Son sinónimo de diversión, entretenimiento, buenos momentos. Refugio de la infancia y de los adultos que disfrutan con el vértigo, la velocidad y las alturas. Sin embargo, la cuarentena decretada debido a la pandemia del Covid-19 los obligó a cerrar. El multicolor de sus luces se convirtió en sombras grises y melancólicas.
Los más de cien parques de diversiones que se emplazan en todo el país están viviendo una situación delicada a partir de los costos fijos que deben afrontar, aunque permanezcan sin funcionar. "Somos gente de trabajo, pero no tenemos la entrada diaria mínima para comer", explica Silvana Casali, responsable de Parque Sur, ubicado actualmente en la localidad santacruceña de Las Heras, y miembro de UPA (Unión de Parques Argentinos), organización que busca visibilizar la problemática de un rubro confinado a cierto olvido. Históricamente, los operadores de parques se han vinculado entre ellos de manera informal, por eso, ante la situación inédita generada por el coronavirus, se están uniendo a los reclamos de la gente de circo, que está más organizada, y de quienes se sienten hermanados. Es que los parques de diversiones son, en su mayoría, itinerantes y, al igual que los espectáculos bajo las carpas, sus responsables son grupos familiares y empleados que pasan el año viajando por el país y viven en esas casas rodantes tan características ubicadas a los costados de los juegos mecánicos.
"No somos un rubro prioritario, lo sabemos, pero generamos mucho trabajo"
Con desesperación, no son pocos los dueños y empleados que han salido a realizar otras actividades para poder llevar la alimentación necesaria a sus familias. "No somos un rubro prioritario, lo sabemos, pero generamos mucho trabajo", reconoce Javier Rojas, uno de los propietarios de Diverland, hoy anclado en Santiago del Estero.
Porque se trata de una propuesta de esparcimiento y que conlleva una afluencia importante de gente, la actividad cesó ni bien se inició la cuarentena y volverá a funcionar cuando muchas otras prestaciones ya lo hayan hecho antes. Al igual que el cine o el teatro, esta forma de entretenimiento no se mantiene si no es con una asistencia masiva de visitantes. "Es muy angustiante no saber cuándo va a volver la actividad. Nadie nos dice eso, lo cual nos genera una incertidumbre muy grande", sostiene Natalia Guasconi, responsable de las relaciones públicas de Superpark, ubicado a la vera de la autopista Buenos Aires-La Plata, en Sarandí.
Cubrir necesidades básicas y mantener instalaciones
"A comienzos de marzo, cuando la cuarentena aún no era obligatoria ciento por ciento, pero ya se hablaba del coronavirus, la gente comenzó a no venir. Y, además, explotó el tema del dengue", explica César Morillas mientras recorre el Froggie Park Costanera, su parque a orillas de la laguna Setúbal en la costanera de la ciudad de Santa Fe. Los parques de diversiones deben soportar las limitaciones de la intemperie y de las condiciones climáticas, lo cual hace que sea una actividad sumamente vulnerable y de ingresos fluctuantes. Con más de dos meses de calesitas, sillas voladoras y autos chocadores detenidos, la situación se torna dramática por donde se la mire. Las familias deben cubrir sus necesidades básicas y los juegos tienen que seguir siendo mantenidos por cuestiones de seguridad: "Las máquinas se comienzan a avejentar porque el material, si no se usa, se arruina más, hasta la pintura se opaca. El parque se entristece, estos fierros están acostumbrados a ver felicidad y sonrisas. Extrañamos los gritos de emoción, es muy feo ver esto vacío", se emociona Leo Morillas, propietario de American Park, ubicado en Resistencia, Chaco. Este parque, uno de los mas grandes en la modalidad itinerante, cuenta con estructuras imponentes como una rueda panorámica de veinte metros de altura que permite observar la ciudad. "Es muy angustiante verlo cerrado, sobre todo por las noches cuando no se encienden las luces y no se produce el clima de fiesta que le da alegría a toda la gente que viene a visitarnos", reconoce la vocera de Superpark.
