Confiar en el destino
Irene Ennis, médica y científica de 39 años, mamá de 4 chicos, ganó este año el Premio Estímulo de la Fundación Bunge y Born por sus investigaciones sobre el corazón. Cómo es y qué piensa esta mujer que confiesa haber dudado muchísimo antes de decidirse por la investigación y que todavía se pregunta cómo disfrutará de una distinción con la que -admite- jamás había soñado
Encantado. Habla el doctor Charreau. La llamo porque quiero ser el primero en darle la noticia. Usted fue seleccionada para el premio estímulo a jóvenes científicos en medicina experimental de la Fundación Bunge y Born."
Entre el asombro y el descreimiento la científica miró la computadora que tenía adelante y aprovechó la aletargada alocución del hombre para tipear frenéticamente en Google "Fundación Bunge y Born".
Enter.
Era un día a fines de mayo y se había enterado, mientras tomaba exámenes de Fisiología y Física Biológica, que el doctor Eduardo Charreau, ex presidente del Conicet, la buscaba con urgencia. Era raro: nunca la llamaba. Nunca la había llamado.
Le dijeron que no se despegara del teléfono. Que el doctor se iba a comunicar.
El doctor se comunicó, pero ella no entendió demasiado lo que le decía. Sólo le quedó titubear.
- Bueno, no sé... ¿Qué tengo que hacer..? Porque yo no mandé nada.
-No, usted no me entiende. Yo ya sé que no mandó nada... Usted ya ganó el premio -le dijo el hombre.
Cuenta que se quedó dura. Que no sabía qué decir. Que agradeció como pudo y que, antes de cortar, escuchó:
- Se va a poner más contenta cuando sepa el premio que se ganó.
Ennis cortó y se fue. A seguir tomando examen.
Tal vez porque nunca terminó de decidirse a serlo, pero no parece una científica. Ni el blanco inmaculado de su casa, moderna y luminosa, ni el tostado de su piel, ni lo rosa de su imagen familiar tienen que ver con el preconcepto que uno tiene de una científica. Nada tiene que ver con lo que ella misma imaginaba que era una científica. Pero Irene Lucía Ennis lo es.
Lo confirma su todavía corta pero inmune trayectoria, por la que la acaban de premiar, y su tarea cotidiana como integrante de ese maltratado grupo que conforman los investigadores argentinos. Lo confirma el reconocimiento internacional por sus descubrimientos en torno al agrandamiento o hipertrofia del corazón (un desorden que lleva a la muerte a millones de personas en todo el mundo) y los más de 33 trabajos publicados en revistas internacionales.
El violento color turquesa de los ojos se le enciende aun más cuando cuenta su historia de corrido, sin pausas pero con una cadencia de provincia.
La historia que cuenta es de esas que parecen confirmar que hay un destino preestablecido: todo en la vida de esta científica del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) parece haber conspirado para encauzar su zigzagueante andar profesional. Sin tomar muy en cuenta las dudas, los reparos o las incertidumbres que la asaltaban, la vida parece haberse esforzado en marcar su camino. Y, para eso, la vida no ahorró complicidades.
Hace 39 años Irene Ennis llegó a una familia de mamá psicóloga y papá abogado; a los 17, un test vocacional combinó su pasión por las ciencias exactas con su desagrado por los trabajos solitarios, y le sugirió ser médica.
Confiesa que hasta último momento se debatió entre la medicina y la bioquímica. Confiesa que se definió por la medicina "sin tener la decisión del todo clara".
La claridad llegaría años después, con una residencia en el Hospital Regional de Mar del Plata. El contacto con los pacientes reales y con ese tipo de sufrimiento que no alcanzan a sugerir los apuntes le confirmó que eso era lo que quería para su vida: sería médica.
La casa de Ennis está en un barrio cerrado en las afueras de la ciudad de La Plata. Es blanca, muy blanca. También es luminosa, muy luminosa. Y tiene un parque -pileta de natación, hamacas, tobogán, calesita, casita de madera- que claramente es territorio de los chicos.
Los chicos son muchos. Un familión: Amparo, de siete; Bautista, de cinco; Consuelo, de dos, y Faustino, de dos meses.
Cortés pero incómoda, Ennis -polera negra, jeans gastados, botas negras y cadenita de oro con cuatro caritas- se deja fotografiar en el parque -" los vecinos van a pensar: ¿A ésta qué le pasó que se hace la artista...? "-.
El único que la mira es Shot, el labrador color chocolate de la familia. Es difícil saber lo que piensa.
En el playroom de la casa hay un único televisor. está conectado a un reproductor de DVD y a otro de video, pero no tiene señal de cable ni de televisión de aire. El cable lo cortó a fuerza de tijera la misma Irene, cansada de reclamarle a la empresa que le dieran la baja. Ni Ennis ni su marido quieren que sus hijos vean televisión. Los chicos no parecen tener quejas al respecto. Todo lo contrario.
