Con los chicos en la cabeza
Sus aportes a la infectología pediátrica son mundialmente conocidos; ocupa el sillón César Milstein en la Vanderbilt University de Estados Unidos y la Fundación Bill y Melinda Gates lo apoyan en sus investigaciones. Fernando Polack nació y vive en la Argentina, donde trabaja para mejorar la salud de los niños 'que se escapan por las rendijas del sistema'
Hay un mundo, el de las cosas materiales, y otro mundo –siempre más interesante–, que es el de las cosas que la gente tiene en la cabeza. La mamá de Fernando Polack era nieta de inmigrantes rusos que habían desembarcado en las colonias de Entre Ríos en el final del siglo XIX, cuando los pogrom zaristas terminaban con la vida y las pertenencias de muchos judíos y la guerra entre Japón y Rusia se perfilaba, igual que todas las guerras, como eso que hace a la gente sufrir. "Todo lo material te lo pueden sacar. Lo único que podés proteger es lo que tenés en tu cabeza", repetía la mamá de Fernando años después, cuando también habían pasado dos grandes guerras mundiales, y el Holocausto.
Él dice ahora que por esa razón, entre otras, eligió ser científico. Su cabeza es una fiesta de conocimiento, y el sitio en el que guarda generosos espacios para lo que más le apasiona: los chicos. Para ellos trabaja en Infant, la fundación que creó en 2003, y que está ubicada en el barrio de Flores. Además de investigar, formar estudiantes locales, y recibir alumnos de las universidades de Georgetown y Vanderbilt, Infant creó una red de investigación integrada por pediatras en 26 hospitales de la Argentina, que da cobertura a más de 2 millones de chicos y sus padres. Trabaja codo a codo con médicos en hospitales de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense (Sardá, Garrahan, Hospital de Berazategui, Hospital Evita de Lanús, Hospital de Florencio Varela, Hospital Meléndez de Almirante Brown y muchos más).
–¿Me esperás un segundo que hago un llamado, así después hablamos tranquilos? Necesito chequear que mis dos hijos estén en casa.
Fernando Polack es un padre judío al que le cuesta dejar a los chicos cada vez que vuela a dar una conferencia en algún lugar del globo. Nació en Buenos Aires, fue al Colegio Nacional de Buenos Aires, se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires, quiso –y quiere– vivir en Buenos Aires, la ciudad en la que esos hijos van a la clase de piano o a jugar al tenis. Es hincha de Almagro, le gusta caminar, escuchar bossa nova, comerse un sándwich al mediodía con su papá. Regresó al país en 2003, años después de dormir lejos, de desayunar en Baltimore (estudió y trabajó en la Johns Hopkins University) o de tomar mate en Nash ville, en la Vanderbilt University, que sigue siendo su segunda casa profesional.
–Pareciera que eso de que los hijos y los nietos se vayan para siempre es algo que necesitamos celebrar, en lugar de reconocer que es un gran déficit que tenemos en la Argentina.
Sin guardapolvo, en zapatillas y con la actitud de la gente que padece andar por la vida con corbata, Fernando Polack relata sus trabajos y sus días incomodísimamente sentado en un sillón de tres cuerpos, en un bar porteño de esos que uno no debería haber elegido para una charla atenta. El ruido es infernal, el café está frío, la gente va y viene como en una estación de subte. La charla fluye de todas maneras: el entrevistado tiene calma de pediatra.
–La inflamación de los bronquios (bronquiolitis) en un pulmón chiquitito es un grave problema. En los menores de 5 años el virus sincicial respiratorio es su principal causante. No tenemos todavía una vacuna disponible contra esta enfermedad. Cuando viene una pandemia de gripe, como la de 2009, entramos en pánico, enseguida cambiamos hábitos y nos ponemos barbijo, pero resulta que este tipo de enfermedad respiratoria que te menciono nos acompaña cada invierno. Tiene menos prensa y la tomamos como algo natural, pero resulta que manda a terapia intensiva 10 veces más chicos y provoca una mortalidad 5 veces mayor que la gripe.
Cuando Fernando Polack tenía 30 años (ahora va por los 47) lo que más le gustaba era conseguir un descubrimiento. Ahora no.
