Alejandro Dutto es buzo técnico y su pasión por los barcos militares lo llevó a realizar una expedición submarina en el atolón Bikini, un lugar distante de la civilización y deshabitado que fue arrasado por pruebas termonucleares
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Fue en un verano del año 2006, en Brasil, cuando Alejandro Dutto descubrió una pasión que lo acompañaría por el resto de sus días: el buceo. “Estábamos de vacaciones con amigos y uno de ellos que buceaba nos insistía para que lo acompañáramos. Acepté. Cuando puse la cabeza bajo el agua me dije: ‘¡Lo que me estuve perdiendo todo este tiempo!’. Fue amor a primera vista”, cuenta a LA NACION Dutto, oriundo de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, que hoy vive en Miami, Estados Unidos, y se convirtió en buzo e instructor de buceo técnico y que se dedica a la exploración de naufragios de barcos de guerra, especialmente de la Segunda Guerra Mundial.
Llevado por esa vocación submarina, este ingeniero en telecomunicaciones y ciberseguridad de 45 años estuvo a mediados de este año realizando una riesgosa misión. Fue cuando exploró una serie de embarcaciones sepultadas en el fondo del Océano Pacífico, en un lugar del mundo altamente contaminado por radiación. Se trata del Atolón Bikini, un anillo de pequeñas islas situado en el archipiélago de las Islas Marshall, donde Estados Unidos probó decenas de bombas termonucleares entre los años 1946 y 1958.
Luego de un largo y extenuante viaje para llegar a ese sitio distante del resto del mundo civilizado y sin presencia de vida humana, Dutto y un grupo de buzos especializados descendieron a unos 50 metros de profundidad para ingresar en las entrañas de barcos emblemáticos de la conflagración mundial, como el portaaviones de la armada estadounidense, USS Saratoga o el acorazado japonés Nagato, desde el que se planificó y ordenó el ataque nipón a Pearl Harbor. “Hasta donde yo sé, soy el primer argentino en bucear en este lugar”, afirma el buzo técnico santafesino, sin disimular su orgullo por la travesía lograda, en la que registró con su propia cámara de videógrafo submarino escenas absolutamente asombrosas.
–Alejandro, ¿cómo fue tu carrera hasta convertirte en buzo técnico?
–Es una carrera, entre comillas, larga, porque hay muchas cuestiones que tienen que ver con la experiencia. Es muy diferente bucear en el Caribe entre pececitos que hacer las locuras que hacemos nosotros. En el medio hay todo un proceso. Empezás con naufragios fáciles y vas avanzando. Acá en el sur de Florida hay muchísimos arrecifes artificiales, que son barcos hundidos a propósito para prácticas de buceo. Ahí es donde se entrena. Después, en el buceo técnico las inmersiones son más profundas y los tiempos más largos. Este buceo es el que permite hacer penetraciones en naufragios de mayor profundidad, donde uno entra a espacios en los que la salida no es obvia. Uno se puede perder tranquilamente en uno de esos barcos, son bichos muy grandes, cuya exploración requieren todo un entrenamiento.
–¿De dónde surge tu interés por los barcos de ls Segunda Guerra?
–A mí me gustan los naufragios en general. Si hay algo bajo el agua, me atrae, pero los barcos de la Segunda Guerra, o los militares, son mi pasión... dentro de mi ser medio noño, medio nerd, soy apasionado por la historia. Entonces tengo la posibilidad de visitar algo que básicamente es un museo bajo el agua y que poca gente lo puede ver. Justamente fue ese gran atractivo el que me condujo a Bikini.
Los primeros barcos de la Segunda Guerra
–¿Cuál fue el primer barco de la Segunda Guerra que pudiste explorar?
–El primero fue uno chiquito en el sur de Florida que es un montón de fierros dando vueltas que es el Benwood. Era un carguero que hundió un submarino alemán que andaba por acá dando vueltas. Pero el primero importante fue el Thistlegorm, en el Mar Rojo, en Egipto, el 2017.
–¿Fuiste al Mar Rojo solo para buscar ese naufragio?