Cerca del televisor apagado hay una computadora que Ennis se resiste a usar para trabajar. No le gusta trabajar cuando los chicos están en casa.
"Eso es un viaje de ida. Uno empieza y después no hay límite", dice.
En un estante, al costado del televisor y arriba de la computadora, está su título de médica. Arrollado, sin enmarcar.
Cerca descansa el diploma de la Fundación Bunge y Born. También está arrollado. Y más allá, en un soporte de pana bordó, entre portarretratos con fotos familiares, la medalla del Premio Estímulo.
La decisión de ser médica no le duró demasiado. La duda volvió a aparecer con decidida seguridad.
Fue Horacio Cingolani, investigador superior del Conicet, el que la trajo: "Hay que ver si la investigación no te gusta más... Me parece que tenés el perfil. Creo que deberías probar...".
Y probó. Una beca para investigación en cardiología en la Universidad de La Plata, primero, un doctorado después y una beca posdoctoral en biología molecular en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos, parecían confirmar el camino. Pero no. Ennis viajó a Baltimore dudando. La opción definitiva no había sido tomada. La lucha entre la medicina hospitalaria y la investigación se seguía librando. "Cuando vuelvo lo defino", pensó.
Lo que sí definió antes de viajar fue su proyecto de familia: se casó con el médico Federico Saavedra. Con él quería cumplir el sueño de tener una familia grande. Empezó a agrandarla en Baltimore. Junto con el fin de su beca posdoctoral llegó la confirmación de su primer embarazo. Tiempo después, Ennis, su panza y su marido llegaban a la particular realidad argentina del año 2001.
Esas fiestas de Navidad y fin de año las festejaron entre urgencias y accidentados de guardia de hospital. Fueron los mejores argumentos que el destino podía desplegar para ayudarla a decidir.
-Era muy difícil imaginarse una vida de familia trabajando así. Me encantaba, pero estaba por tener a mi primera beba y sabía que mi prioridad era la familia. Ahí no había dudas.
Y no dudó: la investigación científica le ofrecía la posibilidad de organizar su vida de madre como ella pretendía, sin urgencias médicas ni guardias. La balanza se inclinaba definitivamente a favor de la investigación.
En 2002 Ennis se presentaba para la carrera de Investigador Científico del Conicet. Hoy es ampliamente reconocida como investigadora adjunta.
Piensa gastar la importante suma que le otorgó el premio Bunge y Born en agrandar la casa. Para el familión.
A días de enterarse de la distinción recibida, Ennis estaba en la sala de parto trayendo al mundo a Faustino, su cuarto hijo. Que ahora, dos meses y medio después, llora desde su cuarto compitiendo con Brahms y su canción de cuna.
A Ennis se le transforma la mirada turquesa. Se sobresalta. Quiere correr y alzar a su hijo. Pero antes cuenta una infidencia: la decisión final no está tomada. O eso prefiere sentir. Aunque sabe que es difícil, quiere sentir que si se le ocurriera volver al hospital podría hacerlo. Dice que le gusta que la posibilidad exista. "A mí me gusta que la posibilidad exista", dice.
revista@lanacion.com.ar
Para saber más: www.fundacionbyb.org
Quién es
- Tiene 39 años, está casada y es madre de cuatro hijos.
- Es médica, graduada con medalla de honor en la Universidad Nacional de La Plata
- Hizo su residencia de medicina interna en el hospital San Martín.
- Es docente, jefa de trabajos prácticos de la cátedra de Fisiología en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata e investigadora científica adjunta del Conicet.
- Con sus trabajos de investigación intenta determinar los distintos comportamientos de la hipertrofia cardíaca, es decir, el agrandamiento del corazón, con relación a distintos estímulos.
- Acaba de ganar el Premio Estímulo a Jóvenes Científicos otorgado por la Fundación Bunge y Born.
Premios Bunge y Born
El Premio Fundación Bunge y Born fue creado en 1963 con el objetivo de estimular la actividad intelectual creadora y de colaborar con el desarrollo científico, económico y social del país. Este año le fue concedido a Eduardo Arzt, investigador principal del Conicet, profesor titular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y director del Laboratorio de Fisiología y Biología Molecular de esa facultad.
En el año 2000, con el propósito de descubrir nuevos talentos y promover la labor científica de las nuevas generaciones de investigadores, se instituyó el Premio Estímulo a Jóvenes Científicos. Este nuevo galardón fue el que recibió la doctora Irene Lucía Ennis en un acto realizado en agosto pasado en el Hotel Four Seasons (en la foto, junto a Jorge Born hijo, quien le entregó la distinción).
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