Cortada Carabelas, el mítico patio trasero del Mercado del Plata
Buenos Aires se acercaba a los doscientos años de su fundación hecha por Juan de Garay, cuando el cirujano del presidio, Pedro Ochoa de Amarita, del barrio San Nicolás (vivía en las actuales Carlos Pellegrini, entre Sarmiento y Perón, a corta distancia de donde se ubicaría el obelisco), convocó a los pocos vecinos para proponerles un proyecto. Que entre todos compraran un terreno y lo donaran a la ciudad para que se convirtiera en plaza.
En aquel tiempo, el término no definía un espacio verde para esparcimiento. La plaza que pretendía Amarita era un sitio donde llegaran las carretas con mercancía.
El cirujano y sus vecinos reunieron el dinero para entregarlo al gobierno, encargado de la expropiación de tres casas. El resto, la mayoría del rectángulo, eran lotes vacíos, llamados huecos. Éste, particularmente, era conocido como "Hueco del Curro Moreno". Desconocemos datos del mentado Moreno, pero sí podemos especular que fue un joven "compadrito" de su tiempo, ya que el término "curro" apunta en ese sentido. Por otra parte, si el hueco o espacio baldío llevó su nombre pudo haber sido porque vivía allí, o porque mató o murió en dicho sitio.
Cerca de la antigua iglesia de San Nicolás, la media manzana que adquirieron, estaba comprendida por las calles Carlos Pellegrini, Sarmiento, Pasaje Carabelas y Perón –siguiendo la nomenclatura actual–, se transformó en el punto de encuentro de los carreteros que llegaban desde la zona norte, San Isidro, Las Conchas (San Fernando) y Tigre. Vendedores de leña, frutas, verduras y cueros, entre otras cosas. Sus carretas eran más liviana y ligeras que las que viajaban por todo el territorio: bastaban dos bueyes para moverlas, a diferencia de las enormes, que requerían seis. Y, por su porte, algunas hacían reparto a domicilio.
Pero el cambio fundamental fue que, a fuerza de las ventas que realizaban los conductores al pie de las carretas, el rectángulo se transformó en un informal mercado. Recibió nombres muy diversos. Hubo quienes continuaron llamándolo Hueco del Curro. Otros lo convirtieron en Plaza Amarita –incluso fue llamada Plaza La Marita– y Plaza Nueva. Esta última denominación, aún siendo tan general y hasta repetida en las cercanías, fue la más aceptada y por eso algunos eran, más específicos y la nombraban: "Plaza Nueva de San Nicolás".
El hecho de encontrarse algo alejados de las inspecciones del centro, derivó en la existencia de un tráfico comercial informal que preocupó a las autoridades. A esto debe sumarse que el carretero era un hombre rudo, pendenciero, de muy poca urbanidad y amigo de la bebida. Entonces la zona de la Plaza Nueva, que había comenzado como un buen proyecto, terminó siendo un espacio de gente brava. El fogón y los faroles de los carros daban un aspecto muy particular, favoreciendo la reunión de gente complicada, la falta de higiene y las peleas. Sumamos un dato anexo: varios soldados británicos muertos durante la Invasiones Inglesas fueron sepultados allí.
A medida que la ciudad fue creciendo, se hizo necesario trasladar lo amontonamientos de carretas a espacios más alejados. Las que convergían en la Plaza Nueva se mudaron al Hueco de Doña Engracia (Paraguay, Cerrito, Marcelo T. de Alvear y Libertad, actuales). El vacío del Amarita no colaboró en mejorar la situación. Al contrario, pasó a ser un terreno peligroso, refugio de delincuentes y campo de honor de duelistas criollos. De hecho, una de las calles que la circundaba (el actual Pasaje Carabelas) era conocido como "calle de las puñaladas".
