Coronavirus. Así viven la pandemia los apasionados por la astronomía
Con un virus llegando a todos los confines del globo, la NASA tuvo que recluir en cuarentena a sus astronautas, antes de enviarlos a la Estación Espacial Internacional, para evitar que el Covid-19 viajara dentro de la nave CrewDragon. Pero hubo un grupo de personas que logró eludir el protocolo y escapar del planeta. Armados de tubos con lentes y espejos, apuntaron al cielo nocturno para conectarse con estrellas, cometas y galaxias. Partículas de luz que viajaron millones de kilómetros, durante miles de años, atrapadas por sus telescopios rebotaban hasta impactar en sus ojos curiosos. Son los apasionados por la astronomía que –recluidos por la pandemia– aprovecharon un cielo inusualmente límpido, un clima por demás benigno y hasta mayor disponibilidad de tiempo para viajar a otros mundos. Astrónomos profesionales, físicos, divulgadores y aficionados que encontraron, en estos meses, el mejor refugio en el cielo nocturno.
Fabrizio tiene 6 años, vive en Martínez y cuando agarra papel y lápiz no improvisa autitos ni dinosaurios ni superhéroes: traza el dibujo de una constelación. Su papá, Enzo De Bernadini, también llenó muchas hojas sobre las estrellas. Es el autor de El cielo sur a simple vista, Manual del astrónomo aficionado y Exótico espacio profundo volúmenes 1 y 2 (todos de editorial Maizal, y los dos últimos en coautoría). "Aprovechamos que Fabrizio no está yendo a clases por la mañana para quedarnos hasta más tarde con el telescopio –confiesa Enzo–. Identifica bien la Cruz del Sur, las Tres Marías", detalla orgulloso el padre. "Vemos cosas juntos por el telescopio y trato de que sean bien puntuales, fáciles de observar, como planetas o la Luna. Es una actividad hermosa para compartir".
Este tiempo extra que le dio la pandemia, además de compartirlo con Fabrizio, le otorgó a Enzo muchas noches despejadas para zambullirse en lo que más le gusta: el cielo profundo. Esto es, los objetos astronómicos más débilmente visibles a grandes distancias de la Tierra como cúmulos estelares, nebulosas y galaxias. "Principalmente, observé cúmulos abiertos y globulares", detalla De Bernardini. Ambas son estructuras muy vistosas al telescopio. Los cúmulos globulares son un grupo de estrellas viejas unidas por la gravedad que orbitan alrededor de una galaxia; la Vía Láctea, por ejemplo, tiene unos 160. En tanto, los cúmulos abiertos son lugares de estrellas muy jóvenes, donde también nuevos astros están naciendo de la nube molecular que las envuelve. Los cúmulos muestran los dos extremos de la vida de las estrellas.
"La mayoría de la gente se interesa de una forma u otra por la astronomía –asegura De Bernardini–. Me ha pasado de ir a reuniones sociales donde llevo mi telescopio, y es difícil encontrar a alguien que no se sorprenda al ver en vivo un planeta". Entonces, las preguntas se amontonan: ¿Qué tamaño tiene ese planeta? ¿A qué distancia está esa galaxia? ¿Qué tipo de cúmulo es ese? "Al final es bastante común terminar en lo mismo", reconoce Enzo: "¿Dónde surgió el universo?".
Si eso le pasa a un aficionado, con un astrónomo profesional las preguntas se potencian. Patricio Zain es licenciado en Astronomía, y trabaja en el Instituto de Astrofísica de La Plata y en el Conicet. "Y sí, cuando alguien nuevo se entera, te pasa de todo –reconoce Patricio–. Me han dicho «ah, yo soy de Tauro, ¿cómo me va a ir?», porque entendieron astrólogo. Otros escuchan que trabajo en gastronomía y me hablan de recetas. Yo también cocino, así que algo hablamos. Siempre alguno me pregunta si la NASA oculta información sobre extraterrestres. Y nunca falta el que te dice: «yo hace cuatro años vi una luz verde muy grande en Punta Lara, ¿qué sería?»".
