Valentín Saal es mendocino y dialoga con LA NACION sobre las particularidades de la cuarentena en la ciudad china: “Uno debe respetar las reglas si elige venir aquí”
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Cuando habla de “estar encerrado”, Valentín Saal no exagera. Vive en Shanghái -precisamente en el distrito de Changjin- y no puede salir ni para comprar comida (en vano sería: ahí, ni los supermercados están abiertos). No puede salir, tampoco, a caminar ni a correr. Ni siquiera tiene permitido cruzar la calle para prestarle utensilios al vecino de enfrente y, cuando los agentes gubernamentales llegan a su complejo de edificios para realizar hisopados masivos, debe, primero, hacerse un auto-test y enviar el resultado por la aplicación WeChat, con el fin de no contagiar a los enfermeros. Máxima rigurosidad en aquel lado del mundo, donde la variante Ómicron está en su punto álgido.
La historia de Valentín en China comenzó en 2018. Viajó hacia allá a mediados de ese año con un fin claro: trabajar en la importación de vinos. Hoy lleva unos 4 años en ese rubro. A comienzos de 2022 vino de vacaciones a la Argentina, a sabiendas de que no le resultaría sencillo regresar a China en medio de las restricciones por una nueva ola de covid. Su trayecto de vuelta se dio con los máximos niveles de rigurosidad. “Antes de salir, necesitaba la aprobación de la embajada de China en la Argentina y, si hiciera un tipo de transbordo, también necesitaría la aprobación de la embajada local en ese lugar”. Valentín tenía programada una escala en Alemania. Por eso es que se tuvo que realizar tests PCR y de antígenos antes de embarcarse en Ezeiza, enviarlos por una app a la embajada china y, recién con el visto bueno de las autoridades, pudo subirse al avión. Repitió el mismo proceso en Berlín.
Ahora, no solo él debe aislarse de esa manera: lo acompaña el resto de la población de Shangai donde, por momentos, las autoridades dispusieron una cuarentena rotativa por distritos, a pesar de que, en ciertos momentos, el número de casos era muy bajo. Hoy las medidas son totales: sus 26 millones de habitantes están confinados en sus hogares. Durante los peores momentos de la cepa Wuhan (es decir, a lo largo de todo el año 2020) Shanghái sostuvo estadísticas buenas. Pero Ómicron fue demasiado para esa estrategia de contención: sobre finales de marzo de este año, la curva de contagios se elevó vertical, llegando a su pico de 27 mil contagios diarios el 13 de abril.
Al igual que en el transcurso de toda la pandemia, China optó por mitigar el crecimiento del virus con la política “cero Covid”; es decir, apostando a reducir los casos a cero por medio de cuarentenas localizadas estrictas y testeos masivos. Así, de alguna manera, se aplanó la curva y, con la ayuda de la vacunación, el número de muertes estuvo debajo del peor escenario (apenas cruzó el umbral de las 50 por día en el peor momento). No obstante, ante la contagiosidad de Ómicron, la OMS recomendó al país asiático “virar hacia otra estrategia”. Recomendaba, hace algunas semanas, Tedros Adhanom Gebreyesus, el director del ente mundial: “Ahora tenemos buen entendimiento del virus y buenas herramientas. Hemos indicado que el enfoque [la política cero Covid] no es sostenible. Sería importante cambiar de estrategia”.
Pero China hace las cosas a su manera. Y eso no está mal. En este contexto, se destaca la voluntad de los chinos a encerrarse “por el bien colectivo”. Dicho con otras palabras: el modo “cuarentena larga” podrá tener poca popularidad en Occidente, pero la realidad es que en muchos países de Oriente las sociedades suelen supeditarse ante las órdenes de las autoridades sin tanta reticencia. Y eso es algo que Valentín Saal sabe. “Si elijo estar acá, tengo que atenerme, esto es parte de las consecuencias. Uno puede quejarse por estar encerrado por la Ómicron, pero uno también debe recordar que es extranjero, y que este no es su país”, dice.
-La semana pasada, a través de tu cuenta de Instagram, mostraste algunos de los elementos que te provee el gobierno chino. Resultó curioso que te enviaran un pollo entero.
-Eso, el abastecimiento de comida, depende del distrito. Cada distrito lo maneja por separado. Acá en Changjin nos han enviado cuatro veces. No ha sido suficiente para comer los 40 y pico de días encerrados, pero ayuda. Uno también debe hacer sus propias compras, de la manera en que se pueda (ya que los mercados están cerrados). También nos enviaron verdura, carne de todo tipo, y el otro día pasta dental, jabón y elementos de perfumería. El asunto del pollo es así: no importa si es un pollo para vos solo o si es para una familia de 6, es uno por casa.
15 días en un cuarto de hotel
En marzo, arribado a China luego de las vacaciones, la historia siguió con un nuevo PCR y posterior separación por grupos (de acuerdo al distrito de residencia). “Nos llevaron al hotel donde se hacía la cuarentena centralizada. Una cuarentena total-total dentro del cuarto en la cual no podías tener contacto con el exterior. Tampoco salir de tu cuarto. Había cámaras en el pasillo del hotel. Te tocaban la puerta a la hora del desayuno almuerzo y cena y te dejaban la comida ahí. La comida tenia una cantidad de desinfectante para Covid gigante. Te juro que a los pocos días no la podía comer. Me preguntaban si me gustaba la comida y yo les decía ‘te juro que es muy rica pero, es tal el olor a desinfectante, que no’”.
