El proyecto de sus padres parecía arriesgado y él, aunque ni siquiera había llegado a la adolescencia, quiso ayudar...
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En 1998, Santiago Serrano llegó al mundo en una provincia conocida por su calma y ritmo pausado: Santiago del Estero. Alejado de los grandes centros urbanos, creció en un paraje aislado de la hiperconexión y la vorágine que viven quienes corren una carrera contra el tiempo. En aquel entonces, pocos habrían imaginado que esta tierra sería el punto de partida de un niño que, con visión y determinación, llegaría a romper las barreras de su universo en apariencia detenido.
Junto a sus hermanas, su infancia transcurrió inolvidable, atravesada por la cultura del esfuerzo y el trabajo inculcada por sus padres: Si querés llegar lejos, tenés que esforzarte y ser honesto en lo que hacés, le repetían. Con aquella sentencia, lo alentaban a que explorara las posibilidades para descubrir sus preferencias. Y fue así que, cierto día, Santiago encontró la tecnología.
“Además, mi mamá desde chico me obligó a ir a clases de inglés, aparte del colegio (que no me gustaban porque me sacaba horas libres) pero hoy agradezco, ya que si no hablara inglés, muchas posibilidades no se presentarían”, asegura al repasar su historia.
Un proyecto un tanto descabellado y un niño que quería ayudar
Entre exploraciones y estudios, Santiago solía observar a sus padres con mucha admiración, en especial, el día en el que decidieron emprender juntos una aventura inesperada: construir un complejo de cabañas en un destino que aún no figuraba en los mapas turísticos.
Y fue en aquel instante, que descubrió que él también quería ser parte del cambio. “Veía a mis padres trabajar sin descanso en un contexto que no era el más favorable, y sentía una necesidad innata de aportar al desafío, utilizando mi curiosidad para buscar soluciones”, reflexiona Santiago.
Lo cierto era que allá, por el año 2009, Santiago del Estero no era un destino destacable dentro del territorio argentino. No contaba con una agenda de eventos que brillara, carecía de atracciones llamativas y su industria no estaba desarrollada. ¿Por qué apostar por un rincón casi perdido de una provincia poco valorada?
Sin embargo, a la familia de Santiago siempre le había gustado la experiencia del viaje, y en sus padres emergió aquel sueño latente de trabajar en el mundo de la hospitalidad: “No tenían experiencia en nada relacionado a eso. Un día, mi papá vio un terreno en venta en El Zanjón (una zona residencial sobre la Ruta 9 a 10 minutos de Santiago capital), y esto se presentó como una oportunidad para lograr ese sueño, planteó la idea en mi casa y ahí empezó todo”, revela Santiago.
Con la ayuda de su hermana, que había estudiado Licenciatura en Turismo, sus padres decidieron emprender desde cero un proyecto que muchos consideraron riesgoso. Primero fueron dos cabañas, un quincho, una pileta, un asador y un horno de barro, que representaron una alternativa a los hoteles, en un entorno alejado de la urbe, rodeado de un espacio natural, tranquilo y acogedor.
Y así, mientras el sueño de sus padres se transformaba en una realidad, Santiago, con sus 11 años, se limitó a ser un observador del esfuerzo familiar. Sin embargo, lejos de desear quedarse en la inacción, le pidió a su padre que juntos fabricaran un estabilizador casero. Luego fue por más, con una cámara en mano y su pasión por la tecnología a cuestas, el jovencito decidió crear su primer video promocional, inspirado en un comercial que había visto de un hotel.
Santiago acababa de darle vida a su primer trabajo, sin saber que estaba abriéndole la puerta a una carrera que lo llevaría mucho más allá de las fronteras de su provincia natal.
El joven de 11 años que transformó un emprendimiento: “Cada historia bien contada crea una conexión genuina y duradera”
Apenas habían pasado unos meses desde la creación del video, cuando Santiago decidió dar un paso más e idear un “sitio web” para el complejo. Sus padres estaban escépticos, y no comprendían la finalidad de dicho sitio, hasta que el joven de apenas 11 años les mostró que desde allí podrían mostrar la información útil y las fotos.