Zain aprovechó estos meses sin festejos de cumpleaños ni asados para redactar dos papers, uno recién publicado "sobre el origen de los asteroides cercanos a la Tierra. El otro, sobre los impactos que recibieron dos en particular, Ceres y Vesta, que son los más masivos del cinturón de asteroides". Es que la idea romántica del astrónomo trasnochado junto a un telescopio gigante y una taza de café ya no va en este siglo. "De hecho la carrera tiene bastante deserción por ese concepto –explica Patricio–. En cambio, entrás y te encontrás con mucha matemática y física. Yo mismo analizo la información que recogen otros. Nunca trabajé con un telescopio". Una idea romántica menos en el siglo XXI.
"¡Le pude ver los brazos!", exclama Rodolfo Ferraiuolo desde San Rafael, Mendoza. Y no se refiere ni a una supermodelo ni a las peludas extremidades del Yeti, sino a una galaxia ubicada a 50 millones de años luz que estuvo observando en estas semanas. Su nombre parece una contraseña de homebanking: NGC 1566. Pero quizás suene más interesante saber que su luz, que inició el viaje mientras se formaba la cordillera del Himalaya y mientras la Antártida iba perdiendo sus bosques tropicales, atravesó trillones de kilómetros para depositarse suavemente, ahora, en la retina de Rodolfo. "La imagen es espectacular, se ve oval con un núcleo brillante y dos notorios brazos como espirales, anchos y cortos", describe Ferraiulo. Explica: "No es habitual ver brazos, por lo que fue un lindo hallazgo. Claro, tenés que encontrar el cielo indicado". Y no duda cuando habla de NGC 1566 como si fuera fan de un cantante o una actriz: "Es una de mis galaxias favoritas".
"A los 2 años, mis papás me pusieron frente al televisor cuando el hombre llegó a la Luna –relata Rodolfo–. Obviamente, no lo recuerdo, pero sí es cierto que desde muy chico me motivó el espacio". A los 10 comenzó a observar el cielo con unos binoculares de su tío. Se los pedía tan seguido que al final terminó regalándoselos. A los pocos años, su papá, Luis, le trajo su primer telescopio, desde Colombia. A partir de allí empezó a tomar nota de todas sus observaciones. "Incluso anotaba, cuando les mostraba a mis papás algo en el telescopio, qué exclamaban ellos", sonríe Rodolfo. Y tanto escribió a lo largo de cuatro décadas que terminó publicando junto con Enzo De Bernardini (sí, el papá de Fabrizio), dos libros sobre la exploración del espacio profundo.
"Cuando alguien descubre mi afición y estamos bajo un cielo nocturno, suelo indicarle que observe los diferentes colores de las estrellas", cuenta Ferraiuolo, como una fórmula secreta. "Siempre es un gran descubrimiento para la gente darse cuenta de que hay estrellas de diferentes colores". En tonos pasteles, esos soles que brillan perdidos en el vacío, van del rojizo, pasando por el amarillo, hasta llegar a un blanco muy intenso, casi azulado. "Ahí surge la pregunta de por qué sucede eso –explica Rodolfo–. Y es un buen momento para explicar temperaturas superficiales y cómo, a distancia, se analiza el universo".
El cielo ya no es un límite
"Durante la pandemia el clima estuvo espectacular, como nunca", exclama Conrado Krutz, nacido en el Gran Buenos Aires, quien desde hace siete años disfruta de los cielos puntanos, establecido en Villa de Merlo. "Acá coincidió también con cuatro meses de sequía, por lo tanto hay bastante polvo en la atmósfera", relata Conrado, "lo que produce unas puestas de sol muy rojizas, realmente espectaculares". Krutz se declara fanático de la astronomía desde los 4 años: "Una noche mi papá me hizo ver la luna a través de un telescopio y quedé, para siempre, fascinado". A partir de ahí no paró, e hizo divulgación en el porteño Parque Centenario en la Asociación Argentina Amigos de la Astronomía desde los 16 hasta los 21 años. Luego llegó al lugar que añoraba, el planetario Galileo Galilei en el barrio de Palermo. "Fue un paso fugaz y apenas como acomodador de la sala", ríe Conrado, "pero para mí era como estar en La Meca". La astronomía lo fue llevando por la vida. Convenció al Colegio Nacional de San Isidro de reacondicionar su observatorio abandonado, entretuvo a los pasajeros de Buquebus mirando por el telescopio mientras cruzaban el Río de la Plata, colaboró con la Universidad de La Punta (San Luis) para montar y poner en marcha el observatorio. Ahora, por cumplir medio siglo mirando los astros, la vida lo encuentra con su propio emprendimiento de astroturismo, Mirador del cielo.
