rumanas que me han gustado mucho”.
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