Es una mañana de sábado en Buenos Aires. Lara Costrafeda, diseñadora de moda e ilustradora catalana, camina por la Diagonal Sur y advierte que se está por enfermar. "No, no es gripe, solo es cansancio", responde. Sucede que, desde que llegó a la Argentina hace unos días, no paró un segundo: además de contar sobre su proyecto de ropa hecha con migrantes frente a diversos auditorios (en la UBA, en la Trimarchi), pintó un mural en una cervecería cool de Mar del Plata, encabezó un workshop en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, y así.
Nacida en Llardecáns, un pequeño pueblo catalán, en 1988, se formó en diseño de moda y artes plásticas entre Barcelona (BAU), Londres (Central Saint Martins) y Río de Janeiro (PUC). Y, si bien trabajó para marcas como Chanel y Hermès, firmas de joyería como Cartier o Joid’Art y de decoración como Coordonné, no es su currículum lo que la trajo a encabezar charlas, sino cierta obstinación militante de darle una vuelta de rosca al diseño y transformarlo en una herramienta para el cambio social. El punto más alto de esa carrera fue el proyecto Top Manta, que nucleó a los manteros de Barcelona bajo una identidad y un formato legal, para protegerlos de los abusos que recibían como minoría. Ahora, Lara está sentada en la confitería Pertutti, en diagonal al Cabildo, y pide un café con leche y recuerda un momento de quiebre en su vida mientras vivía en Brasil.
"Río tiene un contexto social muy duro, pero siempre sentí que era una privilegiada, porque yo podía comprar un vuelo e irme. Todo esto se incrustó muy fuerte en mí: las decisiones más importantes de tu vida se deciden cuando todavía no existes. ¿Dónde vas a nacer? ¿En qué contexto familiar? ¿En qué contexto de país?".
Black Manters
En 2015, los manteros de Barcelona se unieron para formar el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes y convocaron a la prensa para la presentación de su propia marca de ropa: Top Manta. El nombre suponía una ironía, como si en Argentina naciera una llamada "Hecho en Once" motorizada por los cientos de senegaleses que caminan las calles porteñas.
"Ellos, en un día de ilusión y creatividad, le pegaron un logo a una zapatilla y lo presentaron. Pensaban que no iba a ir nadie, lo hicieron como una broma, pero se llenó de prensa y salieron en todos lados. Al día siguiente nos juntamos y estaban en plan «mierda, que no tenemos nada, tenemos que crear una marca ya»", recuerda Lara, riéndose.
Los manteros quieren contarle al mundo que son víctimas, que no vinieron a joder a nadie.
Entonces pusieron manos a la obra: trabajaron durante seis meses junto al sindicato mantero en talleres de diseño, marketing y branding. El objetivo era hackear o poner en duda el sentido establecido sobre lo ilegal. Convertir lo que había nacido como un acto de discriminación en un concepto de solidaridad, lucha y reivindicación. Durante esos encuentros se definieron entonces las ideas fuerza que luego se convirtieron en remera: Fake system, true clothes y Legal clothing, illegal people.
"Al mismo tiempo, ellos nos formaron sobre racismo y migración. Los manteros quieren contarle al mundo que son víctimas, que no vinieron a joder a nadie", resume Lara y pone el ejemplo de Lamine Bathily, un joven oriundo de Senegal y portavoz del sindicato, quien ha cruzado ocho veces la valla que separa Marruecos de Ceuta, territorio español. "Si le miras los brazos, tiene marcas como si fueran de cuchillazos producidos por la valla", dice Lara.
El desarrollo de Top Manta también contó con la plataforma digital Playground, encargada de coordinar el desarrollo y el lanzamiento de la primera colección, así como de cubrir gráfica y visualmente los contenidos. Con los diseños listos, lanzaron un crowdfunding en Goteo.org: consiguieron más de €67.000 que fueron destinados principalmente a fondos de vivienda, asesoría legal, salud y educación de los manteros.
