Coronel Suárez: la historia del valiente granadero hasta la cuna del polo
A las dos de la tarde del 6 de agosto de 1824 en Junín, Perú, se produjo uno de los momentos más impresionantes que puedan darse en un combate: el espantoso choque de dos caballerías de frente. Es una acción de altísimo riesgo para los jinetes, pero además provoca un estruendo que estremece por el solo hecho de recordarlo.
En aquella oportunidad, los hombres que encabezaba el granadero Mariano Necochea se estrellaron contra las lanzas de cuatro metros de los invencibles cazadores realistas del coronel Eguía. Perforado por al menos siete lanzazos, Necochea buscó escapar aferrado al cogote de su animal, pero cayó abatido, al igual que otro valiente, José de Olavarría, a la vez que la caballería patriota se desbandaba presagiando una derrota completa. Necochea y Olavarría fueron tomados prisioneros.
Simón Bolívar –comandante del Ejército Libertador– se lanzó al galope en retirada para protegerse detrás de la artillería en la retaguardia. Fuera del corredor en donde unos perseguían a otros, el coronel Isidoro Suárez, al frente de los Húsares del Perú (que aguardaban instrucciones porque debían actuar como fuerza de reserva), observaba la preocupante fuga de sus camaradas.
Nacido en 1799 en Buenos Aires, se había sumado a los Granaderos de San Martín en 1814, con quince años. Cumplió los 17 mientras realizaba el glorioso cruce de la Cordillera. En 1824, en Junín, acumulaba suficiente experiencia y sobrada valentía.
Casi sin meditarlo, pegó el grito y lanzó a sus hombres contra los envalentonados realistas que corrían a los desbandados. Hasta ese minuto Junín era una clara victoria de los soldados de la corona. Pero Suárez y los peruanos cargaron con fuerza y los arrollaron. Cuando las otras caballerías patriotas advirtieron la maniobra, se sumaron al contraataque. El resultado fue contundente. Las bajas de los españoles fueron de 324 hombres. Todo había ocurrido en media hora. Suárez rescató a sus amigos, Olavarría y Necochea.
Esa tarde, cuando Bolívar pasó revista, se plantó delante de Suárez y sus hombres, y gritó:
"Cuando la historia registre la gloriosa batalla de Junín, si es justa y severa atribuirá todo el valor y audacia a este joven coronel y a vosotros que ya no os denominaréis Húsares del Perú. Desde hoy seréis Lanceros de Junín".
Por la noche, el jefe venezolano dictó el parte de batalla. Plagado de nombres, acciones y estrategias. Pero incompleto: olvidó aunque sea una pequeña mención al coronel Suárez y los bravos lanceros.
En 1846, el héroe de Junín murió en Montevideo, apenas rodeado por los seres queridos. Pasaron veinte años hasta que en Buenos Aires una calle de La Boca fue bautizada con su nombre. Sus restos fueron repatriados en 1879. Tres años más tarde, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires nacía el Partido de Coronel Suárez, justo homenaje al granadero que convirtió una derrota en victoria. Jorge Luis Borges, su bisnieto, nació en 1899, cien años después del valeroso granadero, y fue honrado con su nombre en el acta de bautismo, ya que se llamaba Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.
Un pueblo en la provincia de Buenos Aires
La historia del Partido de Coronel Suárez se relaciona con Eduardo Casey. Este hijo de irlandeses nacido en Lobos había comprado en 1881 varias leguas en Santa Fe para fundar una colonia. Los pobladores querían llamarla Colonia Casey. Pero Eduardo estaba encantado con una leyenda que hablaba de la presencia de un venado de un solo ojo que aparecía para advertir sobre la llegada de malones. Bautizó el lugar con el nombre de Venado Tuerto.
Con las mismas intenciones, en 1882 compró tierras en la provincia de Buenos Aires, en la zona que protegía el fortín Sauce Corto. Si bien eran conocidas bajo la denominación de Concesión Curamalán, por ser cabecera del partido que acababa de crearse, el nombre que perduró fue el de Coronel Suárez.
Los primeros habitantes arribaron cuando un sacerdote ruso le pidió a Casey auxilio para ochenta familias que habían sido desplazadas desde otra colonia. Así se logró el primer asentamiento. Pero el verdadero desarrollo económico se dio a partir de que Sixto Rodríguez creó el centro agrícola Las Golondrinas. Casey donó el edificio municipal en 1888. La iglesia Nuestra Señora del Carmen, recién estaría terminada en 1899. Hasta que se completó la construcción, los oficios se celebraban en una casita que luego fue hotel.
La ciudad comenzó a poblarse. Por ejemplo, desde Azul arribaría un personaje singular: Celestino Garrós. Entre los primeros vecinos podemos nombrar también a Cleto Santamarina (quien puso Casa de Comercio), Ezequiel Lacabe (empleado en el comercio de Santamarina), José Borau, Jaime Brú, don Francisco Alberdi y Daniel Saturnino Amadeo. Más adelante, Campbell y Mackinlay instalarían un negocio más concurrido de la zona, cuyo largo cartel anunciaba: "La Curamalán, almacén, ferretería, corralón de maderas y fierros útiles de agricultura".
