Desde los 15 años trabajó en relación de dependencia y de manera independiente, hasta que sus prioridades cambiaron y decidió tomar otro camino
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El día que consiguió lugar para estacionar exactamente frente a las oficinas del correo, supo en su interior que se trataba de la señal que estaba buscando. Con una mezcla se sensaciones, apagó el motor del auto, tomó su cartera y se dispuso a hacer la larga fila en la que muchos aguardaban para ingresar al Correo Argentino. Mientras esperaba, pasaron infinidad de pensamientos por su cabeza: ¿era correcto lo que estaba haciendo? ¿o se estaba arriesgando? ¿estaba tomando la decisión acertada al renunciar a un trabajo seguro, en el que podía hacer carrera, en un contexto pospandemia con inflación y desempleo?
Aunque en ese momento no lo sabía, hacía tiempo que Silvina Cobián transitaba un camino de profundo cambio. Inmersa en la vorágine laboral, si bien iba al gimnasio todas las mañanas, buscaba una actividad que la ayudara a desconectarse de las preocupaciones diarias. Y fue de casualidad que una tarde descubrió un espacio de yoga frente a su casa.
“Creí que me iba a aburrir, ya que soy muy activa y me sorprendió gratamente la práctica. Hay muchos mitos alrededor del yoga. Pero solo el que lo prueba en el momento preciso de su vida, se enamora de la práctica y lo transforma en el vicio más sano del mundo”, recuerda. Se aferró a la práctica, pero también a su vocación de estudio y la necesidad de estar en permanente formación. Estudió la carrera de aduana y comercio exterior, además es procuradora y le quedan pocas materias para recibirse de abogada.
Carencias afectivas y económicas
De su infancia y adolescencia en Río Grande, en la provincia de Tierra del Fuego, guarda pocos y fugaces recuerdos. Creció rápido. Su madre, con quien vivía, no había logrado superar la separación del padre de la pequeña Silvina. Esa era la razón por la que no trabajaba y estaba deprimida. “Crecí con carencias afectivas y económicas, pensando que debía protegerla por la pérdida de su matrimonio. Pero, a medida que pasaron los años, pude ver que lo que le sucedió es parte de la vida y el amor perdura en las relaciones. A los 15 tuve mi primer trabajo, desde ahí siempre estudié y trabajé. De hecho, hasta hace un año, siempre tuve dos trabajos: uno bajo relación de dependencia y otro independiente”.
Tenía 23 años y estaba entonces empleada en Movistar, cuando un especialista en reclutamiento le anticipó que reunía todas las condiciones para trabajar y hacer carrera en un banco. Fueron tres meses de entrevistas hasta que en mayo de 2007 inició formalmente su etapa laboral en el Banco Galicia como oficial individuos.
Pasaron los años, Silvina pudo forjarse una exitosa carrera puertas adentro del banco. Hasta que le ofrecieron un traslado a Ushuaia. Sin embargo, a poco de concretarse, la oportunidad se frustró ya que la persona a la cual reemplazaría finalmente no se sintió cómoda con el cambio. “A mi siempre me había gustado Ushuaia por el entorno natural que tiene. Amo la fotografía y Ushuaia tiene unos paisajes increíbles. Es un lugar que siempre sorprende con su magia”.
Una frustración como trampolín
Ese traslado frustrado fue quizás el último impulso que necesitaba para animarse a comenzar un nuevo capítulo en su vida. Por eso, después de pensarlo muchas veces y meditarlo con la almohada, tomó la decisión de presentar su renuncia al banco que tantos años de carrera le había dado. “Cuando me fui del banco, trabajé un año en la empresa de logística y servicios que tiene mi papá en Río Grande. Si bien el trabajo me gustaba, no era lo que quería hacer el resto de mi vida ni el lugar en el que quería vivir. ¿Por qué tengo que depender de un trabajo para mudarme de cuidad?, empecé a pensar. Dependía de mí dónde quería vivir y qué quiera hacer en ese lugar”.
No quiso perder más tiempo. Avisó en la empresa que se iría, alquiló su casa en Río Grande, buscó alquiler en Ushuaia y empezó de cero. Al principio alquilaba autos y departamentos al turismo, hasta que la contactaron de una tarjeta de crédito regional (por la experiencia con la que contaba de los años en el Banco Galicia) y estuvo como gerente en esa empresa. Luego la contrataron en la sucursal del HSBC. Allí trabajó cuatro años y medio. Tres de esos años los combinó, con mucho esfuerzo y dedicación, con otra actividad que no había abandonado a pesar de todos los altibajos.
“Me arriesgué y gané mi nueva vida”
Atenta a su necesidad de movimiento corporal y quietud mental, al llegar a Ushuaia había dado con un espacio de yoga que la atrapó desde el primer día. “Comencé a tomar clases allí y mi vida tomó un giro inesperado. Siempre voy a estar agradecida a la profesora Flor Martin por haberme motivado a hacer el profesorado y darme la posibilidad de comenzar a brindar mis clases (una vez recibida) en su shala (escuela). Sin ella hoy no estaría acá”.
Entusiasmada, Silvina se formó, estudió, practicó y obtuvo su título, que la habilitó para dar clases. Previo a la pandemia lo hacía desde su casa y por la mañana antes de ir al banco. Por las tardes, tenía su horario en el espacio de su querida profesora, Florencia. “En 2020 ella decidió cerrar y yo me encontré con que tenía muchos alumnos para poder seguir dando en casa con el poco horario y espacio disponible. Decidí comenzar a buscar un alquiler para tener un espacio propio. A fines de 2020 alquilé y comencé en mi espacio actual, todos me decían que era una locura, que quizá volvían a cerrar todo nuevamente. Me arriesgué. Si salía mal, en el peor de los casos, era perder el dinero. Pero no fue así y gané mi nueva vida”.
¿Qué buscaba con tantos cambios? Por un lado terminar la carrera de abogacía, pero también perfeccionarse en otras ramas de yoga. Finalmente se recibió de procuradora y comenzó una especialización en adultos mayores y embarazadas. “Abrí nuevos horarios para las clases y la respuesta de la gente fue excelente. En ese momento me di cuenta de que lo que buscaba inicialmente mutó. No es necesario tener dos o tres trabajos para vivir, uno se adapta a lo que tiene: cuanto más tiene, más gasta y la rueda no para nunca. Cuando vos tenés el control de las horas trabajadas, las horas disfrutadas y sos tu propio jefe, todo cambia”. Hoy Silvina tiene su espacio de yoga con 92 alumnos de los cuales aprende cada día.
Asegura que ganó calidad de vida, felicidad, paz y la tranquilidad de saber que “todo lo que uno hace del corazón se retribuye multiplicado en miles, millones. Y que soy más rica de lo que pude haber imaginado alguna vez”. Reconoce también que hoy su vida es un vaivén de emociones, que se conoce todos los días en facetas que estaban dormidas pero que, sin embargo, habitaban en su interior para marcarle un camino.
“Comprendí que podía vivir de otra forma, más relajada, en contacto con uno mismo y el prójimo y ser rico, muy rico, más allá de la cuenta bancaria. ¿A todos nos gusta llevar un buen nivel de vida? ¡Por supuesto! Pero ¿a qué precio? ¿Somos conscientes de lo que dejamos en el camino, del tiempo empleado e invertido? ¿Es un camino sencillo? Por supuesto que no. Pero ¿qué tendría de interesante y de enseñanza si lo fuera?”.
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