Decían que era arriesgado viajar hacia una tierra desconocida en pandemia y con hijos pequeños, pero para ellos era lo opuesto: en Francia podrían volver a respirar y crecer.
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Juliana Rauek y Felipe Azcona atravesaron parte de la campiña francesa, maravillados. Atrás había quedado el bullicio de Lyon para darle paso a las postales anheladas. Con miradas cómplices, se dejaron envolver por la magia del silencio y el aroma exhalado por árboles y viñedos, suspendidos en la atmósfera, y que los acompañó durante todo el viaje.
Malleval, el pueblito situado en la región de Ródano-Alpes, los aguardaba con la misma calma predominante en los paisajes previos. Ante ellos emergió el que sería su nuevo hogar por los siguientes meses, una comuna de arquitectura medieval de apenas 600 habitantes, compuesta por casas muy antiguas que parecían formar parte de un cuento de hadas.
A simple vista, el tiempo parecía haberse paralizado, pero con el paso de los días, pronto descubrieron que aquello era apenas una ilusión: “Nos impactó la infraestructura y el acceso a los servicios en un pueblo tan pequeño. Fue increíble darnos cuenta de esto, en especial porque habíamos llegado con nuestros dos hijos pequeños, Josefina de 3, e Iker, de 1 año”, rememora Felipe al contar su historia.
Una aventura arriesgada hacia la campiña francesa
Su estadía no sería permanente, pero decidieron dejar su hogar en San Juan y vivirla como si lo fuera. Juliana, una enóloga mendocina, y Felipe, un ingeniero agrónomo, habían decidido emprender a sus 33 años una gran aventura familiar que muchos consideraron arriesgada.
Dueños de una pequeña bodega artesanal en Santa Lucía, que trabaja con uvas que crecen a 1400 metros de altura en el Valle de Pedernal, desde 2013 vieron crecer su emprendimiento, siempre a base de estudio y esfuerzo: “Comenzamos elaborando en el garage y hoy estamos en el proceso de recuperar una bodega abandonada en San Juan, para pronto abrirla al turismo. Hacemos mucho foco en la calidad y la genuinidad, elaboramos 12.0000 botellas (Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Pinot Noir, Merlot y Sauvignon Blanc), todas partidas pequeñas y single vineyards, que por suerte se agotan todos los años”, cuenta Felipe con orgullo.
“Decidimos irnos una temporada a vivir en la campiña francesa porque queríamos seguir aprendiendo. Para nosotros este viaje fue como un posgrado. En el vino, así como en la gastronomía, hay mucho que se aprende desde lo teórico y hay cosas que solo pueden incorporarse desde lo práctico. Para entender un terroir y la cosmovisión de los productores del Ródano, quisimos estar en la `cocina´ de una bodega familiar francesa”, explica Juliana.
La idea de viajar comenzó a gestarse en mayo de 2021 y fue recibida con dudas por parte del entorno. Amigos y familiares del matrimonio, consideraban que emprender semejante travesía hacia un terreno desconocido, en pandemia, y con dos hijos pequeños, conllevaba demasiados riesgos. Pero Juliana y Felipe consideraban que era exactamente lo opuesto: “Estábamos ante la oportunidad de dar vuelta la página a tanto encierro y vivir una experiencia en el exterior como familia, antes de que los chicos empezaran la escuela”.
Aun así, debido al contexto particular generado por el COVID, Juliana y Felipe centraron sus preocupaciones en cumplir con todos los requisitos exigidos por ambos países y rogar que los vuelos no se cancelaran y las regulaciones no cambiaran, mientras se cuidaban como nunca antes y evitaban cualquier contacto estrecho: “Fue tanta la atención que le dedicamos a estos temas, que no alcanzamos a ponernos nerviosos por el cambio de vida que se avecinaba”.
El día a día en un viñedo francés
Aprender fue el motivo del viaje a Francia desde el primer día. A pesar del paisaje sereno de Malleval, Felipe y Juliana revelaron una vivacidad peculiar de un pueblo de amaneceres tempranos y copas de vino siempre dispuestas.
Cada mañana, el matrimonio despertaba al alba para presentarse en el trabajo a las 7:20. Las órdenes del día se impartían a las 7:30, aunque nadie aparecía a esa hora, ya que era considerado llegar tarde. Trabajaban hasta las 10 de la mañana para luego tomarse un recreo, llamado casse croute (cuya traducción literal es `romper la corteza del pan´), y donde comían embutidos, quesos, chocolates, facturas, y se servía vino y café.
Tras el descanso seguían las labores hasta las 12:30, hora del almuerzo, que incluía entrada, plato principal, queso, vino y postre: “Toda la comida, que además de abundante era muy calórica, la aportaba la bodega”.
Recargados de energía continuaban hasta las 16:30, aunque en ocasiones debían hacer jornadas largas hasta las 19:30: “En cuanto a las tareas que desempeñamos, la enología en estas escalas es muy linda porque no es repetitiva y acompaña el ciclo de la vid, por lo que las tareas van cambiando”, explica Felipe.