Siguieron ocho días de libertad antes de que comenzaran a crecer los casos una vez más. Teóricamente, Valentín y quienes llegaron el mismo día que él tendrían que haber ido a otro lugar por una semana más para estar en período de observación, pero tuvieron la suerte de que justo en ese momento cambió la política en Shanghái; y no debieron hacer esa tercer semana. Le permitieron volver a su casa.
No pudo hacer mucho deporte, ya que los gimnasios estaban cerrados, pero sí aprovechó para juntarse con sus amigos (”siempre en la calle”, aclara). “Inclusive en esos ocho días el ambiente también estaba raro porque había mucha gente en cuyos edificios aparecían casos, y cuando sucedía eso, encerraban al edificio entero. Entonces ibas por la calle y veías muchos edificios cerrados y mucha menos circulación de gente”.
Está encerrado desde el 1ro de abril y la mayor dificultad pasa por algo tan básico como comprar comida. Como los supermercados están cerrados y las apps (equivalentes a Amazon o MercadoLibre) no funcionan bien porque algunos productos no ingresan fluidamente a Shanghái, chinos y extranjeros se juntan por “complejo habitacional”. ¿Qué quiere decir esto? Que quienes viven en los complejos de monoblocks realizan compras mayoristas de gran tamaño a distintos proveedores. En algunos casos le compran a granjas o campos cercanos a la ciudad: “De manera directa y siempre y cuando vos pidas una cantidad ‘interesante’. Si no, no les sirve. Se puso de moda esa modalidad de compra de complejo barrial”, explica Valentín.
"Los servicios de logística están muy limitados, lo que dificulta el abastecimiento incluso por esas apps de compras online"
Valentín Saal, argentino en Shanghai
El omnipresente WeChat
Es como si WhatsApp nuclease, además, a la app Cuidar, a la cuenta bancaria, a la app MiArgentina, a las billeteras virtuales y a las redes sociales. WeChat, el principal software de mensajería de China, sirve para todo. Más aún en la pandemia, ya que fue una herramienta útil para que las personas realizaran sus trámites evitando el contacto con otros humanos. Evitando los contactos estrechos.
También fue el escenario donde se replicaron miles de noticias (algunas reales, otras fake). En WeChat, además, se viralizaron artículos que hablaban de la recomendación de la OMS al gobierno de Xi de “virar hacia otra estrategia”. La noticia pasó de usuario a usuario durante muchas horas y se levantó una ola de protestas bastante inusitada en esa región -al menos, en la época más contemporánea-.
-¿Cuál es el rol de WeChat en la pandemia?
-Muchas cosas pasan por WeChat. Cada tantos días, vienen a hisoparnos. Antes de bajar a hacerme el PCR, tengo que primero hacerme el auto-test en mi casa para ver si soy negativo. Si me da positivo no puedo bajar con el resto. WeChat sirve para cargar el resultado del auto-test. Las autoridades lo evalúan y me dan el O.K para bajar. También sirve, por ejemplo, para donarle dinero a una persona en situación de calle.
-Hace un par de semanas hubo fuertes protestas en Shanghái. Quería saber cómo las viviste.
-Las hubo, pero esta vez a mí me ha sorprendido que hubiera mucha queja. Hubo cacerolazos. Hay una queja de la gente que nunca antes he visto en China y que no pensé que pudiera existir.
-Shanghái, en comparación con otras metrópolis chinas, está más empapada con información de occidente y es muy cosmopolita. ¿Notaste que este fenómeno se extendió hacia otras ciudades?
-Tal vez en otras ciudades mas recluidas del mundo, o del interior de China, pueda ser más fácil controlar a la gente y tenerla encerrada por “miedo” al virus, pero acá las personas tienen acceso a conexión con el exterior. El shangainés es muy abierto en ese sentido. La comunidad internacional más grande de China está en Shanghái. No noté que hubiera similares cacerolazos en otras ciudades.
-¿Qué pasaría si no respetases estas reglas?
-No sé qué pasaría porque si alguien lo ha hecho no me he enterado. No es algo de lo que se sepa mucho tampoco.
-¿Qué le pasa al que da positivo?
-Te trasladan al centro de gente positiva. Eso da un poco más de miedo, tanto a los chinos como a los extranjero. No por la propia enfermedad, sino por los centros de aislamiento.
-¿Cuántos hisopados te tuviste que hacer en estos 48 días?
-Unos 25, seguro.
-China es un país que, con sus ventajas y desventajas, tiene otro tipo de contrato social, con valores diferentes a los de Occidente y otro tipo de división de poderes. No es, claramente, “el país más libre del mundo”, pero es seguro, económicamente fuerte, y brinda muchas oportunidades para extranjeros. ¿Cómo te sentís vos a esta altura respecto a tus libertades y ese contrato?
-Tener un pasaporte extranjero me da cierta seguridad porque, en el peor de los casos, siempre me voy a poder ir. Pero eso no quiere decir que me quiera ir; soy feliz acá. En cuanto al contrato social, sí, totalmente. Yo me puedo quejar por estar en cuarentena por Ómicron pero, al fin y al cabo, la decisión de vivir en China es mía. Yo no soy chino, yo elijo estar acá. Y si elijo estar acá tengo que atenerme, esto es parte de las consecuencias. De hecho, hay muchos extranjeros y chinos que se están yendo de china. Creo que hay un ‘contrato’ que es parte de vivir en China. Tiene sus cosas buenas y sus particularidades. A pesar de este contexto, yo me siento libre.
Por ahora no hay datos concretos sobre una posible apertura. “Solo rumores”, dice Valentín. No obstante, autoridades locales informaron esta semana que, de continuar la curva en descenso, se volvería a una “vida más normal” en poco tiempo; precisamente el 1ro de junio.
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