Su infancia en el campo dejó una huella imborrable; aunque vivió en el pueblo, pudo volver a su amada estancia y cumplir un deseo familiar.
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“Lo único que te pido es que por favor no vendas el campo y que lo cuides”, fue el último pedido que le hizo su querida abuela momentos antes de fallecer. Había sido parte de la herencia que le había dejado su abuelo suizo. Con mucho esfuerzo y horas de trabajo, codo a codo junto a su marido, esa maravillosa mujer pudo sacar la tierra adelante y agrandar el tambo que entonces tenían.
Sin embargo, las épocas de bonanza pronto llegaron a su fin. Convertido en negocio familiar, con la crisis de los noventa en la Argentina, que llevó a muchos pequeños productores a la quiebra, los Sánchez tuvieron que vender parte de las tierras que poseían para poder hacer frente a las deudas. “Fueron épocas difíciles. El consejo de mis padres y de mis abuelos para los más jóvenes fue duro y tajante: vayan a estudiar que acá nos comen los piojos si seguimos así”.
Malabares en un contexto hostil
Siguiendo entonces el consejo de los adultos, primos y hermanos se alejaron momentáneamente del campo. “Mientras, ellos seguían haciendo malabares para poder sobrevivir en un contexto hostil para los productores chicos, como nosotros. De todos modos, y a pesar de las inclemencias económicas y los vaivenes de este país, siempre mantuvieron el espíritu de chacra mixta, muy tradicional y donde, además de la venta de granos y animales, producíamos para el autoconsumo de la familia”.
Criado en un entorno campestre, Hernán Sánchez sintió que, de alguna forma, quería seguir ligado a aquel estilo de vida. Estudió ciencias veterinarias en la Universidad Nacional de Rosario, obtuvo su título en 2009 y, durante la cursada conoció a Guillermina, su actual esposa. Juntos montaron una veterinaria de pequeños animales en San Jerónimo Sud, una comuna argentina del departamento San Lorenzo en la provincia de Santa Fe, situada a 35 km de la ciudad de Rosario y donde se habían mudado para hacer su vida.
“En 2016, con mis padres ya más grandes, el deseo de poder volver a mis raíces y criar a mis hijos en un ambiente más sano, comenzamos con mi esposa a involucrarnos nuevamente con las tareas del campo familiar. Todavía elaboro el duelo de haber sido la primera generación que se mudó al pueblo. Pero en el contexto difícil que me encontraba, con mi propia familia y un trabajo estable en veterinaria, no tenía más opciones”.
Tenía que reconocerlo. Conservaba los mejores recuerdos de su infancia en el campo. Desde amanecer todos los días en un paraíso de cielo abierto para tomar el desayuno y salir a explorar el campo donde había todos los días un mundo por descubrir. “Cuando tenía 6 años, iba solo a caballo a buscar a las vacas para que hicieran el tambo. Con mis hermanos y primos también armábamos casitas sobre un ombú que había plantado mi abuelo. Pasábamos horas jugando ahí”.
El campo que tantas alegrías le daba a Hernán de pequeño, está ubicado a solo 2.5 km del pueblo San Jerónimo Sud. “Cuando éramos chicos, mi mamá nos podía llevar todos los días a la escuela o a la actividad que nos tocara. Durante el secundario, alternábamos noches entre el campo y la casa de mi abuela en el pueblo -se habían mudado cuando mi abuelo enfermó del corazón y empezó a necesitar controles médicos más frecuentes-. Mis abuelos fueron mis segundos padres. Lamentablemente a mi abuelo no lo pude disfrutar mucho porque falleció cuando yo tenía siete años. Pero aún recuerdo caminar de su mano por el campo. Mi abuela fue una figura muy presente en nuestra crianza. Ella era una suiza sumamente recta pero muy cariñosa”.
La excusa perfecta y poco convencional
Por todas esas razones, Hernán sintió que ese 2016 finalmente estaban dadas las condiciones para poder regresar al ámbito rural. Sus padres todavía vivían en el campo, aunque ya estaban mayores y necesitaban la ayuda de manos y mentes más jóvenes que pudieran aportar a los procesos productivos. “Ese año, cuando hice un posgrado en especialización en producción animal sustentable, encontré la vuelta de tuerca para mejorar lo que se venía haciendo en el campo, que era poco convencional”.
El predio de los Sánchez cuenta con 60 hectáreas, de las cuales 45 son propias y quince alquiladas. Se dedican a la ganadería diversificada de base pastoril. En el campo se pueden ver vacas, cabras y ovejas en busca de hierba fresca. También viven allí gallinas ponedoras y aves, liebres, lagartos, lechuzas, gansos, pavos, zarigüeyas y otras especies de la fauna nativa. Además, el campo está abierto todos los días del año para colegios y facultades agrarias y veterinarias; de modo que no es extraño ver a estudiantes o profesionales haciendo algún trabajo de campo. Por eso les gusta decir que llevan adelante un campo con “vida”.
Aunque muchas veces había sido señalada como atrasada ya que por principio se había negado sumarse el tren de la agricultura moderna, la familia priorizó un estilo de vida ligado a la cultura de la ruralidad. En ese sentido, hubo ocasiones en que la toma de decisiones productivas, no había estado ligada exclusivamente al rédito económico.
“A pesar de que en su momento mis padres quedaron como atrasados porque siguieron viviendo en el campo, no dieron en alquiler las pocas hectáreas que manejaban y tampoco quisieron subirse al proceso de agriculturización que tuvo toda la zona, hoy parece que nuestro estilo de producción -agroecológico, pastoril y regenerativo- es lo que el consumidor demanda. A medida que pasa el tiempo nos damos cuenta de que nuestro campo comienza a ser mirado con más interés por el público y las instituciones. Suena extraño decirlo pero lo tradicional está de moda”
Así, Hernán trabaja el campo (@establecimientomedialegua) junto a sus padres mientras su esposa Guillermina se ocupa de la comercialización de los productos y la atención de la veterinaria que aún conservan en el pueblo. “La pandemia hizo que muchas personas de la ciudad se preocuparan por su alimentación y eso nos favoreció muchísimo. Nosotros proponemos un alimento con una historia detrás, no un alimento del que nadie sabe su origen ni cómo se hizo. Estoy feliz de haber regresado. Uno cree que las decisiones que toma son totalmente independientes de su historia, pero supongo que por mi infancia en el campo rodeado de animales, éste era el camino que yo tenía trazado para cumplir mi sueño”.
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