No hay fotos de Marie Curie sonriendo. En sus retratos, la radiactiva científica polaca aparece siempre seria, ensimismada, cansada. No es enojo ni indiferencia, sino algo parecido a lo que los franceses llaman ennui –es decir, una suerte de aburrimiento crónico–, como si con en ese gesto buscara tapiar, bloquearle a los curiosos el acceso a su insondable mundo interior.
No es, por supuesto, la única. Ahora lo olvidamos, pero sonreír en las fotografías recién se convirtió en una práctica habitual a fines de la década de 1930, casi un siglo después de la invención de esta tecnología.
Algunos dicen que la falta casi total de registros de sonrisas durante aquellos cien años se debe a que hasta entonces, cuando las cámaras eran artefactos incómodos, caros y solo podían ser operadas por inventores y entusiastas, tomaba tanto tiempo capturar una imagen que la gente renunciaba a mantener una sonrisa el tiempo suficiente. Además, sonreír era una ofensa: la fotografía, como por entonces "novedad tecnológica", seguía los cánones de la pintura donde las sonrisas eran mal vistas pues, como indica el historiador australiano Angus Trumble en A Brief History of the Smile, hasta entoncesse las solía asociar con la locura, con los lascivos, pobres e indecentes. De ahí la revolución del sutil arqueo labial de La Mona Lisa: hipnotizaba por su rareza, atraía por su burla a la tradición.
Sonreír en las fotografías fue habitual recién desde la década de 1930. Antes - al igual que en la pintura - se lo solía asociar a la locura. De ahí la revolución del sutil arqueo labial de La Mona Lisa.
Antes de su democratización como ritual, sacarse una foto era un sufrimiento. Un daguerrotipo, por ejemplo, tenía un tiempo de exposición a la luz de 15 minutos. Los retratos por entonces no eran tanto un registro de una persona, sino un ideal formalizado. Y nadie quería ser inmortalizado como un demente.
Varios historiadores consideran que la imposición de la sonrisa como un reflejo cultural y social de nuestro tiempo se debió tanto a una silenciosa transformación cultural como a un viraje técnico.
Como gancho publicitario y el objetivo de crear un mercado, la compañía Eastman Kodak (más conocida simplemente como Kodak) a partir de 1913 buscó asociar a través de omnipresentes avisos sus productos a experiencias positivas como celebraciones y momentos de diversión, instalando así una norma, cómo deberíamos vernos. "Kodak creó no solo un producto sino también una cultura", dice el historiador Douglas R. Nickel en su libro Snapshots: The Photography of Everyday Life.
A partir de 1913, Kodak buscó asociar sus productos a experiencias positivas instalando así una norma, cómo deberíamos vernos.
Sonreír ante la cámara, así, se volvió un reflejo automático, el gesto cultural imperante del siglo XX (y de lo que va del XXI). De signo de obscenidad, en solo algunas décadas se transformó en un profundo acto de comunicación no verbal congelado para la eternidad por la cámara: señal física de calidez, disfrute o incluso de felicidad. Genuino o no, el acto de sonreír ampliamente exhibe seguridad, autoconfianza.
Y, como demuestra nuestra actual cultura instagrameable e instagramizada, también las sonrisas son súplicas de atención. Hay estudios que indican que las fotos con caras y sonrisas obtienen un 38 por ciento más de likes. "Nos atraen naturalmente las caras", dice la investigadora Saeideh Bakhshi del Instituto de Tecnología de Georgia, autora de la investigación. "Somos animales sociales y queremos ver a otras personas; las sonrisas y rostros nos reconforta y nos hace sentir seguros.Esto está grabado en nosotros desde muy temprana edad, cuando los bebés buscan el apoyo de sus padres".
Las sonrisas son adictivas: investigaciones recientes muestran que cuando uno le sonríe a una persona, su cerebro la alienta a devolver el favor, creando así una relación simbiótica que les permite a ambos liberar sustancias químicas placenteras.
Mientras en casi todas las demás especies, desnudar los dientes es una amenaza o una demostración de fuerza, los humanos estamos evolutivamente adaptados para detectarlas a la distancia como signo de amistad. Es decir, la sonrisa es una herramienta de supervivencia social que conecta y nos permite diferenciar entre amigo o amenaza. "Lo curioso es que es un comportamiento preprogramado –dice el psicólogo Frank McAndrew–. Los niños que nacen ciegos nunca ven a nadie sonreír, pero muestran los mismos tipos de sonrisas en las mismas situaciones que las personas videntes".
Las cámaras y las selfies funcionan más como un entrenamiento. Lo vemos en todos los chicos: como si hubieran nacido con un chip instalado, al encenderse la cámara delantera del celular automáticamente esbozan una sonrisa. Ya desde entonces aprenden a posar, a elegir inconscientemente cómo desean ser percibidos por el resto del mundo.
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