Crímenes, corrupción y rituales vudú. La muerte de ‘Baby Doc’ Duvalier, el tirano que lideró Haití con brutalidad y despilfarro
Jean Claude Duvalier llevó adelante, entre 1971 y 1986, una sangrienta dictadura que, al igual que el mandato previo de su padre, ‘Papa Doc’ Duvalier, se basó en el terror y el derroche; hoy se cumplen 10 años de su muerte
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El 4 de octubre de 2014, en una residencia del barrio Pétion-Ville, en Puerto Príncipe, la capital de Haití, moría a los 63 años, a causa de un ataque cardíaco, Jean Claude Duvalier. Más conocido como “Baby Doc”, este hombre fue amo y señor de este país del Caribe entre los años 1971 y 1986. En ese período, él llevó adelante una dictadura cruel y corrupta, que no fue más que la continuación de la tiranía sangrienta que había iniciado su padre, François “Papa Doc” Duvalier en el año 1957.
En abril de 1971, apenas murió “Papa Doc”, su hijo Jean Claude asumió la presidencia de Haití, la pequeña nación caribeña que ocupa la porción occidental de la Isla La Española, ínsula que comparte con la República Dominicana. Quizás para acabar con cualquier expectativa acerca de la posibilidad de democratizar el gobierno hatiano, ni bien tomó el poder, “Baby Doc” se autoproclamó “président-à-vie”, que significa “presidente de por vida”, o “presidente vitalicio”.
El nuevo hombre fuerte del que entonces ya era, al igual que hoy, el país más pobre de América Latina, tenía tan solo 19 años. Nacido el 3 de julio de 1951, conocía de muy cerca el poder, ya que su padre asumió la presidencia cuando él contaba con cinco años. “Baby Doc” era un hombre grandote, de 1,82 metros y patillas largas a quien no le gustaba demasiado aparecer en público. De todas formas, su introversión no le impedía llevar las riendas del país con verdadera mano dura y extrema crueldad.
Un líder rico en una nación sumida en la miseria
Las primeras promesas del nuevo líder haitiano consistieron en asegurar que había terminado el período de represión llevado a cabo por su padre y que comenzaría una revolución económica. Sin embargo, nada de esto ocurrió. El método iniciado por “Papa Doc” de perseguir, amedrentar y eliminar a los opositores continuó de la misma manera, o quizás peor y la economía jamás despegó. Pese al apoyo monetario de los Estados Unidos -en tiempos de la guerra fría, Haití era uno de los contrapesos en el Caribe para la Cuba comunista-, los únicos que vieron incrementar su fortuna fueron “Baby Doc” y su círculo de allegados.
Como ocurre en gran parte de los estados dictatoriales, la población haitiana continuaba sumiéndose más y más en la miseria mientras que su presidente exhibía una vida de opulencia a través de la explotación de las arcas estatales. Los autos de lujo y los yates eran parte de las debilidades de “Baby Doc”, que tenía gustos caros y hacía ostentación de ellos. En este sentido, según los biógrafos de los Duvalier, el sucesor habría superado los niveles de riqueza y banal despilfarro de su propio padre.
En mayo de 1980, “Baby Doc” se casó con Michelle Bennet, una mulata de clase alta, hija de un empresario cafetero, con una fiesta de casamiento cuyo costo se calculó en unos cinco millones de dólares. Otra demostración de derroche obsceno frente a una población empobrecida. En sintonía con el nivel de vida de su flamante marido, Bennet también se deslizó hacia los placeres caros, como sus viajes a Europa para ir de compras a las tiendas de moda de mayor renombre.
En términos políticos, la unión entre Duvalier y su esposa, con la que tuvo dos hijos, François Nicolas y Anya, también ayudó para acercar a “Baby Doc” a la clases medias y altas del país. Así, a diferencia de su padre, que basó su poder en las mayorías negras de clase baja, el sucesor del viejo tirano se apoyó más en las minorías mulatas que se encontraban en los escalones superiores de la estructura económica.
Tonton Macoutess, los agentes del horror
Pero, más allá de algunas diferencias en el manejo de alianzas para mantenerse en el poder, “Papa Doc” y “Baby Doc” tuvieron algo ciertamente en común: el horror que sembraron en la multitud y, sobre todo, la forma de administrarlo. Fue a través de un grupo paramilitar con sed de muerte y dispuesto a llevar adelante cualquier aberración violatoria de los derechos humanos: los Tonton Macoutes.