Por años siguió su vida y mala fama hasta que en 1855, un vecino se propuso resolver el asunto. Nos referimos a Esteban Adrogué, asimismo fundador del pueblo que lleva su nombre en el sur del Gran Buenos Aires. Adrogué vivía en la esquina de las actuales Sarmiento y Suipacha por lo tanto estaba muy cerca del hueco y decidió que había que hacer algo con eso.
Aprovechó las habituales reuniones de juego de cartas con vecinos para informarles que deseaba llevar adelante una transformación del barrio, quitando ese espacio, generando una edificación para que se fueran los malvivientes. Entre sus interlocutores figuró un médico prestigioso de aquel tiempo, el doctor Buenaventura Bosch, a quien llamaban Ventura (acotamos que terminó muriendo heroicamente, atendiendo enfermos durante en la epidemia de fiebre amarilla de 1871). Estos hombres solicitaron permiso a las autoridades para restaurar la Iglesia de San Nicolás de Bari (hoy 9 de Julio y Corrientes), ya que tenía una torre que nunca se había terminado de construir en ciento veinte años. El segundo proyecto que plantearon era más ambicioso: erigir un mercado Modelo en la Plaza de Amarita (que ya entonces se llamaba De las Artes).
Obtenidos los permisos, se abocaron a las tareas. Charles Henry Pellegrini (francés, padre del futuro presidente) fue el encargado de dibujar los planos edificio de ventas que denominaron: Mercado del Plata. La obra, muy admirada en su tiempo, se inauguró en 1856. Fue el mercado más moderno de Buenos Aires. Se daba el caso de vecinos que tenían puntos de abastecimiento más cerca de sus casas y, sin embargo, concurrían al Mercado del Plata.
Gracias a este emprendimiento, aquel rectángulo de delincuentes, vagos y criminales se convirtió en un espacio de trabajo. La fachada del edificio quedó sobre la calle Artes (Carlos Pellegrini), mientras que la callejuela o cortada de Artes (Carabelas) fue su contrafrente, su "patio trasero". habituales. No tenía buen aspecto. Solía acumular desperdicios y olía mal, contrastando con el elegante frente del edificio.
Según señalamos, la denominación Artes se empleaba para las dos calles. En aquel tiempo era habitual llamar con el mismo nombre a una paralela. En este caso, eran Artes (Pellegrini) y Artes 2 (Carabelas).
Esa falta de higiene estuvo a punto de decretar el fin del mercado. Ocurrió en 1871, durante la epidemia de fiebre amarilla (que se cobró la vida del doctor Bosch). Se consideró la posibilidad de convertir ese espacio en una plaza y quitar el mercado de allí. Quedó en intenciones.
¿Por qué se llamaba "cortada" a la calle trasera?
Podría suponerse que se debía a que cortaba la manzana en dos. La realidad es que el uso popular la convirtió en "Cortada de Artes" y luego, a partir de 1893, "Cortada Carabelas". Y eso se debía a que estaba cortada al tránsito. Solo entraban a Carabelas aquellos transportes relacionados con la carga y descarga de productos del mercado.
Vecino al edificio, en Cangallo y la cortada, se instaló el "Hotel Americano", de Edmond Bonheur. Hacia 1866, su restaurante fue punto de reunión de caballeros que, al terminar la jornada laboral, y antes de regresar a sus casas, comían en el local o jugaban al billar. A partir de enero de 1870, el Americano se mantuvo abierto todas las noches y concentró al público noctámbulo. Más cerca de fin de siglo, el multifacético José Ingenieros lo convirtió en su segunda casa.
Los precios del "Americano"
- No se acomodaban al presupuesto de los empleados del mercado. Para los bolsillos flacos, surgieron cafés y bodegones en la vereda impar de la callejuela.
- El café y billar "San Bernardo", de Esteban Muzzio, era uno de los más concurridos (iba Carlos Pellegrini en sus tiempos de vicepresidente y presidente de la Nación).
- También el "Buenos Aires", el café "Au Lait", de Pedro Michau, más el de Natalio Caime y el de madame Teresa Coget.