Acostumbrados al trabajo inclemente y esforzado, los responsables de los parques salen a hacer changas, generar microemprendimientos y aprovechar los camiones propios para el transporte de cargas. "Veníamos de hacer temporada en Catamarca para debutar a mediados de marzo en Santiago del Estero. Hicimos una sola función, luego se cerró. Así que, desde hace dos semanas, salimos a trabajar con los camiones, hoy estamos tirando cereal en el puerto de Rosario. No hay otra salida. Con este dinero vamos a hacer el mantenimiento del parque. Pero uno está endeudado en cuotas, así que hay que seguir pagando y sin tener ingresos", se inquieta Javier rojas, orgulloso porque su feria de atracciones cuenta con la gigantesca montaña rusa Jet Star que pertenecía al viejo Interama porteño, aunque nunca fue inagurada allí.
"En algunos parques, la gente cocina comida para vender y los hombres trabajan como albañiles", reconoce Natalia Guasconi. Pensando en la demanda producida por la actual pandemia, muchos se decidieron a fabricar sanitizantes para manos como una manera de salir adelante y generar ingresos. De todos modos, la mayoría de los consultados por LA NACIÓN coincide en que no se ha obtenido muy buena respuesta con las actividades paralelas, lo cual potencia, aún más, la angustia.
Los parques y su gente
Los parques itinerantes cuentan con un staff fijo de, aproximadamente, 20 a 40 personas, según las dimensiones de cada empresa. Generalmente, se trata de familias propietarias que heredaron la actividad de generaciones anteriores como en el caso de Diverland que fue fundado por la abuela de los dueños actuales. Además, en cada ciudad o pueblo se contratan lugareños de manera temporaria para ampliar el plantel fijo. La actividad es vocacional. Lejos de la fantasía celebratoria que despiertan estos lugares, detrás se esconden vidas con estrecheces económicas y sacrificios personales como el alejamiento de los lugares de pertenencia o que los hijos de los trabajadores estudien de manera libre, a distancia, o cambiando varias veces por año de escuela debido al constante movimiento del trabajo de sus padres por el territorio nacional.
Leo Morillas, responsable de American Park, reconoce que "como la empresa se niega a despedir obreros, los estamos manteniendo a todos, pero nos está costando mucho. Ahora pagamos medio sueldo, pero sin tener un peso de ingreso". En otros casos, los empresarios comenzaron solventando el jornal completo, luego el cincuenta por ciento y hoy ya evalúan darles las cuatro comidas diarias a sus empleados en reemplazo del dinero en efectivo. "Es muy duro cuando uno se da cuenta que no llega a cubrir las necesidades básicas", denuncia la responsable de Parque Sur, una enamorada de la vida nómada y de poder ganarse la vida con sus juegos mecánicos para poder criar a su hija de seis años. En muchos casos, los dueños activaron la búsqueda de ayuda oficial a través de la ATP (Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción) que brinda la Anses.
"Como la empresa se niega a despedir obreros, los estamos manteniendo a todos, pero nos está costando mucho. Ahora pagamos medio sueldo, pero sin tener un peso de ingreso"
Ante la delicada situación, a través de UPA, se realiza un emprendimiento mensual con la finalidad de recaudar fondos: "Todos los parqueros del país pagamos una cuota y lo que se junta se rifa para los colegas que más lo necesitan, los que no tienen para comer", explica uno de los dueños del parque de Resistencia que cuenta con una infraestructura importante dado que su parque alberga un Matterhorn y sillas voladoras que habían pertenecido al porteño Interama. Hoy, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no cuenta con ningún parque. El más próximo al centro porteño es el Parque de la Costa, ubicado en Tigre, que también permanece cerrado luego de una auspiciosa temporada de verano sostenida por los juegos de vanguardia que ofrece y las piletas de Aquafan, el anexo recreativo que lo convierte en un espacio acuático único en el país. Debido a lo imponente de su infraestructura, seguramente será de los primeros en abrir cuando las autoridades sanitarias lo permitan.
