Hace exactamente 25 años moría el rey Hassan II, que gobernó Marruecos desde 1961 hasta su muerte en 1999
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Un 23 de julio de 1999, hace exactamente un cuarto de siglo, a la edad de 70 años, acuciado por una pulmonía aguda, fallecía en Rabat, capital marroquí, Hassan II, el rey de Marruecos desde el año 1961. Al funeral de este monarca, que fue llorado en las calles de la capital por más de un millón de personas, asistieron los mandatarios más importantes de occidente, lo que da cuenta de la buena relación que el supremo marroquí, líder de un país árabe, tenía con este lado del mundo. Pero más allá de la imagen amable que Hassan podía irradiar, lo cierto es que era un personaje que llevaba las riendas de su país con puño de acero, convencido de que lo asistía un origen divino y con extremos grados de crueldad, en especial para sus enemigos políticos, a quienes destinó una prisión en el desierto que era un verdadero infierno en la tierra.
Un playboy elegante y de buen porte. Un excelente orador, casi hasta el extremo de ser llamado “encantador de serpientes”. Un hombre sin miedo al derroche ni a los lujos, a tal punto de mandar a construir en cada ciudad un palacio para tener disponible en cada uno de sus viajes por el país. Todo eso era Hassan II, venerado y a la vez temido por sus súbditos, entre quienes supo cosechar amores y odios.
Al-Hasan ibn Muhammad, tal el nombre completo del rey, se proclamaba descendiente directo de Mahoma y conservaba algunas tradiciones antiguas de su patria, como hacer que sus súbditos se arrodillaran a besarle la mano o como mantener en su residencia un harén de unas 50 mujeres, entre concubinas y sirvientas.
Una gestión abierta a occidente
Pero más allá de estas discutibles costumbres, hay que decir que este soberano, el decimoséptimo rey de la dinastía alauita, también abrió su nación al occidente. Así, Hassan II fue el primer mandatario árabe en recibir a un primer ministro de Israel -Simon Peres, en el año 1986- y trató de mantener una buena relación con los Estados Unidos y Francia. De hecho, a su funeral asistieron Bill Clinton y Jean Chirac, presidente y primer ministro de cada uno de estos países, entre otros líderes como el primer ministro de Israel, Ehud Barak, el Rey Juan Carlos de España -amigo del monarca marroquí- y el príncipe Carlos de Inglaterra, entre otros.
Además del acercamiento político propiciado por Hassan II, el monarca habilitó el país para que sea uno de los elegidos por figuras de renombre del jet set y la cultura europea y estadounidense. Según Vanity Fair, Marruecos, con su mezcla de destino exótico y costumbres occidentales, recibió escritores transgresores como los norteamericano William Burroughs y Truman Capote y el británico Paul Bowles o al diseñador Yves Saint Laurent.
En este sentido, posiblemente, el caso más emblemático de la llegada de celebridades al país sea el de legendaria banda británica Rolling Stones, cuyos miembros quedaron fascinados con la ciudad de Tánger, que visitaron por primera de unas cuántas veces en 1967. Allí, los músicos fueron subyugados con el color local, se nutrieron de los ritmos étnicos y vivieron nuevas experiencias en relación al consumo de sustancias, como fumar las pipas sebsi, una práctica ancestral en la región del magreb (noroeste de África).
Mientras crecía la imagen internacional de Marruecos como lugar atractivo para recibir visitas, en el interior del poder de ese país algo crujía. Hassan II fue convirtiendo cada vez más su mandato en un liderazgo autoritario, con limitaciones a la libertad de expresión y castigos a la disidencia. El período más duro y poco democrático de su reinado sería recordado por la historia como “los años de plomo”. Disconformes con esta manera de llevar adelante el país, grupos del ejército y de opositores al monarca intentaron derrocarlo y acabar con su vida unas seis veces, aunque dos de ellas fueron las más recordadas.
Matar a Hassan II
El primero de estos intentos por acabar con Hassan se dio en julio de 1971. Entonces, el monarca festejaba su cumpleaños número 42 en su palacio de verano en Sjirat, unos 30 kilómetros al sur de Rabat. Como suele ocurrir en los casos en que un mandatario rico dirige un país pobre, la fiesta, con más de 400 invitados, era un derroche de fastuosidad. Pero la violencia estremeció los festejos. Un grupo disidente del ejército irrumpió en el lugar y comenzó a disparar hacia el interior del palacio con la intención de ultimar al rey. El resultado fue que por la balacera murieron acribilladas unas 130 personas, pero no el monarca, que pudo salvar su vida escondido en un baño de hombres escoltado por parte de su guardia.
Finalmente, los insurgentes fueron derrotados por las fuerzas de Hassan II y los cabecillas del golpe fueron ejecutados sumariamente tres días después, el 13 de julio, y ante la presencia del propio monarca y sus ministros. Varios años más tarde, en declaraciones de 1994, el propio Hassan II describiría, parafraseando al profeta de los musulmanes, cuál era su filosofía: “Quien me desobedece, desobedece a Dios”.
