Cristina Bajo: la escritura en la sangre
En 1995, tras 30 años frente a la máquina de escribir, su primera novela fue el boom editorial del año. Ahora, a los 67, acaba de publicar Tú, que te escondes. En charla con la Revista, ofrece las claves de su ficción histórica y habla de su mágica infancia en Córdoba
Su casa, allá en su Córdoba natal, siempre tuvo un escritorio. Pero ella no lo usaba y andaba con su máquina de escribir a cuestas: de la cocina al living, de allí a su dormitorio y vuelta a la cocina. Atendía primero las demandas domésticas y escribía sólo cuando el planchado de las camisas, la tarea escolar de los chicos y la limpieza de los cuartos se lo permitía. Pero había otro motivo: "Nunca me creí merecedora de un escritorio -dice-. Aun ya separada de mi marido".
Cuando la idea para resolver una escena la asaltaba mientras preparaba -por ejemplo- una tortilla, ella sacaba la sartén del fuego, se lavaba las manos y volvía sobre la máquina de escribir. Golpeaba las teclas tan concentrada que se perdía en sus personajes y se olvidaba de la cena.
Así escribió Cristina Bajo durante treinta años. Y así vivió, con un pie en este mundo y el otro en aquel que crecía desde su imaginación. En todo ese tiempo, jamás intentó publicar. "Me parecía algo inalcanzable. Escribía como una terapia", dice.
Sin embargo, como si se tratara de un designio del destino, la publicación llegó. No sólo eso. Como vivido cien veces resultó el fenómeno editorial de 1995: la novela agotó cuatro ediciones en Córdoba, y los editores porteños (luego de que Eduardo Gudiño Kieffer reseñara el libro en La Nación) salieron a disputarse a esa escritora venida del ostracismo más absoluto y que estaba llamada a convertirse, a fuerza de su ficción histórica y según el diario español El País, en "la nueva gran dama de la literatura argentina". Sus tres primeras novelas llevan más de 60.000 ejemplares vendidos.
En la sala de Editorial Sudamericana donde se desarrolla la entrevista, la mujer detrás del milagro sonríe con ganas, y esa sonrisa cifra, a un tiempo, los dos mundos que se la disputaron: trasunta tanto la calidez de una madre casera y protectora como la pasión indomable que encarnan muchas de las heroínas de sus libros. Con su cuarta obra (Tú, que te escondes, Sudamericana) fresca en las librerías, ella aún no sale del asombro por el impacto de aquella primera novela. "Sigo sin entender -dice-. En Córdoba se vendieron 5000 ejemplares en un año, cuando a la PD James, el amor de mi vida en policiales, le hacen ediciones de 4000 para todo el país."
En rigor, la historia de aquel boom empezó un año antes. Gravemente enferma, Cristina se preguntó por el destino de sus escritos si ella moría. ¿Terminarían convertidos en pasto de un fuego devorador? ¿Sería posible que sus dos hijos, que la habían visto escribir todos esos años, jamás se enteraran en qué perdía ella las horas?
-Este pensamiento me paró. Ellos volvían de bailar y me decían: "Mamá, ¿todavía escribiendo?". Y así fue: mis hijos me leyeron una vez publicada. Antes no me leía nadie.
-¿Le tenía fe a la novela?
-Fue misterioso. Los amigos que la editaron iban de un lado para otro, elegían la tapa, metían plata. Estos chicos, me decía yo, se embarcan en gastos y apenas van a vender veinte o treinta libros entre los amigos. Ellos se tenían mucha fe, pero yo no.
"Ellos" son Javier Montoya y su mujer, Silvina Rivilli. Cuando Cristina, que había tenido diversos oficios (fue maestra rural, diseñó ropa artesanal, bordó tapices infantiles, vendió libros) se recuperaba de su enfermedad, le propuso a Javier -entonces desocupado- dejar de lado improbables proyectos comerciales y hacer lo que le gustaba. Y él se entusiasmó con la idea de una editorial. Fundó Edi-ciones del Boulevard y convenció a Cristina para que soltara esa novela que llevaba años escribiendo, cuyo borrador € había deslumbrado a su esposa.
Cristina cedió, y lo demás corrió por cuenta del hechizo de sus historias exuberantes, casi góticas, que ella misma define como histórico-fantásticas. Bien pueden entenderse así los relatos de su último libro. Ubicados en tiempos de la colonia y un poco más acá, hay allí conjuros, ensalmos, maleficios y pestes bíblicas que marcan el sino de amores pasionales en un mundo a medio hacer donde españoles, criollos, religiosos, negros e indios se ven obligados a convivir.
