Coronavirus. La oficina que vendrá
Cuando, a principios del nuevo milenio, Google sentenció que "podés ser serio sin usar traje" al tiempo que proliferaban las imágenes de sus poco ortodoxas oficinas (paredes con graffitis, canastas de frutas y puffs multicolores en cada rincón, salas de yoga y hasta consolas de videojuegos y peloteros XL), incluso la empresa más tradicional debe haber sentido algo de envidia. O, al menos, la incomodidad de pertenecer a una especie en extinción.
Se anunció entonces la revolución de la oficina divertida, en la que los empleados, en nombre de la creatividad y la innovación, podrían dormir siesta o jugar al metegol. Moderna, relajada, cool. Con casi todos los aspectos de la vida personal incorporados a la organización (ocio, descanso, actividad física, sociabilización), ¿quién querría volver a la casa propia?
Start-ups y corporaciones se sumaron a la tendencia de descontracturar sus espacios. Pero, si bien el modelo empezó a mostrar señales de debilidad hace años (muchos estudios señalan que, por su falta de privacidad y exceso de ruidos, baja la productividad y la concentración), fue el Covid-19 el que le propinó una estocada letal. Es que la nueva oficina feliz ya no será medida en afters ni recreos para jugar a la Xbox. En cambio, la clave será que sus empleados se sientan tranquilos y confiados de ir trabajar sin poner en riesgo su salud.
Por eso, ya se habla de cámaras de detección de temperatura corporal en cada entrada, estaciones de sanitización en todos los pisos, escritorios individuales con mamparas y un mínimo de área libre a su alrededor y el regreso de los materiales descartables; todo esto acompañado por señaléctica en el piso, ascensores, pasillos y salas de reuniones, guiando los comportamientos y la circulación de la gente según la regla de oro del 1,5 metro de separación.
Cabe preguntarse si estas medidas bastarán para que las personas vuelvan a la oficina sin reparos. Pero, además, ¿las empresas están dispuestas a pagar el costo de semejante adaptación? Andrés Hatum, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella, explica: "Un estudio de Deloitte dice que la gente va a volver a las oficinas, pero en un 35% menos. Esto la convierte en un bien escaso y carísimo. Antes de la pandemia, el objetivo era el mismo que el de un supermercado: aprovechar cada metro cuadrado, por lo que las organizaciones metían la mayor cantidad posible de personas y así amortizaban la inversión. Hoy, por la necesidad de distanciamiento social, se acabaron los engendros de espacios abiertos que no les gustaban a nadie, salvo al gerente de finanzas porque eran más baratos".
Nacida para mutar
La oficina divertida de Google no fue la primera metamorfosis que buscó cambiar de raíz y para siempre el espacio de trabajo. De hecho, fue el tercero de al menos seis en los últimos cien años. El primero en dedicarse de lleno a este objetivo fue el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright cuando diseñó la sede central de SJ Johnson. Su brillante creación se transformó en el ideal de lo que la oficina moderna debía ser (y ostentar).
Hasta entonces, las oficinas contaban con una estructura y disposición similar a la de una casa, con habitaciones cerradas y pequeñas. "La caja es un símbolo fascista y la arquitectura de la libertad y la democracia necesita algo diferente", dijo Wright cuando se inauguró el espectacular edificio con luz natural y elegantes columnas en forma de árbol que evocaban la cálida grandiosidad de una catedral. Wright también diseñó los escritorios y las sillas; cada estación de trabajo contemplaba una considerable distancia de las demás, garantizando la comodidad y, por supuesto, la experiencia estética visual.
Esta fue la primera open office. Desde entonces, la mayoría de las empresas fue achicando y/o mutilando el modelo original mediante argumentos como "uso eficiente del espacio" y "maximización de recursos"; para los años 60, el apiñamiento de empleados era tal que la compañía de mobiliario Herman Miller se propuso encontrar una solución manteniendo el layout abierto al tiempo que se recuperaba cierta flexibilidad e independencia. La Action Office permitía combinar varias piezas: silla, escritorio, biblioteca, cartelera, sillón de descanso, mesa de apoyo, que se configuraban a piacere.