Al año siguiente, sucedió otro de los más importantes intentos de asesinato del rey de Marruecos, un atentado conocido como “operación Buraq”. Entonces, rebeldes de la Fuerza Aérea del país intentaron derribar el Boeing 727 en el que el mandatario regresaba de París. Hassan II, indudablemente un hombre tocado por la fortuna, pudo sobrevivir también a este ataque realizado por aviones de guerra marroquíes. La ofensiva se dio cuando algunos de los seis cazas que oficiaban de escoltas del avión oficial comenzaron a disparar contra este. Según The New York Times, fue el propio rey el que tomó la radio del Boeing y les dijo a los pilotos rebeldes: “¡Dejen de disparar! ¡El tirano está muerto!”. A partir de esta treta, los disparos cesaron.
La nave de Hassan II aterrizó a salvo en un aeropuerto próximo a Rabat y también lo hicieron los cazas rebeldes, cuyos pilotos fueron atrapados ni bien pusieron un pie en tierra. Otra vez, como en la sedición anterior, muchos de ellos fueron fusilados. O murieron en circunstancias más que extrañas. Como el líder de este levantamiento, el general Mohamed Ufquir que, según el parte del régimen “se suicidó de varios disparos por la espalda”.
La prisión de Tazmamart: el infierno en la tierra
Pero posiblemente la muerte no fuera el peor castigo que enfrentaban los que se oponían al reinado de Hassan II, o simplemente cuestionaban sus políticas. Había un lugar brutal al que podían ser también conducidos los disidentes. Una prisión llamada Tazmamart, ubicada cerca de la cordillera del Atlas, en pleno desierto y próxima a la ciudad de Errachidia, era el lugar donde, entre el encierro y las torturas, cualquier derecho humano quedaba vedado.
Allí, por caso, fueron enviados los familiares de Ufquir y otras personas que participaron en los ataques contra Hassan II. Un total de 58 infortunados que estuvieron en ese infierno durante unos 18 años, sin que nadie supiera su paradero. Según describe el diario español La Vanguardia, las celdas de esa cárcel en medio del desierto eran bloques de hormigón subterráneos, sin muebles ni ventanas. Los reos solo podían ver algo de luz cuando un guardia abría una pequeña compuerta y les entregaba su magra ración de alimentos.
Aislados en esas celdas sin luz de dos metros por tres, los prisioneros soportaban los calores más extremos durante el día y padecían el frío de las noches desérticas, soportando la presencia de ratas, cucarachas y escorpiones. Por lo menos tres decenas de estos condenados murieron por causa de la inanición, las enfermedades o la locura. Sin atención médica ni compañía humana alguna, varios decidieron acabar con su vida golpeando su cabeza contra las paredes. Todo esto se conoció luego por los relatos y escritos de los 28 supervivientes de la sórdida prisión de Tazmamart, que debió cerrar en el año 1991. Esto sucedió cuando su existencia se conoció a la luz internacional y la presión de diferentes países obligó a liberar a los prisioneros y terminar con el funesto lugar.
Pese a que también hubo una recomendación internacional para realizar sobre Tazmamart una Comisión de la Verdad y la reconciliación, los carceleros de esta prisión nunca recibieron castigo alguno. Antes bien, muchos de ellos fueron empleados en cargos clave del Ministerio del Interior marroquí durante el reinado de Hassan II.
Muerte y sucesión
El 23 de julio de 1999, lo que no pudieron hacer los enemigos del rey de Marruecos lo hizo una enfermedad en sus pulmones, que se agravó y terminó con su vida. Tras su muerte se decretó un período de duelo nacional de 40 días, en los que se le rindió homenaje al fenecido monarca. Su cuerpo descansaría desde entonces en Rabat, próximo a los restos de su padre Mohamed V y de su hermano menor, Moulay Abdullah, en el mausoleo Mahoamed V.
Un día más tarde, se legitimó la designación de su hijo Mohamed VI como el heredero de la corona, que iniciaría un reinado mucho menos cruel y rígido que el que había realizado su padre, y que continúa hasta el día de hoy. Los que conocen a este nuevo rey, y a juzgar por sus apariciones públicas más informales, aseguran que ya está cansado de ejercer su monarquía. “El poder no le interesa. Todo lo que quiere es vivir su vida”, dijo un cortesano que lo vio nacer.
No está muy claro si el antiguo monarca estaría feliz de ver a su hijo como líder de su país. Un artículo en este medio asegura que una vez, por un enojo con el futuro Mohamed VI por su vida licenciosa en Europa, el propio Hassan II habría definido en su círculo íntimo a su vástago como “un error de cromosoma” y más poco tarde, mientras su sucesor estudiaba derecho en Francia, lo había mandado a vigilar por el ministro del Interior de su país. Al menos en ese tiempo, el fallecido rey no le tenía mucha confianza a su heredero.
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