-¿Es lo suyo narrativa histórica?
-No me importa que me ubiquen allí porque yo sigo mi camino y hago lo que me gusta, se desmarca ella.
Lo cierto es que dentro del género es una rara avis. Los protagonistas de sus libros no son próceres de bronce, sino hombres y mujeres comunes inmersos en una cotidianidad en la que, sin embargo, los poderes de lo oculto borran los límites entre lo real y lo sobrenatural.
Si Cristina heredó de sus padres el amor por los libros y la historia, su inclinación por leer el mundo en clave mágica quizá provenga de su infancia en Cabana, una zona agreste a unos 30 kilómetros de Córdoba capital, en plena sierra, donde su familia se mudó cuando ella tenía ocho años.
-¿Cómo fue su infancia?
-Mi infancia fue una maravilla. Crecí entre talas, chañares, algarrobas, robles y arces. Había liebres, zorros y hasta pumas. A la hora de la siesta, con mi hermana nos escapábamos por la ventana de la vieja casona donde vivíamos, a andar por ahí. Teníamos mucha libertad para vagabundear.
Allí, en su primer invierno, conoció la nieve. Algunas revelaciones llegarían más tarde. "Ibamos a jugar a un vallecito donde había unos asientos de piedra rodeados de talas. El lugar nos daba mucho miedo. Hace unos diez años me vengo a enterar de que en Cabana decían que allí estaba la casita del diablo. Esa era la magia: ir a un lugar y sentir que en ese silencio había algo más."
Además de andar por el monte y la sierra, Cristina leía. En una casa donde nunca faltaron libros, a los 13 años ella había dejado bien atrás la colección Robin Hood y ya frecuentaba autores como Aldous Huxley y Stefan Zweig, además de clásicos como Dickens, Verne o su amado Balzac. Y ya escribía.
A esa edad, también, comenzó a leer historia argentina en los viejos volúmenes de su padre: desde trabajos sobre Rosas o Sarmiento en la prosa de Ibarguren o Gálvez hasta las memorias del General Paz. "Soy historiadora vocacional; leí e investigué mucho desde siempre. Incluso he hecho rectificar a muchos historiadores que me han corrido con la vaina", dice, y señala -con razón- que de todos modos en su obra la historia es sólo el telón de fondo donde transcurre la suerte de sus personajes.
Hoy, a los 67 años, en su casa del barrio cordobés de Alto Alberdi (donde el bosque centenario que la rodea le trae ecos de la Cabana que dejó a los 27) recibe cada tanto la visita de alguno de sus cinco nietos (en dosis medidas, ya que aclaró a sus hijos que éstos son años "de protección a la madre"), cuida de sus dos perros y sus seis gatos, y reparte su tiempo entre dos novelas en curso. Una de ellas está ubicada en el siglo XIX, mientras que la otra recorrerá parte del XX, desde 1920 hasta la caída de Perón. Siempre, como lo hacen sus ficciones: en ese punto donde lo político y lo público contaminan los destinos individuales.
Eso sí, ya no corre de aquí para allá con su máquina de escribir a cuestas. Otro de los cambios -así como la fama, que no buscó, pero que tiene en Córdoba- que la condición de édita trajo a su vida: se permitió estrenar escritorio. "Me conseguí una mesa divina, de pino tea, y la instalé junto a mis bibliotecas. Ahora tengo allí mi mundo propio. ¡Qué razón tenía la Woolf!", ríe Cristina, ya muy segura de sus fueros.
Para saber más
www.proyecta.org.ar
www.edsudamericana.com.ar
Sus relatos
En los cuentos de su último libro (Tú, que te escondes) aparecen protagonistas anónimos de la fundación de Córdoba, la enamorada de Luis de Tejeda, el primer poeta argentino, y hasta una mulata obstinada en casarse mientras los hombres se ocupan de luchas y revoluciones. Se trata de la cuarta obra publicada de Cristina Bajo, que ya editó Como vivido cien veces, En tiempos de Laura Osorio y Sierva de Dios, ama de la muerte (Ediciones del Boulevard/ Atlántida). Editorial Sudamericana tiene previsto reeditar la primera, en agosto, y la segunda, en diciembre.
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