"En estos meses, ayudado por el clima, estuve con sesiones de fotos, que luego subo a mis redes, de la Luna y sus conjunciones con Júpiter y Saturno", explica Conrado. Una conjunción es, en resumen, cuando dos astros se muestran muy cerca en el cielo. Este invierno, los dos gigantes del sistema solar aparecen juntos al anochecer por el Este. "Es el preámbulo al encuentro entre ambos planetas que se da cada 20 años. Del 16 al 26 de diciembre se podrán vera los dos en el mismo campo visual del telescopio", se entusiasma Krutz y agrega: "También disfruté de hermosas salidas de la Luna con Venus al amanecer, y seguí el recorrido de los satélites de Elon Musk, los Starlink". Los planetas gigantes junto a satélites artificiales y naturales no se enteran del distanciamiento social.
La astronomía como profesión
Romina Di Sisto es doctora en Astronomía e investigadora del Conicet. "Cuando me preguntan ¿a qué te dedicás? y les cuento, les brillan los ojos". En eso tan humano de poner la vista en el cielo está Romina desde hace tres décadas. "Cuando llegué a estudiar a la Universidad de La Plata éramos pocas mujeres –recuerda–. De hecho fui la única en egresar de mi camada. Bueno, tampoco eran muchos hombres. En total fuimos tres". Por estos meses, además de continuar su investigación sobre asteroides (especialidad en la que realizó su doctorado y posdoctorado) también está presentando, con la Comisión de Género de la facultad, un informe pedido por la Unión Internacional de Astronomía sobre la participación de la mujer. "Estamos muy bien al respecto por acá. Argentina es el país del mundo con mayor inserción femenina, un 40%, aunque creo que ya debemos haber llegado a la mitad". Aún falta recolectar datos. "Me pareció un trabajo productivo para hacer en este tiempo. Nuestro ambiente es bastante igualitario, yo nunca me sentí discriminada por ser mujer".
Lejos de la discriminación y movido por sus aportes a la materia, el Minor Planet Center (la organización mundial a cargo de los asteroides) decidió en 2017 que el asteroide de 14 kilómetros de diámetro que se la aloja muy cerca de la órbita de Júpiter, y se conocía desde hace más de tres décadas como 1988 RQ12, se llame Rominadisisto. Sobre su criatura espacial, Romina aseguró que "está en la parte externa del cinturón de asteroides. Es una zona estable, sin riesgo de chocar contra la Tierra. Podemos quedarnos tranquilos que no someterá a la humanidad".
Sobre los que sí pueden chocar estuvo disertando hace poco para el Planetario de La Plata. Esta institución ha presentado gran actividaddurante la cuarentena: su canal de YouTube sumó charlas, secciones específicas y hasta transmisiones en vivo de lanzamientos a Marte o de astronautas a la Estación Espacial Internacional. Di Sisto habló sobre las probabilidades y características de una colisión astronómica, situación que, tarde o temprano, es prácticamente inevitable. "Por eso, se está preparando una misión para desviar un asteroide y así probar nuestra capacidad tecnológica, pensando en una situación de impacto real".
En 1865 ya Julio Verne pronosticaba disparar objetos al espacio en su novela De la Tierra a la Luna. Poco más de un siglo se demoró la humanidad, desde entonces, en conseguir llegar a nuestro satélite; el escritor francés había acertado la cantidad de tripulantes (tres), el lugar del lanzamiento (Florida) y el tiempo de viaje (cuatro días). Pero no solo fue preciso como un cohete, sino que estimuló la imaginación y el interés por la ciencia de varias generaciones. "De chica me interesaba mucho la ciencia ficción, leía todo lo de Verne", recuerda Romina, hija de un ingeniero y una arquitecta. Reconoce que en su casa quizá esperaban una profesión más tradicional, "pero me dieron total libertad y me apoyaron siempre".
