El mapa es hipnótico, adictivo. Un puntito rojo por acá, otro más grande por allá. Y luego, otro más. Pareciera que el mundo tuviera sarampión en lugar de estar atravesando la pandemia de COVID-19, que dentro de varias décadas los historiadores del futuro la recordarán como la segunda del siglo XXI.
Porque -pese a nuestro actual estilo de vida acuarantenado, instituido por un virus silencioso que hundió al mundo en la desesperación- no hay que olvidarlo: la primera fue en 2009 y fue provocada por la gripe A (H1N1). Se estima que murieron 203 mil personas.
Compañías biotecnológicas y laboratorios públicos compiten para desarrollar una vacuna contra el nuevo coronavirus. Ya hay 79 candidatas en investigación, aunque se espera que recién una esté lista a mediados de 2021.
Por entonces, el planeta no se puso en pausa. Y tampoco se contaba con un tablero como el desarrollado por la Universidad Johns Hopkins. Recuerda un poco a la película WarGames (1983), en la que, durante la prehistoria de internet, un adolescente -Matthew Broderick- se conecta desde su casa a la computadora del Departamento de Defensa estadounidense encargada de simular trayectorias de misiles y escenarios bélicos y, pensando que se trataba de un videojuego, casi desata una guerra termonuclear global.
La diferencia entre la ficción y la realidad es que el nuevo tablero hecho público el 22 de enero no es un simulación. Y los círculos rojos, que se expanden día a día, no son impactos virtuales de misiles transatlánticos ni rusos ni estadounidenses. Son personas: casos, muertes y recuperaciones de COVID-19 confirmados en los 184 países donde irrumpió el nuevo coronavirus.
"En respuesta a esta emergencia de salud pública en curso, desarrollamos un panel interactivo en línea que documenta la propagación de la enfermedad", dice Lauren Gardner, codirectora del Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, Estados Unidos), que, junto a los estudiantes Ensheng Dong y Hongru Du, volvieron visible la invasión.
Los datos provienen de una variedad de fuentes: la Organización Mundial de la Salud, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, la Comisión Nacional de Salud de la República Popular de China y los departamentos de salud alrededor del mundo.
A una velocidad inusitada, los contagios de la actual pandemia supera los tres millones de casos confirmados.
Los epidemiólogos saben que se trata de una fotografía parcial de la situación. Solo se ve la punta del iceberg. No figuran casos aún no detectados ni reportados y se sospecha que algunas cifras han sido maquilladas por gobiernos autoritarios o por países que no cuentan con la infraestructura necesaria para llevar esta contabilidad.
Aunque imperfecta, esta herramienta automatizada que se actualiza dos veces por día y ya supera los tres millones de casos confirmados funciona como un termómetro de la crisis mundial. Lo complementa el trabajo de incontables fotógrafos que buscan incitar un proceso de empatía inversa: a través de retratos cargados de dolor y desesperación, recuerdan una y otra vez que detrás de esas cifras frías hay abrazos rotos, vidas robadas, seres humanos con nombre y apellido, hombres y mujeres con hijos, hermanos, padres.
Ni con curas mágicas ni con rezos. Todos saben que, junto al aislamiento y el distanciamiento social, de esto se sale con uno de los inventos más importantes y transformadores de la historia humana: una vacuna.
A una velocidad inusitada, la actual pandemia ha llevado a numerosas compañías farmacológicas e institutos científicos -privados y públicos- a desarrollar vacunas candidatas contra esta nueva enfermedad respiratoria, así como a adaptar tratamientos existentes para contenerla.
Durante la Guerra Fría, se podía seguir en las portadas de los diarios qué potencia -los estadounidenses o los soviéticos, occidente u oriente- iba por delante en la carrera por llegar a la Luna para exaltar su -supuesta- superioridad militar, política, científica, moral. En el siglo XXI, podemos ver por internet qué empresa y país desarrolla la primera vacuna capaz de frenar a un virus impersonal, apolítico e indiferente a cualquier ideología o nacionalidad.