–Seguimos en el laboratorio y eso es importante, pero hace unos años discutíamos sobre una proteína y cómo se pegaba a las células, hasta que vimos que eso no iba a cambiar la suerte de los chicos. Ahora siento que si no se mezclan la ciencia básica con la salud pública y las ciencias sociales, los logros son a muy largo plazo. Estamos haciendo una experiencia con madres del Chaco (hospitales Perrando y Avelino Castelan) y de Corrientes (Hospital Vidal y Hospital Juan Pablo II). Trabajamos con el banco de leche de mamás del Chaco y hacemos delivery de una provincia a otra para que aquellas que no puedan amamantar por diferentes razones reciban leche de otras que sí tienen. Esto requiere de una logística inmensa y carísima, pero redunda en el aumento de los niveles de lactancia, y en que toda la comunidad se preocupa por los bebes. Las madres hasta consiguen trabajo porque se vinculan con otros gracias al estudio.
Polack y sus colegas de Infant investigaron también de qué modo la leche materna ayudaba a los prematuros muy chiquitos, de menos de un kilo y medio, a pelear contra las infecciones respiratorias. Descubrieron que las mujeres obtenían mejor protección que los varones.
Pero si el beneficio está en la leche, y eso se sabe, ¿por qué esa diferencia entre los sexos?
Crecimos educados en la idea de que la leche protege, lo que es cierto, contra muchas enfermedades, en ambos sexos. Eso hay que remarcarlo, tenemos que defender a rajatabla la lactancia. Lo interesante del trabajo específico sobre enfermedad respiratoria en prematuros de muy bajo peso es que descubrimos que si en la mujer se veía un mejor resultado entonces existía algo que no era inherente a la leche. Que más allá de sus propiedades, ellas la usaban mejor que ellos, y se beneficiaban más contra los virus respiratorios.
¿Entonces?
Entonces la lactancia es la llave, y el auto es el bebe. Evolutivamente tiene sentido. Si uno tiene una población de 10 hombres y una mujer, probablemente tendrá una guerra. Si tiene 10 mujeres y un hombre, el resultado será una comunidad, la continuidad de la especie.
Todo lo que está en la cabeza del doctor Polack se parece muy poco a lo que el imaginario identifica con el pensamiento de un científico. Siempre subraya que "la naturaleza no se rige por reglas morales" y que la manera de pensar la salud de un modo racional, ordenado, esperable está en nuestra cabeza.
–De los 6 millones de años que tiene la especie, pasamos más de 5 millones comiendo semillas, pasto, raíces y proteína animal. Las madres, sus bebes y los pulmones de esos bebes crecieron con carne y vegetales. Con la Revolución Industrial empezamos a ingerir masivamente carbohidratos y ahora tenemos un hombre paleolítico vestido de traje con un desajuste absoluto, porque las mutaciones de adaptación a esa nueva dieta son mucho más lentas que las opciones dietarias que ofrecen el desarrollo y la tecnología. Son adaptaciones de la naturaleza que demandan mil años, mientras nosotros seguimos yendo a la chocolatería a comer dulces.
Bajo esa perspectiva que rompe ciertos moldes, los estudios de su equipo sugieren que una mamá que pasa su embarazo comiendo carbohidratos en exceso perjudica en gran parte al bebe y sus pulmones.
–La dieta de la madre es un factor de riesgo de enfermedades respiratorias en el bebe. Uno de nuestros trabajos reveló que las mamás que comen hidratos todo el tiempo tienen bebes con ocho veces más chances de desarrollar bronquiolitis grave que el resto.
¡Volvamos al modelo de cazadores y recolectores!
No tan así, pero más o menos. Lo bueno para nosotros es lo más parecido a lo que hacíamos antes. Estábamos acostumbrados a hacer algo, y lo cambiamos de repente. Es como parar en la estación de servicio y tomarse un litro de nafta, en lugar de tomarse un litro de agua. La nafta es para el auto, no para nosotros.
Ser científico –suele también decir– es tener perseverancia y la mente preparada. Lo explica en sus charlas, con las que deja boquiabiertos a sus oyentes en TedX, o en el aula magna de una universidad:
–Si Moisés pudo caminar 40 años sabiendo que nunca iba a llegar adonde iba, uno bien puede pasar 12 o 15 años formándose, perseverando, construyendo una carrera. Lo lindo está en ese proceso de aprender qué es la caminata. Por otra parte, no podés pensar que porque estás debajo de un árbol y se te cae una manzana descubrís la ley de gravedad. Cuando Newton pensó que dos objetos se atraen por sus masas dependiendo de la distancia entre ellos era profesor del departamento de Matemática de la Universidad de Cambridge. A mí se me puede caer la frutería en la cabeza y nunca se me va a ocurrir esa teoría. Nada es maradoniano, en ciencia no hay un genio que se pone el guardapolvo por primera vez una mañana y mete un gol; hay método y esfuerzo.