En 1889, el poblado de Coronel Suárez fue testigo de uno de los casamientos que marcaron el destino del lugar. La hija de don Francisco, María Simona Alberdi, contrajo matrimonio con el azuleño Celestino Garrós.
El 6 de agosto de 1904, cuando se cumplieron los sesenta años de la batalla de Junín, se inauguró el monumento al coronel Isidoro Suárez en la plaza. Dos de sus hijos asistieron al acto: Leonor y Niceto.
La instalación del Hospital de Caridad, contemporáneo a la inauguración del monumento, modificó el ritmo de Coronel Suárez. Era el más completo de la zona, con dos salas (una de hombres, otra de mujeres) de veinticinco camas cada una, más la novedosa sección de rayos equis. Estaba dirigido por un joven médico, morocho y de largos mostachos: Juan Harriott, quien se casó en 1913 con Dolores Alberdi, hermana menor de María Simona.
El partido creció en densidad y en campos. Además de El Recreo de don Celestino, surgieron San Anselmo, Santa Catalina, La Sofía (de Sofía Pineyro de Ayarragaray), El Huascar, San José (de Francisco Alberdi), Santa Ana (de Daniel Amadeo), La Curamalán y otros.
En cuanto a entretenimientos, las dos principales atracciones de Coronel Suárez hace cien años eran el bar La Bolsa, donde medio pueblo asistía a las funciones de cine, y la temporada de skating –patín en pista de madera– en el teatro Luciano Manara. Aún el polo no había arraigado.
Para ello, mucho tuvo que ver la visita de uno de los campeones olímpicos de 1924, Enrique Padilla. En su libro sobre estancias, Virginia Carreño contó que "Padilla, oficial de artillería, a su retorno de Europa había ido con su mujer a pasar unos días en Coronel Suárez, y los muchachos de las estancias quedaron entusiasmados con el juego". Además dice que "en ausencia de su marido, la señora Padilla [Lía García] les explicaba las reglas creyendo de buena fe que sólo se pegaba a la bocha con la punta del taco".
El polo de estancia se inició en 1927 en La María, de María Simona Alberdi de Garrós. Luego de algunas prácticas en donde jinetes y caballos comenzaron a entenderse, en junio se realizó el primer partido. El Ñandú (George y Jack Grant, H. Cadmus y Leslie Maitland) enfrentaron a los cuatro hijos de Celestino y María: Juan, Eduardo, Santiago y Ricardo Garrós. Ganaron los ñandúes.
Pocas semanas después visitó a los noveles polistas un equipo más experimentado proveniente del Partido de Coronel Dorrego. Si bien aquel duelo de coroneles lo ganó Dorrego, el fanatismo ya estaba instalado.
En 1929 se fundó el Coronel Suárez Polo Club por iniciativa de Santiago Garrós. Su primer presidente fue Daniel Amadeo (h). A partir de allí el nombre del héroe de Junín comenzó a sonar con insistencia en el mundo del polo. En 1934, Coronel Suárez se adjudicó el Abierto de la República por primera vez. Los cuatro héroes fueron los Garrós –Ricardo y Eduardo– junto a Quito y Juan Carlos "Bebé" Alberdi. El suplente de ese equipo fue un joven soltero de 22 años, hijo del primer médico y de Dolores Alberdi: Juan Carlos Harriott (lo llamaban Toto), quien se casó en 1935 con Elvira de Lusarreta y fueron padres de Juancarlitos (en 1936) y de Alfredo (1939).
En 1952 el equipo ganó el segundo de su historia, conquista que repitieron al año siguiente. Aún lejos del alto nivel, durante esa temporada, Juan Carlos Harriott (h) había obtenido con 17 años, su primer gol de handicap.
El cuarto Abierto que consiguió Coronel Suárez fue en 1957 y tiene la particularidad de que ambos Juan Carlos –padre e hijo– jugaron juntos. Desde ese año hasta 1964 (salvo en 1960) ganaron todos.
Luego siguió el hijo con la costumbre de levantar trofeos. Alfredo se sumó en 1967 y ese sería el primer año que competía el cuarteto de los hermanos Heguy y los Harriott.
Coronel Suárez le dio al polo un jugador único, un caballero en la cancha, un maestro de campeones, como Juancarlitos. Pero hay más: el Coronel Suárez Polo Club ha ganado veintiséis veces el Abierto y fue el primero del planeta que consiguió presentar en una competencia un equipo de 40 goles: Alberto Pedro y Horacio Heguy, Juan Carlos (h) y Alfredo Harriott. Fue, hasta hoy, la única formación que consiguió el Abierto de la República durante diez años consecutivos, entre 1961 y 1970.
Esa tierra de eximios jinetes que parecen imitar a su patrono Isidoro Suárez; esa tierra de locos admirables como don Celestino Garrós, de precursores como Francisco Alberdi y de talentos admitrables como el de Juancarlitos Harriott, está emparentada, a través del colonizador Casey, con otra cuna del mejor polo: Venado Tuerto. ¿Llegará el tiempo de que ambas localidades disputen una Copa que con total justicia llamen "Eduardo Casey"?
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