Con 73 años y recién retirado, el ex presidente de FIAT Argentina repasa su fascinante vida.
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Cristiano Rattazzi se expresa sin el filtro de lo políticamente correcto. “Digo lo que pienso, soy transparente”, asegura. Nació y vivió más de 30 años en la Argentina, pero su acento todavía guarda los rastros de una juventud entre Roma y Milán. La idea de la entrevista es hablar sobre su nueva vida como jubilado y repasar brevemente su historia. Pero, a sus 73 años, el ex presidente de Fiat Chrysler Automobiles Argentina tiene mucho para decir acerca de los políticos con los que tuvo que tratar.
-Las cosas que le dije a Néstor...-, comenta, desde el sillón de su oficina porteña, en Retiro.
-También lo elogió mucho.
-Sí. Al principio, Néstor era el único que administraba el país en serio. Tardó tres años en empezar a destruir todo lo que había construido.
-Usted se tuteaba con Cristina Fernández.
-A Cristina la conocí hace mucho. Yo iba a la Rosa Negra con Néstor y Cristina cuando él todavía era gobernador de Santa Cruz y a nadie se le ocurría que iba a llegar a presidente.
-También fue más de una vez fiscal para el partido de Mauricio Macri.
-Sí, en La Matanza. Fui para ayudar a mi hijo, que se había anotado en un grupo de fiscales de Cambiemos pero no quería despertarse a las siete. Solo lo cubrí en el turno de la mañana.
-¿Qué opina sobre la gestión de Alberto Fernández?
-El primer mes no fue malo. Aumentó los impuestos, pero iba bien, buscaba el superávit fiscal. Cuando entró en la pandemia, entró bien. Y de ahí en adelante, cagada tras cagada. Fue ahí que dije: “Hay que ver si prefiere ser Juan Bautista Alberdi o Héctor Cámpora”. Y demostró que prefiere ser Cámpora.
-¿Nunca lo castigaron por sus declaraciones?
-Jamás. Venganza, como cuando pidieron que sacaran al presidente de Shell [por Juan José Aranguren], no me pasó nunca. Debe ser porque sabían que, además de ser presidente de la compañía, yo era accionista de la sociedad. Para hacerme echar a mí debían hablar conmigo...
“Soy un jubilado que vive en Uruguay”
Hasta hace cuatro meses, Cristiano Rattazzi era el director más longevo de la industria automotriz. Ocupó la presidencia de FCA durante veinticinco años. Su caso fue único: no había otro “ejecutivo y accionista” entre los grandes fabricantes de vehículos. Le costó dejar su puesto, se sintió útil hasta el final. El balance de su gestión es sumamente positivo, la empresa tiene el 35 por ciento del mercado. Pero decidió empezar a vivir su vida sin horarios fijos y con el disfrute como prioridad. Fueron muchos cambios: dejó FIAT y, al mismo tiempo, se fue de la Argentina.
“Me retiré el 30 de junio y una semana después, el 7 de julio, me tomé el buque a Punta del Este”, cuenta. Está convencido de que el país lo echó. Dice que del otro lado del Río de La Plata, el gobierno uruguayo seduce a los jubilados con grandes fortunas: los invita a vivir y los hace sentir cómodos para que gasten su dinero allí. “No es una idea original, sucede en casi todo el mundo menos en la Argentina, donde el maltrato fiscal nos espanta”, insiste. Ya es sabido que Rattazzi solicitó una medida cautelar para no pagar el Aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia, impuesto que considera “confiscatorio”
-¿Entonces se define como un jubilado?
-Sí, soy un jubilado con plata que vive en Uruguay. Cobro mi jubilación acá. Hace muchos años pasé la jubilación de Italia para acá.
-Pero sigue trabajando.
-Obvio, siempre produciendo, siempre activo. Hoy concentro mi actividad en Uruguay.
Cristiano Rattazzi todavía es miembro del consejo directivo de la Unión Industrial Argentina y conserva su cargo como vicepresidente de la Asociación Argentina de Fabricantes de Automóviles (Adefa), puestos que lo mantienen en la tensión política del país.
Hoy, vive en su casa de Manantiales, sobre la playa, con Gabriela Castellani, su pareja, de 53 años. Desde ahí, maneja la compañía de transportes aéreos Módena y viaja a distintas partes del mundo. Hace dos semanas, estuvo en el norte de Brasil, donde tomó clases de kite-surf junto a su amigo Adolfo Cambiaso (padre del polista Adolfito Cambiaso). En Buenos Aires, donde lo entrevista LA NACION, también está de visita. Vino a votar en las elecciones legislativas y se quedó unos días más para visitar a sus hijos y a sus nietos.