Fue en el año 1959 cuando “Papa Doc” creó a este grupo de uniformados cuyo identificación oficial es Milice de Voluntaires de la Sécurité Nationale (Milicia de Voluntarios para la Seguridad Nacional). Pero el nombre con el que se los conoció de inmediato fue puesto por el ingenio popular a poco de conocerse sus andanzas. Es que, en el idioima criollo haitiano, Tonton Macoutes significa “los hombres de la bolsa”, en referencia a aquel personaje de fantasía creado para asustar a los niños.
Estas milicias, ataviadas con sombreros de cowboys, anteojos negros, camisas azules y casi siempre con un machete en sus manos, o alguna que otra arma de fuego, amedrentaban a la población y la mantenían a raya a través de asesinatos, torturas y abusos sexuales. Sus víctimas eran los opositores políticos, los miembros de la prensa que osaran criticar al líder y cualquiera que se interpusiera en su camino de violencia y autoritarismo. Estos hombres estaban siempre protegidos por el poder del Estado.
“En las casas hasta los niños hablábamos susurrando. Si a alguien se le ocurría decir que quería ser presidente y llegaba a los oídos de los tonton, lo detenían a él y a toda la familia”, recuerda la periodista torturada Liliane Pierre-Paul en el medio español Público.
Las detenciones, desapariciones y ejecuciones sumarias fueron cuestiones comunes durante los 30 años de la era de los Duvalier. Los ‘hombres de la bolsa’ podían apedrear o quemar vivas a las personas y luego era común que colgaran los cuerpos en la calle como para advertir al resto de la población sobre el peligro de oponerse al presidente.
La influencia del vudú
Como otra forma de mantener aterrados a los pobladores, los jefes de estas milicias eran también líderes vudú o tenían conocimiento de estas prácticas que mezclaban la fe (el vudú es la religión oficial del país) con la superstición. Ellos aprovechaban la impresión que ello inpiraba en la gente para llevar el miedo a niveles no sólo físicos sino también psicológicos.
Es que los rituales del vudú, mediante los cuáles se creía que se podía dañar o hasta matar a una persona a la distancia a través de muñecos y agujas, elevaban a los jefes de los Tonton Macoutes a niveles sobrenaturales a ojos de la población. Esto, entre otras cosas, protegía a los agentes criminales de esa milicia de cualquier posible represalia.
Uno de los líderes más recordados de estos grupos paramilitares fue Luckner Cambronne a quien se conocía como “el vampiro del Caribe”. Es que, además de asolar al país con sus tropas criminales, este hombre fue conocido por el morboso negocio ilegal que llevaba a cabo: proveer de cadáveres y sangre a universidades y hospitales de los Estados Unidos. Según un artículo de National Geographic, si faltaba la “materia prima” para exportar, él no vacilaba en buscar nuevas víctimas inocentes para reponerla.
“Un gran y aterrorizado cementerio”
Los Tonton Macoutes también irrumpían en las redacciones de los diarios para golpear periodistas y hasta para abusar de las mujeres que trabajaban allí. Otra de sus prácticas consistía en extorsionar a las familias ricas y también llevar a cualquier disidente a la prisión de Fort Dimanche, donde los reclusos, hacinados por decenas en celdas diminutas, eran torturados y luego podían ser ejecutados o directamente morír de hambre en el olvido.
En 1977, el gobierno de los Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, presionó a “Baby Doc” para que cerrara este verdadero infierno en la Tierra. Entonces quedaban unos 106 prisioneros y una gigante fosa común en el patio del lugar.
Según las cifras del Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos de la Unesco, la cantidad de muertos y desaparecidos durante las dictaduras de los Duvalier oscila entre las 30.000 y las 50.000 personas. Unos 100.000, en tanto, huyeron del país. Una cifra escalofriante para un país que, en el año 1986, contaba con poco menos de seis millones y medio de habitantes.
Según Patrick Elie, activista de izquierdas y exmiembro del gabinete del presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide (primer presidente elegido democráticamente en Haití, en 1991), los Tonton Macoutes “se escudaron en una leyenda infantil para propagar el horror y convertir Haití en un gran y aterrorizado cementerio”.
Caída y exilio del tirano
Además de estos milicianos paraoficiales, que llegaron a ser unos 200.000, “Baby Doc” creó su propia tropa de militares para reforzar la defensa de su régimen, los Leopardos. Pero, pese a toda esta maquinaria para ejercer el terrorismo de estado, las distintas revueltas populares pusieron su liderazgo en jaque a mediados de los ‘80. En 1985 estallaron grandes disturbios populares contra el gobierno, pero la revuelta fue reprimida por las tropas gubernamentales, con el resultado de 400 muertos.