Lo que siguió fue una transformación inesperada, tanto para la familia Serrano como para Santiago: “Nunca olvidaré el momento en que recibimos a nuestro primer turista internacional. Nos quedamos boquiabiertos cuando nos dijo que había encontrado nuestras cabañas gracias a una búsqueda en Internet”, recuerda Santiago.
Aquel fue un punto de inflexión. De pronto, lo que había comenzado como un modesto proyecto familiar, empezó a atraer la atención de visitantes de otras latitudes. Las ideas de un chico de 11 años con pasión por la tecnología, había puesto al descubierto el poder de la publicidad online, y el hecho de que las fronteras y las distancias no eran un obstáculo, sino una oportunidad.
A partir de entonces, la pasión de Santiago por el marketing digital creció exponencialmente, así como su certeza de que las historias, cuando se transmiten con espíritu, pueden trascender cualquier barrera: “La clave no está solo en el producto, sino en cómo se conecta con la audiencia. Cada historia bien contada crea una conexión genuina y duradera, y eso es lo que realmente genera impacto”, asegura.
“El complejo de cabañas evolucionó de manera espectacular. Unos años después de que se abrió, a Santiago del Estero empezaron a llegar muchos eventos turísticos y deportivos. Conocimos mucha gente y siempre nos dedicamos nosotros al negocio”, continúa con una gran sonrisa.
El apoyo de los padres como piedra fundacional: “Tuve el privilegio de poder explorar con lo que me gustaba desde muy chico”
Hoy Santiago ya dejó de ser un niño, pero recuerda con orgullo a aquel intrépido aventurero que supo ser, uno que hasta la actualidad honra el espíritu del esfuerzo y la honestidad de sus padres. Desde aquel primer video casero hasta los actuales desafíos globales, demostró que las fronteras son tan solo construcciones mentales y culturales: “No son más que líneas imaginarias para aquellos que se atreven a ir más allá”.
Su historia es un testimonio vivo de cómo, desde un rincón remoto, la curiosidad, la creatividad y el compromiso pueden transformar no solo un negocio familiar, sino una vida entera. Tras convertirse a tan corta edad en el estratega del negocio familiar, en su adolescencia Santiago comenzó a ofrecer sus servicios a otras empresas locales, con quienes mejoró sus conocimientos, que luego fueron potenciados en la universidad, donde, de la mano de su tesis, desarrolló estrategias innovadoras que no solo buscaban mejorar la comunicación interna, sino también fortalecer el sentido de comunidad estudiantil. Las autoridades recibieron sus propuestas con entusiasmo, destacando su enfoque pragmático y visionario.
Para Santiago, en el fondo, el marketing nunca fue solo una herramienta comercial. “El marketing tiene un potencial increíble para mejorar la vida de las personas, no solo vendiendo productos, sino generando experiencias que aporten un valor real”, sostiene.
Actualmente, como gerente nacional de marketing en una empresa de logística, Santiago aplica estos principios en un contexto mucho más amplio y busca utilizar sus conocimientos para mejorar tanto la experiencia del cliente como el impacto social de su trabajo: “Cada proyecto es una oportunidad para aplicar lo que sé y, al mismo tiempo, aprender algo nuevo. Es un ciclo constante de crecimiento y evolución, y eso es lo que me impulsa a seguir adelante”, dice Santiago.
“La principal enseñanza que me dejó esta experiencia es que si querés lograr algo, tenés que ponerle dedicación y pasión, y sobre todo siempre trabajar con honestidad. Tuve el privilegio de poder explorar con lo que me gustaba desde muy chico y aplicarlo en un negocio familiar. Hoy en día, a cada proyecto que encaro, le pongo la misma pasión y dedicación que el primer día, pensando fuera de la caja, tal como hicieron mis papás”, concluye.
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