–Era uno de los objetivos principales. Thistlegorm era un carguero inglés que llevaba suministros de guerra. En ese momento, 1941, estaba a pleno lo que era el conflicto en Egipto entre ingleses y alemanes, con Erwin Rommel a la cabeza, entre otras cosas por el control del Canal de Suez. Los alemanes ven a este barco anclado para pasar el canal y piensan que es el Queen Mary. Despachan entonces un par de Heinkel (aviones bombarderos) y lo terminan hundiendo. No era el que ellos pensaban pero igual lo hunden, el 6 de octubre de ese año. Actualmente tiene la particularidad de que, después de las pirámides, el Thistlegorm es el segundo punto más visitado de Egipto por los turistas.
–¿Está a mucha profundidad?
–A 30 metros. Se puede visitar de manera recreativa o se puede hacer, para buzos técnicos, con penetración. Lo que se ve dentro del naufragio es impresionante, porque hay motos, camiones, armas, quedó todo ahí adentro.
–¿Otro barco importante que hayas visitado?
–En Aruba, en el Caribe, hay uno también icónico que se llama el Antilla. Está a muy poca profundidad. Era un buque de carga alemán que estaba anclado en esa isla que pertenecía a los neerlandeses. Cuando los alemanes invaden Holanda, en mayo de 1940, el barco pasa a ser de bandera enemiga y los holandeses de la isla deciden hundirlo. Actualmente el barco tiene partes buenas y partes malas, porque a las naves que quedan a poca profundidad, como esta, el clima los afecta mucho. Mientras más profundo están, mejor se conservan.
–¿Cómo surge la idea de ir al Atolón Bikini?
–La idea de ir allá empieza antes de la pandemia. Teníamos delineados varios viajes. Íbamos a empezar por cuestiones más sencillas hasta llegar a Bikini, que en el ranking de los lugares complicados es el número dos. Pero la pandemia nos cambió los planes y como para ir allá se requiere una logística muy particular, no lo cambiamos de fecha. O sea, lo movimos durante la pandemia, y después quedó fija en junio de 2024.
Bikini y la Operación Crossroad
El atolón Bikini está ubicado dentro del archipiélago de las Islas Marshall, en el Océano Pacífico, apenas por encima de la línea del Ecuador, a medio camino entre Hawai y Australia. Un atolón está formado por un conjunto de islas que forman una especie de anillo con una laguna en el medio. En rigor, es una formación volcánica y las islas son parte de la cresta de este volcán.
En el caso de Bikini, es un atolón muy particular porque los Estados Unidos realizaron en él decenas de pruebas nucleares entre 1946 y 1958. Pero específicamente, las detonaciones de este tipo que generaron los naufragios fueron las dos que se realizaron en julio de 1946 en la llamada Operación Crossroad.
En ese evento, el gobierno norteamericano quiso registrar qué sucedería al ejecutarse ataques nucleares sobre una flota de guerra. Para ello dispuso de unos 95 barcos ya inactivos en la laguna del atolón para proceder a efectuar dos explosiones.
La primera de ellas, conocida como Able, fue arrojada desde un avión. “Detonó a unos metros de la superficie, pero fue una prueba fallida porque le erraron al blanco. No salió bien y no hundió muchos barcos”, explica Dutto. La segunda explosión, conocida como Baker, se produjo con la bomba atada al casco de un barco, a unos 27 metros bajo la superficie marina, y los resultados fueron efectivos desde el punto de vista bélico -muchas naves sucumbieron- pero catastrófico a nivel ambiental. El rocío marino que levantó el estallido -dos millones de toneladas de agua, arena y coral pulverizados- produjo una gran contaminación del área.
A estas dos explosiones le siguieron más pruebas termonucleares. En Bikini, fueron un total de 23 las detonaciones. El resultado fue que las islas del atolón, que fueron desalojadas antes de los experimentos atómicos, quedaron completamente radiactivas. En 2019, tres estudios de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, señalaron que, en algunos lugares de las Islas Marshall el nivel de radiación eran más altos que en Chernóbil y Fukushima. Por ello, el lugar se encuentra aún hoy completamente deshabitado.
