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Corrían los días más fríos de ese año cuando la vio junto a una caja de cartón que hacía las veces de cama y un plato con alimento balanceado en la vereda de una zona céntrica de Mataderos, en la ciudad de Buenos Aires. Tosía, estaba evidentemente desnutrida y sus ojos indicaban que tenía con fiebre.
Aunque a Morita ya la habían rescatado, algo había salido mal en ese primer intento de ayudarla. “Pude averiguar que la persona que la había rescatado no la podía tener más. Morita estaba muy enferma, la mujer la había acomodado en la terraza de su casa pero hacía mucho frío y ese no era el lugar para un animal que necesitaba cuidados especiales. Tampoco podía costear su tratamiento. Entonces creo que sintió que lo mejor que podía hacer por la perrita era sacarla a la calle para que alguien la viera y se apiadara de ella. Cuando la fui a buscar me encontré con un animal súper miedoso. Morita estaba aterrada pero se dejó agarrar y fuimos para mi casa”, recuerda Mónica Sosa.
“Tenía que comer con una sillita especial”
Los primeros días estuvo escondida. Mónica convivía con otros seis perros rescatados -con diferentes enfermedades sin cura producto de la vida en la calle- y no fue fácil que la nueva integrante de la manada confiara. Pero, poco a poco, se ganó el cariño y el afecto de sus pares. Sin embargo, la adaptación a su nuevo espacio no era el mayor de los problemas. En la consulta con el veterinario Mónica pudo saber que Morita cursaba una neumonía, estaba con vómitos y tenía muy bajo peso.
“El médico me pidió que le hiciera un estudio específico porque sospechaba que Morita tenía megaesófago, una enfermedad que le impedía comer normalmente ya que el alimento se filtraba al pulmón”. Según investigaciones de Purina Institute, la regurgitación crónica -en el caso de Morita se presentaba con los vómitos- es el signo clínico distintivo del megaesófago en los perros. Los perros afectados pueden presentar una desnutrición que provoca una pérdida de peso y una mala condición corporal debido a una ingesta inadecuada de calorías. Estos perros también suelen presentar neumonía por aspiración.
“Cuando se confirmó el diagnóstico comenzamos con su tratamiento: Morita debía comer parada y llevar una alimentación especial. Le hacía un preparado procesado de un concentrado de vitaminas, minerales, proteínas y grasas, un cereal fortificado, queso crema, polenta, pollo, carne picada y sémola. Le daba de comer y la hacía esperar en upa 15 minutos para que no se ahogara”. El tratamiento nutricional de los perros con megaesófago se centra en minimizar la regurgitación: eso evita la neumonía por aspiración secundaria, y proporciona una nutrición para recuperar o mantener una condición corporal y un peso adecuados.
“Teníamos poco tiempo para decidir qué hacer”
Hasta que luego de algunos días a Morita le donaron una sillita para perritos con la misma patología. “El veterinario me había advertido sobre el cuadro delicado de Morita. Ya no resistiría una neumonía más. Sus pulmones estaban muy deteriorados y su vida corría riesgo. Teníamos poco tiempo para decidir qué hacer. Había una alternativa más para ella. Era una cirugía a corazón abierto con un 70 % de probabilidades de que fuera exitosa. Nos arriesgamos y cuatro meses después de haberla rescatado, Morita fue operada en el hospital de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires”.
Gracias al enorme esfuerzo de Mónica -que vende tejidos artesanales para poder afrontar los gastos que conlleva un rescate- a la ayuda económica de dos madrinas y a la gente de buen corazón que compró rifas para el alimento, el cuidado y la cirugía de la perrita, todo salió según lo planeado.
“Sufrió pero sus ganas de vivir eran más fuertes”
Después de años en la calle, de haber estado al borde de la muerte y haber padecido la indiferencia del humano, Morita finalmente pudo tener una vida digna. “Recibió su alta, ya no usa más la sillita para comer y es feliz junto a la manada, como siempre tendría que haber sido. Sufrió muchísimo pero sus ganas de vivir eran más fuertes que cualquier problema y nos lo hacía saber todos los días. Todo quedó en el pasado para ella y nosotros y es tan agradecida. Involucrarse salva vidas”.
Hoy Morita lleva una vida tranquila en familia. Cuando se levanta, lo primero que hace es abrazar a su mamá Mónica. Le encanta tomar sol, jugar, saltar y disfrutar junto a sus pares. “Morita me enseñó que por más difícil que puedan ser las situaciones, si le ponemos ganas y fuerzas podemos salir de ellas. Ella es un ejemplo de lucha y con ella aprendí a no rendirme jamás, a no bajar los brazos y, sobre todo, a entender mejor lo que significa la palabra empatía”.
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