Cristina Mucci: “Antes los escritores no iban a la tele”
La conductora lleva 34 años al frente de “Los siete locos”, el emblemático programa cultural por el que han desfilado y siguen pasando grandes autores
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“Silvina Ocampo fue una de las que no quiso venir –recuerda Cristina Mucci–. Es que antes no era fácil que los escritores fueran a la televisión. Había muchos prejuicios. De la televisión hacia los escritores, y de los escritores con la televisión. Eran otros tiempos. No se veía a autores hablando de libros”. La periodista lleva 34 años al frente de Los siete locos, programa que podría ingresar al Libro Guinness y que en la actualidad se emite todos los sábados, a las 12, por la Televisión Pública (TVP) “En el último Congreso de la Lengua (que se realizó en Córdoba, en 2019), a colegas, escritores y editores de otros países los sorprendió que un ciclo de este tipo, de habla hispana, llevara tanto tiempo en el aire, así que sí, podría ser un récord”, dice en tono de broma, sin dejar de reconocer la sorpresa que genera cada vez que cuenta los años del programa en el aire.
Centenares de autores consagrados y noveles de diversas latitudes se sentaron junto a Mucci para compartir la pasión por la escritura, la lectura, el arte, entre ellos Héctor Tizón, Roberto Fontanarrosa, Quino, Carlos Gorostiza, Hugo Mujica, Ray Bradbury, Mario Vargas Llosa, José Saramago, Carlos Fuentes, Manuel Vázquez Montalbán, Griselda Gambaro, Mempo Giardinelli, Roberto Cossa, Beatriz Sarlo, José Pablo Feinmann, Abelardo Castillo, Osvaldo Bayer, Félix Luna, Paul Auster, Leonardo Padura y María Elena Walsh.
-¿Recuerda cuál fue la razón por la que Silvina Ocampo decidió no ir al programa?
-No la conocía, llegué a ella por amigos que teníamos en común, como el poeta Juan José Hernández. Fue ella la que me llamó para decirme que no. Me pidió que no me ofendiera, pero que ni siquiera le gustaba que le sacaran fotos y el solo hecho de pensar en estar ahí, en el estudio de televisión, le provocaba un ataque. Hoy, puede resultar extraño, pero los escritores no iban a la tele, no los invitaban. El prejuicio era mutuo, la cultura era vista como algo solemne, aburrida y los escritores veían a la televisión como algo banal. Nosotros tratamos de cortar con todo eso. Recuerdo que Marco Denevi tampoco quiso venir. No era fácil, sobre todo en los primeros años, después fue cambiando. Ahora por suerte existen muchos más canales y programas culturales, y a nadie le sorprende ver a un escritor en la TV. Es bueno que sea así, porque creo que vale la pena hacer programas de este tipo, sobre todo en la televisión pública.
-¿Por qué destaca lo de la televisión pública?
-La televisión es un gran negocio, y un programa de cultura es otra cosa. Considero que la televisión pública es su lugar natural. El rol de los medios públicos es llegar a todos sin importar el rating, dejando de lado lo que buscan los canales comerciales. La cultura es una herramienta transformadora, de inclusión y por sobre todo, es un derecho y en este sentido la televisión pública cumple un rol importantísimo por su amplitud de llegada. Hoy, creo que el rol de la tevé pública está más claro. De hecho, Los siete locos nació en un canal estatal.
-En el viejo Canal 13.
-Exacto, en esa época, 1987, Canal 13 era del estado (las privatizaciones del 11 y del 13 llegaron con Carlos Menem). Ahí hicimos con Tomás Eloy Martínez el primer programa.
-Una emisión que quedó en el recuerdo.