El viento en la piedra
Nueve años duró un estudio en el que Fernando puso la mira en algunas proteínas fundamentales para el funcionamiento del sistema inmune. Involucró a 1500 bebes del conurbano bonaerense, y los resultados –otra vez– pusieron sobre la mesa la idea de que la naturaleza hace lo suyo, y de que nada funciona sin otras partes de la película en la que actúan, con alto protagonismo, el medio ambiente, la educación, la condición social, la dignidad del espacio en el que la gente vive.
–Sabemos que ciertas proteínas generan inflamación en el pulmón cuando están activas. Partimos de la idea de que si uno logra bloquearlas, entonces no habrá inflamación y, por lo tanto, no habrá bronquiolitis.
¿Tan sencilla era la respuesta?
Definitivamente, no. Para el estudio tomamos dos poblaciones de bajos ingresos (en Berazategui y cerca del Hospital Posadas), y otra de ingresos medios. Encontramos que algunas de estas proteínas que provocan inflamación no están activas en el 6% de los chicos. Y que si esos chicos con la proteína desactivada viven en un barrio muy carenciado o en zonas rurales muy pobres, no tienen bronquiolitis. Como dato de importancia para los países en desarrollo como el nuestro, el resultado fue que el 94% de los chicos que viven en pobreza extrema tiene la proteína equivocada en la condición social equivocada.
¿Por qué sólo los más pobres, si el 6% de todos tenía la proteína desactivada?
La sorpresa fue que en los chicos de clase media las proteínas se comportaban al revés: la enfermedad era más grave en ese 6%, es decir, en el grupo en el que las proteínas no funcionan.
O sea, que un mismo gen que en un lugar promueve una enfermedad en otro la previene.
Veinte o treinta kilómetros de diferencia, y todo cambia. Para ponerlo en limpio: descubrimos que el comportamiento de la enfermedad era dependiente de la cantidad de tierra que había en la habitación de los lactantes.
Hemos llenado páginas de diarios con las ventajas del desciframiento del genoma humano. Parecía que teníamos la llave de todas las enfermedades y ahora cada estudio que mencionás incluye otros componentes (social, ambiental, de comportamiento) que van mucho más allá del ADN.
El genoma fue un gran avance. Pero la lección es que con el genoma no alcanza. Al principio pensamos que sí, luego descubrimos que había que entender el genoma en el contexto del medio ambiente y ahora hablamos de las cicatrices que nuestra vida deja sobre los genes, las marcas que hacen que un gen beneficie a unos y perjudique a otros. Estamos en la etapa de la epigenética. Sabemos que el ser humano trabaja sobre su genoma como el viento sobre la piedra.
¿Qué son concretamente las cicatrices sobre el genoma?
Las cosas que hacemos todos los días. Somos lo que comemos, lo que respiramos, lo que hacemos. La emoción, las presiones laborales, la relación con tu familia, todo. Como investigadores solemos naturalizar estas cosas, pero gran parte de lo que nos sucede tiene relación con la manera en que lidiamos con lo que nos rodea. Un buen ejemplo sobre la epigenética es la historia del gusano de seda y la mariposa. Exactamente los mismos genes dan origen, sucesivamente, a un gusano, una pupa y una mariposa según se van activando unos y desactivando otros… por influencias epigenéticas.
Cisnes que se reflejan como elefantes, de Dalí, es la obra de arte que más conmueve a Fernando Polack.
–Es la metáfora de lo que para mí tenemos que hacer como científicos: buscar los elefantes que son el reflejo de los cisnes en el agua. Hay que volver a eso, a ver qué podemos hacer desde las diferentes disciplinas para solucionar problemas concretos. Si nos quedamos viendo los cisnes…
Dalí dijo una vez: "La estructura molecular de mi personalidad está coincidiendo cada día más con la del ácido desoxirribonucleico".
Es cierto, pero no dudo que sin la epigenética, sin haber vivido lo que vivió, de haber estado en Barcelona, cerca del Parque Güell y de la Sagrada Familia de Gaudí hubiera pintado lo que pintó.
País querido
Sus hijos tienen pasaporte norteamericano. Va y viene todo el tiempo a los Estados Unidos, aunque un día cualquiera puede atender el teléfono en Jordania, en Perú o en un hospital de Berazategui.
Una de las tantas veces que aterrizó en Ezeiza, la Legislatura porteña lo distinguió como Personalidad Destacada de la Ciencia. Del Norte trajo premios que fortalecen el orgullo de cualquier país serio: al mejor investigador joven en Pediatría de los Estados Unidos (2006), y el reconocimiento a la excelencia en investigación pediátrica por parte de la Sociedad de Investigación Pediátrica norteamericana (2010).