En febrero del año siguiente, un “Baby Doc” que ya no contaba con el apoyo de los Estados Unidos volvió a presenciar revueltas de miles de haitianos hartos de su régimen. Cuando a los reclamos se sumaron sectores disconformes con la política oficial del ejército, el régimen de Jean Claude Duvalier, heredero del de su padre, entró en la cuenta regresiva. El 7 de febrero de 1986, “Baby Doc” fue derrocado y huyó de la isla en un avión.
El presidente “de por vida” no fue tal. Tuvo su propia fecha de vencimiento. Y miles de haitianos salieron a la calles para celebrar su caída.
Suiza, España, Grecia y Gabón rechazaron la instalación del dictador haitiano en su suelo. Jean Claude y su esposa finalmente se radicaron en Francia. Lejos de mostrarse arrepentido por la situación de miseria en la que quedó su país tras su mandato, “Baby Doc” exhibió en el viejo continente nuevamente una existencia de excesos.
La familia Duvalier vivió en París y en Cannes y eran asiduos visitantes de la Costa Azul. Manejaban autos de alta gama, visitaban hoteles de lujo y compraban en las tiendas más glamorosas de Francia.
Todos estos lujos eran posibles ya que, según los cálculos realizados por la agencia de detectives Kroll Associates de Nueva York y la oficina de abogados Stroock & Stroock & Laval, Duvalier hijo habría robado a Haití durante sus 15 años de presidencia algo más de 500 millones de dólares. Al parecer, la mano del dictador solía introducirse en los envíos de dinero que llegaban en modo de ayuda económica de los Estados Unidos a Puerto Príncipe. “El destino de la gente de Haití es sufrir”, es una frase que se le atribuye al sangriento mandatario, aunque ese dicho no pareciera aplicarse a él ni a su familia.
El regreso a Haití
El 16 de enero de 2011, de manera sorpresiva y, aparentemente, con gran parte de su fortuna dilapidada, “Baby Doc” regresó a su patria. Había pasado unos 25 años en el exilio donde, entre otras cosas, se había divorciado y vuelto a casar con una amiga de la infancia, Verónique Roy.
Poco después de su retorno, el exhombre fuerte de Haití fue detenido y acusado de malversación de fondos públicos y robo. Pero pronto volvió a recuperar la libertad. Más tarde fue denunciado por cinco haitianos por crímenes de lesa humanidad.
En enero de 2012, un juez recomendaba que se juzgara a “Baby Doc” por desvío de fondos, pero no por crímenes de lesa humanidad, más allá de lo que consideraban la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Sin embargo, un año más tarde, la cámara de apelaciones ordenó que Duvalier fuera llevado a la Corte para enfrentar las acusaciones de 30 víctimas de su dictadura. “Las muertes ocurren en todos los países. Yo no intervine en las actividades de la policía”, se defendió entonces el tirano de Haití, con una calma exasperante.
La muerte impune de “un hijo de Haití”
Pero cuando los juicios contra Duvalier por crímenes de lesa humanidad estaban prosperando y la Justicia también lo apuntaba por su responsabilidad ante los abusos cometidos por el ejército y sus milicias paraoficiales, en octubre de 2014, el dictador sufrió un letal fallo cardíaco.
“La muerte de Duvalier priva a los haitianos de lo que podría haber sido el juicio de Derechos Humanos más importante en la historia del país”, señaló, lleno de indignación, Reed Brody, de la organización Human Right Watch a la agencia Reuter tras el deceso de “Baby Doc”. El integrante de la prestigiosa ONG definió a esta situación como “una vergüenza” y añadió: “Cientos de prisioneros políticos detenidos en una red de cárceles murieron debido a maltratos o fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales”.
Lejos de esta postura en clara búsqueda de Justicia, el entonces presidente de Haití, Michel Martelly, escogió para despedir al exmandatario unas palabras de conciliación: “El amor y la reconciliación deben superar siempre las luchas internas. Pese a nuestras luchas y nuestras divergencias, saludamos la partida de un auténtico hijo de Haití”.
Pese a la imagen de mandatario cruel que quedó en gran parte de la población de Haití, cientos de personas acudieron al funeral de “Baby Doc”, cuya ceremonia religiosa se realizó en la capilla de la escuela San Luis Gonzaga, donde había estudiado. Muchos de los presentes en el último adiós todavía lo veían como un gran líder, como su presidente vitalicio.
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