“Mis padres dijeron: ‘vayamos al país del futuro’, y eligieron la Argentina”
Cristiano Rattazzi forma parte de la dinastía Agnelli. En Italia todos saben de memoria la historia de su familia: que forjaron su primera fortuna con la cría de gusanos de seda en el siglo XVII y que dieron “el salto definitivo” en 1899 cuando Giovanni Agnelli, bisabuelo materno de Cristiano Rattazzi, fundó la Fabbrica Italiana Automobili Torino, más conocida por su acrónimo, FIAT.
-¿Su destino ya estaba escrito? ¿Siempre supo que tenía un lugar esperándolo en FIAT?
-No. Se dio de una manera muy natural. Somos 190 los descendientes de Giovanni Agnelli y solo cuatro estamos involucrados profesionalmente en la empresa. Eso es porque nunca se usó el grupo para darle trabajo a los familiares. Nadie decía: ‘Terminé la facultad, voy a trabajar en Fiat’. Yo era un fanático de los autos, corría autos, entré en FIAT porque me interesaba el trabajo y tenía un currículum impecable. Después, hice camino al andar.
Cristiano es el tercero de seis hermanos, el primero en nacer en la Argentina, el único que se involucró en la empresa familiar. Sus padres, Urbano Rattazzi y Susanna Agnelli, se embarcaron rumbo a Buenos Aires cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial, junto a sus dos hijas mayores. “En Italia estaba la posibilidad de que se impusiera un gobierno comunista. Entonces, mis padres dijeron: ‘Vayamos al país del futuro’. Y, en ese momento, el país del futuro era la Argentina”, dice Rattazzi, muerto de risa.
-¿Fue una decisión correcta?
-Para mí fue correcta porque acá hice mi vida. Pero es obvio que los que terminaron siendo países del futuro fueron Estados Unidos y Australia. Argentina no respondió a las expectativas de un país que en 1930 estaba entre los primeros ocho del mundo.
-En todos estos años, ¿descubrió cuál es el problema de la Argentina?
-Yo tengo una teoría que desarrollé desde chico, que es un poco compleja, que dice que la riqueza no ganada por esfuerzo propio crea una situación de dejadez. Argentina, tan rica, con todo tan fácil, tuvo la crisis de 1930 y de ahí en adelante no erró cagada.
El joven matrimonio Rattazzi se instaló en Belgrano y luego en un campo en Balcarce. Ahí nació y se crió Cristiano. Tan entusiasmados estaban sus padres con la aventura sudamericana que de tercer nombre le pusieron Argentino. Cristiano Santiago Argentino, entonces, cursó la primaria en un colegio rural de la localidad bonaerense. Pero antes de empezar la secundaria, su familia decidió regresar a Roma. “Siempre les pregunté a mis padres porqué volvimos a Italia. Y papá, que era vicepresidente de Ferrania [una empresa de películas de fotografía], respondió: ‘porque creo que merecen la oportunidad de estudiar en un país en serio’. La situación de Argentina era otra, ‘Perón-Perón’ y todo eso”, explica Rattazzi.
“Tuve que elegir entre Harvard y las carreras de autos”
Cristiano Rattazzi hizo la secundaria en el Liceo Naval italiano. Después, orientó sus estudios hacia el mundo de los negocios. Todos los días, mientras cursaba el doctorado en Economía y Comercio en la Universitá Luigi Bocconi, en Milán, manejaba su Fiat 500 Cerchioni hasta Autobianchi, una compañía de FIAT. No tenía un sueldo, no iba a trabajar, solo le gustaba pasar su tiempo libre entre las máquinas. Apenas pudo, ingresó a Harvard, donde hizo un MBA. Cuando volvió de Boston, Gianni Agnelli, jefe absoluto de la familia, le ofreció un puesto en la planta de FIAT Brasil. Así fue el desembarco de Cristiano en la empresa.
-¿Le hicieron hacer todo el escalafón? ¿O arrancó como jefe?
