“Bajaron las persianas” y emigraron a Galicia; temían por la adaptación de sus hijos, pero descubrieron a un pueblo amable, que sabe “ponerse en tus zapatos”.
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Corría el año 2002 y el futuro de “Mis Soles” -tal como Arturo y su esposa, Alicia, apodan a su familia- amaneció incierto. Tras repetidos esfuerzos, la empresa familiar había bajado sus persianas definitivamente y ambos comprendieron que era tiempo de cambiar de tierra, de destino. Fue así que España, arraigada en la sangre de Alicia a través de los ancestros, emergió como la solución menos traumática para reiniciar su vida.
A pesar de su determinación, con cuatro hijos - tres pequeños y una adolescente- la decisión no fue sencilla. La sola idea de desgarrarlos de su vida, de sus amigos, les oprimía el corazón, pero también - se decían- lo hacían por ellos: en su querida Argentina habían intentado salir adelante una y otra vez sin obtener resultados justos y querían facilitarles un futuro mejor, pero, ¿podrían adaptarse?
Lo que les tocó vivir a su llegada a Ourense, España, es un precioso recuerdo que hasta el día de hoy guardan en el corazón. Cuando sus hijos menores ingresaron a sus aulas el primer día de clases, fueron recibidos con aplausos, y a casa regresaron felices anunciando que habían hecho nuevos amigos.
Sin embargo, quien más les preocupaba era su hija mayor, Candelaria, de 16 años, una edad muy difícil para desprender a un hijo de su entorno de amigos. Aun así, el asombro también arribó por su lado: al poco tiempo de su llegada a la ciudad española, la adolescente cumplió 17 y sus nuevas compañeras le hicieron una fiesta sorpresa de cumpleaños: “Así es la gente en Galicia, ¡increíble! La adaptación maravillosa de nuestros hijos nos motivó a seguir, parecía que todo fluía de una forma natural”, rememora Alicia.
Galicia extraordinaria: la vida en Ourense, amor por Argentina y una plaza mágica
Ourense no había sido elegida al azar. El matrimonio contaba con buenos amigos compatriotas que vivían en aquella ciudad de Galicia, una urbe de 110 mil habitantes. Fue en junio de 2002, que los invitaron a conocer el lugar y el matrimonio quedó sencillamente fascinado: aquel sería su nuevo hogar.
“Nos encantó por su tamaño, veníamos de Santa Fe capital y esto nos parecía un pueblo. ¡casi todo el mundo se conocía y se saludaba! Pero la mayor sorpresa fue que, a pesar de parecer pequeño, la diversidad cultural y comercial nos resultó increíble, al igual que la gastronomía, los paisajes, la elegancia, pero, en especial, nos atrajo la calidez de su gente, su amabilidad, ¡lo que nos querían a los argentinos! Claro, muchos gallegos tienen familia o amigos que han emigrado en el pasado. Además, les encanta nuestro acento”.
Los recién llegados alquilaron un departamento en el centro de la ciudad. A pesar de haber vendido su casa en Santa Fe, no contaban con mucho dinero ya que se habían visto afectados por el “corralito”, pero, aun así, eligieron arriesgarse por una vivienda bien ubicada, hasta que pudieran estabilizarse y comprar un coche. Por otro lado, sabían que la inflación por aquellas tierras era muy baja, algo que también les atenuó la ansiedad.
Tal vez, lo que más le gustó de su nuevo barrio fue la plaza de abajo, en movimiento constante, colmada de niños junto a sus padres: “Esa plaza nos dio la vida y fue de alguna manera el reemplazo del bonito jardín de nuestra casa argentina que habíamos dejado atrás”, asegura Alicia al recordar aquellos días, en el 2002. “Mis hijos bajaban con sus raquetas y eso atrajo más chicos, ¡los veían como extraterrestres!; otros niños traían sus bicis, patinetas, pelotas... ¿pero raquetas de tenis?”, cuenta Alicia con una sonrisa.