-Vos te referís a la anécdota del reloj de arena (risas). Qué lástima que no quedó registro de eso. Quisimos empezar el programa con un tema fuerte, así que organizamos una mesa sobre escritores y política con Jacobo Timerman, Osvaldo Soriano y Dalmiro Sáenz. Salíamos después de Bernardo Neustadt. Era martes, a las doce de la noche y ya estaba todo listo. Por los monitores podíamos ver a Neustadt que seguía en plena charla con sus invitados. Esos minutos se hicieron eternos. Cuarenta y cinco minutos estuvimos esperando. Neustadt se despidió a la una menos cuarto. Sobre la mesa de la escenografía había un reloj de arena que habíamos llevado para marcar el tiempo de cada intervención. Apenas comenzó el programa, Timerman se despachó: “A este reloj habría que tirárselo por la cabeza al interventor del canal, por hacer que un programa de esta importancia se emita cuando al señor Neustadt se le da la gana”. En ese momento pensé: qué lástima, debut y despedida. Sin embargo, aquí estamos. Una lástima que no haya registro de aquello. Ahora hay más conciencia, se guardan archivos, antes no, se borraban los programas, se grababan encima, se reutilizaban los cassettes. No se puede creer todo lo que se perdió. De la época con Tomás no tengo nada grabado. Es que en esos años ni siquiera uno tenía videocasetera en su casa, recién empezaba todo eso. Casi no hay registro en video de autores, salvo de los que eran más conocidos y entrevistados en distintas partes del mundo. Canal 7 recuperó varios archivos de sus programas. Yo tengo varios que estoy subiendo a la web.
Antes de su llegada a Canal 13, Mucci se sumó a La Razón de Jacobo Timerman en los primeros años de democracia. “Fue la época en la que muchos escritores volvieron del exilio, había una movida muy interesante, de mucha riqueza –recuerda–. Timerman me pidió que escribiera una columna de libros todos los días. Y funcionó. Los autores me llamaban, me enviaban sus libros. Era emocionante. Así conocí a mucha gente. A Tomás Eloy Martínez, por ejemplo”.
-Tengo entendido que le envío La novela de Perón con una dedicatoria.
-Sí, decía: A Cristina, de su lector cotidiano.
-Y a los pocos años se convirtió en su coequiper.
-Maravilloso. Eran años emocionantes, de ebullición. Un día me llamó Quino (Joaquín Lavado) y me dijo: “Hola, soy el papá de Mafalda”. También, María Elena Walsh, Martha Mercader desde España... Me llamaban para que publicara las novedades de sus libros, distintas noticias. Timerman me abrió un mundo al que le estoy agradecida. Me propuse llevar esa idea a la televisión y por intermedio de Félix Luna, que en Canal 13 hacía el programa Todo es Historia, llegué al interventor del canal, que en ese entonces era Carlos Gaustein. Cuando aprobó el proyecto, recién ahí tomé dimensión de en qué me estaba metiendo. Así que le propuse a Tomás Eloy Martínez, quien ya había vuelto de Estados Unidos, que se sumara. Acá no había antecedentes de programas de libros. Recuerdo que iba a la Embajada de Francia para ver un ciclo que era famosísimo, un emblema, Apostrophes, de Bernard Pivot. Me dejaban en un cuarto, con una tele para que lo mirara. Con Tomás estábamos muy entusiasmados, a pesar de que Gaustein nos dijo: “Van a ir tarde, en la trasnoche”. Nos dio a elegir jueves o martes. Nos inclinamos por los martes, porque antes iba Tiempo nuevo, de Neustadt, el programa de más rating del canal. Y pasó lo que pasó con el reloj (risas).
Al año siguiente, no les renovaron el contrato y Rodolfo Rabanal, que era secretario de Cultura de la Nación, le propuso llevar el programa a ATC y hacia allá fue, pero esta vez junto a Carlos Ulanovsky. “Tanto con Tomás como con Carlos sabíamos que hacíamos un programa que a los ejecutivos de los canales no les cerraba, se lo querían sacar de encima y lo hicieron. En los 90 nos sacaron del aire”.
-Con una excusa que marcó una época.
-“No entiendo ese programa”, nos dijo un directivo de ATC. Y así fue que llevé a Los siete locos al cable. Quería seguir haciéndolo. El cable recién empezaba. Por ese entonces había muchas editoriales argentinas y todas apoyaron el programa. Todas tenían la misma tarifa, funcionaban como auspiciantes, con avisos que aparecían en la apertura y en el cierre.
-Siempre destacó lo importante de la independencia comercial y editorial.
-Es que de otra manera no podés hacer un programa de cultura. Yo lo concibo de esta forma. El programa, por lo menos éste, solo es viable con independencia editorial y económica y en todo este tiempo pude hacerlo así. Ese es el desafío y la clave. Fui sacada de los canales, pero nunca recibí ningún tipo de condicionamiento respecto de los invitados o los temas del programa. Al contrario, siempre me sentí apoyada.