Pero lo que más llamó la atención en la Action Office fue un set de paneles bajos y movibles, que podían tomar distintas formas y dar cierta privacidad, sin perder la conexión con el entorno. Esta invención fue considerada el símbolo de la liberación del trabajador, la posibilidad de aislarse y concentrarse, de modificar su espacio según sus necesidades. Sin embargo, la copia mal ejecutada del diseño original llevó al efecto contrario: el cubículo, cuadrado y rígido, de paredes altas, asfixió a los oficinistas. La jaula corporativa definitiva.
Podría decirse que la oficina divertida fue una reacción a la plaga del cubículo, reivindicando las banderas del layout abierto: apertura, colaboración, transparencia. Casi en simultáneo, surgió otra tendencia del nuevo milenio, la conciencia sustentable, que propuso hablar de la green office (la separación de residuos en múltiples tachos es la victoria más universal de esta movida), aunque el concepto pronto derivó en otro más alineado al mundo corporativo: la smart office, que combina eficiencia y tecnología para la gestión inteligente de recursos (temperatura, luz, etcétera) y que, con ayuda de sensores y apps, permite diseñar experiencias personalizadas de confort, además de reducir gastos innecesarios de energía.
Sea cual sea el modelo elegido por cada compañía, todo se reduce a una cuestión de status y poder. "Imagino a los arqueólogos del futuro descubriendo fácilmente qué es lo que más nos importa hoy. Los egipcios tuvieron sus pirámides; los romanos, sus acueductos; la Inglaterra victoriana, sus vías de ferrocarril. Nosotros tenemos gigantescas cajas de vidrio y acero llenas de escritorios, pizarras y bidones de agua", graficó Lucy Kellaway, periodista del Financial Times.
La forma de la innovación
La sexta metamorfosis de la oficina tomó inspiración de todas las anteriores. El coworking, con sus divisiones de vidrio, apps inteligentes y un sinfín de propuestas de bienestar (entrada libre para mascotas y canilla libre de cerveza, por ejemplo) parecía ser la solución definitiva. Un espacio abierto a todos sin importar si eras un exitoso ejecutivo o un monotributista, la verdadera oficina feliz e inclusiva.
HIT, marca argentina con cinco años de vida y nueve sedes en Buenos Aires, planeaba un 2020 con aperturas en Chile, Perú y Brasil; este último destino, por el momento, está en pausa. Pero Uri Uskin, su CEO, transmite optimismo: "El coworking suele interpretarse como un espacio comunitario lleno de startups y freelancers, pero nosotros hablamos de la solución flexible del espacio de trabajo, reconociendo que las necesidades de las empresas son dinámicas y cambiantes. Para 2030, se esperaba que el 30% de los metros cuadrados de oficinas AAA fuesen consumidos en modalidad flexible, pero el impacto del Covid-19 está acelerando el futuro". Uskin también confía en el boom de las "oficinas policéntricas", es decir, en el fin de un único mega edificio en pos de alquilar varios espacios reducidos y ubicados estratégicamente para reducir el commuting de los empleados.
Por su parte, el catalán Albert Cañigueral, del think tank de innovación OuiShare, augura una nueva era de oficinas híbridas. "Mucha gente ha demostrado que puede trabajar y ser productiva en remoto. La solución será un mix entre oficina tradicional y home office. Para eso, habrá que destinar un espacio en casa exclusivo para trabajar (con mobiliario cómodo, adecuada iluminación, aislado acústicamente, buena conexión wi-fi), pero fundamentalmente se necesitará disciplina y algo que parece contraintuitivo: saber parar y descansar. A su vez, las empresas deben desarrollar otra cultura de trabajo más asíncrono, es decir, que cada uno pueda trabajar en el horario que más le convenga. El control desmesurado es contraproducente al teletrabajo".
Hatum coincide en que la oficina híbrida debería ser un paradigma imperante en esta nueva etapa, y suma: "Es una gran oportunidad de repensar no solo la oficina tradicional en términos espaciales, sino el trabajo que ahí se hace. Lo mejor que le puede pasar es transformarse en un hub de colaboración. Antes de la pandemia, se habían logrado espacios comunes que permitían puntos de encuentro para la innovación". Más que obsesionarse con profilaxis y distanciamientos, la clave es repensar la oficina en su función más esencial: la de reunir a las personas y facilitar ese no sé qué creativo que hace que las empresas cambien y sigan adelante, trascendiendo peloteros y cubículos por igual.
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