Sigue siendo profesor de Pediatría en la Vanderbilt University, donde ocupa el sillón que lleva el nombre del premio Nobel argentino César Milstein.
–Porque en Estados Unidos los cargos de profesor titular se crean en homenaje a alguien. Imaginate el orgullo que te da sentarte en ese lugar.
En la Argentina, Infant tiene importantes sponsors, aunque él los mencione con humildad: la Fundación Bill y Melinda Gates y la Thrasher Research Fund, entre otros, le dan millones de dólares para sus programas. También colaboran algunas organizaciones y fundaciones locales, y ha trabajado con el Conicet.
Se convirtió en científico por la frase de su mamá sobre las cosas que la gente tiene en la cabeza. Pero también porque su abuela Berta, con la que almorzaba casi todas las semanas, era "una fuerza de la naturaleza" que enviudó joven y se puso al hombro una fábrica entera, se comió el mundo y salió adelante. Porque su abuelo, sus tíos y su papá también eligieron la medicina y le transmitieron pasión por escuchar y curar. Porque su tía abuela lo llevaba al teatro, al cine, "a cuanto lugar apareciera para respirar cultura y entender las cosas que pasan alrededor". Y porque la tía Golda (que en realidad era tía de su papá) anduvo diez años con las piernas hinchadas, sin poder caminar, hasta que un día apareció la penicilina y la curó.
–Avanzamos un montón. La pandemia de gripe de 1918 mató a 50 millones de personas, y en 2009 la cifra se redujo a 50.000.
Después de la pandemia de influenza de 2009, la prestigiosa revista New England Journal of Medicine publicó artículos con recomendaciones sobre prevención y vacunas. Las principales estaban firmadas por Fernando Polack y su equipo de Infant. Fueron tomadas como camino a seguir por casi todos los centros de referencia del mundo.
La bronquiolitis mata a 200.000 chicos por año en el mundo. La mayoría no está en los países ricos. ¿Por qué se muere un chico en un país en vías de desarrollo?
En general, por temas de logística y vulnerabilidad. Los chicos se caen por las rendijas del sistema. Son países que tienen los hospitales, pero lo que falla son otras cosas. Las madres a veces no conocen bien ciertos signos de alarma para ir al hospital a tiempo. O la población no está emponderada para pedir una segunda opinión. Hoy le dicen que el nene está bien, a los dos días empeora, pero la mamá confía en lo que le dijo el médico la primera vez, y se queda en su casa. En los países en vías de desarrollo la mitad de los chicos con enfermedades respiratorias se muere en su casa. Muchos de los que se internan están mal nutridos. Además, están las condiciones ambientales que te mencioné. Y buena parte de la vulnerabilidad de los pobres es que están más a la intemperie en todo sentido.
¿Qué tal venimos con la logística en la Argentina?
Hay de todo, pero en ese todo hay gente con muy buenas intenciones que hace un gran trabajo por los chicos. Tenemos cierta pereza frente a la logística. No tiene glamour, no te deja lucir. A la Argentina le aburre el método. Es un país cortoplacista. Sin embargo, estamos mejor que muchos otros, que todavía no han erradicado enfermedades que aquí casi no existen, o que no tienen un calendario de vacunación del calibre del nuestro. No hay muchos lugares en el mundo con un calendario de vacunas gratis comparable con el argentino.
Ustedes tienen un programa de investigación paralelo en los Estados Unidos, y vos viviste mucho tiempo afuera. Los países más desarrollados tienen resuelta la logística, pero enfrentan, imagino, otros problemas.
Así es. El exceso de higiene (eso de andar con el alcohol en gel todo el tiempo) nos aleja de microorganismos que naturalmente nos ayudan a madurar las defensas. Esto se vincula con el aumento de enfermedades autoinmunes, asma, diabetes, ciertos tipos de cáncer.
¿Cómo imaginás el médico del futuro?
Como mi abuelo, como mi viejo. El médico del futuro es un médico que escucha, ayuda y cambia costumbres de vida. La tecnología va a hacer que perdamos capacidad diagnóstica, la modernidad nos va a dar la oportunidad de que una máquina nos ofrezca un mapa de las opciones terapéuticas para un paciente. Pero lo de volver a escuchar, es nuestro.
¿Por qué volviste?
Porque acá puedo estar con mi viejo, y pude estar más tiempo con mi abuela hasta que se murió. Ver seguido a la gente que quiero, ir a la cancha con mis chicos. Hacer ciencia competitiva desde el lugar en el que nací, ayudar a la gente acá y en los países vecinos. Tenemos que construir un país donde se puedan quedar todos.
Y donde todos vivan mejor, pero en serio.
Sí. Es una locura saber y no hacer.