El largo camino al atolón Bikini
–Alejandro, ¿cómo fue la travesía para llegar a Bikini?
-Primero volamos hasta Hawai. De ahí tomamos un avión de United que se hace llamar Island Hopper, que hace básicamente cinco paradas entre Hawai y Guam, en diferentes atolones. Bajamos en el atolón Kwajalein, que es famoso porque en la Segunda Guerra allí se llevó a cabo una batalla que duró una semana. Ahí aterrizamos en una base aérea de los Estados Unidos y, como no nos podíamos quedar allí, nos movimos a una isla que está al lado que se llama Ebeye. Ahí esperamos dos días hasta que llegara un barco que nos llevara a Bikini.
–¿Un barco que se dedica a eso?
–Sí, es un barco que se conoce como live aboard, que es muy normal en el buceo. Llegan los buzos, se suben al barco y te llevan. Este se llamaba Truk Master y en este caso lo hicimos traer para nosotros y dos grupos más, para abaratar costos. En ese barco son 30 horas de navegación hasta el atolón de Bikini. En nuestro grupo éramos ocho buceadores de países diferentes. El líder de la expedición era un islandés, Aron Arngrimsson y mi buddy, un francés, Didier Follain-Grisell, porque en estos casos se bucea de a dos, para repartir la logística de cada inmersión.
–Entonces el viaje duró como cinco días, ¿no?
–Calculá: de Miami a Honolulú, la capital de Hawai, fueron dos vuelos de un total de 15 horas. Pasamos una noche en Honolulú. De ahí a Kwajalein, en avión fueron siete horas. Pasamos dos noches en Ebeye y después de ahí en barco a Bikini, 30 horas de navegación. Poco más de cuatro días.
“Todo lo que crece está radiactivo”
–¿Y cómo se puede estar en un lugar del mundo tan radiactivo?
–Vivíamos en el barco, que estaba súper bien equipado. Fuimos a la isla Bikini, que le da el nombre al atolón, pero solo para conocerla.
–¿No era peligroso estar ahí?
–Sí, porque si bien en el aire no hay radiactividad, el suelo está radiactivo, todo lo que crece en la isla también lo está. No podés moverte mucho hacia el interior de la isla porque sube el nivel de radiactividad. Fuimos solo a la playa, comimos ahí, en lo que solía ser el hotel de Bikini.
–Pero no comida de la isla...
–No, la llevamos nosotros. De ahí no se puede comer nada. En particular, hay un detalle que tiene que ver con los cocos. El agua de los cocos es particularmente susceptible de absorber cesio-137, un isótopo radiactivo. Está totalmente prohibida. La cuestión es que estuvimos unas cuatro horas ahí y volvimos al barco, que estaba todo bien.
–¿Y el agua no tiene radiactividad?
–No. Sí la hubo, pero con las corrientes y demás, eso se limpia. Bueno, se desparrama. El agua en sí del mar no tiene una radiactividad considerable, lo que sí sigue siendo radiactivo son las superficies de los barcos, los objetos que hay dentro... por eso nadie saca nada... y todo lo que tiene que ver con los peces, que es impresionante la variedad que hay, pero no es lo ideal comerlos.
Los barcos del atolón
–Y allí también estaban los barcos, por supuesto...
–Sí, los naufragios están todos en un área muy pequeña. Para la Operación Crossroad estaban prácticamente uno al lado del otro. Entonces, por ejemplo, buceábamos el USS Saratoga a la mañana, y a la tarde, el Nagato. En total, hicimos unos siete barcos, de todos los que participaron en la prueba. Estos son el USS Saratoga, el IJN Nagato, el Prinz Eugen (alemán), el USS Apogon, el USS Lamson y el USS Arkansas.
–Hablame del USS Saratoga.
–Tiene una historia larguísima. Es el tercer portaviones que tuvo la armada de los Estados Unidos en su historia. Podés ver sus fotos más antiguas que todavía tiene biplanos en cubierta. Participó en absolutamente toda la Segunda Guerra, desde el ingreso de los estadounidenses. Tuvo actuación en Islas Salomón, en el Índico, ayudando a los ingleses y franceses, estuvo también en la campaña de las islas Marshall y en Iwo Jima.