"Hay 300 manteros en el sindicato. La marca es una excusa para contratarlos, sacarlos de la calle y que puedan acceder a una residencia legal", resume Lara. En paralelo, es una herramienta para difundir sus reivindicaciones y sus derechos.
Actualmente, la marca cuenta con un local comercial en el barrio de Raval. "Estamos creando una colección de chaquetas tejanas intervenidas por 20 diseñadores superconocidos y también vamos a sacar unas zapatillas, con un spot de publicidad hecho por el festival de música Primavera Sound", dice Lara y sonríe, como si estuviera pensando "esto recién empieza".
Casa nostra, casa vostra
Para Lara, Top Manta fue la continuación de un trabajo creativo que había empezado un tiempo antes con una campaña para impulsar la acogida de personas refugiadas en Cataluña.
La primera vez que Lara viajó a un campo de refugiados como voluntaria fue en 2016. Fue a Grecia con unos amigos que tenían un grupo de música llamado Charango. Ahí, comenzó a dar talleres de dibujo para niños y niñas. "Ahora, pienso que estábamos muy poco preparados emocionalmente. Me acuerdo de que colocamos unos globos para celebrar el último día del taller. Y un globo se pinchó y todos los niños empezaron a gritar superfuerte, asustados", recuerda.
Desde entonces, siguió yendo con más frecuencia, incluso aprendió árabe para superar la barrera idiomática. Y, junto con un grupo de voluntarios independientes, comenzaron a idear una campaña de comunicación que promoviera la acogida de personas refugiadas. Así nació "Casa nostra, casa vostra", una organización sin fines de lucro que lideró la campaña #VolemAcollir ("Queremos acoger", en catalán).
"Por supuesto que había mucho debate y las decisiones eran colectivas, pero mi aporte en «Casa nostra» fue organizar la estrategia: coordinar los equipos y pensar cómo se tenían que decir las cosas. Eso lo traigo del diseño. Cuando piensas un proyecto, tienes que pensar un concepto, una imagen, un texto, una tipografía y cómo comunicarlo", resume Lara. Al igual que en Top Manta, trabajaron junto a organizaciones civiles como SOS Racismo.
El resultado fue una campaña descomunal que contó con spots virales en las redes; una reversión de la canción "Mediterráneo", cantada por el propio Joan Manuel Serrat, y una decena de artistas de España; una serie documental en el prime time de la televisión pública; un megaconcierto en el Palau Sant Jordi con 16.000 entradas vendidas; y el broche de oro, con la manifestación más grande realizada en Europa a favor de los derechos de las personas refugiadas y migrantes en febrero de 2017. "Además, durante la campaña, se consiguieron €300.000 y todavía hoy hay proyectos de entidades que trabajan en el terreno –en el Líbano, en Palestina o en Turquestán– que se están financiando con ese dinero".
Sin embargo, a pesar de que la campaña fue un éxito en lo comunicacional y de convocatoria, no generó ninguna respuesta en el ámbito político. La disputa entre Cataluña y el Estado español también jugó en contra, como si lo que sucediera en Barcelona no importara en Madrid. "No salió nadie del gobierno de España a decir nada y en muchos medios se silenció: fue portada del New York Times, pero no de El País de España, solo salió en la versión catalana", dice Lara. Una vez pasada la frustración inicial, celebra el enorme impulso que le dio la campaña "Casa nostra, casa vostra" a la causa antirracista, porque preparó el terreno para otras discusiones, como, por ejemplo, las condiciones de vida de los manteros oriundos de África.
En la actualidad, es parte de Creativity for Social Change, una plataforma de profesionales del mundo de la comunicación, el diseño, el arte, el periodismo y la cultura preocupados por las problemáticas sociales y medioambientales que atraviesa el mundo. "Todo esto es voluntario. Al revés, perdemos dinero: nuestros ahorros van a hacer proyectos sociales, nunca hemos cobrado nada", remata Lara.