-Una buena prueba del apoyo fue lo ocurrido en 2004, cuando Canal 7 tomó la decisión de levantar su programa y el de Osvaldo Quiroga (El refugio de la cultura).
-Lo que ocurrió fue inolvidable. El apoyo que recibimos de todos lados fue increíble. Se movilizaron escritores, colegas, personajes de la cultura, televidentes. Da para pensar mucho lo que pasó ahí. Siempre, en Los siete locos nos sentimos muy respetados.
-Muchos recuerdan el programa “despedida” que compartió con Quiroga y que tuvo la presencia en el piso de Mercedes Sosa.
-Osvaldo Quiroga sugirió que hiciéramos el último programa juntos, en su espacio. Mercedes Sosa, que ya en ese entonces estaba muy enferma, vino al piso: “Me levanté de la cama para decir acá que esto es una barbaridad”, nos dijo. Al final, los dos ciclos siguieron. El de Quiroga también está hace muchos años. Los dos programas han pasado por todos los gobiernos y por todas las situaciones y se han mantenido.
-Otro momento que se viralizó (podemos usar hoy el término) fue el debate entre Beatriz Sarlo y David Viñas, en ese entonces por Canal (á).
Siempre traté de incluir debates, ya desde el primer programa fue así. Lo que pasó entre Viñas y Sarlo fue un escándalo. Nunca busqué eso, no me gusta, no es el tipo de visibilidad que quiero (en el estudio estaban, además de Sarlo y Viñas, María Sáenz Quesada, Martha Mercader, Luis Gregorich, Pacho O’Donnell y Horacio Sanguinetti). Ese programa se reprodujo en todos lados, todos escribieron de lo sucedido, se analizó en la Facultad de Filosofía y Letras y hasta lo puso en el aire Mauro Viale (¿Vieron? –dijo, más o menos–. Yo hago lo mismo que éstos). No es esa visibilidad la que busco. Me gustan los debates, pero qué complicado que nos resulta debatir ideas, sobre todo hoy. De todas maneras tuvimos muchos debates, lamento que hoy sea tan difícil. La grieta nos limita.
-A pesar de los cambios de canales, el programa mantuvo siempre su nombre, su sello.
-Sí, para mí fue muy importante. Podría haberlo cambiado, pero desde que Tomás tuvo la idea de llamarlo Los siete locos en Canal 13, quise mantener la continuidad. En ese entonces no me convencía, porque era una marca ajena, él insistió mucho (risas). Lo testeamos y funcionó. Hablamos con los herederos de Roberto Arlt y adoptamos el nombre.
-En una oportunidad deslizó la idea de hacer un libro que contara anécdotas.
-Si la cabeza sigue funcionando bien, voy a seguir con el programa. Este último año, me hizo ver lo importante que es estar activo, conectado. El programa me lleva mucho tiempo, de verdad lo digo, porque además de producirlo tengo que leer mucho. Ahora con la pandemia no voy a lugares, pero antes iba a estrenos, a muestras de arte, porque me interesa la cultura y en el programa hablamos de lo que ocurre.
Desde su página web (www.cristinamucci.com.ar) se pueden descargar gratis los libros que escribió de Leopoldo Lugones, Marta Lynch, Beatriz Guido y Silvina Bullrich. “Me gustan las biografías. No me siento muy atraída por la tradición sajona, por esos trabajos descomunales que siguen al detalle la vida del personaje en cuestión. Me atraen los que me permiten abordarlos desde diferentes ángulos, explorar sus contradicciones, sus pensamientos. Con Marta Lynch, por ejemplo, lo hice desde los vaivenes políticos que atravesaba la historia del país y me metí con temas como el envejecimiento en la mujer, las cirugías estéticas, fue pionera en todo eso, el miedo a la muerte y el suicidio. Ahora tengo la idea de escribir otra biografía. No te voy a decir cuál, estoy viendo si avanzo.
-¿Los libros se marcan o es un sacrilegio?
-Se marcan. No creo que sea un sacrilegio, para nada, al contrario. Es maravilloso apoderarse del libro, hacerlo propio. Además, resulta interesante encontrar las marcas de otro lector y las de uno mismo. Leer lo que nos interesaba en un momento, quizá no es lo mismo que ahora. No puedo dejar de pensar en todo lo que me ayudaron los libros y el programa en esta cuarentena. Fueron un refugio, un regalo.
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