Coronavirus. Las clases virtuales y el futuro de la educación
La cuarentena forzada por la pandemia tuvo dos efectos contrapuestos: mientras que algunas actividades se detuvieron por completo, otras se vieron transformadas a un ritmo sin precedentes. Una de ellas es la educación. Si bien hace más de una década que se habla de innovación educativa, hasta acá casi no se habían realizado grandes cambios. La suspensión de las clases presenciales nos obligó de improviso a armar una modalidad de emergencia a través de clases remotas y a hacer más cambios en dos meses de los que habíamos realizado en las últimas dos décadas.
El sistema que debimos montar para mantener la continuidad del proceso educativo tiene falencias importantes, producto del apuro, la falta de entrenamiento de docentes y alumnos, la escasez de herramientas tecnológicas en los hogares y varios otros factores. Resulta claro que el futuro de la educación no pasa por mantener a los estudiantes en sus casas. Sin embargo, el mecanismo de clases virtuales está generando aprendizajes fundamentales para que muchos de los cambios obligados por la pandemia sirvan de base para construir un proceso educativo distinto hacia adelante. Una encuesta que realicé y que incluyó a más de 8000 personas, entre docentes, madres/padres y estudiantes, arrojó resultados muy alentadores de cara al futuro y me gustaría mencionar algunos.
En primer lugar, estos han sido tiempos de un enorme aprendizaje por parte de los docentes y los chicos en el uso de plataformas tecnológicas. Prácticamente todos los encuestados se sienten mucho más cómodos con estas herramientas ahora de lo que estaban apenas dos meses atrás. Ese conocimiento quedará como legado de este momento y servirá de base para mantener un mayor uso de tecnología hacia adelante.
En segundo lugar, las circunstancias nos forzaron a abandonar el método de evaluación más habitual: la clásica prueba escrita a libro cerrado, con respuestas que se aprenden de memoria y se olvidan un minuto después de que el examen finaliza. En este contexto es imposible evitar que los chicos se copien o directamente usen Google para dar la respuesta. Como resultado, la mayoría de las evaluaciones están siendo a libro abierto o a través de la preparación de monografías, alternativas generadoras de habilidades mucho más importantes que la memorización de corto plazo.
En tercer lugar, la falta de una computadora propia de muchos de los chicos argentinos forzó a que muchas de las lecciones fueran grabadas en video, para que cada uno pudiera verla en el momento que le resultara posible. Esto abre la puerta a la posibilidad de invertir el sentido del aula: en vez de escuchar pasivamente al docente en la escuela y hacer la tarea en casa, mover parte de la teoría a los hogares para aprovechar al máximo la interacción social que posibilitan las instancias presenciales.
Finalmente, la otra gran noticia es que se rompió la inercia de no cambiar. Dos tercios de los docentes y madres/padres encuestados desean que alguno de estos cambios se mantenga una vez que la pandemia quede atrás y finalice el aislamiento.
Más allá de los tiempos difíciles que tenemos por delante, quizás en diez años miremos para atrás y nos sorprenda que la siempre postergada innovación educativa haya sido finalmente acelerada por un peligroso organismo microscópico.
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