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Fue en julio del año pasado. En plena cuarentena por el Covid-19, Margarita (43) sintió que había llegado el momento de abrir su corazón -y también su casa- para recibir a un perro al que pudiera cuidar y asegurarle una buena calidad de vida. Y así fue que llegó Chicho a su departamento en el barrio de Almagro, un cachorro mestizo de un año y tres meses, de tamaño mediano, pero con bastante fuerza. “Le digo que es un ovejero bonsai por sus patitas cortas. Chicho es un perrito con energía, muy curioso y, a veces, distraído. Es muy compañero y bastante pegote. ¿Le gustan los mimos? Sí, pero más le gusta acostarse con uno a mirar tele o tirarse a dormir una siesta cuerpo con cuerpo, no importa el calor que haga”.
Parecía que eran la dupla perfecta. Todo lo hacían juntos. Hasta que una tarde Margarita advirtió que los dolores que venía sintiendo en sus muñecas, sus tobillos, en su espalda, en sus piernas y en las caderas había empeorado con el correr de los días. Corría agosto de 2020 y, a pesar de la crisis sanitaria, juntó valor y decidió hacer consultas con diferentes profesionales.
El comienzo de un duelo
El diagnóstico llegó con sorpresa y una inmensa frustración. Esclerosis sistémica limitada le anunciaron, una enfermedad reumatológica, autoinmune y crónica que está dentro del grupo de enfermedades raras. “Se trata de un problema del colágeno. Por algún mecanismo desconocido, mi cuerpo produce más colágeno del que debería y este se deposita en forma de tejido de cicatriz en la piel, en los vasos sanguíneos, en los órganos, etc. Puede afectar el corazón, el esófago, los tendones o los pulmones. Es progresiva, y una vez iniciada, avanzará más lento o más rápido. En mi caso particular, me produce mucha rigidez, dolor corporal, dolor en las manos, pérdida de fuerza en las mismas, las cuales se van entumeciendo, además padezco agotamiento y cansancio extremo. Mi vida cambió de una día para el otro. Las mañanas son una pesadilla. Antes, me levantaba con bastante energía y disfrutaba de mi café. Ahora me despierto rígida, con las piernas entumecidas y tengo que esperar un largo rato antes de moverme con normalidad”.
Pero... ¿Qué impacto tuvo ese diagnóstico en el día a día de Chicho? Qué la calidad de vida de Margarita bajó abruptamente. Con dolor, confiesa que se la pasa tirada, medicada, mareada o haciéndose estudios médicos. Por ende, no puede cuidar de Chicho como lo merece. “A pesar de todo, yo trato de que mi perro esté lo mejor posible, pero para ello ahora necesito constante ayuda. De lunes a viernes contraté a un paseador por la mañana. Los fines de semana me está ayudando mi familia, que es chiquita y consta de dos personas mayores. Por la tarde, en general, lo paseo yo, pero luego el cuerpo me pasa factura. Aún así, me ocupo de que su paseo sea lo mejor para él: que olfatee, que socialice, que haga distintos caminos para que explore otros lugares. También cuido su salud para que desarrolle distintas actividades cognitivas y que esté entretenido y relajado. Trato de educarlo en cosas básicas como el llamado, o que vaya socializando mejor con sus pares. Pero muchas veces estoy tirada en un sillón con mucho dolor o sin poder salir de la cama. Se me apaga el cuerpo y tengo que dormir horas. Hay días en los que me quiero levantar y tengo las piernas rígidas”.
Margarita asegura que Chicho también se vio afectado por la situación que les toca atravesar. Chicho es sensible y lo siente. “No quiero ver a mí perro estresado, triste, o ansioso porque yo no puedo cuidarlo. No quiero que mí perro sufra. Es un cachorro de un año y tres meses y, como todo cachorro, es activo. Tiene ganas de jugar, de pasear, de interactuar y cuando lo veo tirado porque yo estoy con una crisis, me parte el alma. Un perro no es un mueble, no es una caja que uno puede poner en un rincón y esperar que soporte cualquier cosa. Hace un tiempo, tuve dos meses muy, muy complicados, y eso afectó mucho a Chicho. Se puso nervioso, luego apagado, le hizo mal a su pancita. Y yo cada vez más me quedo sin recursos para poder cuidarlo como corresponde”.
Vidas separadas
Por eso, luego de meditarlo, de llorar y angustiarse, decidió que lo mejor era buscar para él una familia que pudiera garantizarle la vida que ella había imaginado. “Quiero que mi perro esté feliz. Por eso busco una familia que lo adopte. Una familia que pueda darle lo que yo no estoy pudiendo. Me rompe el corazón no tener a mi compañero, pero priorizo su bienestar. Chicho tiene toda la vida por delante. Quiero que toda su vida esté rodeado de amor y felicidad. Que viva una vida plena, jugando y saltando. ¿Sabía que me iba a enfermar así? No, no lo sabía. Quisiera no estar así, quisiera mi vida de antes. Quisiera mi sueño de tener a Chicho y verlo crecer como mi compañero perruno. Pero lamentablemente, y por más duro que sea, muchas cosas no dependen de mí. No me puedo mejorar de un día para el otro. No puedo inventar recursos o personas que cuiden a mi perro cuando yo no puedo. Es por eso estoy buscando un hogar para él. Porque quiero para él lo mejor. Porque mi responsabilidad como tutora de un perro es entender que hoy no puedo, por más que quiera”.
Mientras, Margarita está a punto de encarar un tratamiento con un medicamento que se utiliza para quimioterapia pero en bajas dosis. “Es algo que hay que probar. Las enfermedades reumáticas son así. Cada paciente es único, y lo que le funciona a uno, puede no tener efectividad con otro. Sé que me esperan tiempos difíciles pero también comprendo que es un camino que debo transitar para poder estar mejor”.
Chicho está vacunado y castrado; necesita un poco de espacio verde pero es un animalito que se adapta a un departamento. Adentro es muy educado y tranquilo, pero requiere paseos diarios, que jueguen y que interactúen con él. “Desde que lo adopté, traté de armarle una rutina diaria de paseos y descansos para que esté tranquilo y feliz, por lo tanto, para quién quiera adoptarlo, sería ideal que pueda continuar esa rutina”. Por otro lado, Chicho tiene dos puntos que son muy importantes a tener en cuenta: necesita una dieta especial y también es conveniente un poco de educación canina en la calle.
“La verdad no sé qué voy a hacer cuando se vaya. Lo voy a extrañar tanto que no sé cómo lo voy a soportar. Pero lo imagino corriendo, saltando, teniendo la vida que todo animal merece y sé que estoy tomando la decisión correcta”. (Se puede seguir la historia de Chicho en su Instagram @hogar_chicho).
Agradecemos a @soylaewok por su colaboración en esta nota.
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