Las fases de la esperanza
"En los últimos 70 años, los que vivimos en los países ricos hemos perdido gradualmente nuestra sensación de peligro con respecto a epidemias e infecciones graves", dice Gordon Dougan, epidemiólogo del Departamento de Medicina de la Universidad de Cambridge."Las infecciones normalmente le ocurrían a otros y las veíamos raramente a nivel personal. Nos hemos olvidado de la amenaza de epidemias. Esto ha llevado a la complacencia, el malentendido y la subestimación de las cosas que preservan nuestra 'burbuja sanitaria': vacunas, antibióticos, agua limpia. Ahora la amenaza nos ha regresado en forma de covid-19 y no estamos preparados. Estamos asustados y amenazados por el enemigo invisible".
Como nunca se ha visto en la historia, la comunidad biomédica completa se ha volcado detrás de un objetivo común. Mientras los números de muertos escalan día a día, hay un dato innegable: la humanidad nunca ha estado más preparada para desarrollar tecnologías contra las enfermedades infecciosas emergentes de lo que está hoy.
La efectividad de las vacunas radica no solo en proteger al organismo contra un virus al administrarse antes de la infección. Su verdadero poder está en hacernos olvidar antiguas tragedias. La historia humana está íntimamente entrelazada a la historia de la enfermedad. Siempre ha habido epidemias.
La efectividad de las vacunas radica no solo en proteger al organismo contra un virus. Su verdadero poder está en hacernos olvidar antiguas tragedias.
Nos olvidamos que entre 1900 y 1979 la viruela mató a alrededor de 300 millones de personas y desfiguró a millones más -una cifra superior a todas las guerras y conflictos del siglo XX- hasta que un programa global de vacunación erradicó esta enfermedad.
Salvo por novelas como Némesis de Philip Roth y fotos en blanco y negro de miles de chicos encerrados en respiradores de metal, pocos recuerdan la poliomielitis.
Pese a la insistencia miope de los movimientos anticiencia, negacionistas y actores varios que desparraman ideas falsas, la evidencia muestra una y otra vez que las vacunas son seguras. Y funcionan. Hay varios tipos pero por lo general se guían por el mismo principio básico: a partir de una inyección se introduce en el cuerpo un fragmento o la totalidad del patógeno -por ejemplo, una forma debilitada o desactivada de un virus- y se lo presenta al sistema inmunitario como carnada para activarlo y hacer que nuestro equipo de defensa interior produzca anticuerpos, sustancias que salen al combate de los invasores que afectan al organismo.
El sistema inmunitario tiene una suerte de memoria y así puede aprender a combatir al virus, pero sin desarrollar los síntomas de una infección real.
Estas protecciones moleculares, sin embargo, no se hacen de la noche a la mañana. Para el desarrollo de una vacuna es preciso atravesar con éxito una serie preestablecida de etapas.
La carrera comienza con una etapa de exploración y de desarrollo preclínico. En este período, se produce el descubrimiento de antígenos -la "carnada" o sustancia que al introducirse en el organismo induce una respuesta inmunitaria- en cultivos de células y tejidos. Se prueban dosis, seguridad y eficacia en modelos animales.
Luego viene la "Fase I", cuando se prueba la vacuna en una pequeña cantidad de voluntarios sanos, entre diez y cien, para ver si es segura y controlar los efectos adversos.
Si atraviesa esta etapa, pasa a la "Fase II" en la que se la aplica a entre cien y mil individuos -generalmente en una parte del mundo afectada por la enfermedad- para ver si la vacuna induce una fuerte respuesta inmune.
Si bien hay un impulso para hacer las cosas lo más rápido posible, es realmente importante no tomar atajos.
Recién en la "Fase III" se extienden las pruebas a los diez mil voluntarios para constatar si la vacuna candidata es efectiva para prevenir la enfermedad y si es segura en una población más grande y variada.
"No todos los caballos que salen de la puerta de salida terminarán la carrera", dice Bruce Gellin, especialista en enfermedades infecciosas del el Instituto de Vacunas Sabin.
