Entre otros temas, Giovanna Giordano, autora de la novela “Un vuelo mágico”, habló de la guerra, el valor de las palabras, y la actitud de los viajeros ante la diversidad
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“En guerra y paz es importante repartir palabras…”. Giulio Giamò, joven piloto italiano, llega a África en junio de 1935, a bordo de su avión trimotor, el Vida Nueva, en momentos en que la Italia fascista intenta revivir el pasado imperial romano a costa de Abisinia (Etiopía), una de las pocas naciones africanas que aún no se convirtió en colonia europea.
Como cartero, Giamò repartirá todo tipo de palabras, desde declaraciones de amor hasta una declaración de guerra del mismo Benito Mussolini al gran negus, Haile Selassie.
El joven piloto, con muchas reminiscencias del aviador de El Principito de Antoine Saint Exupery, es el personaje principal de Un vuelo mágico, la novela de Giovanna Giordano publicada originalmente en 1998 y ahora traducida al español por la editorial Periférica.
Gracias a esta traducción, la escritora italiana -nacida en Milán, pero residente en Sicilia- no solo llega al lector hispanohablante, sino que también emprende su primer viaje a América Latina, para participar del Hay Festival Cartagena, en Colombia.
Aunque ya “viajó” a la región a través de los libros de Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, y de un amor mexicano que la enamoró con una foto del guerrillero argentino-cubano Ernesto “Che” Guevara.
En su conversación con BBC Mundo habla de la guerra, pero también del valor de las palabras, las voces de los animales y la actitud de los viajeros que ante la diversidad, se desinfectan las manos o se lanzan al mar.
Aunque en su libro dice que “las preguntas son más bonitas que las respuestas”, en toda la entrevista sus respuestas son más bonitas que nuestras preguntas.
-Vos estudiaste Arte Africano y Un vuelo mágico tiene a ese continente como escenario. ¿Qué te llamó la atención de África desde tan joven?
Para mí África contiene toda la energía del mundo. Todo mi libro es sincero porque atravesé la región sobre la que cuento. Viajé por Etiopía a pie, en canoa, sobre un camello y volé sobre ella.
Si caminamos por algunas partes de la cultivada Europa sentimos que la tierra está fatigada, pero África -energéticamente- no está fatigada. Es como el niño de la humanidad, un niño que lleno de alegría y de felicidad. África ejerce sobre mí una atracción fatal, así como también la literatura en español.
—Pero la historia de tu libro transcurre en uno de los capítulos más tristes de África en el siglo XX. La segunda guerra ítalo-etíope de la que, entre otros, fue parte tu abuelo, quien fue vicesecretario general en Gondar (la “Camelot africana”) y luego estuvo prisionero de los británicos en Kenia. Y en ese escenario te las ingeniás para hablar de amor…
—La guerra siempre porta lágrimas. Desde la historia de Troya hasta la invasión de Ucrania, la guerra es abominable. Toda guerra -por una frontera, por interés económico, por conquista, por colonialismo- es una infamia.
Pero mi aviador, el protagonista del libro, no lanza bombas del cielo, sino cartas de amor, y percibe desde el aire la infamia de la guerra.
—Hay un aspecto de la invasión italiana a Etiopía que es la diferencia de poder de fuego de los contendientes. En tu libro te preguntas “qué clases de hombres son que matás hombres débiles como la paja”. Vos hablabas de Troya, pero en el relato homérico griegos y troyanos peleaban con las mismas armas. En este caso, la asimetría es muy marcada.
—La mitología de la guerra asimétrica también es muy antigua. Goliat era un gigante y David un niño pequeño, aunque en esa historia el niño logra vencer al poderoso.
En toda guerra hay un Goliat y un David. A veces gana uno, a veces gana otro. Era una crueldad ir a África con fusiles, y pelear con hombres que usaban sus manos para combatir, como mucho palos. Es una vulgaridad. Y el escritor debe contar la vulgaridad de la guerra, porque el contarla ya es una forma de condenarla.
—En tu relato aparecen muchas voces de hombres -las de los que quieren pelear esa guerra y también las de aquellos que la condenan-, de mujeres, de niños, pero también de animales. ¿Por qué te pareció importante que los animales también se manifestaran?
—Homero contó la guerra con las voces de los hombres, pero también de las mujeres y de los niños. Tolstoi la contó no solo como una cuestión de hombres, sino también nos ofreció el detrás de escena de la guerra. Yo en mi novela añado la voz de los animales porque antes su voz no llegaba a este tipo de relatos.
La voz de los animales estaba en los cuentos para niños, en las fábulas de Esopo y de Fedro. Pero en la contemporaneidad sentimos que el animal tiene un alma y, por lo tanto, una voz.
Estudiamos el sonido de las ballenas, la comunicación de los simios; si miramos a los ojos a un simio, a un chimpancé, captamos su humanidad. Ahora buscamos decodificar estas voces y en el futuro las entenderemos.
Por eso uno de mis personajes preferidos del libro es el papagayo, porque es el más sabio de todos. Es clarividente, es fantasioso, es cándido; es lo contrario del hombre.