Al final de la guerra participa en la operación Magic Carpet, que es el operativo realizado para traer a los soldados norteamericanos desparramados por todas las islas del Pacífico. El USS Saratoga tiene el récord de la cantidad de gente que volvió a llevar a los Estados Unidos.
–Y vos visitaste ese pedazo de historia bajo el mar.
–Sí, actualmente ese portaaviones de 270 metros de eslora está a 53 metros de profundidad, aunque la cubierta de aterrizaje se encuentra a 30 metros y después, cada cubierta tres metros más abajo. La popa de esta nave está colapsada, por eso hicimos las exploraciones en la parte de la proa. Uno de los puntos de acceso fue el elevador delantero, el que usaba el barco para subir y bajar los aviones.
Hicimos penetraciones en cada una de las cubiertas. Como estos barcos fueron hundidos en un estado que era lo más parecido a una situación de batalla, están totalmente equipados. Vas a ver adentro platos, bombas, trajes de buceo, mesas, sillas, está todo.
Dentro del Saratoga
–¿Qué lugares pudieron visitar del Saratoga?
–Estuvimos en el Centro de Información de Combate (CIC), que es el centro neurálgico de información del barco. También en el cuarto donde vivía el almirante, porque este barco fue insignia de parte de la flota, entonces el los almirantes vivían acá junto al capitán... Pero la parte más jodida fue llegar a la oficina del dentista, que está a una profundidad de 40 metros y tenés que hacer unos 100 metros hasta el fondo, pasar al otro piso por una escalera y pasar por la enfermería. Ahí está todo intacto. Hay tres sillas de dentista con el torno, la pileta para enjuagar y todo.
–¿Aviones también encontraste, tratándose de un portaaviones?
–Sí, no adentro, pero alrededor del Saratoga hay una serie de aviones que ‘volaron’ con la explosión y se pueden encontrar cerca de la nave. Se puede ver un Helldriver, un TBM Avenger, un King Fisher...
–¿Cómo hacés para no perderte una vez que entrás a un lugar con tantos ambientes y tan profundo?
–Vas poniendo algo que se llama flechas, que te indican para dónde es la salida. Entrás básicamente con un carretel y tirás las líneas para marcar la ruta. Podés encontrarte en un lugar donde la visibilidad es cero y no tenés como orientarte. A eso añadile que estás a 50 metros de profundidad, 100 metros adentro de un barco, donde cambiaste de habitaciones, bajaste, subiste... todas esas cosas. La línea es tu salvavidas, la buscás y la vas siguiendo.
–¿Y cuánto tiempo se tarda en sumergirse unos 50 metros en el mar?
–El descenso es rápido, no hay problema, lo que se tarda en ecualizar los oídos. El ascenso es el que tarda. Hay que descomprimir. Los tejidos se llenan de gas inerte y entonces tenés que ir liberándolos de ese gas a medida que vas subiendo. Para que te des una idea, dentro de las dos horas o dos horas y media que llevan estos buceos, casi la mitad, o poco menos es el ascenso. Vas subiendo techos. Vas hasta cierta profundidad, esperás una cantidad de minutos. Subís tres metros más, y esperás otros minutos... está todo planificado.
IJN Nagato
–Contame sobre el barco japonés, el Nagato
–El barco de la Armada Imperial Japonesa (IJN) Nagato es todavía más escalofriante respecto de las sensaciones porque uno dice: “En este barco, por acá tiene que haber andado caminando el comandante Isoroku Yamamoto el día que ordenó el ataque a Pearl Harbor”. Si te ponés a pensar su incidencia histórica te da piel de gallina.
–¿Qué tipo de barco era?
–Era un acorazado de clase Nagato, porque era el que definió la clase de acorazado. Tiene una historia muy fuerte. Fue el único de su tipo que sobrevivió a la Segunda Guerra. Al final de la contienda, Japón no tenía ni para combustible y tenían este barco anclado en Tokio para usar de defensa antiaérea. Cuando los americanos toman este acorazado, hundirlo tenía para ellos un significado doble. Aunque las malas lenguas cuentan que al IJN Nagato lo tuvieron que ayudar a hundirse... se hundió cuatro días después de la segunda detonación.