“Y nos hicimos amigos de los padres de aquellos tantos niños, y hasta el día de hoy conservamos una entrañable amistad. Ellos han hecho nuestra vida más fácil con su afecto y cercano cariño”, se emociona.
Trabajar en Galicia: la odisea de conseguir la ciudadanía
No cabía duda, Galicia los había recibido con un afecto inmenso, capaz de apaciguar los sentimientos agridulces de una partida compleja. Pero, a pesar de su encantamiento, Alicia y Arturo tenían un problema que resolver: la residencia, ya que no contaban con la ciudadanía europea.
Si bien el abuelo paterno de Alicia era andaluz y su abuela, vasca, el camino no fue llano para la familia. Por fortuna, su propio padre se había hecho español para facilitarles los trámites: “Traje todos los papeles, pero había mucho por hacer, no era fácil, y todo multiplicado por seis. Costó, la verdad, pero finalmente pudimos obtener, primero la residencia con permiso de trabajo y, tiempo después, la tan ansiada ciudadanía española, por lo tanto, europea”.
“Fue un alivio, uno de los motivos por los que elegimos España es porque está en la Unión Europea y eso significaba, si todo salía bien, que nuestros hijos tendrían 28 países a disposición para estudiar, vivir o trabajar: la movilidad dentro de la E.U. es fácil, barata y maravillosa”.
Sin dudas, los primeros meses transcurrieron vertiginosos entre la adaptación, los papeleos y la novedad. Con el camino allanado, por fortuna, Arturo – un ingeniero agrónomo- consiguió un nuevo empleo como perito en una compañía de seguros; la asfixia financiera comenzó a ceder, y las heridas del pasado, de a poco, empezaron a sanar. Mientras tanto, se hicieron socios de un club de tenis y los nuevos amigos comenzaron a multiplicarse. Alicia, por otro lado, ingresó a la asociación de padres del colegio de sus hijos, lo que la familiarizó con el funcionamiento del mismo y les permitió ampliar aún más el círculo humano.
“Cada uno de estos sucesos nos indicaba que estábamos en el camino correcto”, asegura Alicia. “En mi caso, al año comencé a trabajar en un hospital veterinario grande, que me permitió hacer uso de mis tres años de estudio de biología. Luego me especialicé en nutrición canina y felina y hoy escribo acerca del tema. En Argentina, había sido ama de casa”, sonríe.
“No dimos cuenta de que para nosotros era normal desconfiar”
Con el paso de los años, Alicia reafirmó lo que sintió desde el comienzo: en la región de Galicia, argentinos y españoles se asemejan bastante; manejan horarios similares, les gusta relacionarse y son muy generosos. Jamás olvidará la primera vez que estaban tomando algo en un bar y un conocido que se hallaba en otra mesa, sin motivo aparente, ya les había pagado lo que habían consumido. Con las repeticiones posteriores de semejante suceso, optaron por adoptar la costumbre, porque: “donde fueras, haz lo que vieras”.
“También descubrimos que las diferencias sociales eran casi nulas: todo el mundo comparte el mismo bar, restaurante, tienda, sin importar su condición de trabajo. Pienso que todo esto hace que el país sea seguro, aunque los salarios no sean impresionantes”, continúa. “Nos dimos cuenta de que para nosotros era normal desconfiar, creíamos que algo podía suceder en cualquier esquina, íbamos con el coche todo cerrado, no llevábamos nada a la vista o no dejábamos que nuestros hijos jueguen solos en la vereda... Pero descubrimos que en Ourense mucha gente no cierra la puerta de su casa, deja cosas afuera y nadie se las toca… todo esto para nosotros era impensable”.
No fue fácil desprogramarse, pero, finalmente, el matrimonio se acostumbró al maravilloso hábito de que sus hijos se movieran solos. En definitiva, Ourense era pequeña en relación a otras ciudades, como Madrid o Barcelona, más complejas cuando se trata de la crianza de los niños: “Es bueno vivir en una ciudad donde conocés a la gente y ellos saben quién sos”, agrega Alicia. “Acá te dejan un sobre o un paquete en el bar, la tienda o panadería cerca de casa, y luego lo buscás por ahí y listo”.