Hay varias razones por lo que no se pueden saltar ni apresurar los ensayos clínicos. En este proceso largo se puede descubrir, por ejemplo, que las vacunas candidatas agravan los síntomas o que tienen otros efectos adversos para la salud humana. "Si bien hay un impulso para hacer las cosas lo más rápido posible -asegura Gellin-, es realmente importante no tomar atajos".
Las vacunas que atraviesan estas fases deben obtener la licencia por parte de agencias gubernamentales como la FDA de Estados Unidos. Recién ahí arranca la fabricación a gran escala.
El primer pinchazo
Según el registro que lleva la Organización Mundial de la Salud, existen más de 90 vacunas candidatas o experimentales de 19 países en la carrera para vencer a la covid-19, una enfermedad con una tasa de mortalidad 10 veces mayor que la gripe: el 72 por ciento de ellas desarrolladas por el sector privado industrial (Johnson & Johnson, Sanofi, Pfizer, GSK, por ejemplo) y el 28 por ciento restante dirigidas por organizaciones académicas (Imperial College London, Instituto Pasteur, Universidad de Hong Kong).
Históricamente, las vacunas tardan una década o más en desarrollarse y aprobarse.Sin embargo, el actual es un escenario sin precedentes. En gran medida, la velocidad de estos avances se debe a un hecho inusual en la geopolítica científica: apenas los investigadores chinos aislaron el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 y secuenciaron su genoma el 11 de enero, compartieron la información con el resto del mundo.Esto permitió que varios grupos de investigación no sólo estudiaran cómo este invasor ataca a las células humanas sino también que lo examinaran a fondo y así, al desnudarlo, descubrir su talón de Aquiles.
Ayuda también que el nuevo enemigo de la humanidad sea parte de una familia de virus con 39 especies conocidas. La velocidad en que se mueven estas compañías biomédicas se debe a investigaciones previas enfocadas en desarrollar vacunas para otros de estos virus responsables de epidemias como la del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en China en 2002 y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS), identificada en 2012.
Cuando se contuvieron estos brotes, las vacunas que estaban en producción se frenaron. Con la pandemia de fondo, ahora vuelven a activarse. Con modificaciones: el nuevo coronavirus comparte entre el 80% y 90% de su material genético con el virus que causó SARS (el SARS-CoV-1).
En esta nueva carrera, la mayoría de las vacunas se encuentran actualmente en etapas exploratorias o preclínicas. Pero hay cinco que ya están en desarrollo clínico: el 16 de marzo, una voluntaria llamada Jennifer Haller se convirtió en la primera persona fuera de China en recibir una vacuna experimental contra el coronavirus.
Esta mujer sana de 46 años, gerente de operaciones de una empresa de tecnología de Seattle, recibió una dosis de una vacuna llamada "mRNA-1273" de la compañía de biotecnología Moderna. Un total de 45 adultos sanos se inscribieron en el estudio. Los participantes serán seguidos durante 12 meses después de la segunda vacunación.
El 16 de marzo, una mujer llamada Jennifer Haller se convirtió en la primera persona fuera de China en recibir una vacuna experimental contra el coronavirus.
El mismo día en Wuhan, China, otra personas, cuyo nombre no fue revelado, recibió una inyección de la vacuna "Ad5-nCoV" de la compañía CanSino Biologics y el Instituto de Biotecnología de Beijing. Esta vacuna experimental es la más avanzada hasta el momento. A mediados de abril comenzó la fase 2.
Las otras candidatas son "INO-4800" de INOVIO Pharmaceuticals; "LV-SMENP-DC" del Instituto Médico Shenzhen Genoimmune, también en China. Y "ChAdOx1" del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford: dirigido por la vacunóloga Sarah Gilbert, este proyectocomenzó a probar su vacuna en humanos en Oxford a fines de abril. Alrededor de 1.110 personas de entre 18 y 55 años participarán en el ensayo, la mitad recibirá la vacuna y la otra mitad (el grupo de control) recibirá una vacuna contra la meningitis.
¿En paralelo o en colaboración?
Por el momento, los avances en las vacunas experimentales se hacen en paralelo. Nadie sabe cuál será la primera de estas candidatas en cruzar la línea de meta.