“En términos generales, Juliana estuvo en la elaboración de vinos blancos: prensado, desborre, fermentación en barrica, controles y degustación. Y cuando terminaron los blancos, trabajó con las barricas de tintos, analizando, rellenando, ensamblando cortes”, continúa. “En mi caso, estuve un poco más en viñedos, en temas de madurez y cosecha; cuando la uva tinta entró a la bodega, acompañé la molienda, remontajes, prensado, controles. Fue una experiencia grandiosa, ya que pudimos participar en casi todos los procesos. Nuestro cargo allí podría denominarse `cavista´, que vendría a ser algo así como un operario de bodega especializado. Todos nuestros compañeros de trabajo eran enólogos jóvenes o tenían algún terciario en enología”.
Un jardín de infantes peculiar y las campanas de las 6
Dentro de las facilidades del pueblo, el matrimonio quedó fascinado por las posibilidades educativas para su hija mayor, que, con sus tres años, de inmediato se adaptó al jardín de infantes público con orientación Montessori, de Malleval.
Desde las 8 de la mañana hasta las 16, Josefina asistía a este espacio que incluía almuerzo, siesta y guardería extendida hasta las 18:30, en el caso de que los padres lo necesitaran: “Nos resultó muy llamativo que los días miércoles no haya escuela. Esos días los chicos son cuidados por los abuelos, niñeras, o hacen actividades, como deporte o arte”, revela Felipe. “Cada niño lleva un muñeco de apego al jardín con el cuál duerme la siesta. En el caso de Iker, tuvimos la suerte de encontrar una niñera encantadora”.
“En general, la infraestructura nos sorprendió para bien. La campiña francesa tiene el 100% de sus calles asfaltadas e internet de calidad. Debido a esto, los profesionales viven en estos pueblos y no se quieren ir”.
“El ritmo de vida es muy diurno. A las 19 todos los negocios bajan sus persianas y los domingos está todo cerrado, hasta los shoppings y supermercados. La gente se acuesta muy temprano, a las 21 todos están en sus casas casi listos para ir a dormir, porque a las 6 de la mañana suenan las campanas de todas las iglesias (hay una en cada pueblito) para que la gente se levante”.
Francia: productos de calidad y pequeños negocios rentables
En sus días viviendo en Malleval, el matrimonio argentino comprendió hasta qué punto en Francia se valora el trabajo artesanal, la calidad y lo regional, algo que se refleja en la excelencia de los vinos, quesos y ciertos alimentos locales, que son caros, pero se consumen en cantidades y se defienden con orgullo.
“Esto permite tener negocios de pequeña escala rentables”, asegura Felipe. “En Argentina, nosotros empezamos a elaborar vino en el garage y eso es una rareza. En Francia es muy común tener emprendimientos familiares que producen vino de calidad, en pequeñas cantidades, que se venden a muy buen precio. Un productor con cinco hectáreas de vid, agrega valor elaborando su propio vino, lo que le permite alcanzar un buen nivel de vida”.
“También es destacable que en Côte Rôtie, donde trabajamos en Francia, hay 60 bodegas y 225 hectáreas cultivadas, mientras que en San Juan hay 160 bodegas para 44.000 hectáreas. Y, en otro orden de las cosas, es muy interesante que en la campiña hay paridad de género y las mujeres hacen los mismos trabajos que los hombres. Han incorporado tecnología para realizar las labores menos pesadas, por ejemplo, tijeras de podar eléctricas. En las bodegas argentinas, las mujeres pudieron acceder a cargos gerenciales, pero los operarios de bodega y de viñedos son casi todos hombres”.
“Somos optimistas y apostamos por la Argentina”
En septiembre de 2021, Juliana y Felipe dejaron su país por una temporada para incorporar enseñanzas que impactaron en lo personal y profesional. A Francia habían volado para perfeccionarse, sin la idea de emigrar, sino de traer a su Argentina querida lo aprendido.
Para ellos, cada cultura es una fuente de riquezas de la que podemos beneficiarnos entre todos; no se trata de comparar, sino de compartir, de dar y recibir lo mejor de cada idiosincrasia para crecer como personas y sociedades.
“Tener una experiencia como familia en otro país fue increíble. Nos insertamos en otra cultura y aprendimos a funcionar sin amigos, abuelos y hermanos, solo el núcleo familiar. Fue un cambio tremendo que disfrutamos sobre todo porque nuestros hijos se adaptaron inclusive más rápido que nosotros”, asegura Juliana.
“Aprendimos que los chicos no perciben las barreras idiomáticas como nosotros. Josefina incorporó palabras como sinónimos de las que ya sabía, sin pensar que estaba aprendiendo un idioma nuevo. Ellos no tienen miedo a equivocarse, por ejemplo, ella aprendió que banana se decía `banane´ e inmediatamente empezó a decirle `manzane´ a la manzana, que en realidad se dice `pomme´”.
“Aprendimos a pensar el vino en otra escala de tiempo. El vino es un trabajo de larguísimo plazo, donde deben afinarse y pulir detalles. El dueño de la bodega tenía cincuenta vendimias y seguía experimentando para entender sus viñedos. Comprendimos que para los franceses el viñedo es lo más importante y vimos cómo intentan que la botella de vino refleje el lugar de donde proviene la uva, sin maquillar, aunque eso implique un producto menos comercial pero siempre genuino y original, valores que tenemos en nuestra bodega artesanal”, continúa, pensativo, el dueño de Elefante Wines, quien no duda en seguir emprendiendo en su tierra.
“Nosotros somos optimistas y apostamos por la Argentina, a pesar de todas las dificultades que vivimos día a día. Creemos que entre todos podemos perfeccionarnos, aprender y mejorar”, concluyen con una sonrisa.
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Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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