—Hablemos de la mujer y la guerra. En una entrevista vos dijiste “si las mujeres gobernaran la Tierra no habría guerras”, pero han existido mujeres en el poder que han ido a la guerra. Aquí en Inglaterra, por ejemplo, Margaret Thatcher. ¿Por qué pensás que es posible para una mujer mantener a su pueblo alejado de esta pesadilla?
—Esta es una utopía, porque pienso en mí misma como una escritora utópica. La mujer que genera vida no puede amar la guerra, porque sabe lo fatigoso e importante de traer un niño o una niña al mundo.
Pero cuando muchas mujeres entran en el mundo masculino del poder, como ministras, como presidentas, desafortunadamente adoptan esta ideología masculina. Ya dijo Platón que la mujer podía ser un gobernante poderoso solo si era similar al hombre.
Por eso, cuando una mujer se vuelve poderosa, pierde su sentido materno, se vuelve dura como el hombre porque vive en un mundo de hombres, es una verdad triste.
—¿Entones lo utópico en un mundo gobernado por hombres es que las mujeres no tengan que volverse como los hombres para gobernarlo?
—Sí, exacto.
—En otra entrevista opinaste que si el hombre toma un libro deja el fusil y en el libro escribís “bienvenido sea quien palabras trae”. Pero hay una parte que tu piloto dice que solo lleva mensajes y un interlocutor le responde “entonces no valés nada”. ¿Cuán útiles son entonces las palabras, en la paz o en la guerra?
—Esta novela mía es una sinfonía de opiniones. Una persona utiliza la palabra con su percepción personal de lo que significa la palabra. La palabra es sinceridad. La palabra es mentira. La palabra es impostura. La palabra es amor.
El hombre es más sincero cuando dice y menos cuando habla, pero cómo podés vivir sin la palabra. Yo estoy felizmente condenada a una vida de palabras: los libros. Y es una gran condena.
—¿Y qué lugar ocupa en esta condena la literatura en español?
—Estoy feliz de, en un año, haber publicado dos libros en lengua española y uno en lengua catalana. Por eso, creo que fue un año fabuloso.
Yo no puedo imaginar mi vida sin Miguel de Cervantes. Sin García Márquez. Sin Borges. Sin Vargas Llosa. Creo que el alma fantástica del pueblo latino se arraiga profundamente en la literatura en español. Me dijeron que parezco una escritora latinoamericana y eso es un gran honor.
Cuando voy a Sevilla, cuando voy a Barcelona, me llena de felicidad ese amor, ese gusto por la palabra.
Cuando uno va a Milán, el milanés dice:
¿Cómo estás?
Bien, ¿y vos?
Bien.
Que tengas un buen día.
En cambio, una charla con una cervecita en España es interminable. Esa es la idea de la palabra que me gusta, de un mar que no tiene fin.
—¿Y viajaste a América Latina o esta ida a Cartagena es su primer viaje?
—Es mi primer viaje, pero tuve un gran amor mexicano. Me enamoré de él cuando era joven, gracias a que me mostró una foto de él, siendo niño, abrazado por el “Che” Guevara. En ese momento me dije: “Él tiene que ser mi amor”.
—Si bien vos escribiste originalmente el libro en 1998, hay una frase que me parece muy actual en esta época de polarizaciones políticas y de solo leer o seguir en redes sociales a la gente que piensa como nosotros: “No está loco quien es distinto de ti”.
—Sicilia fue conquistada y transformada a lo largo de la Historia por muchísimos pueblos. Griegos, romanos, bizantinos, musulmanes. Estamos habituados a una cultura ecléctica.
Si los escritores tenemos algo de proféticos, yo diría que en el futuro seremos todos diversos. No me preocupa tanto el presente, no tengo miedo del presente.
—Sobre la diversidad, vos tenés una advertencia en el libro para los lectores: “Si la diversidad te asusta, eres turista; si la diversidad te entusiasma, eres viajero”…
—Sí, hay un montón de personas en el mundo que viajan y se desinfectan las manos. Que no comen la comida local, que caminan mirando hacia abajo. Está quien se sumerge en el mundo, como en el mar, y el que se resguarda del mar y no se baña. Ese no vive.
—Te preguntaron mucho la relación entre su protagonista y el aviador de “El Principito” de Antoine Saint Exupery. Y vos respondiste que el volar nos permite ver la tierra de forma diferente. ¿Por qué es tan importante para vos volar?
—Como humanidad hemos soñado siempre con el vuelo. Ícaro, Hermes, los aztecas. Eros (dios del Amor) tenía alas. Los católicos tomaron a Eros e inventaron a los ángeles.
Nosotros vivimos en un sueño, el sueño que soñaron ellos. El sueño de alzarnos de la tierra y de la ligereza. La ligereza es una utopía realizada. Aunque nuestra alma debe ser ligera, nuestros cuerpos deben tener la posibilidad de alzarse y de no sentir la gravedad de la tierra.
Ya no nos emocionamos cuando vemos un avión volar porque es algo habitual, pero yo -personalmente- conservo esa emoción profunda de comprobar que podemos elevarnos y ser ligeros.
*Por Matías Zibell
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