- A pesar de su nombre, el "Café Mazzini, de Felipe Gramaglia, era más fonda que café.
- Dos hoteles sencillos con restaurante abierto para todo público fueron el "Segundo Americano", de Domingo Gandor, y el "Cruz de Malta", de David Rissone.
- Y otro de los más populares, el "Volta", bodegón de José Ponazzio y Juan Fefaro.
- Más adelante llegaron el restaurante "Doria", el Naus y la fonda "Neo".
Se establecieron curiosas "relaciones de sociedad" a uno y otro lado de la cuadra. Porque, como cuenta Silvestre Otazú en un entretenido anecdotario de Carabelas, los bodegones obtenían los mejores productos del mercado y, como contrapartida, los empleados de los negocios de abastecimiento recibían trato preferencial cuando iban a consumir, por ejemplo, alguna bebida alcohólica. El mozo se la pedía al que despachaba utilizando una determinada palabra extra, como ser: "¡Fernet para uno! ¡Curupaytí!". De esta manera, le indicaba que no debía rebajarla con agua, ya que era para uno de sus "aliados".
De día, la cortada era territorio soberano de la gente del mercado. De noche, concentraba un gran número de bohemios, hombres de letras, artistas y también algunos periodistas y políticos. Entre tantos, mencionamos a Evaristo Carriego y Florencio Sanchez, cuya historia merece contarse.
Sánchez, un joven uruguayo, flaco y desgarbado, buscaba hacerse lugar en el mundo de las letras. Anduvo por Buenos Aires y Rosario. En la primera ciudad, vivía en Belgrano 2630, entre Saavedra y Misiones, hospedado por una tía. En el edificio conoció a Catalina "Catita" Raventós. Se enamoraron e iniciaron un sinuoso noviazgo de cinco años que no aprobaba la madre de la joven porque el pretendiente ni siquiera aportaba alguna estabilidad laboral. Florencio se sumó a la bohemia porteña y comenzó a moverse en sus circuitos. Le gustaba tomar, tanto como escribir.
A medianoche llegaba al "Doria" de Carabelas, luego de una recorrida por otros bares. En el bolsillo de su abrigo, diez o doce formularios de telegrama. Esto se debe a que en algún momento del día había pasado por el correo y, como hacían muchos escritores, tomaban los formularios para escribir sus cuentos y poemas en el reverso. De esa manera tenían el papel gratis.
En el "Doria", Florencio se sentaba un poco mareado por el alcohol y le pedía al mozo un café fuerte. Lo tomaba de un sorbo y después se quedaba unos pocos minutos con la cabeza contra la mesa, como si se estuviera durmiendo, hasta que recuperaba fuerzas. Se incorporaba y hacía un segundo pedido: "¡Café y tinta!". Servido con el segundo brebaje más una lapicera, se abstraía del mundo alrededor y se dedicaba a escribir. En 1903, en el "Doria" de la cortada Carabelas, Florencio Sanchez escribió "M'hijo el dotor". Se la llevó a un crítico teatral, Joaquín de Vedia, quien a su vez se la recomendó a un empresario de espectáculos. Se estrenó en el Teatro de la Comedia, interpretada por los Podestá. Fue un éxito.
Mejoró la economía de Sánchez y ese mismo año se casó con Catita. Sus testigos fueron José Ingenieros y Joaquín de Vedia. Cuatro días antes del casamiento, sus amigos le hicieron la despedida de soltero en un restaurante de Carabelas.
Acerca del Mercado del Plata, hubo varios proyectos de transformación –el principal en 1912–, pero quedaron en el camino. Hasta que en 1948 comenzó a tirarse abajo toda la construcción y se creó el Edificio del Plata, inaugurado en 1962, que aún sigue en pie. En ese período, cambió la conformación comercial de Carabelas. Dejó de ser aquel rincón de encuentro de los noctámbulos de Buenos Aires.
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