-Empecé como impiegato di sexta, empleado de sexta categoría, que era el último cargo antes de alcanzar un puesto directivo. Sí, tenía jefes. No era un escalafón bajísimo, pero bueno, tenía un master en Harvard. Tenía una cara de nene tremenda. Si ahora, a los 73, todavía tengo cara de chico, imaginate lo que era a los 24 años. Apenas entré, hice un contrato de 13 millones de dólares con Schuler (compañía de prensas hidráulicas). Yo pensaba: ‘¿Pero esto será verdad?’.
Rattazzi hizo varias escalas antes de su desembarco definitivo en la Argentina. Después de aquella primera experiencia en Brasil, fue trasladado a Venezuela, donde llegó a ser presidente. Y de ahí, a Francia. Cuatro años más tarde, lo convocaron para trabajar en Buenos Aires, en Impregilo, una empresa constructora reconocida en todo el mundo, de la que FIAT tenía el 33 por ciento. “Pensé que iba a estar unos cinco años, pero me fui quedando, quedando... Era fascinante el trabajo, teníamos todas las obras grandes de Argentina”, reconoce.
-Sin entrar en detalles, ¿le han pedido coimas para otorgarle licitaciones?
-Había una regla en Impregilo que me encantaba: no se pagan coimas. Por eso, la empresa, cuando iba en grupo, no era muy amada por los competidores.
-Y aún así obtenían buenas obras públicas
-Sí, es que éramos los mejores. Yaciretá, Salto Grande, El Chocón... todos los diques grandes de la Argentina los hizo Impregilo. Ganábamos por robo la licitación. Después nos juntamos con Franco Macri, hicimos Sideco, y construimos la Panamericana.
-No guarda parentesco con los Macri, ¿no?
-Nosotros somos piamonteses y ellos son calabreses. Norte y sur, nada que ver.
-¿Hay una característica que defina a los Agnelli?
-Somos un equipo que Gianni, con mucha dificultad, supo mantener unido. Gianni era el jefe de la dinastía, sin discusión. Era un tipo bárbaro, mi ídolo, tenía un carisma fascinante. Un personaje extraordinario. Estaba muy unido a mi madre, que se dedicó a la política y fue Canciller. Hubo momentos de FIAT en que parecía que se iba todo al tacho. Cuando Gianni estaba muy desencantado con el futuro, apareció Jaki Elkann, nieto de Gianni, un tipo muy serio, que ha hecho un trabajo extraordinario, que ha mantenido unido a todos los primos.
“Dejé de correr en auto, no tengo que hacerme el pendejo”
Solo se casó una vez, cuando era muy joven, con la empresaria argentina Sonia del Carril. Durante su matrimonio, que duró veinte años, nacieron sus hijos: Alexia, Urbano y Manuela. Los tres viven en Buenos Aires.
-¿Nunca pensó, como hicieron sus padres, en sacar a sus hijos del país?
-No hay manera de sacarlos. Urbano fue a la universidad en Washington seis meses y se volvió. Alexia, que hace un trabajo espectacular, [es psiquiatra infanto juvenil] viajó bastante, estuvo en Inglaterra un año. Y Manuela, que fue medalla de oro en la Universidad de San Andrés, se quedó acá y tiene una hija.
-Ahora que está jubilado, ¿volvió a correr en auto?
-Me retiré bastante del auto también, porque tengo 73 años y no tengo que hacerme el pendejo.
-¿Era bueno al volante?
-A los 21 años gané dos etapas en La Vuelta de la Manzana. Le pasé el trapo a Rodríguez Canedo, que estaba furioso. ¿Qué te parece?
-¿Por qué nunca se dedicó profesionalmente a correr?
-Si yo hubiese tenido cáncer a los 30 años, me hubiese encantado ser un corredor profesional. Pero no me pasó. Elegí el camino de Harvard. Eran dos caminos divergentes. Hubo momentos en los que pensé: ‘Cómo me gustaría ser piloto, creo que sería bueno’. Pero en seguida me convencía: ‘No, antes tenés que estudiar’. Son decisiones. Un poco, también, presión familiar.
-Da la impresión que sabe vivir bien, que disfruta.
-Soy moderado en mis cosas, como era mi madre. Ella podía comprar un departamento en Nueva York cuando quería, pero no era ostentosa. También tengo la transparencia de mi madre, que siempre dijo lo que pensaba. Ella era una escritora muy reconocida y, además, respondía el correo de lectores en la revista OGGI. Es cierto, me gusta disfrutar, más ahora que tengo un poco de tiempo libre.
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