“Gracias a los gallegos, que saben ponerse en tus zapatos, y a la Argentina por el espíritu de supervivencia”
Veinte años han pasado, y “Mis Soles”, como el matrimonio siempre llama a su familia, ha encontrado su rumbo. Alguna vez, años atrás, creyeron que sería imposible recuperar tanto esfuerzo perdido, reponerse del dolor y las lágrimas, para volver a empezar de cero, con cuatro hijos. Pero lo lograron y hoy sienten un gran orgullo por el camino recorrido. Finalmente, luego de años de alquiler “recuperaron” su antigua casa al comprar una propia y también están construyendo una pequeña finca.
Sin pesares, Alicia, Arturo y sus hijos - ya adultos- regresaron varias veces a la Argentina; reencontrarse con los seres queridos es un regalo de la vida: “No nos arrepentimos de haber vendido nuestra querida casa de Santa Fe, ya que la hemos invertido en el futuro de nuestros hijos y en la felicidad de la familia. Aprendimos que las cosas materiales van y vienen, pero no las oportunidades ni la edad para cumplir sueños. En Argentina siempre nos sentimos en casa, aunque en los regresos nos damos cuenta de que no nos hemos equivocado en nuestra decisión. Nuestro país poco ha cambiado”, manifiesta Alicia, pensativa. “Tenemos mucha suerte porque, tanto nuestra familia como amigos, han venido a visitarnos, ellos no imaginan lo que valoramos este profundo gesto de cariño. Emigrando no hemos restado amigos, sino que hemos sumado”.
“Viviendo lejos aprendimos que la vida te puede sorprender para bien o para mal, pero que uno es artífice de su propio destino. No todo es rosa en ninguna parte del mundo y se ve afectado por cómo uno sea capaz de enfrentar las circunstancias: de eso depende mucho el futuro de cada uno, la resiliencia es fundamental”, reflexiona. “En medio de todo mi marido nos dio un gran susto con su corazón, pero, gracias a Dios y al servicio de salud español, salió adelante. ¡España tiene una sanidad pública de primer nivel!”.
“Nuestra alegría y orgullo es que nuestros hijos (de 35, 29, 28 y 26) han estudiado en la Universidad de Salamanca, se han esforzado, terminaron sus carreras y los cuatro tienen trabajo estable en su profesión. Hicieron experiencia en otros países gracias a becas: María Candelaria en Praga, María Alicia en Suecia, y Arturo y Manuel, en Italia”.
“En uno de nuestros viajes por España fuimos a Lubrín, el pueblo de mi abuelo en Almería, Andalucía…creí que moría de la emoción. Vi los lugares que me había descripto mi abuelo tantas veces, sentí el aroma de los olivos que él tanto añoraba… los azahares, los pueblos blancos con sus balcones inundados de flores de colores y la gente pueblerina que te saludaba sin conocerte”, describe conmovida. “Y con mi marido y mis hijos hemos hecho el Camino de Santiago para agradecer y para reencontrarnos con nosotros mismos. De todos, ha sido sin duda el mejor viaje de nuestras vidas”.
“¡Tenemos tanto por agradecer! A los españoles, y en especial a los gallegos, que han emigrado mucho y saben ponerse en tus zapatos mejor que ninguno. A la Argentina, que nos dio nuestro origen, nuestro espíritu de supervivencia y de pueblo reconocidamente culto, querido y trabajador allá adonde sea que vaya. `Mis Soles´ fue y es nuestro motor y guía, así como ha sido y es nuestra filosofía de vida: ¡para adelante, siempre! Si me preguntaran qué palabra elegiría para describir esta experiencia de vida tan profunda e intensa diría `valentía´. Hay que ser valientes y estar muy unidos. La experiencia a nivel humano y familiar ha sido increíble, y la volvería a repetir sin duda”, concluye emocionada.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, NO LOS PROTAGONISTAS. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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