Vivimos en un barco hace un año y medio. Los días y las noches en el mar ya son la normalidad para nosotros: estar lejos de tierra, flotar; desembarcar como una misión de exploración o para buscar víveres; juntar agua de lluvia o de cascadas; pasar las 24 horas de todos los días juntos, con Juan y nuestro hijo Ulises, que en mayo cumple 4 años; estar con otros sólo cuando elegimos estar con otros; extrañar a la familia grande. Leer, dibujar, tocar la guitarra, jugar, trabajar en el barco, escribir. A esta altura del viaje creo que sabemos usar y aprovechar nuestro tiempo libre, y que tanto nuestras rutinas como nuestra casa son todo lo autosustentables que pueden ser. En cierta forma, cuando zarpamos elegimos el aislamiento para estar más entre nosotros y con la naturaleza, y eso se puede traducir en un buen entrenamiento para tiempos de Coronavirus.
El COVID-19 llegó hace poco a El Barco Amarillo, en Ilha Grande. Cuando la noticia viajaba desde China era en forma de memes o en titulares que nos traían los huéspedes que pasaban sus vacaciones a bordo con nosotros. Después fue Europa, y entonces llegaron los Whatsapps de amigos navegantes que están en el Mediterráneo, ¡qué locura! Pero de un día para el otro cerraron la isla en donde estamos, cancelaron los vuelos y hubo que salir a repatriar, y las playas quedaron desiertas, y los mercados empezaron a trabajar en horario reducido y a subir los precios. Cuarentena. Probablemente otros lo supieron antes, nuestra burbuja de mar nos aísla de los bichos, las malas compañías y las noticias, para enterarnos tenemos que tener la clara intención de enterarnos. Pero si bien muchas cosas cambiaron en el mundo, en Brasil, y específicamente aquí, las cosas siguen un curso más o menos normal arriba del barco.
Los cambios del mundo que no sentimos
Nuestras alacenas siempre están llenas, porque nos acostumbramos así, por si el clima no nos deja desembarcar, por si vamos a navegar o queremos pasar una temporada en alguna isla deshabitada donde no se puede comprar nada. Lo mismo el agua dulce, los tres tanques de inox suman 400 litros que nos habilitan a estar de 25 a 30 días sin tocar tierra. Y la electricidad está a cargo de paneles solares y un generador eólico. Tenemos Internet con #RoamingMovistar, podemos ver Netflix y hablar por teléfono con las abuelas, los tíos y los amigos que están en Argentina. Un día normal de la vida a bordo se parece en casi todo a un día a bordo en cuarentena: nos levantamos con el sol, entramos al mar, Juan pesca el almuerzo con el arpón, jugamos o leemos en la cubierta, si queremos desembarcar buscamos una playa totalmente deshabitada para patear una pelota o jugar con arena, cocinamos, dormimos la siesta, dibujamos o hacemos disfraces con friselina y goma eva para Ulises. Nos vamos a dormir temprano.
El Coronavirus complica en los sentidos más obvios, en la economía macro y en la doméstica, en la política y en la salud pública. Pero a través de las redes sociales y por comentarios de familiares y amigos emergen complicaciones que no sufrimos en el barco. Hay transmisiones en vivos de Instagram para compartir clases de yoga, gimnasia, hacer recetas en comunión digital, personas que les cuentan historias a los niños, charlas, divagaciones, recitales por webcam, lectura de cartas y tarot. Mucha gente exasperada, enojada, que se aburre porque no sabe estar con sí misma, y menos aún, cómo entretener o qué hacer con sus hijos.
Algunos hasta sufren cuando les cancelan el homeoffice y los días se limitan de la cama al living, y todas las colaciones en el medio.
Todo lo que sí nos cambió
Argentina reaccionó mucho antes que Brasil, y nuestros huéspedes ya no pudieron llegar al barco. Nos quedamos sin trabajo hasta nuevo aviso. El planisferio viral, la cantidad de casos, las medidas políticas y la sensibilidad de las personas cambia día a día, y esa incertidumbre sobre el futuro nos preocupa en muchos sentidos, pero especialmente para los dos meses de embarazo que nos quedan, y para el parto en sí. Venimos haciendo los controles de rutina desde Morro do Sao Paulo, en el Estado de Bahía, donde supimos de la llegada de nuestra segunda hija. Hicimos ecografías y análisis en cada puerto donde recalamos desde allá arriba hasta que llegamos a Angra dos Reis, donde decidimos esperar el nacimiento.
