La vio perdida al costado del camino un día agobiante de enero; tuvo una idea disparatada para rescatarla, ¿podría llevarla a cabo?
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Probablemente iba a ser una mañana más, como tantas otras que había disfrutado sobre su moto, mientras el viento fresco le refrescaba el rostro en esos días de calor agobiante que ya se habían convertido en una constante ese verano. Aunque eran las once de la mañana y el pronóstico anunciaba una jornada de temperaturas cercanas a los 33°C, Luis Ribeiro decidió de todos modos salir a pasear con su moto hasta Henderson, la ciudad cabecera del partido de Hipólito Yrigoyen ubicada en el centro-oeste de la provincia de Buenos Aires. El plan era entrar al pueblo por un camino de tierra, visitar la laguna con flamencos y tomar allí algunas fotos.
Pero sobre la marcha, hubo un cambio que no estaba en los planes. Terminada la sesión de fotos y el tiempo destinado al relax, en lugar de regresar a Bolívar optó por dirigirse hasta el centro de Henderson a tomar un café. Al finalizar, decidió que regresaría a Bolívar por ruta asfaltada. Sí, quería disfrutar más el paseo en moto a lo largo de esos 30 km que le ofrecía el trayecto.
“Sus almohadillas brillaban como vidrio por el calor del asfalto”
“Cuando salí del pueblo, ya en la Ruta 86 sentido a Daireaux, aceleré para refrescarme un poco ya que la temperatura ambiente estaba en 32°C. Había recorrido unos 5 km cuando, a unos 500 metros, divisé un perro de la mano contraria caminando por el asfalto y con intenciones de cruzar. ¡Lo van a atropellar!, pensé. Fue como si el animal me hubiese escuchado. El perro regresó sobre su marcha y yo empecé a bajar la velocidad para poder detenerme y ver qué era lo que estaba pasando”.
Efectivamente detuvo la moto al costado de la ruta, justo donde había visto al perro. El animal se acercó, le movió la cola en señal de bienvenida y se tiró panza arriba. Luis aprovechó el gesto para revisarle una de sus patas. Minutos atrás había visto cómo rengueaba y temía que estuviera lastimada. “No tenía nada afortunadamente. Pero sus almohadillas brillaban como vidrio por el calor del asfalto”.
“¿Qué hago?”, pensó preocupado. No tenía señal en el celular, tampoco se veían casas, tranqueras o alguna muestra de que la perra estuviera simplemente alejada de su hogar. Su estado tampoco era el mejor. De modo que llegó a la conclusión de que la perra -sí, mientras la acariciaba había podido comprobar que se trataba de una hembra joven- estaba sin rumbo.
¿Una idea disparatada?
Se le cruzó por la mente una idea disparatada, aunque no por eso imposible de llevar a cabo. ¿Y si lograba subirla a la moto y avanzar algunos kilómetros hasta poder llegar a un lugar seguro y refrescarla? “Era de tamaño mediano y estimo que entonces pesaba unos 9kg. Mi miedo era que, al poner en marcha la moto, se asustara e intentara saltar. Eso provocaría un accidente del que ninguno de los dos saldría ileso. Teníamos unos 87 km hasta Bolívar y decidí animarme. La acomodé en el asiento, ella cruzó sus patas sobre mis piernas y avanzamos los primeros metros. Se la notaba tranquila. El problema era que íbamos a 20 km/h. A ese paso, el viaje se iba a hacer larguísimo y el calor era sofocante. Así fue que, ante su quietud, empecé a acelerar y ganar confianza en que mi compañera se mantendría tranquila”.
Luis sintió que estaba viviendo un sueño. El velocímetro marcaba unos 90 km/h. “Ella disfrutaba y yo no podía creer lo que estaba viviendo”. Llegando al acceso a Bolívar, por la Ruta 226, como si supiera que el destino final estaba cerca, la perrita se incorporó de la cómoda posición que había adoptado y comenzó a mover su cola. Así llegaron a la casa de Luis.
Allí, junto a su esposa, le dieron los primeros cuidados, la revisaron, le sirvieron agua fresca y comida y emprendieron viaje a la veterinaria. Horas más tarde, Luis regresó a Henderson para dejar carteles sobre Emma -así la habían bautizado- en caso de que alguien la buscara. También publicó sus fotos en redes sociales y repartió volantes. Pero nunca jamás recibió algún tipo de reclamo sobre aquella maravillosa perrita.
Plaza, familia y un hogar con amor
Desde entonces Emma forma parte de la familia compuesta por Luis, su esposa Stella Maris y sus dos hermanos caninos, dos Yorkshire Terrier medianos de once años cada uno. Tiene una rutina que disfruta a diario. Temprano por la mañana, cerca de las 6.45 h, sale a pasear por la plaza España de Bolívar, junto a sus hermanos. Luego todos regresan a desayunar y cada uno recibe un snack y una cucharada de queso crema.
“Le encanta jugar con los perros que suelen andar en la plaza y sentarse en algún banco unos minutos. En un día normal tiene cuatro salidas y, por supuesto, mimos en casa. Cuando paseamos en auto ella nos acompaña ya que es súper tranquila y le encanta. No así sus hermanos ya que son muy inquietos. Ella se hace entender con movimientos de sus patitas delanteras o algún aullido simpático. No ladra y nunca desde que vive en casa hizo caca o pis adentro. Eso sí, le gusta acostarse temprano. Cerca de las nueve de la noche ya me hace señas para ir a la cama y nos acostamos juntos. Es mi perra adorada y somos muy felices de tenerla con nosotros”. Hoy Emma sigue viviendo con su familia y sin duda alguna el vínculo que tiene con Luis es único y especial.
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