–¿Y qué se puede decir de él como barco naufragado?
–Que hay que tenerle mucho respeto porque está dado vuelta y está con mucho combustible. Los barcos no están diseñados para estar al revés, es cuestión de tiempo para que el Nagato empiece a colapsar. Por la parte de arriba del naufragio, que sería la parte de abajo, es decir, la quilla, hay lugares de donde ves burbujas de combustible que salen. Como nosotros andamos con tanques que no hacen burbujas ni ruidos, porque son recirculadores, no son sistemas de buceo de circuito abierto, escuchamos todo lo que sucede en el barco, algún crujido, alguna cosita...
–¿Qué recorrieron de este acorazado?
–Exploramos la parte de afuera y un par de cubiertas adentro donde lo destacable fue la cocina. A diferencia de un barco americano, este está preparado para cocinar industrialmente arroz. Entonces hay unos recipientes de cocina para arroz gigantes. Hay esqueletos de tortugas en la cocina, comían las tortugas y por lo general, uno ve el diseño del barco muy diferente al norteamericano, en el sentido de que en el norteamericano los espacios son sumamente chicos mientras que en el Nagato son amplios y los cuartos de los oficiales muy amplios. Nosotros estuvimos evidentemente en esos cuartos.
La pagoda que tenía el barco, que era muy alta y que giraba, está al costado del naufragio. Hicimos también mucho buceo y el punto alto fueron los cañones de proa y de popa, que nos sacamos unas fotos espectaculares.
“Una soledad única”
–Cuándo explorás este tipo de barcos, que están tan lejos y también tan intactos después de tanto tiempo y tienen tanta historia, ¿qué sensaciones te atraviesan?
–Las sensaciones fueron múltiples. Por un lado tenés el hecho de que estás en el medio de la nada. La civilización más cercana está a 30 horas. Es una sensación de soledad única y muy atrayente. Después, el hecho de entrar en estos barcos genera sensaciones de las más diversas... uno dice: “Acá murió gente, acá vivió gente”. Leés la historia del barco y decís: “Pensar que este dentista estaba en esta sala cuando estaban desembarcando en Iwo Jima”.
–Además, muy poca gente llegó hasta ese lugar.
–Claro. Muy poca gente ha sido capaz de bucear en este lugar. Hasta donde yo sé, soy el primer argentino. Hice mi investigación, pero en estas cosas no quiero ser definitivo. En la comunidad de buceo pregunté y nadie me refutó. Sé que hubo otro argentino que fue un doctor del Balseiro que participó en los años ‘70 de la comisión que fue a medir la radiactividad de la isla, pero en los barcos, hasta donde yo sé no hubo ninguno.
Los próximos pasos
–Dijiste que Bikini era el segundo lugar más complicado en términos de naufragio,¿cuál sería el primero, el más riesgoso?
–El punto cúlmine es en el Mar Báltico. Y el mar del Norte, que tenemos planificados para el año 2026. Lo primero es ir a Narvik, en el norte de Noruega, donde se dieron una serie de batallas navales. Y después en el Báltico, la idea es ir a bucear el Graaf Zepeling, que es un portaaviones alemán que tiene la particularidad que está a 80 o 90 metros de profundidad. Sería de los más difíciles, porque tenés esa profundidad que en un lugar como Bikini de 30 grados no sería tan grave. Pero en el Báltico la historia es distinta.
–¿Cuáles son los próximos destinos antes de 2026?
–El año que viene toca hacer Truk Lagoon en los Estados Federados de Micronesia. Y vamos a hacer las Islas Salomón. Por suerte barcos de la Segunda Guerra Mundial hay por todos lados, y la exploración sigue. Aunque no queda mucho tiempo para hacerlo, esa es la realidad, porque los barcos están decayendo a buen paso. Imaginate que hace 80 años que están allá abajo...
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