Nuestro Plan A era volar antes del octavo mes y hacer el parto en Buenos Aires, con nuestra prepaga de allá y rodeados de familia, pero ahora las fronteras están cerradas, y los aeropuertos son foco de contagio, y las ciudades capitales concentran la mayor cantidad de casos. Entonces buscamos un Plan B, investigamos y era una buena opción la maternidad Santa Casa de Angra dos Reis, que es pública y está acá a la vuelta; pero el intendente tomó la decisión de convertirla en un centro de atención exclusivo para pacientes con Coronavirus y mandar a todas las madres al Hospital General de Japuiba, donde hasta ahora nunca había nacido un bebé. Japuiba podría ser un Plan C. Y el Plan D es la maternidad privada Sao Francisco de Niteroi, para lo que tendríamos que navegar unas 70 millas hasta la Bahía de Guanabara o alquilar un departamento y convivir con una posibilidad mucho mayor de contagio que en Ilha Grande y en el mar. Además de pagar unos dos mil dólares, si es que todo sale bien.
Según una aplicación para embarazadas que uso en el celular, nos quedan 65 días hasta el parto.
A eso hay que restarle un tiempo más o menos prudente para la decisión, o las cinco semanas que pide el contrato en la alternativa privada. Y en el medio todavía tenemos pendientes controles, estudios y ecografías, y como mínimo, tendría que hacerme de un bolsito para el día del nacimiento, pero no hay cómo salir de shopping para comprar bodys, mantas o pañales: hace un par de noches me desveló la imagen de nosotros abrazados y a la defensiva, saliendo de la clínica -no se cuál-, con la beba envuelta en una sábana.
Mi obstetra está en la ciudad de Angra, nosotros en Ilha Grande, y esas 13 millas de mar que nos separan parecen una barrera sanitaria inmensa. Al día de hoy, no sabemos qué opciones reales tenemos para el parto, tal vez surjan otros planes E, F, G...
La vida en el barco
Los fanáticos de la vida a bordo, o de la vida diferente en general, nos alientan para tener a nuestra hija con una partera de la isla, y hasta en el barco. Alegan saberes ancestrales, de la especie y la madre todo poderosa. Porque si afuera reina el Coronavirus y el caos, entonces mejor parir adentro, en medio del mar. Pero nosotros ya tuvimos un hijo, y Ulises tuvo que nacer por cesárea, en una clínica donde un monitoreo develó que le estaban bajando las pulsaciones y el médico tomó una buena decisión. Intentamos natural, fue artificial, pero acá está vivito y coleando. Podría ser en el barco, pero para vida natural tenemos toda la vida.
Los yo te lo dije
Con el COVID-19 se reavivaron los "yo te lo dije" de los conservadores que nos acompañan desde el inicio del viaje, especialmente en ciertas etapas. Antes de zarpar, cuando nos recomendaban quedarnos con la vida linda que teníamos en Buenos Aires, las jubilaciones, la prepaga, los trabajos fijos, el jardín del nene. Resurgieron los miedos en cada brote de dengue, chicunguña y zicavirus, porque Brasil tiene muchos más mosquitos que Argentina. Cuando quedé embarazada muchos dieron por sentado que era el final del viaje, que ahora sí nos tocaba volver, que allá la atención médica es mejor, que acá la gente viene de paseo a la playa, no a tener hijos. Y ahora con el fenómeno Coronavirus ni hablar, porque Bolsonaro no toma las medidas que tiene que tomar, porque siempre es mejor estar en tu país. Escuchamos todas las opiniones, pero confiamos en nuestra capacidad de análisis y en que vamos a decidir lo que sea mejor para nuestra familia.
La naútica y el coronavisrus
Elegimos este embarazo. Nos preparamos, tomamos los tres meses de ácido fólico e hicimos toda la tarea, los controles, las visitas al obstetra, las ecografías, las vitaminas y la dieta. Y eso, al vivir en barco, muchas veces no fue fácil. Pero el hombre propone y la naturaleza dispone. En este sentido, la náutica es una buena escuela para ganar cintura, porque uno zarpa con una idea, un derrotero y una planificación de los tiempos, pero también pensando en un abanico de posibilidades en función de la meteorología y otras cuestiones que pueden surgir en el camino. Con el embarazo y el parto en tiempos de Coronavirus va a ser igual. Y así seguirá esta historia y esta familia navegante.