A este universo, Javier Feu también se arrimó a los 2 años. "Iba en brazos de mi papá y le pregunté a Norma, mi mamá: ¿Quién enciende la luz en la Luna? Ella me respondió: el Sol. No me mintió. Eso me quedó grabado para siempre y ya a los 11 comenzó mi interés por la astronomía". Estudió el profesorado en Ciencias Físicas y luego la Licenciatura en Enseñanza de las Ciencias en la Universidad de San Martín, con orientación en Astronomía. Hace casi un cuarto de siglo participó de la formación del Club de Astronomía de Claypole (ciudad en la que vive hace décadas), donde llegaron a realizar reuniones con 450 alumnos y personas en general. "Era impresionante. La gente pasaba por el patio de la escuela y entraba, de curiosa". Luego continuó con la construcción del Parque de Astronomía en el Instituto Nº 35 de Monte Grande, con instrumentos pretelescópicos. "Y en Almirante Brown queremos armar un planetario y un observatorio", agrega Javier a la lista. "Ya estamos avanzando con los planos y tenemos el apoyo del municipio". Un interés por el universo que lo lleva, al menos en pequeña escala, a modificarlo.
El interés, la curiosidad, la exploración son inherentes a la astronomía. Despertando esa llama en las personas trabaja Martín Fernández, desde Villa de Merlo. Con el Planetario provincial de San Luis, en el marco del programa Ciencia con la gente, ha llegado a muchas provincias con charlas, proyecciones, salidas nocturnas. La cuarentena, que lo hizo quedarse en casa, no lo dejó quieto. "Tenemos muchos proyectos de capacitación, no solo para llegar a todos con la astronomía, sino para que a su vez ellos sean difusores", explica. Como ejemplo, lleva adelante un curso anual de astroturismo, que implica el aprovechamiento del cielo nocturno como destino y a decenas de alumnos de todo el país que se capacitan para mostrar lo mejor del firmamento de cada región argentina. "Mi vocación siempre fue el sacerdocio –reconoce–. Al final no la seguí, pero me vinculé con el cielo de otra forma".
Si de divulgar el interés sobre el cosmos se trata, hubo una persona que llevó esa idea a límites impensados. Se llamó Carl Sagan, y están a punto de cumplirse cuatro décadas de la serie que marcó a una generación, Cosmos: un viaje personal. "A toda mi camada de compañeros nos hizo soñar con la astronomía", recuerda Eduardo Fernández Lajus, doctor en Astronomía, especializado en sistemas binarios eclipsantes. "Nunca tuve un telescopio de chico. Eran caros y difíciles de conseguir –reconoce Eduardo–. Mi papá, José, vino de España a los 16 años con una mano atrás y otra adelante. Toda su vida fue comerciante y se preocupó por educarnos". Esa educación lo llevó a doctorarse en la Facultad de La Plata y trabajar para el Conicet. "No sé si él comprende del todo qué es lo que hago, pero te aseguro que sin mi viejo me hubiera sido imposible".
"La disponibilidad de un poco más de tiempo estos meses me permitió avanzar más rápidamente en analizar tanto estrellas binarias como sistemas estelares con exoplanetas", comenta, en referencia a planetas fuera de nuestro sistema solar, girando en torno a estrellas como las que se ven brillar por la noche. En esos puntos luminosos hay planetas, algunos como el nuestro, algunos con agua, algunos con atmósfera… ¿Alguno con vida?
Mientras el mundo dejó de circular, él estuvo"haciendo divulgación, dando charlas y preparando material para el próximo eclipse total de sol del 14 de diciembre". Lo que se considera el mayor espectáculo de la naturaleza solo dura en su máximo esplendor (con el Sol completamente tapado por la Luna y ésta rodeada de la corona solar) unos pocos minutos, pero quien lo ve nunca lo olvida. Se producirá en el norte de la Patagonia en forma total, pero se verá en todo el país en forma parcial. Cuando el inolvidable 2020 esté por despedirse, un hecho que sucede estadísticamente en el mismo lugar una vez cada tres siglos, cruzará el país desde la cordillera hasta el Mar Argentino.
Eduardo –pero también, Enzo y Fabrizio, Romina en La Plata y Rodolfo en Mendoza, Martín y Conrado en San Luis y gran parte del país– estarán mirando el firmamento. Olvidando por un momento todo lo que la pandemia frenó y escapando al cielo, para confirmar la curiosidad inherentemente humana y tomar consciencia de que, a pesar de todo, el universo sigue girando.
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