Pero con seguridad, los científicos saben que por más que se convierta en prioridad -lo que se conoce como fast track-, esta vacuna no se obtendrá en 2020. Para investigadores como Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, desarrollar una vacuna tomará un año y medio como mínimo.
El epidemiólogo Seth Berkley advierte que, para conseguir una vacuna lo más rápido posible, las compañías farmacéuticas que actualmente compiten entre sí deberían unir fuerzas. Algo así como un Proyecto Manhattan que en vez de tener como resultado un agente de destrucción -la bomba atómica- derive en un instrumento para la paz y la salud mundial: una iniciativa de lo que se llama Big Science -como el Proyecto Genoma Humano o el descubrimiento del bosón de Higgs en el CERN que involucraron a miles de investigadores de todo el mundo- para maximizar las posibilidades de éxito. "Tomar este enfoque coordinado para desarrollar una vacuna contra el SARS-CoV-2 podría salvar potencialmente cientos de miles de vidas", asegura el director ejecutivo de Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización (GAVI en inglés).
El problema es que muchas de las compañías biotecnológicas en carrera no tienen la capacidad de producción necesaria para un programa de inmunización global. Por ejemplo, Janssen Vaccines -filial farmacéutica de Johnson & Johnson en Leiden, Países Bajos- solo puede fabricar 300 millones de dosis de vacuna por año.
Barreras burocráticas, políticas y económicas podrían obstaculizar estas iniciativas mucho más que los huecos en nuestro conocimiento científico del virus. No hay que olvidar que las pandemias también son grandes oportunidades de negocios para el sector de las llamadas "Big Pharmas".
Así como ahora países compiten descarnadamente por acceso a barbijos y respiradores, en su momento se disputarán provisiones de medicamentos y vacunas. Un avance del drama internacional que podría desencadenarse por la distribución de una vacunas contra el coronavirus se exhibió cuando a mediados de marzo comenzaron a circular informes de que Donald Trump estaba tratando de comprar la compañía alemana CureVac para que desarrolle la vacuna del coronavirus sólo para Estados Unidos. "Alemania no está a la venta", salió a decir el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier.
Pautas y estrategia de distribución global equitativa deberán trazarse para priorizar la vacunación, por ejemplo, en países con sistemas de salud más precarios y entre los trabajadores de la salud y aquellas personas en grupos de riesgo, como adultos mayores y las personas con afecciones preexistentes, como presión arterial alta o diabetes.
Quizás entonces, cuando una vacuna al fin esté disponible y lista para aterrizar en nuestros brazos, la pandemia se habrá apaciguado. Igualmente, traerá un respiro a un mundo completamente alterado que deberá prepararse a las próximas amenazas biológicas que, seguramente, se avecinan.
La importancia del Malbrán
Cuando se recuerdan las grandes estrellas de la ciencia argentina se suele evocar a la "santísima trinidad": los premios Nobel Bernardo Houssay, Luis F. Leloir y César Milstein. Se olvida, sin embargo, a otra figura clave: la médica ítalo-argentina Eugenia Sacerdote de Lustig, quien, con el terror de llevar la infección a su casa y a sus hijos, combatió la epidemia de poliomielitis que azotó a la Argentina en los 50. Lo hizo como jefa de Virología del Instituto Malbrán, un centro de investigación intervenido y vaciado en los 60 –lo que, luego del derrocamiento de Arturo Frondizi, disparó la "fuga de cerebros"–, y que ha sido el encargado de la organización y ejecución de los programas sanitarios nacionales, de la producción y control de fármacos biológicos y vacunas –como la vacuna contra la poliomielitis en su momento, para la difteria, tétanos y tos ferina y la antitetánica–, y de los estudios epidemiológicos y de epidemias. Hoy "el Malbrán" –su nombre oficial es Instituto ANLIS- Malbrán– vuelve a ser protagonista: como centro de diagnósticode casos de coronavirus y como el lugar donde bioquímicos como Josefina Campos, Tomás Poklépovich, Elsa Baumeister y Daniel Cisterna decodificaron el genoma del SAR S-CoV-2 que circula en Argentina, un paso fundamental para desarrollar reactivos y adaptar la eventual vacuna a las variantes locales.
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