Protocolos
La vuelta es otro tema que inquieta a los operadores. Más allá de la incertidumbre por la fecha y la desazón de estar tantas semanas con boleterías clausuradas, la gran incógnita es cómo será ese regreso, cuál será el protocolo a seguir que permita desarrollar la actividad con seguridad sanitaria para empleados y visitantes.
Prácticamente, aún no existen protocolos sanitarios, vinculados a la prevención con respecto al Covid-19, para los parques de diversiones, algo que será esencial para poder poner en funcionamiento los juegos. Los productores televisivos Adrián Suar y Marcelo Tinelli mantuvieron, el lunes 18 de mayo en Casa Rosada, una reunión para ahondar en los procedimientos a seguir con vistas a movilizar la actividad paralizada. Sus interlocutores fueron el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, el Ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, y el presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales Luis Puenzo, entre otras autoridades. Los productores de teatro, integrantes de AADET (Asociación Argentina de Empresario Teatrales) hicieron lo propio y se reunieron con el Ministro de Salud Ginés González García. Al encuentro asistieron Carlos Rottemberg, Javier Faroni y Sebastián Blutrach, entre otros. Los parques de diversiones, en tanto una de las ramas del entretenimiento, también deberán ser contemplados por las autoridades, en tanto deben implementar medidas preventivas para generar confianza en sus potenciales visitantes. "Propuse trabajar con ingenieros y con el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), con el que trabajamos, desde hace más de veinte años, haciendo ensayos de los juegos. Con la gente del INTI y con un ingeniero local de higiene y seguridad nos pusimos a generar un protocolo para presentar al Gobierno de la Provincia de Santa Fe y a la Municipalidad. Ese protocolo lo tendremos que enviar al INTI para homologar y luego se presentará formalmente. Creo que, si bien está pensado para el ámbito local, puede servir para todo el país", ofrece César Morilla mientras se encarga de cortar el césped y limpiar los juegos del predio cuyo canon abona puntualmente dado que, a través de un acuerdo con las autoridades, tiene como finalidad la Casa Cuna de su ciudad.
Volver a empezar
Hoy, con los parques cerrados, es común ver a las familias propietarias y a los empleados recorrer las instalaciones con la mirada baja. Como una película de ciencia ficción, esos lugares destinados al esparcimiento devienen en fantasmales ante la soledad y la oscuridad. "Los primeros 30 días fueron de cuarentena total, nadie se veía con nadie. La cocinera y su ayudante se encargaban de repartir la comida. Ahora, cuidándonos con barbijos, guantes y con distanciamiento social, trabajamos a la mañana y a la tarde en el mantenimiento de los juegos. Como nuestra comunidad es cerrada, minimizamos el riesgo de contagios. No tenemos que salir de nuestro barrio para ir a trabajar, sino que trabajamos donde vivimos. Solo una o dos personas salen a comprar", explica Natalia Guasconi de Superpark.
Los anfitriones de cada predio sueñan con volver a dar funciones, como definen a cada jornada de puertas abiertas. Para ellos, los juegos dando vueltas son sinónimo de espectáculo. La empatía de un parque de diversiones es auténtica y espontánea. Es que allí, en cada cuidad o pueblo remoto, donde desparraman sus carromatos y comienzan a montar las atracciones, rápidamente la rutina se altera y el bullicio conecta con esos momentos amorosos de la vida. "Es una angustia horrible tener el parque cerrado. Los compañeros dan vueltas entre los juegos porque añoran. Es que, más allá de trabajar, te tiene que gustar estar en un parque. Desde hace dos meses, se extraña a la gente, las risas, el griterío. Es increíble como uno se llena de energía trabajando rodeado de chicos". Las palabras de César Morillas representan el sentimiento de esa gran familia conformada por un centenar de parques de diversiones que hoy son testigos de noches oscuras, mustias y solitarias, con sus trabajadores tratan de sobrevivir. Como un tren fantasma lúgubre, penosa mueca del destino, el óxido corroído empieza a ganar la batalla sobre un viejo carrusel.
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